10/7/25

Sin darme cuenta

Me compré un libro de David Bueno: El arte de ser humanos. Pretendía  entender algo más todo el tema del arte, pero me ha resultado ser, que también me gusta, algo más neurocientífico de lo que quería. Siempre he pensado que el arte debe estar en cualquier plan educativo; que es menos “maría” de lo que en mi época llegaba a ser; que a partir de él me puedo zambullir en todas las asignaturas.

 

Sin ser consciente de ello, también, me he apuntado a un curso de verano que se titula: El dibujo creativo en el aula: espacio, forma y trazo. En ningún momento me di cuenta que estaba  siguiendo una línea conceptual hasta esta mañana que mientras bebía mi té, me ha dado por ligar las dos cosas.

 

El arte no es solo hacer bien las cosas: “¡qué arte tienes, hija!”. También es saber expresar de forma creativa unas emociones, sensaciones o sentimientos. También es saber explicar tu pensamiento, tu forma de ver el mundo, tus quejas y críticas sobre algo. Utilizando cualquier medio, forma, manera, que llegue a través de los sentidos. Es llevar al máximo la función de relación de los seres vivos que se estudia en naturales: estímulo-análisis-respuesta.

 

Descubrir que, aunque mi consciencia no esté puesta en lo que voy haciendo, mi subconsciente se encarga de ir tomando decisiones con coherencia me da seguridad y fiabilidad en este modus operandi en el que me hallo ahora. Sin saberlo yo, me hallo por unos días trabajando temas artísticos desde un punto de vista creativo y desde otro pedagógico.

 

Así que solo me queda disfrutar de todo este arte y aprender aquello que me puede ser útil en mi día a día.

9/7/25

Cuando un libro me remueve

Soy consciente de muchas cosas aunque no quiera pensar en ellas. Hay una, que se me ha hecho muy presente últimamente y la culpa la tiene el libro (Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo) de Maruja Torres, que por cierto, me ha encantado. Me gustaría mucho poder escribir como ella, poder tener la mirada que tiene sobre el mundo y las cosas que pasan. Pero no es así, por lo que me conformo en ir haciendo mis pinitos con respecto a lo que a la escritura se refiere.

Me he ido de tema. Lo que se me ha hecho tan presente es mi camino hacia la vejez, la toma de consciencia de la finitud. 

Es cierto que cuando nacemos nos olvidamos que “ya vamos camino de la muerte” y vivimos a espaldas de esta idea hasta que un día cumples los cincuenta años y te dices: “Ahora me da igual sumar años que descontarlos”. Y aunque al principio no te das cuenta, el tiempo, tu tiempo, ha cambiado de manera sorprendente. Cada cosa que haces (a la que dedicas un “tiempo”) necesita ser de más calidad (emocional y productiva) para ti, porque desde tus cincuenta, estás descontando tu tiempo. 

Hay gente que esta toma de consciencia la tuvo a los sesenta o a los setenta; yo la tuve a los cincuenta. Y soy feliz por ello, ya que me permite haber encontrado una manera más profunda, más tranquila, más amplia de disfrutar de todo lo que hago y con ello, la paz. Y en este disfrute, también me ha aparecido el agradecimiento. 

No, no tengo una libreta para escribir cada día todas aquellas cosas por las que doy gracias. Me parece, que, para mí este método, sería un poco impostado.  Pero sí, que intrínsecamente, de alguna manera, sin palabras, solo con un fugaz pensamiento, me aparece esta sensación en mi alma y ocupa uno por diez elevado a menos 43 segundos (mi estimado “Temps de Planck”) la plenitud de esta.

Qué feliz soy cuando un libro cumple su misión: poner mi interior patas para arriba.