28/10/15

Y es que por tu amor...

Cuando creí que nunca más sentiría latir mi amalgamado y dolorido corazón, que mi mente no saldría nunca de sus palabras toscas, duras y herméticas, y que nunca dejarían de doler los caminos recorridos bajo la sombra de un falso amor, oigo tu voz entonando mi nombre. Se me quiebran los latidos de miedo al pensar en que me estoy volviendo a enamorar y es tu imagen y tu ser los que se cuelan en los resquicios de mi persona.

Párate un momento y escúchame: deberás recomponer, zurcir y recoger, cristales, porcelana y piel del suelo. He perdido años de mi vida intentando vadear aguas poco claras. Y en mi propio naufragio ahogué pasión e hipérboles.  Aprendí la soledad bajo una mirada mortífera y llegué a acostumbrarme a la locura ajena.

Y lo que pareciera una disonancia no es más que tu amor por mí. Tus besos y tus abrazos cambian mi norte. Hay cuerpos que son consuelo y tras el consuelo, el deseo. Y es que por tu amor volví a nacer, tú fuiste la respiración y era tan grande la ilusión…

“Y es que por tu amor volví a nacer, tú fuiste la respiración y era tan grande la ilusión”. (Canción: Volví a nacer. Carlos Vives)

27/10/15

El empujón

Te veía llegar cada tarde derrotada. Cerrabas la puerta despacio, acompañándola con la palma de la mano y apoyabas la frente en ella un rato. Supongo que el frescor de la madera te hacía bien. O quizá necesitabas energía y este simple gesto te recargaba. Tú no lo sabes, pero desde que descubrí por casualidad que hacías, cada día te observo. Me enternece ver este pequeño momento de debilidad. Tú que eres tan fuerte. Tan decidida. Que puedes con todo.
Te dije un día:
─Deberías buscarte un trabajo. A parte de que entrará un sueldo más en casa, te vendría bien no estar tan ociosa y deshacerte un poco de las responsabilidades del hogar. Nuestras conversaciones, ahora, no van más allá de las aventuras y desventuras de nuestra estimada Rumba. “Que si hoy se ha metido debajo del sofá y no ha podido salir.” “Que si ha arrastrado la pared virtual y no ha servido de nada ponérsela.”
─Te estás burlando ─me contestó parándose en seco.
─No, no. No me malinterpretes. Creo que una persona tan inteligente como tú necesita seguir desarrollándose y encerrada en casa no creo que lo puedas hacer.
─Intenta arreglarlo ahora…
Y así quedó nuestra conversación. Al día siguiente se duchó, se arregló y desayunó conmigo. Salimos de casa juntos y regresó a casa más tarde que yo, cuando ya empezaba casi a anochecer.
─No ha habido suerte ─me dijo.
Un día tras otro la misma rutina. Hasta que dejó de anunciarme que, como cada día, no había encontrado trabajo alguno.
Así fue pasando el tiempo. Ella cada día más seria, más cansada, más desesperanzada. Por fin llegó un día, un año y pico más tarde que entró radiante, cerro de un golpe la puerta y me dijo desde la entrada:
─Hoy sí que ha habido suerte.
Se fue directamente a la habitación a cambiarse. Aproveché para descorchar una botella de buen vino y llené dos copas. Cuando salí de la cocina con una copa en cada mano me la encontré en el pasillo con una maleta en cada mano.
─Gracias por el empujón.
Se dio media vuelta y se fue.
Ahora soy yo quien cada día vuelve a casa, cierro la puerta despacio y apoyo la frente en ella durante un buen rato.

26/10/15

Reencontrándome

Cómo amo las cosas pequeñas, esa mirada, ese gesto, ese silencio que dice más que calla. He andado perdida pero ahora sé. Mil ratoncillos diminutos pellizcan mis sentimientos en el estómago. Mi inconsciente me grita: ¡Venga, date prisa, empieza a hilvanar lo que sientes! ¿Y qué es lo que siento? Entre tanto batiburrillo de sensaciones no logro encontrar la aguja. ¿Cómo voy a remendar tanto girón de melancolía? Me da miedo dimensionar, no quiero perder pie del suelo. Es arriesgarse mucho querer tocar esas cumbres erráticas que me muestras. No me atrevo a reafirmar mis propósitos, no quiero engendrar falsas ilusiones. Prefiero la consciencia de numerosas incertidumbres. Prefiero esconderme tras la contundencia del efecto de tu mirada y dejar latir al tiempo.

25/10/15

El charco

Ha llovido. Ha caído un chaparrón de esos de verano en el que las nubes apenas necesitan media hora para descargar y dejar paso al sol para que de nuevo continúe su trabajo, eso sí, en un ambiente más fresco. El tiempo y el espacio están a punto de coincidir.

Marta, una niña de diez años que esa tarde iba con su madre a visitar a su abuela no tenía previsto que su madre se parara a hablar en la calle con una vecina.

Juan, que acostumbra a pasear al perro a las cinco, cuando vuelve del trabajo, tuvo que posponer el ansiado paseo del chucho hasta que concluyera el dichoso capricho nímbico.

Susana se pregunta por qué la ciudad se colapsaba de coches siempre que caían cuatro gotas. Ya debiera haber llegado a casa de su hermana para recoger a la peque. Se había incorporado hacía tres días al trabajo, después de que su baja por maternidad concluyera y aun notaba muchísimo la separación. Por lo que ella, que nunca coge el coche, ahora lo utiliza para minimizar el tiempo y volver a sentir, lo antes posible, aquella “cosita pequeñaja y tierna” entre sus brazos. La meteorología debiera ser más considerada con estas cosas.

Marta se suele aburrir mucho durante las conversaciones de los mayores. Cogida de la mano de su madre, sus pies empiezan a jugar con las rallas de las baldosas. No tarda en descubrir cerca del borde de la acera un charco plateado como un espejo. Se suelta de la mano y va corriendo a ponerse de cuclillas al lado de este.

Juan ya ha salido de casa. Duna tira de él rápidamente para olismear el árbol de delante de su portal, como tiene por costumbre. Su amo, debido a la rutina de los paseos, le presta poca atención mientras va de un árbol a otro.

Susana no encuentra aparcamiento y lo deja en doble fila con las luces de emergencia. No tardará ni dos minutos en volver porque ya le ha mandado un wapp a su hermana para que tenga la niña preparada.

Marta observa la vida reflejada en el charco, ve los edificios distorsionados y a su madre moviendo las manos de forma muy graciosa. Más adelante, cuando estudie Platón, pensará en este momento y se perderá en sus propios pensamientos.

Juan después de varios tirones de correa por parte del perro decide soltarlo y que vaya un poco a su aire. El perro se queda parado tres o cuatro pasos detrás de él. Juan se para y lo llama, pero no le hace caso. El perro, desde lejos, contempla a Marta en cuclillas mirando el charco. Esta que ya se ha cansado de la inactividad ha cogido una pequeña ramita. En su pensamiento está jugar un poco con el agua.

Susana apaga el coche y quita la llave y se quita el cinturón. Coge el bolso del asiento de al lado y con la otra mano abre la puerta. Empieza a ir veloz. Sale y la cierra con un golpe seco. Y casi de espaldas aprieta el botón de la llave para cerrar el coche. Se oyen dos pitidos y las luces se encienden un par de veces. Pasa entre dos coches aparcados justo en el momento en que el perro decide ir a por la ramita que tiene la niña, pensándose que quiere jugar con él. Susana, por no tropezar con el perro da un traspié y acaba pisando el charco en el que Marta está jugando. Del ímpetu, el agua sale disparada y salpica toda la cara de Marta que ante la sorpresa de lo inesperado suelta un pequeño chillido que coincide con el grito de Juan llamando al perro.

Y ahí tenemos el final de la escena. Marta sentada en el suelo con toda la cara mojada. Susana plantada en medio del charco sin saber muy bien que hacer. Juan dando vueltas alrededor de ellas intentando coger al perro para ponerle de nuevo la correa, mientras que este salta y corre contento con la ramita en la boca pensando que se trata de un juego. La madre de Marta y la vecina continúan hablando. No se han enterado de nada de lo que ha ocurrido a su alrededor.

23/10/15

Conjeturas 2

La mujer de pelo crespado de color ébano y tez blanca que siempre viste de negro no es una bruja. ¡Ya le gustaría, ya! Pero se tiene que conformar con su humilde plaza pública de maestra. Lleva medias muy tupidas para que no se vean los pelos de las piernas y calza zapatos voluminosos para esconder las pezuñas, piensan sus alumnos. Parece pacífica pero siempre da un poco de miedo por el vaporoso peinado que lleva y el contraste de su vestimenta negra con el blanco de su piel. El pavor aumenta cuando clava su mirada directamente en ti. Entonces, si te atreves a aguantársela más de un par de segundos puedes llegar a ver el mismísimo diablo. Sus ojos contienen tonalidades más propias del infierno que de esta vida.

La mujer de pelo crespado de color ébano y tez blanca que siempre viste de negro no tiene la culpa de que ese maldito ardor de estómago le agrie el carácter, ni de que tenga mala circulación y tenga que llevar medias compresivas, ni de que las dimensiones de sus plantillas le impidan llevar un zapato más femenino. Tampoco tiene la culpa de que se le haya obturado el lagrimal y siempre ande con los ojos enrojecidos. Ni de que lleve años perdiendo pelo y ya no sepa como disimularlo. Eso sí, siempre le ha gustado vestir de negro.

22/10/15

Conjeturas 1

El chaval lleno de granos, delgado, con gafas, que siempre se sienta cerca de las puertas de salida y parece tímido y vergonzoso coge el tren cada día cargado con su mochila porque estudia en la otra punta de la ciudad. No quiere que nadie del barrio sepa de él. No le gustaría cruzarse los fines de semana con ninguno de sus compañeros. Ha decidido levantarse dos horas antes de las clases para que nadie lo vea. No puede con su timidez. En el lejano instituto puede ser quien se le antoje. No lo conocen de verdad. No saben que es un cobarde incapaz de mirar a los ojos e incapaz de afrontar una conversación. Allí es el líder de la clase. Un “clarkkent” para sus compañeros, siempre con la simpatía, siempre con el chiste, y esa calidez que enamora a todos. Los profesores se sorprenden de la madurez de sus respuestas y de la precisión con que lleva el aprendizaje de las lecciones. Nadie en su instituto se fija si tiene acné o no. Es el más popular. Incluso durante el patio se le acercan alumnos de otras clases para oír sus conversaciones. Durante unas horas al día vive feliz, exultante. Su interior vive su máximo esplendor. Se siente grande, invencible, tal vez.

El timbre anuncia que se han acabado las clases. El chaval lleno de granos, tímido y vergonzoso se despide de sus amigos en la puerta de la estación. ¡Cómo mola, es el único de la clase que va en tren a su casa! Todos sus colegas, en secreto, desean que los invite a pasar la tarde en su casa. Pero el chaval lleno de granos ya se encargará muy mucho de que esto no llegue a ocurrir nunca. No quiere mezclar sus dos vidas. No quiere que descubran como es realmente, un cero a la izquierda que nunca hace nada bien. Su padre ya se encarga cada día de hacérselo saber.

21/10/15

Inquietud, divino tesoro

¡Qué capaz me siento de hacer las cosas cuando no las hago! Cuando en mi interior tengo claro que quiero hacerlas pero sin embargo nunca encuentro el momento, o priorizo otras que bien mirado (incluso mal), no tienen nada de prioritarias.

Todo empieza con una sensación de intranquilidad en el estómago, con una gran ducha de adrenalina que me hace sentir el speed de la creación. Porque estas sensaciones acompañan a un momento creativo, un momento de “voy a hacer…”

Primer error: No maduro bien la idea. Y ya me pongo como una moto porque tengo proyecto y me subo por las nubes con mi nuevo objetivo y se me iluminan los días y se disipa la soledad. Mi cerebro organizador busca el tiempo para podérselo dedicar. Pero…, no he pensado en el cómo. Fin de la realización. Bienvenida la desilusión y de nuevo la oscuridad.

Segundo error: “Mi objetivo es este”. Empecemos. Empiezo, el primer día avanzo poco, el segundo, un pasito más. “¡Huy, qué proyecto tan ambicioso! Vaya, avanza muy poco a poco; no lo voy a acabar nunca. Es desmesurado. Abandono.” Nunca mido la realidad del proyecto con mis posibilidades. Demasiado trabajo en el que no me apetece invertir tanto tiempo.

Tercer error: Llevar el peso de mil proyectos en los que me he ilusionado y no haberlos realizado por culpa de los dos errores anteriores.

Debo  ver el vaso medio vacío, porque en realidad tengo un montón de proyectos realizados con bastante éxito y de los que estoy muy orgullosa. Pero de estos me olvido pronto, se vuelven volátiles, pierden su peso.

Ahora, tengo un gran proyecto. Un grandioso y desmesurado proyecto. Si lo llego a realizar, cambiaría bastante mi vida. ¡Adiós a la soledad! ¡Hola de nuevo a la ilusión! ¿Seré capaz de llevarlo a término? Me noto decidida, noto la inquietud en mi estómago. No quiero que nada falle. Más que nada porque aun no “alea jacta est”.

20/10/15

Tiempos

Me gusta llegar a la estación con el tiempo justo de bajar al andén, sacarme la chaqueta y organizarme: anudar el pañuelo de cuello en la bandolera térmica donde llevo la comida, doblar, según los cánones (con el forro hacia el exterior), la chaqueta y sacar el libro o la libreta de escritura. Y justo mientras estoy haciendo esto empezar a oír que anuncian mi tren.

Tengo la sensación de aprovechar el tiempo al máximo, y esto, me produce placer. A medida que las rutinas se convierten en lo que son, rutinas, voy perfeccionando el tiempo que requiere su realización. Sin prisas pero sin pausas, llego a dominar tanto la técnica de la temporalización que hasta me sobra tiempo.

Mi viaje dura cuarenta minutos y salvo que ocurra algo especial, el tren, que no funciona como los de antaño, cumple rigurosamente su horario. A estas horas, las seis de la mañana aun no lleva acumulados retrasos.

Durante el trayecto, suelo leer o escribir o meditar y crear. Haga lo que haga, se me suele hacer corto. Es una buena manera de empezar el día, con una lucha de tranquilidad que desaparecerá en seguida que llegue a mi trabajo. El viaje suele ser silencioso, la gente dormita o anda braceando dentro de su móvil o tablet. Algún joven acaba los deberes para la universidad o repasa algún dossier. Algunos otros, los menos, leen un libro o un periódico.

Solemos encontrarnos las mismas personas; la chica que duerme todo el trayecto, la que se pasa todo el invierno resfriada y no se saca de encima esa tos residual tan molesta, el chico que lleva los pantalones manchados de pintura y a lo largo del tiempo aumenta el cromatismo de estos, los tres señores que van a andar ataviados con ropa cómoda y pequeñas mochilas, el chaval lleno de granos, delgado, con gafas, que siempre se sienta cerca de las puertas de salida y parece tímido y vergonzoso.

Es el momento en que la temporalización de estas personas coincide en espacio con la mía. Sujetas todas a la velocidad que lleve el tren. ¡Cuánta física emanamos sin saberlo!