25/7/14

El cómic y el arte secuencial

Lo recomendó el profesor y me fui directamente a la biblioteca a ver si lo tenían. Volví feliz porque está en mi poder durante un mes. En dos días he acabado con él. He aprendido un montón, está lleno de ejemplos y explicado con absoluta claridad. A veces repite y se hace un poco pesado, sobre todo en las introducciones de los diferentes temas, pero, por otra parte, el conocimiento está muy bien estructurado, secuenciado y ejemplificado.
A ver qué día tengo más que un momento y me dedico a hacer unos pequeños apuntes de lo que considero más importante. Por esto me gusta poseer los libros, porque los puedo consultar siempre que quiero. Pero en estos momentos de vacas flacas no es posible. De todas maneras, es más por el espacio que ocupan y el polvo que acumulan que por otra cosa. Aún recuerdo la pequeña biblioteca de dos estantes y medio que tenía cuando vivía con mis padres. Ahora se ha convertido en una bibliotecaza donde tengo los libros ordenados, dentro de lo que cabe, por temáticas. Como siga así tendré que estudiar biblioteconomía para poderlos clasificar y ordenar correctamente y saber donde esta cada uno de ellos en cada momento que lo precise.

24/7/14

Conversaciones de residencia

─Dios, con todo lo bien que lo ha hecho todo, con esto se ha equivocado.
─¿Por qué lo dices?
─Si ya no sirvo para nada, ¿qué hago aquí viviendo? (Silencio) No puedo hacer nada; ni leer, que tanto me gustaba, ni escribir, ni coser, ni estar en mi casa, ni andar. Pegada a esta silla de ruedas esperando a que vengáis a verme de vez en cuando.
─Mamá, estuve antes de ayer. Que fue tu cumpleaños. Comimos un pastelito, de tu pastelería de toda la vida. Y vinieron los tíos.
─Ya. Puede. Pero no me acuerdo. Me siento muy sola. Tengo unos sueños muy raros. No sé qué me pasa. Estos no son mis ojos, están muy tristes y vacíos. Sé cuál es mi nombre, pero no sé qué personalidad tengo. No quiero ponerte triste. Lloro mucho.
─¿Y qué quieres que haga?
─Tú, nada. Voy a pensar qué hago y cómo lo hago y cuando tenga cien años, tomaré una determinación.

21/7/14

Nela

Suena así de raro pero me han redescubierto la biblioteca. Años y años haciendo trabajos de investigación y sacando libros para documentar mis obras de teatro, en bibliotecas de la diputación o especializadas, modernas o antiguas, de madera, con grandes ventanales adornados con vidrieras y me había olvidado de su existencia. Sí, así como suena. Un día dejé de ir a las bibliotecas, es bien sabido que la vida nos va cambiando y de mi mente desapareció la costumbre y el recuerdo. Hasta este sábado.
─Jo, mira esta guía, qué cara.
─Podemos mirar si la tienen en la biblioteca.
─La-bi-blio-te-ca ─pensé.
Y ahí qué fuimos. Fijaos. El carnet de la biblioteca es de por vida, pues a mí me habían dado de baja.
─A veces limpian archivos.
Haciendo cálculos, creo que hacía más de veinte años que no iba.
Esta, que es la que me corresponde por distrito tiene tres plantas dedicadas a ella. Es absolutamente moderna. Te puedes llevas hasta quince libros. Recuerdo que en mis inicios solo podías sacar tres de golpe. Nada más entrar vi la sección de cómic y ahí que me fui. Me vine a casa con seis libros. Cómo pesaban, pero me daba todo igual era absolutamente feliz de haber encontrado este filón. Además, en la biblio se estaba fresca, cómoda y silenciosamente.
El primer cómic que he leído ha sido este, Nela, basado en una novela de Benito Pérez Galdós titulada Marianela. La adaptación a cómic me ha gustado. Las líneas del dibujo son sencillas y limpias y en vez de estar pintado se rellena con un tramado en blanco y negro. La historia es un sencillo cuento con el dramatismo propio de los cuentos de aquella época. Me ha gustado leerlo y he disfrutado con su lectura. No es de los que me haya arrebatado y considere indispensables para leer. Pero si se tiene la oportunidad, no debe dejar de hacerse.

18/7/14

Hay cosas que no necesito saber

Saber ciertas cosas y ver según qué películas me hiere. Y no me avergüenza decirlo. Me gusta mi sensibilidad y me gustaría que muchas otras personas también la tuvieran. No soporto la violencia gratuita, sin justificación ni causa. La otra, no me gusta, ni la disculpo, pero puedo llegar a entenderla, pero considero que la violencia porque sí encierra toda la maldad del mundo.
Hay toda una serie de películas que se baja en esta tipología de personaje y para definirlo, nos muestra sus acciones malvada, cebándose en el más mínimo de los detalles. Me hiere lo indecible. No puedo pensar en ello porque me inquieta y me angustia saber que existan personas que se comportan así.
Y, no, no lo encuentro una inmadurez tener esta sensibilidad, como alguien se ha atrevido a sugerir. Todo lo contrario, es de gran madurez no dejarse llevar por la morbosidad que provocan los detalles, tanto los ficticios de las películas, como los reales de las noticias. No necesito saber hasta qué punto el hombre puede ser malvado. Tengo una gran imaginación y luego, ni sacudiendo la cabeza se me borran las imágenes.

17/7/14

¿Evolución o coincidencia?

¡Es una pasada! ¿A dónde vamos a llegar? Y no lo pregunto desde el punto de vista de una persona mayor que se altera cuando ve las modernidades, no, ¡qué va!, sino desde el punto de vista divertido e irónico que me sale cuando veo el abuso de las cosas.
Me hallo en el bar de siempre, escribiendo como siempre, con la tranquilidad y el recogimiento que da el sonido de voces en conversaciones que no te importan. He llegado justo después de comer, justo en el momento que se suele dedicar al café, que, hoy, supongo cambiado por siesta debido a la poca gente que había. He pedido un té y me he lanzado directamente a la refrescante piscina de palabras y me he puesto a escribir. Lo he hecho durante un buen rato, deslizando el bolígrafo ligero por la libreta, sin cuidar la caligrafía ni la ortografía, solo llenando de texto el espacio blanco que me otorga la hoja. Estaba feliz de volver a tener el ritmo de escritura que tenía antes y que había perdido por no utilizarla.
Todo iba muy bien hasta que he sentido un pinchazo en los tendones externos del primer radial (músculo que se une a una de las cabezas del radio, la del codo), resultado de una epicondilitis crónica que se me queja cada vez que abuso de ella. Estos días, con tanta escritura, la tengo machacada. Me estoy yendo de tema, pero qué disfrute escribir, aunque parezca escritura automática.
Nada más sentir el pinchazo he parado para masajear la zona. Sé que llegado a este punto debo para ipso facto porque si no el dolor crece en progresión geométrica y acabo viviendo con él más tiempo de lo deseado.
Cual ha sido mi sorpresa al levantar la vista y descubrir que se había llenado el bar de gente. No había reparado antes, absorta como estaba, en que el volumen de conversaciones había aumentado. Al mirar a mi alrededor, me ha cogido esa hilaridad interna que se apodera de mí cuando se me ocurre una idea graciosa.
En la mesa de al lado había una señora con un carrito de la compra. Estaba tomando un cortado rápido y supongo que iría al súper directamente desde allí. Dos mesas más allá, tres jóvenes tomaban una caña, se habían sacado los patines en línea. Uno de ellos aún se  estaba atando los cordones de sus zapatillas. Se les veía sudorosos y contentos. Hablaban de las peripecias el periplo sobre ruedas. En la mesa del fondo, un señor que leía un diario tenía doblado en el suelo, justo a su derecha, un patinete de esos que llevan motor, un lastre, más por el miedo que provoca que sea susceptible de sustracción, que por el peso y la dimensión del propio trasto. En el fondo, unas chicas ocupaban las cuatro sillas de su mesa y dos más donde habían construido una torre con cascos, bolsos y alguna que otra carpeta. A su lado, una chica acababa de llegar y doblaba (previo estudio de ingeniería y muchas prácticas) una de esas bicicletas que acaban aguantándose de pie al lado de su dueño. A pesar del que el bar no tiene las mesas demasiado pegadas y que se puede “circular” espaciosamente por él, la camarera  tiene  que hacer slalom cada vez que quiere acceder a un cliente.
Cuando ya empezaba a sonreír pensando que dentro de nada junto a cada mesa deberían guardar una zona para aparcar nuestros vehículos, ha entrado por la puerta, como remate, una madre con tres hijos. Los dos mayores subidos en sendos patinetes y la pequeña en una especie de triciclo sin pedales.
La hilaridad ha sido total al imaginarme a toda la clientela yéndose a la vez , formando una cola para pagar y cada uno de ellos con su vehículo en mano.
Sí, estas son las tonterías que me pierden.

16/7/14

Leer y pensar, todo es empezar

Creo que fue en La Vanguardia del 4 de julio que leí un artículo de Eulàlia Solé titulado algo así, digo de memoria, “Dos revoluciones”. Me pareció interesante el enfoque que daba. La primera de las dos revoluciones se refería a la de la imprenta, que como resultado se obtuvo un interés en aprender a leer para poder leer aquellos libros que se iban imprimiendo. Como segunda revolución se refería a la digital, opinando que ha hecho decrecer la cantidad de lectores mientras que (lo copié literalmente) “fomenta una multitud de escribientes autores de textos mínimos, con pobreza de léxico y a penas meditados. Mientras que  la facilidad a la edición y distribución de libros despertó el ansia de leer, conocer y aprender, actualmente crece la pléyade de sabiondos que se intercomunican convencidos de que lo saben todo. Y es así, dado que poca cosa les importa más allá de su círculo de autocomplaciente.”
Me hizo reflexionar sobre mi escritura, cosa que me encanta. Escribo desde que era una niña y a pesar que ha habido etapas de mi vida en que me he dedicado menos, nunca lo he abandonado. Las palabras, tanto orales como escritas, son muy importantes para mí. La gramática, la sintaxis, la semántica, la fonética, me apasionan. Los juegos de palabras, las metáforas, la rima y  los tropos y sus demases; la retórica, la narratología, el arte de argumentar. Realmente es una pasión lo que siento por la lengua. Escribo porque necesito escribir, necesito pasearme por este mundo literario, sin ánimo de nada, sencillamente para disfrutar.  El mundo digital me ha aportado tener un lugar en la “nube” para almacenar mis escritos independientemente de si se corrompen los archivos en el ordenador o si se autodestruye el disco duro, también para evitar tener una habitación dedicada a papeles y libretas que hubiera ido archivando desde 1975.
Por otro lado, nunca he dejado de leer. Ha habido bastantes épocas  en las que leía un libro cada dos días, y otras, las menos, en las que leía un libro al mes. Mis lecturas siempre han sido variadas, ensayo, poesía, novela, relato y teatro. Leer me parece tan importante como escribir. Y escribir, tanto como leer.

Creo que no formo parte de la “pléyade de sabiondos que se intercomunica convencida de que lo sé todo”, aunque a veces el tono de mi escrito puede sonar así. Lo que daría para poder comprar tiempo y seguir dedicándolo al estudio. Lo que daría por poder dominar el conocimiento en su significado más absoluto. Me gusta saber, pero mucho más, aprender.

15/7/14

¿Cambia, todo cambia?

La inseguridad es algo que se va aniquilando poco a poco, a medida que avanzas en edad, pero nunca se llega a su finitud. Por mucho que luches contra ella y adquieras recursos para paliarla, siempre aparece una ocasión en que vuelve a ser como al principio.
Este verano me he apuntado a un curso y esto me está pasando estos días en los que voy a clase con un montón de chicos y chicas cuyas edades están comprendidas entre los trece y los veintitantos años. Se ve que “no es curso para viejos”. Algunos me miran como un bicho raro y ni se atreven a dirigirme la palabra; para ellos soy “la señora”. No sé qué deben pensar de mí. Quizá opinen que soy ridícula apuntándome a este tipo de curso, que mejor estaría en una clase de manualidades, de patchwork, o en un grupo de teatro de algún centro cívico.
Sé que todo esto me lo estoy imaginando pues no conozco sus pensamientos ni nadie me ha comentado nada. Pero si le añadimos que me miran de vez en cuando, sobre todo si hago alguna intervención en clase, me siento cohibida absolutamente, y lo que es peor, intento dar sensación de seguridad, de estar de vuelta de todo, mientras que, en realidad, me siento andando sobre arenas movedizas. No sé a quién miento. ¡Patético!

14/7/14

C.E.D.

Me encanta que corroboren mis pensamientos, me hace sentir importante en un mundo en el que pensar está mal visto. He hablado más de una vez del miedo que hay a mi alrededor a quedarse solo con uno mismo. Miedo terrible que tienen los jóvenes de ahora que huyen tras tablets, móviles, ipods, y demases macanimos. Los pensamientos de uno mismo son unos grandes enemigos si no hemos crecido aprendiendo a vivir con ellos.
Leo en La Vanguardia del 7 de julio un artículo de Joana Bonet titulado: “Ni yo, ni mí, ni conmigo”. Habla de un experimento que demuestra que “todo, antes que pasar un tiempo solo con mis pensamientos”. “Pensar incomoda”, afirma. Y esta máxima es la que coincide con mi idea.  La inactividad, de la que actualmente se huye para no estar con uno mismo, ha pasado a ser un valor negativo. Al contenedor con la meditación, la recapacitación y la voz interior.
En el artículo se hace una asociación que me ha encantado: “intimidad” como sinónimo de “pantalla”.  Ahora los chavales tienen la inmediatez de la comunicación, cosa que hace que la mayoría de comunicaciones no sean reflexivas debido a la velocidad. El investigador, un tal Wilson, habla de conceptos como “absentismo mental” (concepto que le voy a coger prestado porque encuentro absolutamente gráfico para describir algunas situaciones) . El artículo concluye diciendo que “nuestra sociedad hiperestimulada rehúye rabiosamente la reflexión”.
Me encanta ver que mis pensamientos y sus conclusiones no van desencaminados. He escrito más de un texto que habla del tema. El último creo que se llama “Mis fantasmas”. También he dibujado sobre ello.


13/7/14

Tormenta de verano

Me encantan los días de lluvia. Si tengo que trabajar me gustan igual, a pesar de la pereza que me producen. Si tengo fiesta, los disfruto en pijama. Mi alma se vuelve atmósfera y tal como el campo siente la alegría de la lluvia mi corazón se amplía ufano, seguro de cosechar cosas nuevas. Es un día para la introspección, para encontrarse con uno mismo aprovechando la cortina de agua que el cielo te brinda. Además, si es verano, me encanta como la lluvia consigue refrescar el ambiente sin llegar a hacer frío, me hace sentir mucho más viva, porque, a mi edad, los calores, si no son provocados por otro cuerpo, empiezan a ser agobiantes e insoportables.
Los días de lluvia me recuerdan los otoños de mi infancia, en el colegio. Esas tardes oscuras de aburridas clases de francés. Me las pasaba mirando por la ventana, evocando las tormentosas y lluviosas tardes de agosto, el no poder salir a jugar hasta que hubiera escampado. Y cuando dejaba de llover te dejaban salir a jugar vestida con pantalón largo y la “típica Rebequita de la época” y con la amenaza de que no pusieras tus Victoria en los charcos y lodazales más de lo previsto, pues si no ya verías.
Ahora, sin embargo, la lluvia cambia de perspectiva para mí, porque tú estás a mi lado. Nuestro amor me hace ver un arcoíris en cada tormenta. No sabes lo importante que eres para mí, te lo digo poco, lo sé. Haces de lastre para que mis ilusiones no me hagan perder los pies del suelo, apoyas mis proyectos y me das energía para emprenderlos. Crees en mí más que yo misma, disipas mis miedos, mis dudas. Me acaricias el alma y me calmas el desasosiego.
Ella no sabe lo importante que es para mí. La cuido y la quiero, pero nunca voy a poder hacer tanto como ella hace por mí. Solo una mirada suya me transporta al mundo de la felicidad.
¡Me encantan los días de lluvia y más, ahora, porque te amo y me amas!

12/7/14

Mi nuevo hobbie

Siempre me ha gustado dibujar tanto como escribir. De todas maneras, nunca le he dedicado, hasta ahora,  tanto tiempo como a las letras.  Pero durante mi vida he ido dibujando durante épocas. Soy incapaz de crear nada nuevo, pero me gusta copiar. He ido copiando de libro dibujos de otras personas hasta que di con un curso de sketching, al que, por supuesto, me apunté.
Era para principiantes, el nivel cero. Pero cuando me encontré en él, me di cuenta que la única que tenía nivel cero era yo. El sketching es  pintar tu ciudad en directo. Coges tu sillita, te plantas delante de lo que quieres dibujar y empiezas y terminas en el mismo momento. El curso se componía de dos partes, una teórica, que realizábamos en un aula y otra práctica de tres horas, en la que nos citaban en alguna parte de la ciudad para dibujar. Al principio me moría de vergüenza. Mal que lo hacía e insegura que estaba; pero, poco a poco, he ido ganando confianza. He visto que si dibujo diariamente voy mejorando a marchas forzadas. A pesar de que tengo dificultad en la perspectiva y en el color, y que me da una rabia tremenda no ver mejoras importantes en esto dos aspectos, dibujar es algo que me relaja y me produce bienestar.
Me encanta hacer sketchcrawl, que viene a ser un reportaje de algo. Por ejemplo yo lo hice de un día de excursión, del día internacional del claqué y de una visita a un pueblo. La gracia de este reportaje es aportar un significado horizontal a tus dibujos, y esto es narrar. Y narrar se encuentra más cercano al mundo de las letras.
Ahora, aprovechando el veranito, me he apuntado a un curso de cómic. Esto es más difícil. La primera clase ha sido de anatomía y parece ser que voy a tener que practicar muchísimo para lograr dibujar medianamente bien a las personas. Ya os iré contando, a quién le interese, claro.




11/7/14

El violín rojo

Un día, empecé a ver esta película en algún canal de televisión pero no puede acabar de verla, ahora mismo no sé por qué. Me quedé con las ganas de saber cómo continuaba. El ritmo de la película era lento, pero tenía una lírica que me atraía. Sabía que algún día volvería a dar con ella, tal es la variedad de las programaciones. Así ha sido, hoy he visto más o menos de la mitad hasta el final.
La historia me ha parecido fascinante, la vida de dicho violín, que viaja por un sinfín de países durante creo que unos trescientos años. Las diferentes personas que lo han poseído son personajes peculiares y bien pensados. Lo más interesante es el final, cuando se descubre porqué el violín tiene ese tono rojizo. No quiero explicar nada de la película, no me gusta chafar argumentos. Pero me ha impactado lo suficiente como para querer hacer una entrada y no olvidarme de ella. Me encantaría poder tener la inventiva suficiente para crear una trama de este tipo. Después de desayunar, me pongo a ello.

10/7/14

El silencio de mis pensamientos

Me inquieta el silencio de mis pensamientos. Quiere decir que algo va mal. Cuando callan es que están cogiendo impulso y, con carrerilla, son desbocados y peligrosos. Los prefiero presentes, obsesivos, insidiosos y chinchones. Me encanta cuando se pasean de un lado a otro del cerebro, de oreja a oreja, con pisadas fuertes o de puntillas, arrastrando la pena o bailando sus proezas. Así, sé siempre donde encontrarlos. Son ellos los que por la noche me inducen al sueño y me calman. Cuando los oigo sé que todo está como tiene que estar. Pero cuando callan, el miedo se apodera de mí: es la calma antes de la tormenta, el estertor antes de la muerte. Malo si callan de día, peor si lo hacen de noche porque el insomnio se apodera de mí y el silencio me comprime. Los busco desaforadamente hasta que amanezco, cansada y destrozada. Me hallo sola y desvalida con miedo a su retorno. Vuelven agresivos y desgarradores y me carcomen el corazón, escupen en mi temple y me pisotean el temperamento. 

9/7/14

Aquellos años del boom

Tengo este libro en pista de salida para su lectura. El otro día, leí en La Vanguardia un artículo de Laura Freixas sobre el mismo. Lo pone por las nubes: “una obra muy completa (biografía colectiva, estudio sociológico, crítica literaria) que es muy amena y se lee de un tirón”, cito textualmente. Me la compré porque intuía esto. Pero, aquí viene el pero, Laura Freixas le encuentra una parte muy poco admirable: “y es que, si bien algunas mujeres, pocas (…) hicieron carrera, a la mayoría de las que aparecen en el libro las vemos cocinar, organizar mudanzas, cazar ratas (sic) y mantener callados a los niños para que papá pueda escribir”. Después de leer esto mi alma cae en picado al suelo. ¿Es que es muy diferente de la sociedad de ahora?
Me viene a la mente el llanto desconsolado de un niño de cuatro años porque su madre le había puesto una camiseta rosa, como a su gemela, no por llevarla igual, que siempre las lleva, si no por ser de color rosa. ¿Es que los colores tienen sexo? Pues sí, igual que los juegos, igual que los sentimientos, igual que las ideas e igual que los trabajos. Hay cosas de niños y hay cosas de niñas. ¡Qué desespero! ¿Cómo se puede erradicar esta idea? ¿Tan grabado lo llevamos en los genes?
La forma de gestionar el espacio corporal, también parece que tiene género: las mujeres recogidas, con las piernas cruzadas (para no provocar) y ocupando el mínimo espacio; los hombres espatarrados (para ensalzar la procreación de la especie) y abarcando el máximo de espacio. ¿Genético o educacional?
Si acudo a mi lógica, que últimamente va con caminador, me dice que es educacional. ¿Entonces por qué no conseguimos eliminarlo? Cuando empiezo a pensar en todo esto me embuclo y no consigo sacar pensamiento claro.
La conclusión es la siguiente: me apetece poco leer el libro, estas cosas sexistas me pueden. Ya sé que representan la realidad de una época, pero el escritor podía obviarla, porque lo único se consigue al reflejarla es que tome consciencia de que seguimos bastante igual. He dicho. 
Nota: pero lo leeré.

8/7/14

Párpados para los oídos

Esther subía cansada las escaleras del metro con deseo de llegar a casa lo antes posible. Normalmente, caminaba por el centro de la avenida las cinco manzanas que la separaban de su sofá, pero aquel día aprovechando el cansancio, el autobús en la parada y que su billete era integrado decidió ir motorizada para casa.
─No sé que se ha creído. Muy fuerte, tío ─y el tío guardó silencio.
Esther se había sentado delante de unos jovencillos que ocupaban los asientos con jovencillas posturas y mantenían una jovencísima conversación.
─Me dijo ─continuó ella─: tú no puedes hablar con ningún tío porque yo no hablo con ninguna tía.
El chico que la acompañaba seguía en silencio, sin añadir comentario o expresión alguna a las palabras que ella cargaba con excesiva emotividad con la intención de que llegaran al corazón del oyente.
─Yo le dije, “quiero fumar”. Y él me dijo, “pero si lo estás dejando, yo, para apoyarte, hago el esfuerzo y tampoco fumo”. Pero no sé que se piensa el tío porque cuando está con sus amigos, sí que fuma.
─¡Ostras! ­─soltó como único comentario el acompañante.
─Y eso no es amarme. Amarme sería dejar de fumar conmigo.
Esther, ojiplática absoluta se olvidó de su cansancio, no daba crédito a lo que estaba oyendo.
─Y yo me moría de ganas de fumar porque esta tope de nerviosa. Y va y me dice, “tengo que irme”. Claro, para irse con sus amigos. Y va el tío y me dice que ya me ha dedicado toda la tarde.
Esther pensó: “Ese verbo dedicar es un buen saetazo en medio del feminismo. Porque sé que son adolescentes y aún tienen que aprender a recolocar sus pasiones, porque todo esto me está sonando a maltrato. ¿Por qué tengo que estar escuchando esto?”. Se levantó del asiento y se dispuso a salir del autobús. Había llegado a su parada. Aún tuvo tiempo de oír:
─Y le acompañé al metro, que había quedado con un amigo y le dije al amigo, “vigílamelo”. Qué luego se van de fiesta y lo mismo pilla cacho.
─¡Qué fuerte! ─añadió el compañero de viaje.
Esther se giró y, ya desde la calle, le dijo a la chica:
─Corta con él, está visto que no es el “tío” de tu vida ─y añadió dirigiéndose a su acompañante─, y tú necesitas urgentemente leer “Amistad para dummies”.  ¡Hasta otra! Mi sofá me espera más que nunca.

7/7/14

A 300.000 km/s

Si es que no se puede vivir con estas velocidades, desayunando mientras trabajas, ni trabajando mientras comes. En una mano, un tenedor y en la otra, un teclado.
Hoy he querido empezar la dieta: acelgas y polloplancha (una sola palabra para el mundo-régimen). También he querido dedicar un tiempo a comer, a masticar esas quince veces cada bocado como mandan los cánones del buen digerir.
Mientras calentaba mis tapers en el microondas, una compañera me ha venido a buscar porque no encontraba un dossier. Como yo tampoco sabía dónde estaba lo hemos buscado inútilmente. Cuando he vuelto para sacar la comida del microondas y comérmela, la verdura estaba templada (a mí me gusta comer caliente) y el pollo estaba helado (sin comentarios), pero aún así, viendo la cola de tapers delante del micro he decidido que me lo comería así.
No he dado ni tres bocados, cuando me han  traído un papel para leer y firmar. Al séptimo bocado, la secretaria me ha llamado porque tenía un problema con el ordenador y como “yo soy más intuitiva…”  (informáticamente hablando). Así que me he puesto dos bocados seguidos y me he ido masticando hasta su cubículo.
Después de solucionarle la tontería, mientras volvía por el pasillo a mi abandonado taper, me han dado dos cajas para que las llevara a mi mesa, cosa que he hecho lo más rápido posible porque pesaban muchísimo.
Total, que cuando de nuevo me hallaba delante de mi comida, no quedaban ni dos minutos para tener que volver a trabajar. Por lo que he engullido la verdura y el pollo tieso como un bacalao salado. Ni tiempo de lavarme los dientes. Suerte de estos maravillosos chicles de menta que le dan a una la sensación de que los tienes limpios.
La tarde, para variar, llena de problemas y velocidades. “Necesito…” “¿Tienes…?” “Te agradecería que…” “A ver si puedes…”
Cuando, por fin, me he hallado en el tren de vuelta a casa, he respirado hondo y he empezado a disfrutar de la tranquilidad. Se ha sentado una mujer con una hija adolescente delante de mí y me han preguntado si faltaba mucho para llegar. Les he dicho que en tiempo no lo sabía, pero que quedaban seis o siete estaciones. Me han dado las gracias y les he sonreído con una sonrisa amplia de “nohaydequé”. Al llegar a mi destino me he dirigido a coger el autobús, como siempre, y el autobusero, que ya me conoce, me ha saludado sonriente y yo le he devuelto el saludo con la misma sonrisa, pensando que después del atroz día de trabajo me sentía tranquila y relajada, y con ganas de sonreír.
Al llegar a casa, el conserje me ha dicho que me estaba esperando, que me habían traído un paquete y que me lo subía porque pesaba mucho. Vuelta a sonreír, feliz de pensar que hubiera gente tan amable.
Antes de abrir el paquete, me he quitado los zapatos, me he desabrochado el cinturón y me he ido directamente a lavarme los dientes. El dentista hizo mucho hincapié en que me los lavara detrás de cada ingestión pues he empezado al retirada de encía y las caries tienen más facilidad para anidar.
Cuando, con el cepillo en mano, ya cargado de dentífrico, separo los labios y junto los incisivos para empezar a cepillar, descubro que me he pasado la tarde mostrando la más dulce de mis sonrisas interdentalmente complementada con unos restos de acelga verde, bien verde.
Creo que a esta edad, si no me puedo lavar los dientes, me sale más a cuenta ser arisca, al menos, mi dignidad se mantendría intacta.

6/7/14

Mis fantasmas

A veces, el café se queda vacío y contemplo sus mesas de pie labrado en forja negra y sus sillas antiguas de madera. Contienen el alma de todas aquellas personas que se han sentado sobre ellas. Me gusta fantasear.
Se respira una atmósfera de conversaciones que un día fueron escuchadas y que ahora, descompuestas en partículas, se hallan prisioneras, encerradas entre estas cuatro paredes.
Solo se escucha la música, aquella música de los años veinte que te conduce directamente a la ensoñación para concluir que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Un viejo ventilador, pintado de negro para rejuvenecerlo y de oro para no perder lo que tiene de antiguo, gira tozudo y silencioso desde el techo. Remueve con sus aspas aquellos recuerdos que solo aparecen en soledad sin que nadie los haya llamado, sin que necesites de su compañía.
Fuera, la luz del día habla de vida; dentro la nigérrima sensación de estar en el preámbulo del Fin. La soledad moldea y colorea las sensaciones a su antojo. Mejor que abra la puerta y camine por la vida, ya volveré más tarde, cuando el café esté lleno de voces, ruido y personas, así no estaré sola, sola conmigo.

5/7/14

La lista de mis deseos

Un día, en la inauguración de un bar me presentaron a un montón de personas. Estuvimos sentadas alrededor de una mesa charlando, riendo, comentando y observando. Delante de mí se sentó una mujer con la que empecé a hablar más que nada por situación y comodidad (siempre he odiado las conversaciones cruzadas en una mesa grande). Me pareció una mujer muy interesante. De alguna manera se dedicaba al mundo de las letras y le gustaba mucho la fotografía. Era una mujer afable, de mirada sincera y buena conversación. No hablamos de lo divino ni de lo humano porque no era el lugar, pero hablamos de Colom, de Colita y de mis ganas de hacer fotografías y lo mala que era para ello. Ella me animaba para que lo intentara, animalica.
Como suelo hacer, le acabé preguntando qué libro se estaba leyendo en ese momento. Me habló de este; que no era una gran novela pero qué le había gustado. “Que tenía cosas”, creo que fue la expresión que utilizó. Me hizo gracia porque justo después  que apuntara el título en mi libreta parece ser que se lo repensó y me dijo:
─Pero es un librito. Se lee en nada.
Siempre me ha gustado leer lo que la gente que conozco lee. Pienso que cuando te recomiendan un libro te están diciendo mucho de ellos mismos, sin ser conscientes de ello. Si te fijas en las palabras que utilizan, en las inflexiones de voz, en las correcciones de las frases para precisar mejor, en el movimiento de sus manos y en la postura corporal, en definitiva, en el lenguaje que emplea, además del contenido de su discurso, a medida que avanzas en la lectura del libro, vas entendiendo y conociendo a aquella persona.
El libro, coincido con ella, es un librito, pero me ha gustado mucho, más lo que no dice que lo que dice. El final me ha sorprendido. Ya hace un tiempo que acabé su lectura y aún me sigue rondando por la cabeza.
Es de fácil lectura, vocabulario sencillo, frases sin grandes subordinaciones y el tamaño de la letra es adecuado para la presbicia. El diseño de la tapa echa un poco hacia atrás porque parece un libro de autoayuda, pero si te paras a pensar ¿qué libro no lo es?

4/7/14

Marchando una de tren

Estoy nerviosa ¿Por qué me pasan estas cosas a mí? ¿Me he vuelto una psicótica? He subido en el tren como siempre, con las personas habituales que suelen viajar conmigo. Algún saludo al entrar, son ya muchos años los que nos vemos cada mañana. Nada más sentarme reparo en un bolso masculino abandonado en la repisa destinada a ubicar las bolsas y maletas durante el viaje. La gente se suele sentar justo debajo de donde ha depositado sus pertenencias, es la mejor forma de no perderlas de vista. Pues debajo de esa bolsa, nadie.
Mi primer pensamiento ha sido: “se la han olvidado”. Pero este pensamiento solo ha sido para despertar una sombra de inquietud: “¿Y si…? No, no, no puede ser. Pero, ahora vuelven a estar en pie de guerra… ¡Va, veo fantasmas donde no los hay! ¿Y si…?”
Como en estas ocasiones, “mal de muchos consuelo de tontos”, me he puesto a mirar  a otros viajeros a ver si se habían percatado del hecho. Todos viajaban tranquilos, conversando, dormitando, leyendo o movileando (debiéramos inventar ya el verbo, ¿no?). De repente, me he fijado en que había una pareja y el hombre miraba fijamente su reloj de pulsera, no levantaba la vista de él. Mi corazón ha empezado a palpitar a gran velocidad: “debemos estar de cuenta atrás”, he pensado.
─Próxima estación….
Cuando ya no podía más, mi tensión agarrotaba mis músculos y mi mente, las mandíbulas apretadas la una contra la otra y ya casi dispuesta a salir disparada para ir al otro vagón, se ha levantado el señor que miraba fijamente el reloj, ha cogido la bolsa, se la ha puesto en bandolera y ha bajado del tren, después de darle un besazo a su chica.
Ahora sigo nerviosa pensando: “¿Y si la historia me domina y empiezo a chillar y a acusar? Hago el ridículo como nadie. ¿Qué pasará el día que no pueda dominar mi mente y en consecuencia mi miedo? ¡Qué cosas me pasan!, porque he estado a punto de montar el numerito, de verdad. ¿Es esto la vejez?

3/7/14

Nueva realidad

He llegado a una edad en la que ya me toca ocuparme de “una cosa detrás de otra” (según mi neuróloga). Mi cerebro ya no funciona como antes y ahora no puedo retener tanta información y, lo que es peor, mi creatividad ha empezado a mermar. Este va a ser el año de las grandes decisiones. La primera ha sido: me retiro del mundo del teatro. No es que me haya cansado de él pero al haber disminuido mis facultades me ocupa mucho más tiempo que antes y me cansa mucho más. Además, quiero hacer cosas nuevas y retomar alguna de vieja que tengo abandonada.
Nunca pensé que llegaría este momento y aunque a simple vista parece que no me afecte, lo llevo fatal. Me miro al espejo intentando entrar en mi interior a través de mis ojos y no consigo descubrirme, tengo la mirada triste y el corazón también. Siempre pensé que podría con todo, que tendría la fortaleza y las energías para embestir con cualquiera de mis proyectos. Descubrir que no es así es frustrante y me entristece.
Es el momento de adecuarme a la realidad para aceptar mi nueva forma de funcionar; siempre adelante, me digo constantemente, pero llevo el lastre de descubrir que me hago mayor y no puedo con todo.