31/5/23

Lectura dramatizada

Hubo un día, en que me armé de valor y con dos actores montamos una lectura de una selección de mis textos.

Desde el mismo momento en que los ofrecí para ser leídos, me arrepentí. Son algo muy personal, que nace de dentro de las entrañas, que nace a flor de piel y que nace de un alma rota y pegada de cualquier manera. Unos textos que han llenado mis dedos al escribirlos por tener las manos vacías de amor y caricias. Puse delante de mí en palabras una existencia. Eran unos textos que querían ser una excreción de un amor apaleado, ajado y muerto a fuerza de los días. Unos textos en los que había cesado la tortura de la esperanza, que había estado ardiendo como si fuera una tea y me abrasaba el sentimiento y la cordura.

Y sí, llegó el día de ser leídos delante de un público. Los actores con su excelente interpretación, elevaron lo que había sido mi muerte en vida a una comunicación entre alma y alma. El silencio se podía cortar. En la sala se habían acompasado los corazones de cada una de las personas. Ni un movimiento en la silla. Solo silencio y atención.

Mi corazón desbocado latía por cualquier parte de mi cuerpo; en los oídos, en la muñeca, hasta en la pantorrilla. Mi respiración se aceleró marcando el tempo del carrillón detenido en escena. Sentí que me venía un mareo. Pero aguanté. Aguanté ese infinito tiempo en que oía todo lo que había escrito con una lentitud pasmosa de metrónomo.

Y sin darme cuenta de nada, me sobresalté al oír los aplausos del público. Estaba al final de la sala y me era crucial ver la cara de la gente. No quería compasión. Tenía vergüenza de haberme desnudado delante de tantas personas.

Me llamaron a saludar y tuve que recorrer el pasillo, entre aplausos y sonrisas hasta el escenario. Saludar. Volver a saludar. Y entre saludo y saludo, observar al público que parecía haber disfrutado de la lectura. 

Todo se convirtió en felicitaciones y expresiones de admiración de lo bien que había sido interpretado y de lo preciosos que eran los textos. Empecé a estar como en una burbuja llena de irrealidad.

Por la noche, en la cama, cuando me dediqué al repaso del día, aún feliz por el éxito, me di cuenta que todos esos años de dolor y desamor, de desesperanza y soledad, habían servido para divertir a un público durante una hora.

Como decía mi madre: menos da una piedra.

30/5/23

La cuadratura del círculo

Si no es indiscreción, explícame que te pasa. Cada vez que paso por delante de ti te noto apabullada, más concretamente, abrumada. Y cuando te saludo, me contestas un “hola” en tono polvoriento y sordo.

¿Te he hecho algo para que estés así conmigo?

Que yo recuerde, apenas tenemos contacto y siempre te saludo con cordialidad y simpatía. Es cierto, que no me paro a hablar contigo, pero es que no nos conocemos personalmente. Solo de cruzarnos en el trabajo o de coincidir cuando es la hora del desayuno, tú con tu café en la mano, yo con mi coca-cola. Si nos habláramos sería una conversación banal, utilizando la típica función fática de ascensor. Poco más. Y yo soy muy poco docta en estas situaciones.

Si trabajaras en un bar y yo estuviera tomando una copa en la barra, lo mismo sí que te contaría mi vida. Es propio hacerlo en esos lugares. Pero no es el caso.; si lo fuera, seguro que me saludarías con más cordialidad, con algo de cariño, cada vez que me vieras aparecer por la puerta, mientras piensas: “Aquí viene la pobre, a ver qué batallita me cuenta hoy”. Y yo habría ido a tu bar precisamente porque pensaría que te hace ilusión escucharme.

¿No será que te has enamorado de mí? Eso no puede ser. Si no nos conocemos de nada. ¿Qué nos habremos cruzado, unas 20 veces este año? Sé que aún estoy de buen ver me lo dicen mis amigos pero, antes de hoy no he visto ninguna otra señal… y cuando una se enamora, va colmando de señales todo su alrededor como si fueran anzuelos en un barco pesquero. Porque no se trata de otra cosa que de pescar.

Ahora que lo pienso, lo que yo he entendido como un “hola” polvoriento y sordo, lo mismo era uno de esos holas que se sueltan entre la vergüenza y la inseguridad mientras una va pensando: “¡Tierra, trágame! Muero de amor y ella no sabe nada. No quiero que me lo note. Sí, sí que quiero. Ay, qué difícil es el amor”.

Creo que ya lo entiendo todo.

Hoy, nada, porque sería un poco forzado. Pero mañana, si nos cruzamos, después de mi hola, te besaré. Así disiparé esta tremenda duda que me has creado.

Estoy contenta porque aún levanto pasiones.

29/5/23

Cabezonería

Me despierto pensando que hace tiempo que no escribo en el blog. Me angustio. Los días pasan tan rápido que me olvido de hacer un montón de cosas que me gustan. Me puede más el cansancio del trabajo y esa extraña atracción que he desarrollado por el sofá.

Antes, con mis insomnios, tenía más tiempo. No me quejo, no me malinterpretéis, no volvería a ellos. Dormir es maravilloso; prefiero dejar de cernir sobre mi alma, cosa que me encanta, que volver a dormir tan pocas horas como antes.

Debo encontrar un momento para escribir en el blog. Me atenaza la angustia. ¡Ja!, soy optimista y, por lo visto, de orgullo superfluo. Perdida la costumbre, desisto en seguida de actualizar mi blog como debiera. Me viene pasando estos diez últimos años. ¿Por qué no lo abandono? ¿Por qué sigo empeñada en volverlo a levantar?

Ahora me pondré como una loca a escribir cada día para volver a sentir esa sensación tan maravillosa que percibía por aquellos entonces, cuando veía que, día tras día, colgaba mis textos en el blog.  Pero sé con seguridad que, en breve, se cruzará algo en mi camino que necesitará de mi absoluta atención y cuando acabe de atenderlo, irresistiblemente volveré a caer en el sofá y volveré a olvidarme de su existencia. Me asfixia la angustia.

¿Debo aniquilarlo? ¿Acabar con él? ¿Qué extraño orgullo me impide hacerlo?

Noto que he perdido la práctica en la escritura. Me cuesta dominar el texto y conducirlo allá donde mi interior quiere. No creo que sea porque el coste sea más doloroso que antes. ¡Qué va! Me siento bastante alejada tanto del dolor como de mis circunstancias. Debo encontrar el camino que conecta mi interior con las palabras. Eso es lo que debo hacer.  Una vez establecida la conexión, la comunicación será imparable. Este es el camino. Se disipa la angustia. 

Fundido en negro.