27/2/17

Felicidad

Hoy me he levantado extrañamente feliz. No tengo motivo, ni expectativas de que ocurra nada estupendo, pero la mente es así, y cuando le da la gana gira su rumbo hacia un nuevo estado sin previo aviso. Y aquí estoy, con la incongruencia de una estúpida sonrisa y encontrando todo primorosamente maravilloso.

Tal es mi felicidad que esta mañana, en el dentista, mientras esperaba mi turno, picoteaba un diario. He leído en la parte de cultura que un tal Olivier Bourdeaut, de unos 36 años, había sido un fracasado toda su vida, en los estudios, en el trabajo, en el amor. Y que hasta que no había publicado su primera y única novela, no había tenido éxito. ¿Qué he hecho? Salir del dentista e ir a comprármela. La tengo aquí al ladito. Con ganas de leerla, pero me siento exultantemente feliz para hacerlo. Así que la reservo para la noche.
Hace un mes, intentando salir del agujero donde siento que estoy, me compré una pulsera. En aquel momento, me gustó. Pero con el paso del los días le he ido cogiendo cariño y me ha llegado a apasionar. Pero tiene un pequeño problema: cada vez que señalo con el brazo, o doy gas con la moto o sacudo un poco la mano, salta por los aires y se estampa contra lo que encuentra en su camino. La pulsera es como un brazalete abierto por un lado, de plata, y en la parte contraria un resorte con muelle permite  ponértelo en la muñeca. Este muelle está demasiado flojo y por eso, al menor movimiento se abre y permite la salida de la muñeca. Hoy, como soy feliz, he decidido ir a la tienda a que me dieran una solución: cambiármelo por otro, o devolverme el dinero. Al final, como a todos los del modelo igual les pasaba lo mismo, por 10 euros más me he comprado otra pulsera que me encanta mucho más. Iba por la calle como si me hubiera comprado una moto nueva, un perro, un viaje a Australia.
Como seguía con la felicidad, me he dado un homenaje y he comido en un japonés. Cogía los palillos como si de un director de orquesta se tratase. Feliz bañaba los sushi en su correspondiente soja y me deleitaba con ellos masticándolos poco a poco. La gente me miraba. Al menos esa era mi impresión; sé que me miraban porque se me veía muy feliz.

Ahora, se acerca la noche, y la felicidad sigue, pero mi mente, ingeniosa, ya me está creando la duda de que mañana vuelva a ser un día como hoy. Se ríe de mí y me dice: “Dintel, que la felicidad es efímera, y tú hace más de doce horas que la tienes”. Y con esa sonrisa estúpida que me confiere dicha felicidad, no me ha quedado otra que darle la razón.

5 comentarios:

Karol dijo...

Hay que aprovechar esos días, que sientan muy bien!!!!

Clara dijo...



Jaja, me ha encantado lo de estar exultante y encontrar pequeños guijarros que guíen el camino. el libro,una noticia,merecer una pulsera mejor....El proceso es de ida y vuelta: darse un homenaje,encontrar y darnos cuenta que en ese instante somos felices.

Desbordamientos Puntuales dijo...

¡Qué buen rollo me ha transmitido esta entrada! Aunque no te conozco de nada, te he podido imaginar gracias a tus palabras y todo lo que me han evocado. Espero encarecidamente que esa sensación tan genial te haya durando más de un día y que, de hecho, se convierta en una constante. Un abrazo.

Mari Triqui dijo...

Hacía tanto tiempo que no pasaba por aquí... me alegra muchísimo haber venido hoy y leerte así de feliz!! Un abrazo, Dintel...

Ripley dijo...

pues mira, yo también tengo algunos días de esos, y benditos y bienvenidos sean esos días de felicidad que nos ayudan a sobrellevar mejor los días menos felices