9/5/13

Primer paso

Poco a poco el sol vuelve a salir. La luz mortecina que regía mi vida empieza a desaparecer. Poco a poco he empezado a ubicarme de nuevo. Intento evitar las rabias que tengo adheridas a la pared del estómago y relativizar todo aquello que no me gusta. Levanto del suelo, con cuidado, donde las dejé caer las rutinas que me hacían feliz, que daban sentido a mi vida. Es duro realizarlas en soledad, después de tanto tiempo. No quiero mirar hacia atrás porque allí queda esa lánguida luz que me desalumbraba y se me llenan de plomo los pies. Ya he pasado por esta situación y no quiero más. Ya tengo bastante.

7/5/13

La llave

Desde bien pequeña, me ha deslumbrado cualquier objeto que tuviera que ver con la escritura. Papeles, libretas, carpetas, lápices, bolígrafos y plumas se han ido amontonando en mi despacho y han invadido cajones y estanterías, cajitas y armarios. Ahora mismo, estoy escribiendo este texto con un Parker en una pequeña Moleskine.

Hoy, hace apenas unas horas, me he sentido viajando al pasado, como si todos estos años no hubieran pasado, como si tuviera dieciséis. Todo ha venido porque he tenido que firmar unos papeles. Un montón de papeles, para ser exacta. Me los han puesto encima de la mesa y sobre ellos han dejado un bolígrafo Bic con la tinta bastante gastada (quedaba algo más que un centímetro y medio). Al verlo, he interrumpido mi gesto; mi mano derecha iba directamente al bolsillo de mi camisa a buscar el Parker y no sé qué extraña voz interior me ha mandado coger el Bic. Hacía, mucho tiempo que no veía ninguno. Cuando lo he sujetado con el pulgar y el índice dispuesta a escribir, he reconocido su peso. En mi mente ha aparecido un destello que me ha transportado a una de las clases de Ciencias Naturales de 3º de BUP. El tacto del bolígrafo me ha resultado tan familiar que toda yo me he precipitado dentro de aquella aula. He podido volver a oler aquel “aroma” característico de cuarenta y cinco adolescentes encerrados entre cuatro paredes, con sus estuches llenos de lápices, colores, bolígrafos y aquellas gomas de nata olían como ninguna otra, en la vida, ha vuelto a oler, y esas hojas de trabajos en grupo que contenían un montón de fotos en blanco y negro pegadas con aquel, ahora prohibido, pegamento y medio.

Al realizar la primera firma y sentir como la bolita de la punta giraba para permitir la salida de la tinta, me he trasladado a altas horas de la noche, hace un montón de años, también, cuando tras pasarme varios días estudiando el final de Física y Química decidía grabar las fórmulas con la punta de una aguja de compás en las caras hexagonales del Bic.

Recuerdo que, una vez acabada la tinta, guardaba los bolis para saber cuántos había usado ese año. Si la memoria no me falla, creo que en primero de carrera gasté unos doce; primero tomaba los apuntes en sucio y luego por la tarde los pasaba a limpio. Luego me resultaba mucho más fácil estudiar.

Me he sentido como me sentía entonces, con una vida por delante, un libro con hojas blancas para ser escrito y emborronado. Me he sentido joven de nuevo y me ha encantado.

Al ver la tinta azul clara, casi azul real, que definía mi firma, me he acordado de aquellos exámenes eternos en los que te daban las preguntas y empezabas a escribir. “Tenéis dos horas”, empezaba el profesor, “tiempo”, concluía, y aún tenía que esperar a que acabases de escribir la frase porque no habías parado de escribir ni un segundo pero aún te quedaban cosas por decir. Un día, no supe que contestar, me preguntaron: La digestión de un bocadillo de chorizo. ¡Qué hambre con solo pensarlo!

Y ahora, después de añorar mi Bic, saco mi bocadillo de pavo (el chorizo quedó para la historia) y disfruto cada uno de sus bocados sabiendo lo que no supe en aquel examen, que el pan empieza su digestión en la boca, con la saliva, y el chorizo en el estómago.

Y mientras escribo con mi Parker pienso en tener un momento para ir a comprarme un Bic, he descubierto que abre puertas de mi pasado y quiero volver a vivir esta experiencia.

¿Naranja o cristal?

Siempre cristal.

6/5/13

Resurgir de las cenizas

Mi Ave Fénix, tras incinerarse, y nuevamente, ha emprendido el vuelo esta vez hacia el Sol. Mi pequeña aprendiz de Ícaro, que nunca aprenderá por mucho que humanee tropezando una y otra vez con la misma piedra, segura de sí misma, como en otras ocasiones, piensa que en esta empresa no fallará: “jugar con fuego cuando eres fuego no supone quemadura alguna”. Lo que no sabes es que una, de ilusiones también se quema.