24/9/10

Estoy harta de luchar

Hay cosas que a pesar de no tener vida propia tienen voluntad. Voluntad no sólo de tesón e insistencia si no de autosuperación. He ahí el caso de cualquier pastilla, grajea u cápsula que deba ir a parar directamente al estómago sin casi pasar por casilla de salida y por supuesto, sin cobrar las veinte mil.


Cada mañana, cuando suena mi despertador, la noto que se pone en guardia. No la veo, pero sé con seguridad que una de ellas lleva toda la noche despierta, preparándose físicamente, haciendo sus abdominales, en silencio, con sumo cuidado de no doblegar el plástico del blíster, para que no me dé cuenta de su acción. No vaya a saber de antemano cual de ellas ha decidido hacer ese viaje sin retorno. Saben su irremediable destino y a pesar de ello luchan como cosacas.

Yo no me doy cuenta, pero siempre voy a coger la más preparada, la kamikace que aquel día está dispuesta a luchar hasta la muerte en contra de la muerte.

El gesto es fácil: abro el compartimento doblegando ligeramente el blíster, la deposito en mi mano, cojo el vaso de agua que previamente he tenido la precaución de llenar (si en algún momento me he olvidado de ello, la susodicha, siempre alerta, cual boy scout, saltará de mi mano hasta el suelo, rodando ─esa siempre ha sido su especialidad─ hasta cualquier rincón inaccesible de la cocina, camuflándose con toda clase de pelos y pelusas que encuentre en su camino, si es así, esa habrá salvado su vida), me la coloco en la boca y antes de que pueda reaccionar, le lanzo un buen trago de agua. Debo tener siempre la precaución de llenar bien la boca con el líquido elemento, pues la muy ladina es una artista en hacerse la muerta y flotar hasta que se engancha en el paladar, qué digo enganchar, se ancla en el paladar, cual mejillón a su roca.

Pero no todo acaba ahí, como gran buceadora que es, es capaz de permanecer mucho rato bajo el agua y nadando contra corriente sobrevivir al trago, para acabar triunfal, una vez que el agua ha desaparecido, encima de la lengua, en la parte central, en el montículo. Ahí clavará su bandera y será capaz de repetir la acción hasta cinco veces.

Si este caso no sucediera y venciera la propia corriente marina, la aviesa luchadora, es capaz de asirse a ambos lados del esófago, cual caramelo tragado sin intención, provocando o tos, o malestar o dolor, a la inocente persona, en este caso yo, que se las tenga que ver con ella.

Siempre acabo ganando yo, pero este enfrentamiento matutino diario empieza a hacer mella en mi espíritu y ahora, cada vez que suena el despertador, noto la necesidad de arreglarme y salir de casa huyendo sin pasar por la cocina. Pero yo también tengo voluntad, tesón y rabia, algo que ayuda mucho en momentos como este. Y al final conseguiré doblegar la voluntad, al menos de una de ese batallón de sesenta al que me voy a tener que enfrentar durante tres meses, como mínimo.

22/9/10

La vaca

Tengo que construir una vaca. Sí, así como suena, una vaca. En cuanto pienso que ya he pasado la etapa de hacer cosas raras, me aparece una rareza peor. Una vaca. Debe ser flaca, muy flaca, totalmente blanca, sobre ruedas, pues se debe poder arrastrar, con sus cuernecillos orejillas y sobre todo con su cara de vaca. ¿Cómo es que no me quedo afónica total antes de decir “yo la construiré? ¿Cómo qué yo la construiré? ¿De qué parte me salió esa vocecita que me hizo comprometerme? Cuando yo misma me oí, no di crédito a lo que oía: yo la construiré. ¿Desde cuándo he sabido yo (pausa dramática) construir algo? Una se apunta a un bombardeo cuando sabe bombardear. Lo mejor de todo es que detrás de todo esto tengo veintitantas personas que dan saltos de alegría porque no se tienen que preocupar por la vaca. Dintel es tan creativa…


Pues, nada, aquí estamos, con el tiempo echándose encima y con la construcción de una vaca, casi tamaño natural por hacer. Y luego me preguntan si mi vida es monótona.

¿Alguna idea? (Fácil, sobretodo fácil).

20/9/10

En la soledad de mi escritura

Vaya, ¿será ahora cuando me dé cuenta de que la gente tiene razón y la amistad sirve para algo?
Tengo el capítulo dos casi completo, me falta acabar un par de escenas y corregirlo. Necesito hablar continuamente de él. Así, oyéndome en voz alta, voy encontrando detalles y profundizando en ellos. Pero claro, un ser tan antisocial como yo no encuentra personas a las que les puedan interesar mis incertidumbres y mis dudas narrativas. Me despierto en la soledad de mi vida, dando vueltas sobre un trozo del texto y rebozándome con mis propias dudas, pringándome con ellas de tal manera que mis pasos se pierden entre ideas y párrafos.

Y así va pasando el tiempo. Y así van anclándose los dilemas, titubeos, oscilaciones y vacilaciones, litificando el corazón de las ideas. ¡Qué difícil corregir el error de toda una vida!

15/9/10

Por la noche

Nunca busques mi silencio donde acaban las palabras y empieza tu cuerpo.

14/9/10

Hoy, teatro. ¡Chupi!

El otro día fui al teatro, no quedaban casi entradas y me senté en la primera fila. A mí me gusta mucho ir al teatro y entrar en la sala así que la abren, me gusta imbuirme de su aroma, del decorado, cuando no está el telón bajado, de sus paredes, de la gente que va entrando. Por lo que, con un cuarto de hora de antelación, ya estaba yo en mi butaca, con el programa de mano leído y recordando un fin de año que pasé en ese teatro, sobre ese escenario.


A mi derecha se acomodó una familia de cuatro: padre, hija de unos once años, hijo de siete y madre. Por este orden empezando desde mi lado. Cual no fue mi sorpresa y más tarde indignación, cuando el padre, para entretener al niñito, empezó a hacer toda una serie de monerías y gracias cuyo resultado fue, unos golpes tremendos en los asientos unidos de la fila, fijatetú, unidos. El niño, riendo y para atrás, y para adelante, respaldo pum, respaldo paf, y todos los demás moviéndonos al unísono de las carcajadas del hijo del berzotas, que también contribuía a dicho movimiento pues no se estuvo quieto ni un solo segundo.

Un lugar tan maravilloso como el teatro, que te da la opción de educar a tus hijos en la espera, cosa que creo muy necesaria en la actualidad, ya que estamos bajo el síndrome de “quiero esto pero lo quiero ya” y este buen berzotas deja pasar esa oportunidad.

Por suerte, quince minutos pasan rápido y empezó la función. Todo iba bien hasta que uno de los actores apareció por el patio de butacas y se paseó por delante de la primera fila, entonces pude comprobar que la hermosa hija del berzotas estaba de lado con los piernas por encima del reposamanos y los pies sobre su padre. Ahí tuve que hacer un acto de contención supino pues estuve a punto de decirles algo. Me empezaba a dar igual la obra de teatro. Suerte que una tiene sus recursos para controlarse y todo acabó con un no mirar e ignorar.

La obra, muy buena. Tuvo media parte en la que aproveché para reír y comentar aspectos técnicos con mi acompañante. Casi ya en el tercer timbre de sala, aparece la familia en pleno. Todos llevaban un vaso de cartón y el padre además llevaba un paquete bien grande de una hamburguesería americana que hay nada más salir del teatro. Mis ojos se salieron de las órbitas. Y no solo eso; no sé que narices bebía el padre que estaba lleno de hielitos que se arrastraban sonoramente por el vaso de cartón. En cuanto me llegó el olor a vinagrillo de las hamburguesas fue cuando tuve que hacer un esfuerzo y no lanzarme a la yugular del hombre.

¿Es que los maestros no pueden educar a los padres?

10/9/10

¿Qué es lo que quiero realmente?

El otro día vi una película en la que celebraban el cumpleaños de uno de los protagonistas. Le hacían un pastel con velas y cuando se lo pusieron delante, con todas ellas encendidas, le dijeron: “pide un deseo”.

El cumpleañero, respira hondo y contesta: “tengo todo lo que quiero, así que os regalo el deseo”. La cámara se pasea por cada una de las caras de sus compañeras y compañeros y nos muestra como cierran los ojos para poder formular el deseo con más fuerza. Sopla y apaga las velas.

No es mi cumpleaños, no. Ni tampoco fin de año, otro de los momentos para plantearse deseos. Es septiembre, ese mes clave después del verano en el que no nos planteamos deseos si no objetivos, ya que el otoño tiene buena temperatura para que germinen y se conviertan en logros.

Vuelvo a mis insomnios, cosa que por un lado me merma físicamente, una ya tiene una edad, y por otro me permite ampliar la banda temporal dedicada a la escritura y a la lectura.

Nunca he tenido deseos, suelo tener todo lo que quiero, bueno, para ser más exacta, suelo querer todo lo que tengo y eso es lo que me hace feliz.

9/9/10

Si me necesitas

No me busques donde nace el sol, ni donde el río fluye, ni tampoco donde el campo exulta.

Ni en los naceres, ni en los libares, ni en los eclipses, tampoco en los conjugares.

Si quieres encontrarme, búscame en la sombra de tu caminar, o si descansas, al cobijo de cualquiera de tus recovecos. Ahí estaré siempre, amor.

7/9/10

Mi mamá está en América y ha conocido a Buffalo Bill

Como siempre que cae un cómic en mis manos, lo devoré. Hacía tiempo que no leía ninguno y este me lo recomendó el dependiente de una librería de cómics a la que no suelo ir casi nunca. Cuando lo leí, pensé en que “daría mi brazo a torcer” a que a una bloguera en especial le iba a gustar mucho (prefiero no citarla para no acabar con el brazo retorcido).

No debe perdérselo la gente a la que le gusta el cómic, así como tampoco la gente que se halla siempre buscando el quid de la psicología infantil. Por supuesto, si te gusta leer, tampoco debes perdértelo.

Si alguien lo lee, que me lo diga, para saber qué hubiera pasado con mi brazo.

6/9/10

El tiempo entre costuras

Lo tenía pendiente. Hace tiempo que lo veía por las mesas de las librerías, esas que utilizan para poner las novedades o los libros que son éxito en el momento y que por su grosor, pasaba. Estoy harta de acarrear peso. No sé bien porqué pero siempre voy cargada como una mula por la calle. Mi bolso pesa, mi bolsa pesa, mi mochila pesa, mi bolsa con la comida pesa, así, que hace tiempo que disminuyo el tamaño de todo lo que llevo y, en especial, el de los libros. Los libros gordos, me los guardo para casa.

Y así lo he hecho. La recomendación vino de una amiga a la que quiero mucho y admiro mucho. Ella lo había empezado a leer y le gustaba mucho. Hace cinco días, ella iba por la página 102 y yo me lo compraba. Hoy, ella va por la página 102 y yo ya lo estoy comentando. Tengo unas ganas tremenda de que lo acabe y podernos meter en una larga conversación y crítica sobre él. Pero la pobre, que tiene una gran vida social, no da abasto.

Me ha encantado como escribe María Dueñas. Desde las primeras líneas del libro me ha pillado su forma de escribir. Intentando ver en qué consistía el enganche, más que en el lenguaje, creo que es en el ritmo y en la sencillez. Claro que la temática me interesaba muchísimo.

El libro está dividido en partes además de en capítulos. A mí, me han gustado más las primeras. La última se me ha hecho un poco pesada, creo que porque el ritmo, con tantos datos, era otro. No sé. En estos momentos me encantaría ser una experta y no quedarme tanto en mi gusto.

Hay una cosa que me ha llamado la atención: la narración corre a cargo de la propia protagonista y la acción se desarrolla entre un poco antes del alzamiento en España y la Segunda Guerra Mundial. No queda claro el tiempo en que la protagonista nos narra la historia, pero hay un término que me saltó a los ojos, porque lo considero relativamente nuevo, bipolaridad; “(…) pasaba cuatro quintas partes de su vida constreñido entre la bipolaridad despótica de su madre y el tedio machacón del más burocrático de los trabajos, (…)”.

Es un libro que se debe leer. Tiene la magia de atraparte y esa es una de las mejores sensaciones de la vida. Ya sólo el título me puede.

4/9/10

Cuando ya casi no me acordaba de ella

Hoy la Niñadelscollons y su madre me han venido a buscar al trabajo pues habíamos quedado, después de dudar mucho por mi parte, en que íbamos a ver Shrek. No es que me gusten las películas infantiles, pera esta tenía ganas de verla. La duda venía directamente de si quería ir al cine con la dichosa niña.

Así, que saliendo del trabajo, hemos cogido el metro hasta el centro. Este no ha tardado en llegar. Una vez en el vagón, quedaba asiento reservado.

─Niñadelscollons, siéntate aquí ─le ordena la madre.

A penas tuve tiempo de mirar a mi alrededor para ver si había una persona mayor o alguien que lo necesitara más, que la niña espetó:

─Este sitio no es para mí.

─Qué te sientes, te he dicho.

─Pero es que no es para mí ─continuó diciendo.

Pero viendo la cara que iba poniendo su madre decidió obedecerla mientras con un dedo seguía los dibujitos de la pegatina en la que indicaba a qué personas estaba reservado el asiento.

─Yo no tengo un bastón. Tampoco tengo dos. No tengo un bebé en los brazos. Y… ─se calló unos segundos mirando con interés el último dibujillo, se giró hacia su madre y con los ojos bien abiertos por la sorpresa le preguntó alzando la voz─ ¿Tengo un bebé dentro?

El vagón empezó a reír y la cara de la madre no tuvo precio y a mí, me aumentó algunas décimas la estima que siento por la Niñadelscollons. ¿Esto será porque según se hace mayor me va gustando más?

3/9/10

Cuando me entra el pánico,

como me sucedió el otro día, tú eres la única ancla que sujeta mi mente al suelo.

1/9/10

Hoy, más que nunca

te llevaré conmigo todo el día. Sé que nos amamos. Nada más importa. Hoy será un volver a la adolescencia, con el deseo a flor de piel pero, esta vez, con una vida a la espalda firmada por nuestros sentimientos.

Te amo.