30/9/08

La finitud de la rabia

Ha pasado el tiempo. Las rabias se han acabado. Otros derroteros han regido nuestras vidas. Nuestros caminos, que se separaron algún día, quién sabe por donde senderean. Y el tiempo pasa, inexorable, como dicen, y mi corazón se halla en otros asuntos. Mi vida sonríe y mi alma la corea con sus propias carcajadas. Y, a pesar de todo, funciona, a pesar de sentirme llena, repleta, el recuerdo de ti va acudiendo a mí de vez en cuando. Sigue teniendo necesidad de rendirte culto, ahora sin dolor, con todo perdonado.

Mi recuerdo, que ya desde joven se graduó en memoria, no distorsiona en ninguno de sus sentidos, sencillamente añora lo que un día fue suyo. Porque él no sabe de pérdidas, no las acepta. Lo que fue suyo, siempre será suyo. No regala, ni da, ni cede, sino que atesora acumulando posesiones a lo largo de su existencia.

Ahora te evoco con dulzura, con cariño, con verdaderas ganas de volver a lo que un día fue. Lo malo ya está olvidado, ¿qué olvidaré después?

29/9/08

A ti, por última vez

Te portaste mal conmigo y eres lo suficientemente inteligente para haberte dado cuenta de que lo que hiciste no estuvo bien. Es más, estoy convencida que, mientras lo hacías, ya sabías que no era correcto. Quizá fuese una manera de romper conmigo de forma irreversible o quizá fue que no pudiste controlar esa rabia infantil que aparece tras los celos.

Ha pasado tiempo y ahora sonrío al pensarte, pero no con ternura, ni cariño, ni añoranza, no, es más bien aquella sonrisa irónica que aparece sin darte cuenta cuando sabes de antemano que todo fue palabrería por tu parte. Me siento muy tranquila porque sé que no hice nada malo, nada que te pudiera perjudicar, ni que pudiera perjudicar a nadie. También sé con seguridad que, cuando una relación no se basa en pura palabrería y ocurre alguna desavenencia, siempre se llega al perdón.

Con mi escrito, doy por concluida cualquier comunicación contigo; he estado esperando el tiempo que he considerado suficiente para que se produjera tu acercamiento y confirmara la valía de nuestra relación, pero no ha sido así. Ahora, digo: se acabó. Ya sabes que me gusta decir la última palabra.

27/9/08

Blanquets

El chico que me deja los libros me preguntó: “¿Te puedo dejar un cómic de los gordos?” Y, por supuesto, dije que sí. Supongo que pensó: “Al menos tendrá para unos días”. Debe estar cansado de que le devuelva los libros al día siguiente y tener que buscarme cada día uno nuevo. ¡Qué sorpresa se llevó cuando, “el libro gordo”, se lo devolví al día siguiente. “Ya puede ser gordo o delgado que tú acabas con él”. Y es que esta vez me pilló, me agarró la historia con sus fuertes brazos obligándome a saltar algunas horas de sueño, que ya de por sí son pocas, para continuar su lectura.

Como varios de los que he leído es autobiográfico. El autor nos cuenta un hecho de su vida recreándolo a través de sus viñetas. Curiosamente, son los cómics que más me gustan.

Lo que parece sorprender a la crítica sobre este es que su autor es muy joven y la historia que crea (es su segundo cómic) es muy madura.

Estoy deseando llegar al trabajo para ver qué nuevo cómic me deja mi compañero.

26/9/08

Las tres paradojas

Un cómic extraño en el que se juega con el tiempo y los recuerdos. Se lee muy rápido, aunque yo he tardado varios días por cuestiones “digestivas”. Hay ciertos temas cuya digestión hace que degluta poco a poco, perdiéndome en mis interiores y dedicándoles tiempo a sacar el polvo.

Me ha encantado encontrarme de nuevo con Zenón, Parménides, Heráclito y Sócrates, algunos de mis envidiados pensadores. “La espada de Sócrates está aún por acabar de templar pero ya arremete con fuerza, la verdad”, esta es una de las frases que más me ha gustado. No es literal porque la cito de memoria (y, esta, cada día falla un poquito más). De memoria, de recuerdos y de anhelos, trata esta historia.

24/9/08

Tu tequiero

Cuando las cosas me salen mal, me siento pequeña e impotente y me desaparece esa personalidad implacable que tanto luce y tanto es envidiada. El empuje de mi acostumbrada euforia va desacelerándose hasta que permanece estacionada en el cero absoluto. Es, entonces, cuando queda al descubierto toda esa mitología privada, de miedos, a la que rinde secreto culto mi corazón. Mi tez tiene el aire exhausto de la incertidumbre, inequívocamente, ahuyentador de cualquier alma amiga.

Llegado a este punto, se torna evidente que te necesito, que me son necesarias unas cuantas palabras de amor; un tequiero, un megustas y un teañoro, para que sean las brasas que aviven de nuevo mi seguridad y permitan a mi esencia ocupar la medida que le corresponde, aquella de la que pienso te sientes orgullosa de mí.

Hoy, necesito tu tequiero.

21/9/08

Salas de espera

Me esperaba la Mosca Estremecida a la salida de mi trabajo para acompañarme a recoger una analítica en una clínica cercana. Si os he de confesar la verdad, hay veces que la Mosca me roba el corazón y otras casi la mataría. Hoy ha sido de robármelo. La hallo sentada en un banco de la acera con una manzana Fuji a su lado.

− No me mires así de extrañada. No es que piense emular a Newton, no. Simplemente he pensado que podías tener hambre y te he traído la merienda. Ya sabes que para mí la alimentación es muy importante y la fruta aporta agua y vitaminas y, por otro lado, no te quita el apetito para la cena.

−Ah, muchas gracias −le he contestado yo cogiéndola mientras abría el macuto para buscar un pañuelo de papel para limpiarla.

− Ya la he lavado, nunca se sabe con qué pesticidas asesinos ha estado rociada.

Así, que se subió a mi hombro y, mordiendo la manzana, fui caminando hacia la clínica. Íbamos calladas. Con el rabillo del ojo veía como observaba todo. Me maravilla lo interesada que está por cualquier cosa. Todo le sorprende, es como un crío que está descubriendo el mundo, pero mucho mejor, porque razona como un adulto. A veces cómo un genio, me atrevería a decir.

Casi llegando, me acerco a una papelera para tirar el corazón de la manzana que había empezado a oxidarse y me limpio las manos con el pañuelo de papel.

Una vez en la clínica, subo a la planta quinta y recojo los resultados. Ya nos íbamos, y bajando las escaleras la mosca me dice:

− Mira esta sala de espera es muy grande, ¿por qué no nos quedamos aquí y así, mientras tú lees un rato, me dedico a contemplar a las personas? Se está fresquito.

Pienso rápidamente que sí, que se está muy bien y que realmente los sillones parecen muy cómodos. No hay humo ni ruido como en los bares, además, llevo mi botellita de agua. Pues sí, no me parece mala idea. Así que, sin contestarle, me dirijo a uno de los sillones libres y me siento. Saco mi libreta del macuto, mi pluma y mi libro y me dispongo a leer. La mosca vuela de mi hombro hasta el vértice dónde se junta la patilla de mis gafas con el cristal. Dice que ahí tiene la mejor vista. Me concentro en mi lectura.

− Las salas de espera de los médicos han cambiado −no tarda en interrumpirme.

Levanto la vista a ver qué tienen de diferente, pero no veo nada, así que vuelvo a concentrarme en mi lectura.

− La gente ya no se pelea por coger el Hola o el Semana para que no le toque hojear el Pronto.

Respiro hondo y vuelvo a interrumpir mi lectura. Estoy leyendo La Felicidad de los Ogros, de Pennac y como tiene esa connotación surrealista, necesito más concentración que nunca para ver los guiños del escritor. Así, que sin levantar la vista, sigo leyendo.

− No, ahora estas revistas reposan casi todas sobre la mesa. Al menos en esta consulta ginecológica. Pero me atrevo a asegurar que pasa lo mismo en todas las consultas.

− ¿Y qué? −pregunto cerrando el libro de golpe y sabiendo ya en ese preciso momento que se había acabado mi lectura.

− Mira, ¿para qué tienes los ojos? −me pregunta alucinada y medio enfadada al descubrir lo superficial que soy no reparando en estas cosas, y bajando la voz continúa−. Esa señora mayor está leyendo el Hola, pero el resto tiene el móvil en la mano.

Ahora, por primera vez, miro viendo de verdad y me sorprendo como ella. Mujeres solas, matrimonios muy jóvenes que supongo vienen a que les confirmen su estado, matrimonios en los que su estado es más visible, incluso alguna madre que acompaña a su hija por primera vez, todos ellos tienen el móvil en la mano.

− Estos cuartos de hora de espera −continúa la mosca divertida con un tono de voz que empieza a sonar irónico− son primordiales para la vida del móvil: para acabar de organizar la agenda en grupos y subgrupos, para conocer mejor su funcionamiento, para repasar mensajes almacenados o borrarlos, o enviar aquel que siempre se pospone por pereza, para navegar y chatear, para jugar con el bluetooth o con esos jueguecillos que sólo pueden distraer a mentes aburridas. Mira, mira, incluso hay algunas que hablan por él debajo de la señal de “desconecte su móvil”.

Cierto, he ido observando todo eso a la vez que la Mosca Estremecida lo iba citando.

− Y este amor al móvil es para evitar el mayor de los miedos −continúa−, estar a solas con los propios pensamientos.

Ahora me ha creado un silencio en el corazón y ella lo sabe porque vuela a posarse sobre mi mano y se pasea, suavemente, arriba y abajo. Es su manera de acariciarme. Recojo mis cosas, me levanto y me voy. Me sigue en silencio. Cuando ya hemos salido de la clínica me frena el paso volando hasta delante de mis ojos.

− ¿Una birra?

No puedo evitar sonreír.

20/9/08

Píldoras azules

La ternura que envuelve cada una de sus páginas me ha conmovido lo indecible. Aún, hoy, días después de su lectura, continúo con su buen sabor y un regustillo especial que me da la seguridad de que la vida no es tan dura como la pintan. Las inseguridades y miedos del protagonista han hecho que me vuelva a calificar de persona normal.

El autor crea una atmósfera de amor sin apenas hablarnos de él. ¡Y me siento tan identificada! No con la historia, ni con el personaje, sino con ese clima que ha creado, esa tranquilidad que da el verdadero amor (si no la reconocéis, ya os llegará). Porque un amor “verdadero” no conoce dificultades, ni problemas, ni discusiones, ni malas caras, sencillamente se dedica a fluir sin tener necesidad de irlo empujando para que funcione.

Perdón, me salió la vena pensadora. Pues, eso, un buen cómic.

17/9/08

Arrugas

Buf!!! Poco tengo que decir sobre este cómic, Un tema crudo como es el de la vejez tratado desde el alejamiento de la anécdota. Me explico; a través de sus viñetas y sus bocadillos, el autor nos explica sin nada de carga emotiva, casi me atrevo a decir “de forma aséptica”, la realidad que muchas personas mayores sufren hoy en día. Eres tú, como lector, que llenas de experiencia y, por lo tanto, de sentimiento las pequeñas pinceladas anecdóticas que el autor concatena para formar la historia. No he llorado con su lectura, pero no me he quedado indiferente. Supongo que la historia será dura para todas aquellas personas que tengan un familiar en esa situación.

Leído en 45 minutos.
Os aseguro que antes de devolverlo mañana lo vuelvo a leer.

Nota: Quería comentar que muchas veces me quedo con ganas de hablar más de los libros, pero me contengo porque soy de las personas a las que le gusta sorprenderse con ellos, por esto, como menos sepa, mejor. Y, por ende, pienso que puede que le ocurra lo mismo a las personas que leen mi blog.

16/9/08

Una familia tragicómica

Vuelvo a mis amados cómics. Ya lo añoraba. Pero si os he de confesar la verdad, los encuentro muy caros y procuro que me los dejen, cosa que me hace estar a la disposición de otras personas, pero, ya me armo de paciencia y voy leyéndolos así, goteados.

El libro me ha gustado mucho, sobre todo por el tratamiento del tema que no lo he encontrado ni desmedido, ni grotesco, ni nada hiriente. Me ha encantado el perfilado que hace de la protagonista a lo largo de la historia y sobre todo el dibujo de las viñetas.

Debo decir que al principio me costó un poco entrar en la historia. Pero luego, lo he devorado en unas horas, como siempre que me gusta algo. No tengo medida.

Me sorprendió que saliera el tema lésbico, más que nada por el dueño del libro. Ahora pienso si me lo dejó con algún mensaje subliminal.

14/9/08

Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?

Llevo tantos años vendiendo mi cuerpo a la vida para poder comprar otros tiempos que, ahora, mi alma chirría y necesito una tregua para preguntarme por qué. Me gustaría bañarla de nuevo, como antaño, pero he olvidado qué dulces aguas le son queridas; lleva adheridos restos de mi propia vida y se ve ajada por el abandono. Ya no existe poesía en ella, le acompañan muchos años inmersa en otro sueño; eterna cadena de mañanas, tardes y festivos. Eterno poner piezas de un puzzle infinito. Y a mí, me empujan los años haciéndome, cada vez, más oscura. Soy más olvido que otra cosa y me hago más añeja en la bodega de mi memoria.

12/9/08

Cosas a tener en cuenta

Acudí a un acto inaugurativo. Mi amiga insistió en devolverme un favor y dejó dos invitaciones a su nombre para mí. Me insistió en que estuviera sobre las siete para recogerlas ya que no sabía con exactitud qué iba a pasar. Y ahí estuve.

Busqué a una estupenda compañera para tal evento y nos personamos en el lugar. La cola para obtener las entradas podía definir con claridad el concepto “tendiendo a infinito”. Suspirando y sin comentario alguno entre nosotras nos pusimos en su final (absurdo concepto para algo en vías de ampliación). Sin paso de tiempo, detrás de nosotras se había formado una fila más larga que la que teníamos delante. Cabe decir que, estúpidamente, esto me animó. Me sabía mal por mi acompañante, le había invitado a un gran evento y ahí estaba, incómodamente de pie en una cola estática llena de bullicio.

Dos puestos por delante del nuestro se hallaba un circunspecto señor. Era mayor, y lo que llamó mi atención es que iba ataviado con unos juveniles piratas bolsilleros, sucios y manchados. No tardó en llegar su amigo, indescriptiblemente vestido, con camisa y pantalón de tela más cercana al invierno que a la época en la que nos encontramos. En breve, pudimos disfrutar del excelente aroma que hedía el bouquet sudoríparo del 68 (no creo haberme equivocado en el año, pues suelo viajar en metro y tengo ya aprobados todos los masters en catas) que nos ofrecía el individuo.

La puntualidad, en esta ocasión, no debía estar invitada porque la espera se alargó como veinte minutos más. Fue entonces cuando descubrimos el secreto de tanta acumulación de personas. Ya hacía rato que ambas éramos conscientes de que, gracias a esa ciencia exacta que es la estadística, bajábamos notablemente la media de edad (éramos el dato que volvía cóncava la gráfica), cosa que nos sorprendió en demasía. No se me impacienten: el motivo de esta gran afluencia era que daban un piscolabis. Sí, sí, lo que acaban de leer: refrigerio, tentempié, aperitivo, manduca, papeo… ¡Haber comenzado por ahí! ¡¡¡Animalicos!!!

Por fin abrieron las taquillas y poco a poco nos fuimos acercando. La organización era muy buena; todo se tiene que decir. Habían dispuesto unas mesas para dispensar las invitaciones: la prensa a la derecha (huy!!!, ha sido sin querer), los de la asociación a la izquierda, los del club al centro, y nosotras, hacia la decepción. No existían entradas a reservadas a nombre de la persona que me invitaba.

Removí cielo y tierra. ¿Está noséquién? Sí, a ver, que la busco. No la encuentro. Espera. Mira, si te esperas al final, te doy las entradas que sobran. ¿Al final? “Esta tía s’ha chalao.” Mire, señorita, no se preocupe, nos vamos. No tengo ningún interés personal por ver esta inauguración. Gracias por su atención. Espere, espere, mire aquí tiene dos entradas. Ah, muchas gracias, señorita. “Manda narices.”

Y al salir de taquillas, ¡oh, no!, una nueva colar para acceder al ágape: ¡quéledenpolculoalaspatatitasrancias! Por lo que acabamos tomando en una terracita cercana, una tapita de queso con unas patatitas asadas con pimientos (rojo y verde) y cebollita, con sendas coca-colas con servicio completo y los riñones bien apoyaditos en el respaldo de una silla.

Cuando acabamos nuestro tapeo, bañado por una animada conversación de los de la mesa de al lado sobre gays y lesbianas le propuse a mi acompañante ir a ver el fabuloso picnic. Le pareció buena idea y así hicimos. Nos personamos en el gran salón, donde la gente ya había empezado a irse y donde sólo se veían botellas de vino vacías, vasos y copas vacías y múltiples platos y bandejas de papel, vacías. Llegamos en el momento del helado, la gente se estaba comiendo un Magnum (publi gratuita). Conseguí dos para mi caprichosa acompañante y nos quedamos paradas en el centro del tumulto mientras se lo comía.

Delante de nosotras estaba un grupo de personas. Uno de los hombres del grupo tenía dos helados, uno que se estaba comiendo y otro que lo tenía, cerrado, en la otra mano. Nos miró y yo le devolví la mirada. No pareció interesarle nada. Iba mirando de un lado a otro y a veces me volvía a mirar a mí. Al cabo de unos minutos, apareció una chica rubia, bien vestida, con tipazo y le dijo, “¿quieres un helado”. “Ah , bueno”, le contestó la otra. “Es que he dicho que se lo daría a la primera chica guapa que pasara”. La chica se rió mientras yo pensaba: “será mamón, llevo dos horas delante de él y como debo ser un cardo, a su parecer, no me lo ha ofrecido. Y ya no sólo eso, mi acompañante es una chica guapa que llama la atención y tampoco, claro que ella ya comía uno y tenía otro en la otra mano”.

Conclusión: Ojo con lo que se dice porque siempre se dice mucho más que lo que dice la frase utilizada.

11/9/08

Paradojas

Maravilloso mundo este lleno de paradojas

1. Famoso acertijo del barbero:

“Afeito a todos aquellos hombres, y sólo a aquellos, que no puedan hacerlo por sí mismos”.
Es imposible, porque el barbero no puede ser al mismo tiempo capaz e incapaz de afeitarse a sí mismo.


2. “Esta frase es falsa.”

¿Es la frase verdadera? ¡En tal caso sería falsa! ¿Es la frase falsa? Si tal fuera ¡sería verdadera! Las declaraciones contradictorias como esta son más corrientes de lo que se cree.

3. “Todos los cretenses son mentirosos” Epiménides.

¿Decía Epiménides, siendo cretense, la verdad?

Paradoja de dintel: “Los amigos no te ponen entre la espada y la pared."
Analizadla libremente.

8/9/08

Te voy a contar un secreto

Cariño, te voy a contar un secreto. Cada noche, en la cama, junto a ti, tras estar riendo y hablando un rato, tras buscar mil excusas para tocarnos y excitarnos, tras juguetear tus dedos con los míos y tras ir, poco a poco, trasladando nuestra energía a los brazos de Morpheo, me das las buenas noches y me besas. Y yo, atenta y ansiosa, por no dejar escapar el momento, me trago de un sorbo tu beso y siento todo aquello que callas.

Durante la noche, cuando mi conciencia se retira, mis órganos disfrutan de su letargo y el espacio de mi alma se amplia, tu beso se alimenta a bocados del amor que por ti siento, y sin disimular su gula, se relame y relame degustando el sentimiento. Y crece, aumenta de tamaño, lo dobla y lo triplica, y ocupa todo el espacio interno que me pertenece.

Es por eso, amor, que cada mañana, cuando me dices los buenos días y me besas no puedo evitar eructar un tequiero, que en realidad no es otra cosa que la metamorfosis de tu último beso.

Señora o señorita

Curioso libro de Wilkie Collins. Se lee en menos de dos horas. Narra una historia sencilla, bastante lineal y con esperado final; pero he disfrutado leyéndolo.

He cogido el ejemplar de mi biblioteca sencillamente porque pesaba poco. Iba al médico y como quería ser la primera en visitarme para no llegar demasiado tarde al trabajo, me he plantado delante de la puerta a las siete y media. En cinco minutos ya se ha formado una cola de cinco personas.

He llegado la primera, me he pegado a la puerta, he sacado el libro y lo he empezado a leer. A las ocho y media han abierto el centro y nos han tomado los datos y derivado a los diferentes consultorios. Me he sentado en la sala de espera y he seguido con la lectura. En lo que me han parecido cinco minutos, me ha llamado la doctora. He mirado el reloj y eran ya las nueve. Me había pasado media hora sin enterarme.

Me quedaban unas quince páginas por concluir, las más intrigantes ya que correspondían al clímax y al desenlace y durante el trayecto a mi trabajo, una vez concluida la visita, la he finiquitado.

Con todo este detalle sobre mi vida, sólo quiero decir que me he abstraído del mundo sumergiéndome en el relato de tal manera que no me he enterado que estaba esperando. Creo que este libro sólo puede gustar, a que creo que es bastante infantil, a los amantes de Wilkie Collins, como yo.

Si a alguien le interesa leer algo de él recomiendo, como he hecho en más de una ocasión, La dama de blanco.

7/9/08

Pequeña anécdota

Aún sigo con jornada intensiva y lo primero que hago cuando llego a casa sobre las tres y media, después de ponerme ropa más fresquita y menos sudada, es comer algo. Luego descanso un poco en el sofá. Empiezo sentada con los pies descalzos sobre la baldosa, fría en un inicio y que se calienta a la velocidad de ya. Poco a poco mis posaderas se desplazan hacia delante y entonces, de la espalda, sólo me toca con el respaldo el área de los omoplatos. Sin darme cuenta, subo uno de mis pies y estiro la pierna sobre el que sería el asiento del lado del sofá. Bastan un par de bostezos para acabar de estirarme y perder la primera consciencia. Digo la primera, porque continúo oyendo la televisión, ahora a lo lejos. Mi inconsciencia sabe que no debo prestar atención si quiero continuar con la parte consciente amodorrada.

Al cabo de unos veinte minutos conecto con el mundo de nuevo y, aún algo somnolienta, me voy a la ducha, sin prisa alguna, cosa que no ocurre a primera hora de la mañana que, por la rapidez con que hago este acto, parece que me duche y me vista a la vez. Es en esta ocasión, con tiempo, cuando me enjabono prestando atención a los cambios que ha sufrido mi cuerpo. Observo la pérdida de vello en algunas zonas que antes tenía bastante; observo si mis brazos han empezado a sufrir pérdida muscular y si cuelga algún pellejín que otro; observo la velocidad con que la ley de la gravedad actúa sobre mis pechos, pues ya les queda poquito para ponerse a la altura del ombligo (dos cabos y un golfo, pienso irónicamente); observo y resigo con mi dedo índice las venas que confieren un tono azulado a mi piel, que, irreversiblemente, se va tornando más brillante y transparente.

Una vez hecho este ritual, limpia y pulida hasta el alma (porque a la vez me ha servido de ducha psicológica), me visto y me acicalo con mucho menos interés del que he puesto hasta ahora y me dispongo a salir hacia el lugar donde he quedado.

Justo al llegar, noto que me he acalorado con la pequeña caminata y que me molestan bastante las piernas. Me pican más que nada. En el mismo ademán de ver qué pasa, hago un repaso mental y recuerdo que me he puesto crema hidratante por lo que no pueden picar por sequedad. Miro y no doy crédito a lo que veo. En la pierna derecha unos doce círculos rojo-infección, el más pequeño de un centímetro de diámetro; y en la pierna izquierda, nueve. ¿Qué narices me ha picado durante el trayecto? ¿Un mosquito? ¿Una araña? ¿Una alergia?

De esto hace cuatro días, cuatro días de inaguantable picor. Cuando se activan, porque no pican siempre, llego casi a la desesperación. Al final, el farmacéutico de casa me dijo que lo mejor es pasar un “hielito por las picaduras”. Es lo que he estado haciendo y así voy tirando. En el trabajo, todo el mundo alucinaba al verme las piernas, además, estos días he ido con pantalón corto para que no me rozara nada (bastante tengo por la noche con las sábanas que no paran de activarse los muy…) y han sido bastante, mis piernas, tema de conversación.

Hace un par de días que, como siempre, me tocaba depilarme. Desde hace tiempo lo hago con cuchilla; rompí hace mucho con los tópicos y las leyendas de “tevaasalirmásymásduro”, y me encontré con que no podía pasear la cuchilla por encima de ellos, más que nada porque cada uno estaba coronado en su cima por una incipiente costra que era arrancada de cuajo en cada uno de los ataques de picaduría y arrascamiento. Así que los rodeé sin depilarlos.

Esta mañana, cuando he llegado a trabajar, la secretaria me ha dicho:

−Tienes que ir rápidamente al CAP, esto no son picaduras, esto es algo raro. Te han salido unos pelos negros encima y tienen muy mal aspecto.

Me he mirado asustada. Se veían las ronchas bien rojas y encima de ellas unos pelos que ya sobrepasaban los cinco milímetros. Realmente era todo un espectáculo, negro sobre rojo, [mi estimado Stendhal (guiño)]. De la vergüenza que me ha dado, me he callado y he preferido que pensaran que había sido víctima de cualquier mosquito amazónico de laboratorio antes de confesar mi arte en la depilación circunvalada.

6/9/08

Ciencias morales

Un libro que me ha sorprendido; lo empecé hace un par de días y quedé enganchada, no a la historia que explica sino a cómo la explica. Y sobre todo al personaje protagonista y la forma que tiene el escritor de ir perfilándolo.

Disfrute garantizado para todos aquellos lectores que se deleitan con el lenguaje y sus giros. La historia transcurre en el Buenos Aires de 1982, en un colegio que preserva, con su rutina y sus altos muros, a sus alumnos de todos los hecho que acontecen fuera de él. Con un estamentado elenco de profesores, preceptores y jefes de preceptores que incitan, con gran autoridad, al cumplimiento de las normas educativas (valores, vestuario, actitudes y conductas)

Rigurosidad en el fondo y en las formas.

El interés de la historia aumenta notablemente cuando la protagonista decide averiguar quién fuma en el lavabo de chicos.

Final inesperado, al menos para mí.

4/9/08

María

Todo el vecindario conocía a María, una niña alegre y simpática que pronto se convirtió en una sensata jovencita amable y dispuesta. Justo acabados sus estudios, los cuales nunca tuvo la necesidad de utilizar, se casó, enamoradísima, con Pedro, un chico del barrio. Enseguida tuvo tres hijos que crió con un excesivo amor maternal pero con mano dura y férrea disciplina.

La vida quiso saltarse las leyes naturales con ella; primero fue la pequeña que cayó del tobogán partiéndose la crisma y muriendo al instante. María, protegiéndose contra el dolor, se volcó exclusivamente en sus otros dos hijos, olvidando el amor que sentía por su marido. No tardó este en quejarse, siendo su queja el inicio de un periodo de conflictos e incomprensiones que concluyó con una separación. El divorcio vendría más tarde.

María decidió empezar a trabajar pero, cuando se dispuso a hacer uso de sus estudios, murió repentinamente su madre y a los pocos meses (se amaban mucho) su padre. El duelo vino acompañado de una sustanciosa herencia que conllevó al abandono de la intención de iniciar un currículum laboral.

Superados estos tiempos, el 15 de agosto de no sé que año, María que arreglaba las flores secas de uno de sus jarrones recibió una llamada telefónica de la policía, que le anunciaba que “sus dos hijos habían fallecido en un aparatoso accidente de tráfico en la autovía de Madrid a Galicia”.

María estuvo muchos años deambulando por el barrio como un alma en pena. Sus vecinos la miraban con tristeza y compasión y para no permanecer demasiado tiempo junto a ella, porque para la muerte en vida no hay palabras, le cedían el turno en las tiendas del mercado. No quedaba nada de aquella chiquilla alegre que conocieron en sus días.

En una ocasión, María, recogió un perro que llevaba varios días rondando cerca de su casa, abandonado. De alguna manera se veía reflejada en él. Al cabo de pocos días, recogió otro, y otro, y otro. En el barrio, pasó a ser conocida como María Ladelosperros que pronto evolucionó al mote de María Chucho o María Cannis, para los más intelectuales. La gente se olvidó pronto de su pasado, era como si siempre se hubiera dedicado a cobijar a perros vagabundos.

Hace unas semanas que no se la ve por el barrio. Al final, a instancias de los vecinos que estaban agobiados por los ladridos, se presentó la policía en su casa. Cuando estos tiraron la puerta abajo, no había rastro de la mujer. Sólo hallaron unos perros muy bien alimentados.

3/9/08

En un tren de cercanías

El otro día, viajé en tren. Era un tren de cercanías, de los que a primera hora de la mañana transportan somnolientas y legañosas almas a su lugar de trabajo y que, por la tarde, las retorna cansadas y mortecinas. Yo, no siendo menos, era una de esas almas cansadas y mortecinas que regresan a su hogar, anhelante de unos minutos de silencio y de la horizontalidad del sofá.

Sentada de espaldas a la dirección del tren, intentaba mantener el pensamiento activo para no sucumbir a la modorra que el retiro de la luz diurna junto al traqueteo del tren me estaba produciendo. En frente de mí, estaba sentada una chica de más o menos mi edad. Se hallaba absorta en la lectura de un libro. Era de más envergadura que yo y llevaba una fina chaqueta de color rojo con cremallera. Me llamó la atención espacialmente su incipiente flequillo cortado en línea recta como los antiguos frailes medievales. Era uno de eso peinados extremos que se hacen ahora. Se veía una chica con clase.

Empecé mi acostumbrado juego: intentar descubrir qué libro estaba leyendo. Lo primero que hice fue mirar la parte superior de la página a ver si era de esos en los que viene escrito el autor y el título. No lo conseguí ver. Decidí esperar a que se le escapara de la mano izquierda las pocas hojas leídas y que se le cerrara la tapa, o que pusiera fin a su lectura; pero iba pasando el tiempo y nada de esto ocurría.

Armada de paciencia y deseando que no tardara en bajarse, esperé mientras las estaciones se iban sucediendo una tras otra. Cuando ya la espera me estaba siendo sinónimo de eternidad, voluntariamente, cerró el libro y lo dejó sobre el bolso que estaba acomodado sobre sus piernas. Feliz por el triunfo, leí tranquilamente el título, era “El corazón helado”, el último de Almudena Grandes. Sonreí para mis adentros y mientras me regocijaba con mi pequeño triunfo me asaltó la intriga de por qué había dejado su lectura así, repentinamente. Con la mirada fija en la portada, utilicé mi visión periférica para ver si descubría qué estaba haciendo y, con ello, no tener que mirarla directamente. No vi movimiento alguno, así que me armé de valor y la miré directamente a la cara, dispuesta a disimular, haciendo ver que ella estaba en el recorrido de mi vista ya que me había surgido un repentino interés por el paisaje que se paseaba al otro lado de la ventanilla.

Mi mirada quedó presa de su acción: con el dedo índice de la mano derecha, se hurgaba una de sus fosas nasales en busca de algún moco con textura adecuada que fuera susceptible de convertirse en pelotilla. Habiéndolo hallado se dispuso a extraerlo. Lo hizo rodar sobre la pared interna nasal hasta tener acceso a apresarlo entre su pulgar y su índice para, seguidamente, pasar a realizar su esférico moldeado. Yo no daba crédito a lo que estaba viendo. Mientras ella le iba dando reiterada forma yo pensaba: “No, no lo hará, eso ya sería demasiado”. Pero me equivocaba. Cuando consideró que el moco había alcanzado la configuración adecuada para deglutirlo, así lo hizo. No sin antes mascarlo, eso sí, con la boca cerrada, como marcan los cánones de la buena educación.

Con gesto rápido y certero, totalmente mecanizado, se limpió y se frotó la mano sobre el pecho izquierdo, supongo que para eliminar cualquier rastro que hubiera quedado impregnado en las yemas, mientras continuaba saboreando el improvisado bocado (en mi mente apareció la imagen de un cartel típico de aparador; hecho a mano). Y rauda, como quien pierde un tiempo precioso, volvió a colocar su dedo índice a la búsqueda y captura de una nueva mucosidad.

Al principio, yo, sintiendo absoluta vergüenza ajena, era incapaz de mantener la mirada fija en su acción. Pero, poco a poco, la hilaridad se fue apoderando de mí. ¡Era ella la que estaba dando un espectáculo en público! ¡Era ella la que había dejado de leer para hacerse pelotillas! Yo sólo miraba. ¿Por qué me tenía que sentir incómoda? Busqué en mi interior la desfachatez del voyeur y me dispuse a ver la función desde primera fila con la idea de escribir sobre ello. Debo decir que no añoré las palomitas. No tengo tanto estómago.

1/9/08

RIP

De un secreto tormento, de un irreparable tedio me he ido apagando. Por anemia de amor. Estoy muerta. Irreversiblemente muerta.