31/1/11

El dolor y la palabra

A veces duele tanto que me escondo de las palabras, parece que así, sin intentar nombrar, el dolor es más abstracto y se acerca más a su disolución. También procuro que los pensamientos de todas aquellas acciones cotidianas que por repetición han sido adquiridas y asimiladas por el cuerpo y desechadas por la mente vuelvan a sus comienzos de aprendizaje.

Evito el silencio a toda costa pues es el perfecto caldo de cultivo para el dolor. ¿Cómo evitar el silencio si se huye de la palabra? Lo importante es no caer en el error de llenar ese silencio con música, pues es uno de los mejores conductores de sentimientos, con el problema añadido de que los pone incandescentes y se emiten en cualquier dirección en los momentos más indeseados.

A veces duele tanto que me inmerso en un protocolo de protección para no sentir y es tanto el ahínco con el que huyo del sentimiento, con el que huyo de la palabra, que el tiempo se dilata, porque sin ella, se niega a transcurrir.

22/1/11

La realidad

Entró en casa cerrando la puerta con el pie, llevaba la carpeta en una mano y con la otra se estaba sacando la bufanda.  El golpe seco del cierre anunciaba el humor con que llegaba. Dejó las cosas sobre el sofá y se sacó el abrigo que tiró de cualquier forma sobre lo que había dejado. Se descalzó camino de la habitación, sacándose un zapato con cada mano reduciendo al mínimo su caminar. Encontró las zapatillas mullidas pero frías, se notaba que había bajado mucho la temperatura. Tiró los zapatos de cualquier manera en el lugar que hace un momento habían ocupado estas. Se sacó el cinturón y lo lanzó encima de la cama. La hebilla contestó con un estallido cuando chocó con el cabezal metálico. Se dirigió al lavabo donde tenía el pijama. Cada mañana cuando se desnuda para ducharse lo cuelga de uno de los peldaños de la escalera que tenía doblada apoyada en una de las paredes, al lado del armario empotrado y junto a la tabla de planchar. Tiró al cubo de la ropa sucia toda la ropa que llevaba puesta y se puso el pijama y encima dos polares. Uno delgado y otro mucho más gordo, imitando una chaqueta a cuadros de leñador. Se miró al espejo y ya no pudo más. Las lágrimas brotaron en sus ojos en un llanto silencioso que le hizo bajar la cabeza mientras se apoyaba en el lavamanos. Empezó a temblar fruto del destemple que le producía el bucle mental en el que se había metido. Se sacó el pijama con furia y lo dejó en el suelo; el pantalón sobre las zapatillas y el resto, sacado junto, tirado sobre el bidet de cualquier manera. Se metió en la ducha y abrió el grifo. Dejó caer el agua sobre su cabeza un buen rato. Levantó la cara para que esta se mezclara con sus lágrimas y ahogara el grito que deseaba soltar. En su corazón el dolor, en su mente, la soledad. La había echado ella de casa cuando le confesó que no podía vivir con el secreto de que le había sido infiel. Ahora, la soledad dolía más que la traición. Salió de la ducha y se secó rápidamente. Abrió el cubo de la ropa sucia y se volvió a vestir con la ropa que había llevado todo el día. Se puso el abrigo y sin abrocharlo y con la bufanda en la mano, abrió la puerta, dispuesta a suplicarle que volviera por enésima vez.

18/1/11

Aprovechar más el tiempo

Y no desperdiciar momentos que pueda estar contigo. Productivo para el alma y para el corazón. Es la mejor tarea que puede desempeñar una persona.

15/1/11

Recuerdo

Recuerdo, en días como hoy, una lejana madrugada de verano en que tampoco el dolor me dejaba dormir. Me levanté silenciosamente y me puse el tejano y encima de la camiseta del pijama un jersey de aquellos con que las madres nos dotaban para los atardeceres de los entonces lluviosos diez días del mes de agosto porque hacía fresquillo. Cogí mi libreta y mi pluma me dirigí a la terraza del comedor, no sin antes pasar por la cocina a tomarme el calmante.

Me senté en la clásica silla de hierro pintada de blanco, en cuyo asiento debías poner un cojín redondo y plano coloreado en forma de grandes tulipanes. Acompañaba a esa peculiar y también clásica mesa de hierro pintada de blanco cuya tabla era una piedra del tipo granítico con algunos dibujos de colores. Era lo que se llevaba en la época de los ochenta en terrazas y jardines.

Por aquel entonces escribía poesía. O eso me creía yo. Cada día componía dos poemas como mínimo, de métrica libre en general o utilizando rima asonante, y si me sentía muy inspirada con rima consonante. Aquel día, bajo la luz del farolillo de cristales ámbar y bajo un cielo negro y estrellado, con el ruido de mar de fondo y algún que otro coche que pasaba por la carretera nacional, escribí y escribí dejando que el frío del rocío se apoderara de mis manos. Poco a poco, el cielo escondió su manto nocturno para empezar con el festival de despuntes lumínicos hasta que el gran círculo naranja apareció sobre el mar. Y con la aparición de este, la desaparición del frío. Todo empezó a tener un toque cálido. En ese mismo momento, como si formara parte de una partitura, el calmante empezó a hacerme efecto, produciendo el sosiego que de él se esperaba.

Hoy, que el dolor tampoco me ha dejado dormir. Me he levantado bajo el negro manto de una fría noche de invierno y ataviada con dos polares me he dispuesto a escribir un rato. Antes, como si fuera aquella noche, he pasado por la cocina a picar algo y tomarme el calmante. No he cogido libreta ni pluma sino que he encendido el ordenador y un flexo con bombilla de bajo consumo ocupa el lugar del bucólico farolillo de luz ambarina. Tampoco escribo poesía porque un día descubrí que nunca la había escrito. El cielo empieza a clarear, eso sí, aunque desde mi ventana no voy a poder ver ese mágico círculo anaranjado que me hipnotizó aquella noche.

Como aquella noche ha habido muchísimas más de mal dormir, insomnio y escritura, y con seguridad que antes de ella, alguna ya había pasado. Pero lo que sé a ciencia cierta es que aquella noche es el puntero de una sensación que nunca más he vuelto a sentir y nunca más sentiré con la misma intensidad de dolor y placidez.

13/1/11

Con los puños apretados

Hoy, me es imposible escribir algo más allá del insulto: Cabronazodemierda!!!!! Solo tiene diez años.

12/1/11

Las cosas cambian

Qué tiempos aquellos en los que el insomnio me hacía rozar lo bohemio. Me levantaba de madrugada, o no me acostaba, directamente, y me sentaba en el ordenador a teclear un rato. Abrigada en invierno y ligera de ropa en verano pero con la mesa del despacho, durante todas las épocas del año, cubierta de papeles y libros, alguna bolsa en la que quedaba algún caramelo o chuchería, o algún resto de galletas dentro de su paquete. Bebiendo directamente de la botella de agua, pues hace tiempo descubrí que bebía más agua si no utilizaba vaso. Conectada al chat, un chat que a estas horas solo se ocupa de favorecer conversaciones sexuales y que yo olvidaba por completo cuando me sumergía en la elaboración de algún texto. Así se me pasaban las horas hasta que sonaba el despertador, olvidado en la habitación de al lado, y me indicaba que otra noche más había cambiado el sueño por palabras.

Muchas veces, llegaba a casa por la noche, después de cenar o tomar algo con algunas amigas (sí, hubo una época en la que era un ser social y compartía mi tiempo con gente y creía en la amistad y todo esas mandangas de libros de Blyton) y me preparaba una buena copa de vino y antes de meterme en la cama me sentaba a escribir. Una palabra me llevaba a otra, y juntas en frase, a texto. E incluso, las noches más profundas, un texto me conducía a otro y a otro y a otro y a otro, comiéndome las noches a grandes cucharadas literarias, porque también leía.

Los días de vacaciones eran maravillosos, pues llegado el momento en que la luz empezaba a iluminar las calles y las farolas bostezaban antes de apagarse y dormir, apagaba mi ordenador entre desperezos y estiramientos y me dirigía a “romper el sueño” entre los abrazos de unas añoradas sábanas que me reprendían por mi ausencia. Dos horas, a lo sumo, tres era el tiempo que dormía; y no necesitaba más.

Ahora, no es que duerma mucho más. Los que somos de dormir poco lo somos durante toda nuestra vida, eso no cambia. Lo que ocurre es que poco a poco he ido cogiendo adicción al calor de la cama. Ese cálido y deseado calor humano que provoca el cuerpo dormido de alguien a tu lado. Me he encandilado de la armónica respiración de quién duerme feliz y seguro. Ahora, me seduce más, acurrucarme entre sus espacios y notar cómo su placidez se vuelve mía y desearla y respetarle el sueño. Y acariciarla sin que lo note. Y oler, oler el aroma a descanso que emite durante parte de la noche, esa parte que ya no me apetece compartir con las palabras.

10/1/11

Cinco sentidos para dos

Permíteme desnudarte con algo más que mi mirada, pues ya hace tiempo que dejamos nuestras mascaras en la alfombra de bienvenida y me urge ver la seda de tu piel.

Permíteme tocarte con algo más que mis manos, pues ya hace tiempo que paseamos cogidas bajo los plataneros sea invierno, primavera o verano y ya me urge notar la humedad del otoño en tu sexo.

Permíteme saberte con algo más que mi boca, pues hace tiempo que nuestros besos se pasean de una a otra y ya me urge saborear tus deseos.

Permíteme oírte con algo más que mis oídos, pues hace tiempo que nuestras palabras se entrelazan en un mismo texto y ya me urge escuchar el murmullo de tu secreto.

Permíteme olerte con algo más que me intuición, pues hace tiempo que tonteamos y ya me urge la fragancia de tu amor.

9/1/11

Dos impactos

Ayer vi una película que todo era de color verde. Me llamó la atención durante un rato. Me encantaba que todo fuera verde porque no se excedía, ni era llamativo, si no que el color estaba integrado en la vida. Los personajes principales vestían de color verde, alfombras, sábanas, paredes, también eran de color verde, de mil tonalidades diferentes, según escena y momento. Me intrigó tanto porqué todo era de color verde que se me colapsó la mente y no podía pensar en nada, sólo maravillarme ante la naturalidad con que todo lucía ese color. “Es por lo de la esperanza”, me dijo mi compañera de sofá. Y me enrabié; era así de fácil. Si hubiera pensado lo hubiera hallado el misterio solita. Estaba viendo “Grandes Esperanzas”, una adaptación bastante libre de la obra de Dickens, con un ritmo lírico más que de acción y con cierta, por no decir mucha, poesía visual. Me gustó mucho. Mucho.

Me he despertado hace unas horas y me acordaba de lo que había soñado. Aguantaba un coche azul por el guardabarros porque no estaba frenado e iba calle abajo. Poco a poco me fue ganando su peso y ante la mirada atónita de la gente de la calle iba bajando con él intentando que no acelerada. Así he llegado a una plaza, que en realidad no existe en esa calle, donde se estaba celebrando una fiesta. Ahí, un antiguo amigo y compañero de trabajo me decía que estaban en la fiesta de clausura de la academia de escritura. Cuando le pregunto el porqué me dice: “ahora quiero vivir”. Me voy fijando en las caras y la mayoría me suenan. Son muchos años trabajando con él. La gente me recuerda, a pesar de que estos ocho años no había aparecido para nada en dicha escuela. Empiezan las actuaciones y me gusta ver a alumnos y ex alumnos haciendo lo que mejor saben hacer. Todo el mundo me pregunta por mis publicaciones. No miento. Se decepcionan. Parece que todos tenían la esperanza puesta en mí. Estoy comiendo jamón serrano y discuto con mi amigo que el mío es mucho más bueno que el suyo. Me ofrezco a traerle pan para que se haga un bocadillo. Tengo que ir hasta la charca donde vive el señor sapo. Los tablones por los que ando se hunden en el lodo y mis botas nuevas se mojan. Lo único que consigo es un cachorro de perrito, creo que es un cocker spaniel. Cuando ya me voy derrotada, pasa una señora con un carrito y su bebé durmiendo en él. Lleva en una de las bolsas una hermosa barra de pan de medio. La convenzo de que necesita el perro para criar a su hijo dentro de una estabilidad emocional y se lo cambio por la barra de pan y vuelvo para hacerle el bocadillo a mi amigo.

Creo que hoy será un buen día.

7/1/11

A quien pueda interesar

Allá en el corazón, donde la escritura ni llega, encontrarás el amor, sin remite ni entrega.

5/1/11

Sin título apropiado

Hay personas que debieran preguntarse qué hacen aquí bajo esta estúpida luz de la luna y sin embargo viven hechizadas por el incomprensible hipnótico caos que reina en su vida. Se ve, que tosieron y no escucharon el ruido de su caída y ahora viven sin vivir en sí, pero lo que es peor, sin saberlo. Intentan arropar al otro con los andrajos que suponen sus escasas experiencias pensando que están otorgando sedas y rasos reales. Caminan con pie firme bajo el sol sin apreciar esas asperezas, que de olvidadas se han vuelto escurridizas. No oyen el aletear de lo subyacente, lo esencial, lo no quimérico. Me da pena verlas sonreír felizmente cuando cada paso suyo es fruto de un sin embargo precedido por un no. A veces les llueve, entonces se te estremecen las entrañas porque las ves esperando que cese la lluvia para poder saltar en los charcos formados por los goterones de de sus yermos destinos.

4/1/11

Componiendo


En la melodía de la convivencia, Dintel es quién dirige la orquesta. Acostumbrada a llevar la batuta, se mira la partitura del día y prefiere improvisar. Apenas el sol entra a través de la persiana, acaricia el cuerpo de su amada haciendo sonar las primeras notas de la suite lírica, como aquella vez cuando los sentidos de ambas se cruzaron en la orquestada noche. Empieza con el preludio de su mano sobre el pecho, sin prisa por pasar al segundo movimiento, siempre con la misma tonalidad, circular en la armonía, moviéndose en tempo de andante. Después da paso a un solo de labios y un solo de besos, mostrando así el domino de varios instrumentos. Mientras la música empieza a salir del cuerpo de su mujer llenando la habitación de una cálida sinfonía de frases melódicas, cambia el ritmo del movimiento y empieza la segunda danza. Frota el instrumento y teclea concentrada; buscando el crescendo lame la boquilla y hace vibrar la caña. Su derecha toca y su izquierda acompaña y cuando el placer se posa en la tez de su amada, convierte en obstinato las últimas cuatro notas que su izquierda ha tocado. Ante la inminencia del climax musical, reduce de nuevo el tempo, pero sin llegar a la calma. Suenan solo violines y violas que se tocan con el alma, retardando, ma non troppo, el último movimiento. Con un giro de batuta, cambia de golpe la armadura. Tensa las cuerdas del violín oculto bajo el idolatrado vientre de su amada pasando su lengua en un virtuoso glissando que parece que nunca acaba. Andante es ahora el tempo en que suenan ambos cuerpos. Y así pasan las notas de esta improvisada suite, entre negras y blancas sábanas, con sus momentos de corcheas y sudores, jadeos y silencios. Y llegan al movimiento final en donde cuerpo a cuerpo con la percusión de dos caderas a contratiempo, dos triángulos suenan y se acoplan uno contra otro, y dos corazones son los que marcan el allegro al unísono conduciendo la pieza a un inminente final. Dintel, gran virtuosa de la música de cámara, guarda escondido en la última nota de su obra el calderón que sin lugar a dudas convertirá a su amante en una melómana incondicional de su música.

3/1/11

Amantes

Las amantes tienen la sensación de que el tiempo transcurre rápido, ya que sólo la velocidad, después de todo, las puede transportar en el sentimiento. Parece que la somnolencia se ha disipado y en su lugar sólo se producen aterrizajes de un cuerpo a otro, en sucesión. Entra en calor la música del roce y en derredor los jadeos copulan con el aire para que al final, cuando los dos cuerpos exhaustos de las amantes yazcan uno al lado del otro, retomando fuerzas para un nuevo embiste, el aire adquiera su aspecto más brillante y seductor. Entre cuerpo y cuerpo, una coma que indica que aun no se ha concluido el amor. Llegados a este punto las palabras matan, los actos, no.

2/1/11

Predestinación

Os miro y no sabría decirlo desde aquí. Será vuestra propia perdición esa falta de esfuerzo que os lleva a la decadencia y a la pérdida de todos los Nortes. Al final se impondrá la ignorancia despiadada sobre lo que es el prójimo porque lo que estáis desarrollando es la ley del Yo, una ley históricamente demostrada que no conduce a ninguna parte. Al final, se impondrá el tiempo malogrado y seréis incapaces de sobrevivir más allá de vuestras casas. Ya no servirán esos cálculos manipulados por una profunda lógica, que de ingenua, se habrá eximido de toda responsabilidad. No poseeréis más que las hojas, ahora marchitas,  de lo que un día fueron expectativas y ahora son fracasos. Los otros os parecerán una suerte de espera desconociendo que, como no se sembró en la relación, esta se hartó de germinar sobre tierra yerma, tierra que sois y que os habéis ganado ser. Y, me atrevo a deciros, que os crecerá el vacío como la espuma, nunca accederéis a ni a la sombra del inmortal héroe que supo vivir la vida a base de esfuerzos, fracasos y logros. Qué fácil creemos que lo tenéis todo y sin embargo no hay triunfos que salpiquen los estores donde se ganan, pues lo vuestro, pronostico, es pérdida. La predestinación murmura.

1/1/11

Status

Sentada en la sala de espera se sentía muy débil. Llevaba muchos días consumiéndose y sintiéndose impotente ante ello.

—Si ha llegado mi hora, bienvenida sea. Lo que no quiero es sufrir —le dijo a su hija mientras esta estaba luchando con la carpeta que contenía todos los informes que debían presentar al médico.

Aquella sala de espera del hospital era de lo más inhóspita. La oblonga sala sólo contenía unos asientos de madera clara con un respaldo de noventa grados también de madera sobre un suelo de baldosa negro nada brillante, situados en el centro de esta. Durante el día debía tener mucha luz pues en el techo había múltiples , enormes y circulares claraboyas que la dejaban pasar, pero a aquellas horas de la tarde de invierno la noche se colaba impregnándolo todo de oscuros y sombras.

—Hemos llegado pronto y ahora tendremos que esperarnos al menos media hora. Eso si no empiezan tarde.

—Mamá, no nos podíamos arriesgar a pillar un atasco y no llegar a la hora y tener que volvera programar la visita.

—Total para que me digan lo que ya sé.

—No seas dramática. Algo tienes pero no creo que sea de vida o muerte.

—Ay, hija, ya has visto por todo lo que he pasado hasta ahora y nunca he dicho nada y me lo he dejado hacer todo. Pero esto es diferente, es el final.

—¿Qué quieres que te diga?

—Que he sido una buena madre y que me quieres mucho.

—¿Tengo que decirte esto? —le preguntó queriendo parecer sorprendida. Recordaba aquella vez que siendo muy niña la tuvieron que operar de vegetaciones y su madre estuvo con ella hablándole y haciéndola reír para disipar aquel miedo infantil ante lo desconocido.

—No, pero necesito oírlo.

La hija dejó la carpeta en el asiento de al lado y la abrazó en silencio, para que no pudiera leer en su mirada el miedo que ella misma sentía y que desde ahora, su madre, no estaba en condiciones de volver a aplacar.

—La vida no prepara para este cambio de papeles —pensó mientras, fundía aun en el abrazo, respiraba bien fuerte el aroma de su madre intentando aspirar la fortaleza que esta le había demostrado siempre.