30/4/08

Almagil 500 comprimidos

Almagil 500 comprimidos

Lea todo el prospecto detenidamente antes de empezar a tomar el medicamento.
- Conserve este prospecto. Puede tener que volver a leerlo.
- Si tiene alguna duda, consulte con la almohada.
- Este medicamento, se le ha recetado a Vd. personalmente, pero puede darlo a otras personas. No perjudica si los síntomas son los mismos que los suyos.
Almagil 500 comprimidos
Cada comprimido contiene 500.000 U.l. del principio activo esperancimina y 125 mg del principio activo felicidazol. Los demás componentes son: almidón de ilusión, sonridona sódica, cariño coloidal anhidra, besitol, abrazato magnético y magnésico, celulosa microolvidadiza, hiprodulzura y dióxido de melancolía. Titular de la autorización de la comercialización Laboratorios Avantis, (no quedan otros cojonis).
Antes de tomar Almagil 500 comprimidos
No tome Almagil
-si es alérgico a la vida o a cualquiera de los componentes del medicamento.
-si padece usted disfunción cardioamorosa. En caso de duda consulte con su espíritu.
Tenga especial cuidado con Almagil 500 comprimidos:
-si presenta trastornos de abandono de toalla, con dificultad de remonte y falta de coordinación espirituvivencial.
-si padece enfermedades graves de baja autoestima y menosprecio por las propias ideas.
-si padece insuficiencia de personalidad.
-si padece alteración del humor, se le deberán prescribir unos análisis para ver si se puede eliminar la hiel por el hígado.
-la esperancimina, uno de los principios activos de este medicamento, puede producir un aumento de la energía debido al pigmento vivo procedente de la transformación que sufre el medicamento en el organismo.
Indicaciones
Dolor agudo del alma. Ansiedad. Falta de motivación.
Posología
Siga las instrucciones a menos que su médico le haya dado otras.
Dosis habitual para adultos mayores de 15 años
De 4 a 5 comprimidos al día, repartidos en dos o tres tomas. En una semana, empezará a notar una mejoría
Dosis habitual para niños menores de 15 años
No necesitan de este medicamento
Si usted toma más Almagil 500 comprimidos del que debiera:
Eso indicaría un estado exaltado de su realidad. Deje la ingestión y dedíquese a estabilizar su vida.
Posibles efectos adversos
No se conocen.

Agítese el alma antes de usarla.

29/4/08

Simplemente, mi vida.

Arrojada de la esencia, expulsada del onanismo, nazco y empiezo la condena de la repetición. Helicoidal cadena que es la vida. Tropiezo tras tropiezo, me levanto y vuelvo a nacer.

28/4/08

Acostarnos

Las noches que dormimos juntas, me gusta meterme la primera en la cama.

Bajo las sábanas frías, disfruto avivando el deseo que siento ante tu inminente calor y, avanzándome, imagino la sensación del contacto de nuestras pieles, la presión de mi abrazo y el primer beso que saborearé.

Interrumpes mis pensamientos entrando sigilosa en la habitación; vas descalza y no te desnudas. Te quitas el reloj y las pulseras y lo dejas sobre la mesita de noche.

Tengo necesidad de ser en ti y por eso me abrazo y cierro los ojos mientras fantaseo que me fusiono contigo proyectándonos a un punto fugaz en donde sólo somos una.

Quiero permanecer así hasta el final de nuestros cuerpos.

27/4/08

Poesia

No voy a intentar convencerme, sé que ando apasionada y poco me fluyen las palabras. Tendré que silabearlas. No me queda más que articularlas con la esperanza ensartada en la sílaba tónica.

No te olvido, aunque me he cansado de llamarte por tu nombre. Y no estoy protestando; anoche, tuve la suerte de verte vestida con traje de mujer. Pero ahora se me quedan las palabras encalladas en la punta de tus versos, ando enamorada. Si te escribo huyen las metáforas y sólo consigo retórica de nombres, verbos y complementos.

Con tu permiso (me conoces de hace tiempo), siempre he mostrado mi espíritu guerrero; la sumisión verbal me está matando.

Sobran las imágenes, las rimas y los versos,
cuando con una caricia
le estoy diciendo “te quiero”.

26/4/08

La sombra de la noche

Atardecer. La luz, hábil en el disfraz y el engaño, empieza a retirarse alargando las sombras de mi vida. El día ha vuelto a ser una mentira que se autodestruye al proferirse. En mi mirada, una súplica: libradme de mis temores.

Con la noche, el miedo, hijo unigénito de mi relación con la existencia, regresa. Entre sombras, espera mi laudatorio exordio. Él no lo sabe, pero es dueño absoluto de mi destino. Desaparecerá con el crepúsculo sin exabrupto alguno, irreverente, dejándome en paródicos aspectos.

Con el amanecer, la calma. De la noche, sólo queda la acritud que el miedo ha dejado en mi boca. Los primeros rayos de luz aportan la pesadumbre que, como bota de plomo, impedirá de nuevo que corra por la vida.

25/4/08

Cosas que callamos

Acariciarte desde aquí no es nada fácil, la distancia me obliga a convertir la caricia en palabra, el beso en verso y tu cuerpo en sintaxis. Vivo el amor que siento por ti como algo muy real, convirtiendo el tiempo en cariños. Tu voz me cautiva cada noche mientras me dejo cortejar por tu tono. Flirteo con el deseo y paralelamente voy coqueteando con nuestro próximo encuentro. Me subyuga la idea de tu persona y culmino, esa idea, con mi propia tentación. Galanteo con las ensoñaciones buscando realidades en mi anhelo. Me entusiasmo cuando tu conversación me roza el alma y quedo totalmente seducida por las cosas que callas. Palpo tu vacío en mi cama y lamo el sentimiento que me provoca tu recuerdo de tu cuerpo. Aprendo a mimar tu ausencia.

24/4/08

¡Cariño, fóllame!

Este fin de semana nos vamos a conocer. Huelga decirles lo nerviosa que estoy. Quiero montarle una cena romántica. Para ello tengo pensado llevarme una maleta con todo lo necesario, velas, comida para ocasión especiales, un buen vino…Todo tiene que salir perfecto. No quiero decepcionarla. Nos hemos visto por foto y a pesar de que su físico me ha chocado mucho porque no se parece en nada a la mujer que he estado imaginándome hasta ahora, creo que, una vez que me acostumbre a su imagen, será la mujer de mi vida. Mi pregunta es la siguiente: ¿Cuándo nos metamos en la cama, salgo desnuda del lavabo tarareando la música de Nueve semanas y media o me pongo el pijama en espera de que me lo quite ella? (No quiero parecerles mojigata, ni tampoco todo lo contrario, una lanzada).

Llegué al hotel unas horas antes que ella. Me encontraba muy nerviosa por si fallaba algo. La recepcionista del hotel me preguntó si tenía habitación reservada y yo le dije: “Sí, una habitación de matrimonio a nombre de SoyTuyaPaSi, por favor” (en realidad es “SoyTuyaParaSiempre”, pero no le cabe el nick entero). Mi corazón latía velozmente mientras la señorita comprobaba la reserva. Se me ocurrió pensar que lo mismo no existía tal reserva, que me había tomado el pelo y no pensaba venir. Duró poco mi angustia porque en seguida me dijo: “Aquí está. Tendrá que ser una doble, no nos quedan de matrimonio”. Y la verdad, a mí me dio igual. Me dio un llavero en el que colgaban una herradura y una llave. Era la habitación 333.

Llegué al piso, busqué el número y abrí la puerta intentando evitar dar con la herradura en la madera, cosa ardua. La habitación era pequeña. El armario quedaba detrás de la puerta de entrada. Era de una hoja, empotrado y colgaba una percha torcida de color amarillo en su interior. Las paredes de la habitación estaban enmoquetadas en granate. Unas cortinas del mismo color, aunque de tela más brillante, colgaban delante de la única ventana. Dos camas separadas por una mesita de noche y un pequeño tocador eran los únicos muebles existentes. Ni silla tenía el tocador, ya que debido a la falta de espacio era necesario sentarse en los pies de la cama si se pretendía hacer uso de él. La puerta del lavabo estaba abierta. Me di cuenta por el olor a desagüe que desprendía la habitación. Abrí la luz y lo observé. Qué maravillas hacen los arquitectos: en el espacio en dónde cabe una bañera, habían logrado poner un water y un pequeño lavamanos. De encima del water salían dos grifos y una ducha, estilo alcachofa, adosada a la pared. No existía la bañera, más que nada porque no cabía.

Dejé las maletas y miré el reloj, tenía casi dos horas para montar la escena de seducción. Lo primero que hice fue sacar la mesita de noche de en medio y juntar las dos camas. No llegaba el cable del teléfono a la nueva ubicación de la mesilla, por lo que dejé el aparato debajo de una de las almohadas. Con un poco de suerte, no se daría cuenta. Abrí la maleta y el primer problema que tuve fue que no tenía en dónde poner las velas, al final eran de esas de cumpleaños porque no había podido encontrar otras. Pero como una es muy apañada y de estas cosas siempre sale, cogí el papel de water y empecé a mascarlo haciendo bolitas lo suficientemente grandes para que aguantaran el peso de las velas. Las pegué en el tocador, formando un corazón. Soy así de romántica, ya me conocen ustedes. No sabía en dónde disponer la comida. Había ocupado lo único que nos podía hacer de mesa. Se me ocurrió extender una de las toallas a modo de mantel por encima de las camas (ahora juntitas). Si íbamos con cuidado no mancharíamos nada.

De la maleta saqué los apetitosos manjares. Me fui al baño y aprovechando la tapa bajada del WC, previo sacar la cinta que indicaba una buena higiene, con una navajita que me gané el segundo años en los Scouts, quise cortar una lechuga iceberg, estilo juliana. Acabé troceándola con los dedos como si estuviera tronchando judía tierna. Qué nerviosa me puso la dichosa arma blanca, tuve que realizar una serie de respiraciones que había aprendido en clases de relajación. Desfilmé la bandejita que contenía un par de manitas de cerdo y la dispuse encima del improvisado mantel, añadiéndole unos supuestos tomates macerados. En seguida se mezcló el olor del guiso con el del desagüe. Para solucionarlo, atomicé un poco de mi colonia, 212 (es el nombre de la colonia “tuguantu”, no la cantidad de veces que usé el atomizador), por la habitación. Dispuse unos rollitos de jamón dulce en un plato de plástico y los cubrí de salsa barbacoa (me dio la receta una amiga). Opté por dejar la bolsa de cortezas sin abrir, para que no se volvieran blandas. Me di cuenta entonces, de que me había olvidado el vino. Menudo fallo. Suerte que el agua del lavabo era potable y que en la repisita de cristal que había junto al espejo reposaban dos vasos cuidadosamente esterilizados.

Una vez puesta toda la mesa, observé la creación desde un rincón de la habitación. Realmente soy una persona muy romántica. Seguro que con ello le acabaría de conquistar el corazón. Me había olvidado también de las servilletas. Con papel de WC y algo de conocimientos de papiroflexia, hice unos cisnes y los dispuse al lado de los platos de plástico, dando por acabado con ello la preparación de la cena. Ahora ya podía disponerme a esperarla.

************

Golpeó suavemente en la puerta y me levanté como un resorte a abrir. Miré el reloj. Llegaba puntual. Volvió a golpear, esta vez más fuerte y abrí sin más demora. Nuestro primer contacto visual fue casi eléctrico. A mí me costaba respirar. Mis pechos subían y bajaban con una velocidad provocadora. Me descubrí jadeando. Fue curioso el hecho de que, a pesar de que me importaba poco el físico, me impactó verla. Ahí me di cuenta de que realmente no la conocía de nada. Me hizo un gesto para que me apartara y la dejara entrar en la habitación. Cerró la puerta tras de sí y dejó la maleta en el suelo. De forma brusca, se abalanzó sobre mí y me besó inesperadamente mientras me abrazaba. Me dio la impresión de que lo hacía porque pensaba que yo lo anhelaba. La sorpresa hizo que me desestabilizara y apoyara mi espalda en la pared del pequeño pasillo para evitar caerme. Con ganas de comunicarle pasión y pensando que era lo que ella también esperaba, le devolví el beso; pero tal fue mi torpeza que sólo conseguí que mis dientes chocaran contra los suyos. Se separó un momento y sonrió y, apretando fuertemente su cuerpo contra el mío, empezó de nuevo a besarme con pasión y locura. Estuvimos un buen rato rodando por la pequeña pared del pasillo besándonos bajo la flechita roja de “Usted está aquí”, perteneciente al cartel de "En caso de incendio". Como el calor iba subiendo, ella me fue conduciendo a la comodidad de la cama.

Nos enredamos en abrazos y besos y empezamos a rodar por encima del “tálamo”. Ya poco me importaba la cena. Estábamos impacientes por conocernos, en el amplio sentido de la palabra. Mi temperatura aumentaba por momentos y necesitaba sacarme la ropa, pero mi vergüenza impedía que yo misma lo hiciera. Pensé que si empezaba a quitarle la suya, ella haría lo propio. Estábamos estiradas en la cama. Entre nosotras había rodado uno de los tomates de la cena (con la emoción del momento, ya no me acordaba de que tenía “la mesa” preparada para cenar). Yo quise incorporarme un poco para sacarlo. Cuando ya lo había cogido, aguantada sólo por un codo, perdí el equilibrio y caí sobre ella, dándole con mi barbilla en su pómulo. Soltó un gritito de sorpresa y dolor. Me quería morir. Le pedí mil disculpas y ya me disponía a retirarme de encima cuando me acercó de nuevo y me volvió a besar.

Empezó a quitarme la ropa, de una forma suave pero con decisión. Cuando logró sacarme el sujetador, que se me suele encajar entre los pechos y las costillas, se quedó maravillada con tanta extensión. Yo sonreí complacida y algo avergonzada. Al verla parada y mirándome, pensé que me indicaba que ahora debía desnudarla yo. Sentadas las dos en la cama, de frente, cogí su camiseta y la subí para sacársela. Ella ayudó levantando sus brazos. No sé si la pasión hace sudar, el caso es que la camiseta no se deslizaba como yo pensaba. Se había quedado atascada. Me puse de rodillas para tener más espacio de impulso y con un brusco estirar, logré sacársela. Volví a caer encima de ella. Esta vez, uno de mis pezones quedó dentro de su boca y, tras unos instantes de confusión, no lo desaprovechó. Mi excitación llegó rápidamente y ya pasé de vergüenzas y tonterías. Me puse en pie y me desabroché el pantalón. Me lo saqué y haciendo amago de streaptease lo lancé por encima de su cabeza con una serie de movimientos descoordinados y nada sutiles. No hice caso a su arqueo de ceja. Me bajé las bragas. Tras sacar uno de los pies, las impulsé hacia arriba con el otro queriéndolas coger en el aire con la mano. Calculé mal y me di con la pata de la cama en el dedo meñique del pie. Se me nubló la vista de dolor. Intenté no perder la sonrisa, para que no se diera cuenta de lo que me había pasado y me senté a su lado, acariciando, sin intención, su pierna, a modo de disimulo. Mi respiración volvió a ser jadeo para evitar el desmayo, esta vez. Cuando me recuperé, me di cuenta que ella ya se había desnudado del todo y estaba tendida, ofreciéndome su cuerpo, totalmente desconocido para mí.

Me tendí a su lado. Su brazo derecho había quedado debajo de mi nuca y quise girarme para abrazarla y besarla. Dada mi constitución y mi poca agilidad, al realizar el giro, con mi cuerpo, le pellizqué su pezón derecho contra la cama. Chilló de dolor. Mientras se lo masajeaba, la miraba sentada y desesperada. Ella empezó a darse cuenta de que yo no era ninguna joya en la cama. Al final, armada de paciencia, me estiró y se puso encima de mí. Me dijo: “Estate quieta, déjame hacer a mí”. Y así lo hice.

Recordé, de nuevo, que tenía puesta la “mesa a los pies de la cama” cuando, con un exceso de incontrolado movimiento, tras giros y requiebros, encontrándome sobre ella, intenté patear el otro tomate que ya había rodado hasta nosotras. No lo conseguí, por lo que tuve que repetir la operación varias veces. Al final opté por acompañarlo con el pie. Hallándome absorta en la tarea de evitar chafar el tomate y con mis anteriores patadas espasmódicas, descubrí que ella se pensaba que yo… Bueno, ya pueden imaginarse la escena. En ese momento estaba encima de ella y había ido bajando por su cuerpo intentando conducir con el pie el tomate hasta el borde de la cama para que cayera al suelo. Empezó a gemir de placer y a contornearse. Me cogió la cabeza con las dos manos y la apretó contra su vientre, tapándome los orificios nasales. Aguanté cuanto puede. Al final, con un sacudir brusco de cabeza, recuperé la respiración. Solté como un gutural gemido a modo de placer, para disimular, mientras que con el pie derecho, impulsaba el tomate al vacío. Entonces ella con voz lasciva me dijo: “Cariño, fóllame”.

¿Follarla? Dios mío, si no había manera de poder hacerlo. Al depositar el pie en la cama, calculé mal. Noté que lo hundía en lo que en seguida reconocí como la salsa de las manitas de cerdo. Suspiré profundamente; qué noche. Al oír mi exhalación, se pensó que ya me había recuperado y volvió al ataque conmigo. Mientras intentaba que el pie no tocara la sábana, notaba como la sustancia iba, poco a poco, chorreándome la pierna. Me giró y se puso de nuevo sobre mí. Mi cabeza dio sobre algo duro, pero no tuve tiempo de pensar en ello porque me hizo rodar 360º. Entonces noté como un cordón en mi cuello. ¿Era amante del sadomasoquismo? Pensé que me había metido en un lío y que debía de salir de él de la manera más digna que pudiera. Empecé a oír un tu-tu-tu-tu. Me costó adivinar que lo que ocurría es que se me había enredado el cable del auricular del teléfono que, con tanto giro pasional, se había salido de debajo de la almohada. Solté todo el aire que contenían mis pulmones; qué mal lo había pasado por un instante. Como pude, me saqué el cordoncillo del cuello. Ella andaba perdida en mí, mucho más abajo.

Estimadas, me permitirán elidir el resto de la noche. Aunque no se hagan demasiadas ilusiones, porque pueden imaginarse que la cosa continúo en el mismo tono.

Entro jugos y humedades llegó el momento de abandonar la habitación. Cerré la puerta de la habitación con un suspiro. Ahí quedaba mi deseado fin de semana junto con un extraño hedor a desagüe, feromonas y comida.

Te diré un secreto

Quiero hallar en tus labios el adolescente beso, que en su edad me correspondía y que no degusté.

Quiero tener contigo una primera noche de deseos contenidos y defectos escondidos, por ser la primera vez.

Quiero la torpeza del sexo de dos cuerpos inexpertos que buscan saciar su propia sed.

Y quiero las carcajadas del recuerdo de esa noche, solas, en el sofá de casa, degustando nuestro té.

22/4/08

Tu cuerpo

Tu cuerpo ha empezado a hablarme. Me acosté un día a tu lado y comprendí su código cifrado. ¿Qué hechizo contiene su silencio que hace que viva anhelando su misterio? Es desde el silencio de tu cuerpo que brota la verdadera sonrisa del lenguaje. Me gusta cuando con una terca inclinación me deja ver sus señales y sus guiños y somos cómplices en contemplarnos. Me encanta esta extraña forma de comunicarnos. Disfruto del poso que me deja su diálogo. Empiezo a vivir en su escucha y sólo desde la escucha emerge, él, como una ofrenda. ¿Qué mágico lenguaje hace aflorar el sentimiento que me explica la naturaleza de nuestro encuentro? Sólo desde la mirada benévola del amor puedo verte a ti como los dioses nos ven.

Tu turno

Avanzo mi peón y me acerco a ti, poco a poco, porque sé que de él no tendrás miedo. Tu seguridad te impide ver mis movimientos y me deslizo en silencio por los escaques del tablero. Me hallo ante ti y contemplo tu figura, buscando la hermosura que encierra el instante. Estudio tus gestos e intento, con mi cordura, descubrir la debilidad que esconde tu propia locura. Torres más altas han caído. He mandado ensillar mi caballo por si me ves y dices mi nombre, poder galopar a tu lado. Si me dieras permiso, mis alfiles recorrerían, de una vez, tus diagonales, lentamente, deslizándose suaves por tu historia. Mueve tu pieza, tómate el tiempo que quieras que llegado ese momento, el jaque al rey lo harán dos reinas.

20/4/08

Nunca fui tuya

La conocí en el Chat, de la forma en que dos mujeres se conocen a través de este medio. Empezamos jugando con las palabras, con las ideas, con la gente, para pasar a un juego de grado superior con nuestros propios sentimientos. Exaltación y fogosidad, eran los adjetivos que definían nuestra próspera relación. Pronto entramos en un frenesí descontrolado de dependencia. Cubría mis carencias, yo las suyas. Me sentía totalmente enamorada de ella y ella de mí. Con la velocidad que impulsa la necesidad, en breve, decidimos que se viniera a vivir a mi casa. A dos meses de conocerla por Chat y de interminables charlas telefónicas, bajaba del avión con una maleta en cada mano.

Empezó, en ese instante, la mejor época de mi vida. Me sentía amada a extremos insospechados. Una vez instalada en mi casa, se dedicó por completo a hacerme feliz. Empecé a vivir ese cuento de hadas, que justo antes de conocerla, empezaba a dudar que existiera. No necesitaba a nadie más. Mi familia y mis amigos, mal me pese reconocerlo, me estorbaban. Esa mujer era todo lo que quería. Sin darme cuenta, rebosada de amor, fui cerrando mi vida en torno a ella. Creamos un nido maravilloso en donde todo era cariño y dulzura.

Como es lógico mis amigos empezaron a reclamarme. Entendían que durante los primeros días viviera en la soledad de la pareja ese amor que tanto había deseado, pero, ahora, consideraban que era el momento de volver a la parte social y de compartir con ellos a mi dama. Así que monté una cena en casa. Me sorprendí al ver que no le hizo ninguna gracia. Pero me olvidé de ello al acariciarme tiernamente y susurrarme, de un modo infantil, que me quería sólo para ella y que no quería compartirme con nadie. Este comentario me halagó enormemente, ciega, entonces, a la realidad de su significado.

Desde ese momento, de una forma sutil, fue cambiando su comportamiento. Delante de la gente era la pareja más dulce y atenta que nadie podía tener, pero luego a solas, me trataba como parte de su posesión. Me di cuenta tarde, para poder remediarlo. Empezó a criticar a mi familia y a mis amistades hasta pasar a insultarlas siempre que podía. Y a mí, empezó a tratarme con desprecio y burla y se mofaba de todas mis opiniones. Al principio, cuando veía que se había pasado, volvía como una corderita y me pedía perdón alegando haber tenido un mal día o que estaba a punto de venirle el periodo. Así, sutilmente, fue acrecentándose la frecuencia del maltrato psicológico.

Recuerdo un día, en que había organizado una cena con motivo de la despedida de mi mejor amiga, que se iba a vivir fuera del país. Ya tenía toda la comida preparada y la mesa puesta. Acababa de salir de la ducha y me hallaba sentada, en la cama, aplicándome la crema hidratante por el cuerpo y las piernas. Entró en la habitación ya con ganas de jaleo. No puedo relatar el motivo de la discusión (aunque sé que tenía que ver con mis amigos) porque nunca he sido capaz de entender que fue lo que le pasó. El caso es que la pelea acabó con ella encima de mí y yo estirada en la cama; con una mano me cogía por el cuello y con la otra me amenazaba delante de los ojos. Paró en seco de gritarme, se levantó y salió de la habitación dando un portazo. Nunca me sentí tan desnuda como aquel día. Cuando fui capaz de moverme, llamé por teléfono a mi amiga y anulé la cena excusándome con un cólico nefrítico. Le pedí el favor de que llamara ella a los demás informándoles de la cancelación. No me fue difícil engañarla ya que pensó que mis lágrimas, que no pude contener, eran debidas a mi dolor físico.

A partir de entonces, los malostratos pasaron a contener amenazas físicas. Me tenía cogida por todos los lados. En ocasiones, cuando ella se empezaba a ver con las maletas en la puerta, volvía a mí dulce y melosa y yo se lo perdonaba todo. Pero duraba poco. Entonces, cambiaba radicalmente y me mostraba todo un panorama de rabia y odio hacia mí. En la cama, su forma de tocarme era bien diferente a la de los primeros meses. Yo me sentía asqueada, y cuando ella se dormía, lloraba sin hacer ruido, con pavor al pensar que pudiera despertarse. Poco a poco mi aspecto alegre y feliz se convirtió en taciturno y lleno de tristeza. Delante de mis amigos y de mi familia intentaba comportarme como si mi vida fuera llena y dichosa, conduciéndome esto, a un tremendo sentimiento de soledad. Me sentía frustrada y fracasada. Mi silencio era el resultado del miedo que estaba atenazando mi vida.

Quería echarla de mi casa pero no sabía cómo. Estaba demasiado intimidada por ella y por sus amenazas. Todos sus gastos corrían de mi cuenta. Además, le estaba proporcionando el dinero de bolsillo, ya que, en los ocho meses que llevaba conmigo, no había conseguido ningún trabajo. Hacia unos días que me estaba pidiendo que la pusiera como propietaria en las escrituras del piso y yo me las iba componiendo para ir dándole largas. Por aquel entonces, mi mente sólo se ocupada de buscar la forma de echarla y que me dejara tranquila, sin que eso fuera un escándalo.

Un día, llegué de trabajar y no se había levantado de la cama. Me dijo: "quiero hablar de las escrituras". Yo, que no sé de donde saqué las fuerzas, me enfrenté a ella y le dije: "Tendrás que hablar con mi abogada. Tú y yo no tenemos nada más que hablar". Me giré para irme y un fuerte golpear me sobresaltó. Al volverme la descubrí obcecada dando puñetazos al armario. Le grité que lo iba a romper. Pero callé al ver que, furibunda se acercaba y me cogía del abrigo para atraerme hacia ella. Me agarró de la cabeza con las dos manos y golpeó mi cara con todas sus fuerzas en su rodilla. Sólo se oyó el crujido de mi nariz y empezó a sangrar. Ahí fui consciente de que mi mundo se había teñido de color rojo.

No salí de casa en más de una semana. Pero necesité mucho más que eso para hacerme fuerte. Vivió conmigo casi un año y medio. Y me agredió, al menos, en tres ocasiones más. No sé de dónde saqué las fuerzas. Ni qué me hizo actuar como lo hice. Pero un día, en que la muerte rondaba mi cabeza como solución, cambié la cerradura y le dejé las maletas en el rellano de la escalera. Me fui a casa de unos amigos y ahí, totalmente derrumbada, expliqué toda la historia. Ellos se ocuparon de todo; llamaron a mi familia y le pusieron en antecedentes. Entendieron de golpe mi conducta durante este último año. Todos se hicieron cargo de mí y me sentía muy cuidada. Pero seguía metida en mi mutismo. Poseía un secreto que no quería compartir con ellos: yo ya no era la misma persona.

Tardé unos meses en poder regresar a mi casa. No fui capaz de dormir sola las primeras noches y mi hermana se quedó conmigo. Fue pasando el tiempo y con ello, poco a poco, fui recuperando muchas cosas que había perdido. Mi vida volvía a ser la de antes de conocerla. Nunca se volvió a saber de ella y con el transcurrir de los meses la gente fue olvidando el tema. Nadie ni nada volvió a recordarme su nombre, excepto el miedo con el que, desde entonces, vivo cada uno de mis días.

19/4/08

Compromiso

Si dices sí

me comprometo a llenar tu cama de sonrisas y besos, a velar tus noches de insomnio con mis entrañables cuentos, a vivir un minuto antes, tus miedos, para poder, segura, guiarte por ellos.

Me comprometo a sonreír los problemas y dulcificar los enfados, a rememorar contigo los años pasados, a arrancar de tus entrañas puñales clavados y a escalar la montaña de tus sueños dorados.

Me comprometo a colmar tus soledades con dulces cariños, a caminar a tu lado por sentimientos sombríos, a condimentar esperanzas con diferentes aliños y a envejecer junto a ti en otoños tardíos.

Si dices sí, me comprometo a ti.

18/4/08

Destino

Apoyas un pie en el punto final y trepas por el último párrafo. Colocas tus manos, sujetándote, en la primera línea del colofón, mientras que con el otro pie buscas una palabra para poderte impulsar hacia arriba. Desde ahí, es más fácil acceder a cualquier parte del escrito. Te deslizas por el sentido de mi expresión, rápidamente, de párrafo en párrafo, o de línea en línea cuando la dificultad de compresión se acentúa. Con un pequeño piolet en la mano vas recorriendo el abrupto paisaje de mis empinadas palabras. Te descubro, cuando apenas nos separa una frase, limpiándote una mayúscula que ha quedado enredada entre tus cabellos. Me localizas sacando el polvo a mis oraciones. Acostumbrada a la soledad de mis escritos, me sorprende verte trepando por uno de ellos. Ahora, estás parada sobre el punto y seguido. Respiras con el cansancio producido por la ascensión, mientras me sonríes. Aguardas ceremoniosamente los estáticos minutos de quien está próximo a conseguir su meta. Me quedo quieta esperando ver qué haces. Cogiendo aire, y situada ya sobre el punto y seguido, sorteas los diferentes complementos circunstanciales. El escarpado terreno te obliga a tenderte en el suelo y a arrastrarte, mientras remontas con aprieto el objeto directo; tú no lo sabes, pero es el desplome más importante a superar. Una vez en el duro verbo te incorporas y sacudes tu ropa de pequeñas briznas silábicas. Con apenas unos segundos de cálculo, coges carrerilla para saltar el abismo existente entre el predicado y el sujeto. Te lanzas al vacío y caes directamente en la aposición. Desde ahí me escrutas sin prisas. Al final, me tiendes la mano, más por coquetería que por dificultad, para que te ayude a pasar la última coma, que te separa del nombre. Te acerco la mía, no me atrevo a tocarte, y te ases a ella despertando, así, el aletargado sentido de mi tacto. Ya nunca más me la habrás de soltar. Me fijo en que no llevas arnés y caigo en la cuenta de que has ascendido sin cuerda de seguridad. Te miro enternecida por tu acto.

Cuando nos besamos, tus labios me confiesan que llevabas tiempo buscándome. Siento que el deseo y la pasión, que he estado escondiendo tras cada una de mis palabras, invade mi extinto sentir. Esta vez no son ficciones escritas. Sin decir nada, estiras de mí hasta una frase copulativa. Me pierdo en ti.

17/4/08

Tu casa

Cuando la vi por primera vez, de lejos, no parecía una casa abandonada. Por fuera no se percibía en mal estado aunque sí que se intuía cerrada y con alguna que otra ventana tapiada. No es que me llamara la atención especialmente, pero mi camino iba en aquella dirección, así que esperé a sacar un juicio más fidedigno cuando estuviera más cerca. El senderillo plagado de belleza que acercaba a la construcción se me hizo corto. Una vez delante de la verja que lo separaba del jardín, me paré a contemplar lo que otrora fuera una vivienda. Era majestuosa, sin lugar a dudas. No sé el impulso que sentí, pero empujé la portezuela de la valla y tras el chirrido inicial de quien ha permanecido mucho tiempo inmóvil, se desplazó. Sin pensarlo dos veces, me planté en medio del caminito de piedras que conducía de la vereda a la puerta principal. El jardín, no parecía abandonado, aunque si me fijaba bien, no contenía más que una selección de arbustos y plantas que estaban creciendo con un absoluto libre albedrío. Me acerqué a la puerta y la empujé sin ninguna esperanza de que cediera. Nadie deja la puerta de su casa abierta. Me atraía el misterio de lo prohibido ya que era un allanamiento en toda regla. Empecé a rodear la mansión, intentando ver a través de los cristales de las ventanas, translúcidos por el polvo que el tiempo deposita en el desamparo. En la parte trasera del edificio encontré una ventana rota. No dudé ni un segundo que antes que yo, alguien había intentado acceder al interior. Entré.

Una vez que mis ojos se acostumbraron a los tenues rayos de luz que, insolentes, se colaban desde fuera alumbrando la estancia de forma fantasmagórica, contemplé la orfandad de aquella sala. No se notaba la estima de quien abandona su casa tapando los muebles con una sábana; pensé, entonces, que la desidia y la apatía se habían hecho, lentamente, con ese lugar, hasta llegar a contener sólo los olores que el recuerdo deja. Las puertas del interior de la casa ya no respiraban, hacía tiempo que habían perdido la esperanza y permitían el acceso a todas las estancias. Callaban los susurros y las risas que antes, como fieles custodios, guardaban, transformando ahora, con su mudez, las ilusiones en pulverulentos secretos. Moraba la soledad a sus anchas por todo el interior, hediendo silencio a su paso. Abrí cajones y armarios, sin saber qué era lo que buscaba, inconsciente de que, con ello, sólo conseguía enrarecer la atmósfera de un elíptico vacío. Al final, en una cómoda del pasillo donde se guardaban las sábanas, en el cajón más bajo, encontré un almidonado dolor bien planchado y doblado.

Ahora tengo claro que no pienso irme de tu casa. Abriré las ventanas para que entre la luz de nuevas vivencias. La airearé con música de noveles ilusiones. Limpiaré de dolor, con el paño mi esencia, cada recoveco de tu abandono. Las puertas volverán a cerrar las estancias y a equilibrar los latidos de tu vivir. Y cuando vuelva a tener su antigua actividad, si quieres, entonces y sólo entonces, te permitiré que me eches a patadas.

16/4/08

Arraigando

No me había dado cuenta. La he descubierto esta mañana mientras me desperezaba delante del espejo. Me ha germinado una brizna entre el corazón y la razón. Por ahora es un pequeño brote de un intenso color esperanza. Son hierbas de esas que nacen sin regarlas, ni cuidarlas. Crece rápido, porque, en el tiempo de lavarme la cara con agua fría y cepillarme los dientes, han empezado a brotar algunas hojas con tu nombre. ¡Suerte que no he arrancado la planta pensando que era un hierbajo! Voy a tener que cuidarla ya que, en el lugar en que ha salido, la tierra no es demasiado fértil. Tendré que elegir el compost adecuado: un buen humus de sentimientos, cariño y dulzura. Eso siempre va bien a las plantas. Debo hablarle cada día y tratarla con mucho amor, ella lo agradecerá. He de esforzarme en crearle un ambiente cálido y mantener la tierra bien húmeda. Es una planta de interior y necesita de mis cuidados. Cuando haya crecido un poco, la transplantaré a mi corazón, donde la tierra es fecunda. Ahí, si quiere, podrá florecer.

14/4/08

Orgasmo

Por la noche, tras despedirnos, mi corazón sólo busca excusas para acariciarte. Me noto exaltada y mientras me lavo los dientes te invento abrazada detrás de mí. Te siento cerca, en lo profundo de mi desconocimiento, paseando tu alma por los pliegues de mi esencia. Hace días que ya no duermo con pijama, tentando, así, la fragancia del anhelo. Mimo mi soledad con la imagen de tu presencia. Dejo que fluya la exaltación de no tenerte, de la distancia. Coqueteo con la idea de que, un día, tú me quieras. Palpo cada una de tus palabras intentando templarme. Aumenta la fogosidad del sentimiento y en un rapto de lujuria mental digo que te quiero. Yace sobre mí el arcano de pretenderte. Poco a poco me atrevo a rozar tu expresión. Retozo con el espejismo de tu sonrisa rodando por la cama hasta caer al suelo, para acabar formando un ovillo de hebras de amor. Siento necesidad de sentirte y es el deseo que masturba mi tranquilidad hasta llevarla al orgasmo. Me relajo y me dejo hacer.

13/4/08

Una realidad


En momentos depresivos, sin duda, hay crecimiento personal y botánico.

11/4/08

Timo

La realidad no es otra: embauco con mi lenguaje.

Soy excelente estafadora verbal. Hurto vivencias, palabras y sentimientos y las vendo como míos en el mercado negro del amor. Con ello gano fiabilidad, cosa que me permite acceder de nuevo al robo. Si se mira bien, mi maestría en contar historias no tiene valor alguno. Es un fraude. Me dedico al contrabando de emociones y estraperleo, incluso, con almas ajenas. Mi arte radica en estafar con mi fábula mintiendo al inocente lector y consiguiendo, así, que me siga leyendo cada vez que escribo. Como artista del timo que soy, no he tenido más que trabajarme un poco el vocabulario para que me sirva de gancho con los leyentes (permítaseme la licencia). Nunca ando falta en ideas ya que en vosotras existe el mejor caldo de cultivo al que puedo acceder. Ricas sois en amores y desamores, en dudas existenciales y temores, en experiencias y conclusiones (con coherencia o sin ella), en amistades y odios, en fidelidades y adulterios y en muchas otras regiones donde lindan sentimientos.

Maestra en quimeras y alegorías, creadora de mutantes parábolas, generadora de ficciones y sobre todo cuentista, eso, es lo que yo soy.

Este escrito tiene dos propósitos claros, el primero, es agradeceros vuestra inopia (léase como adjetivo, ya que hoy tengo la licencia subida) colaboración y el segundo, advertiros del dolo de mis textos.

¿Por qué os cuento todo esto? (Bien fácil me es contestar a esta pregunta.) Ahora que estáis advertidas, escamotearos el alma se ha vuelto, para mí, mucho más interesante.

Así, pues, a modo de parecer pesada, repito: Agradecida quedo.

10/4/08

Para ti, aunque no te identifiques

No sé dónde estarás hoy, ni lo que debes estar haciendo. Ha pasado tanto tiempo que ya has debido cambiar el horario de tus costumbres. Yo sin embargo, sigo metódica en todo, por si vuelves, que me puedas encontrar. Aquí los días son extraños; con tu ausencia, todo ha cambiado. No he encontrado a nadie con quien celebrar los tesoros de la vida. Ya casi no hago tonterías porque a penas me siento niña. ¿Recuerdas? Te gustaba jugar con la arena de la playa, con la arena que se quedaba pegada a mis pies y yo reía cuando con tus dedos pretendías quitármela. Siempre te contagiaba y acabábamos las dos riendo como locas. Ahora mis sonrisas son silenciosas, ya no se desbordan en carcajadas.

¿A qué no sabes desde dónde te escribo? Desde aquella mesa. La del rincón. Aquella que si llegábamos y estaba ocupada nos quedábamos en la barra esperando a que se fueran los “usurpadores”. Los mirábamos fijamente, en la nuca, para acabar discutiendo quién era la que tenía el poder mental de echarlos. No sentíamos vivas, diferentes al mundo. Ahora, tengo miedo de avanzar y perderte. He dejado de pisar. Ando de puntillas y así parece que sigues durmiendo en la habitación.

Sé que te enfadarás porque ya no doy trocitos de mí a cambio de nada, los guardo todos para ti. También sé que me vas a reñir porque he perdido mis miradas, tengo dos ojos preguntando por la verdad, con desconfianza.

Las cosas pasan y no me gustan, no me gustan las cosas que pasan.

9/4/08

Siempre

Me he pasado dos días cantando una canción que me gusta mucho: Now That I’ve Seen Her (Her or Me) del musical de Miss Saigon.
Hace tiempo, hice una letra, junto con un amigo, que no es traducción de la original en inglés, y es la que me gusta cantar.

Sempre

Quan fa sol,
quan et diu que no té problemes.
Quan somriu i et fa petons,
recordes els moments que heu compartit.

“Prò” quan plou,
quan et mira i et fa sentir buida,
quan tu saps que hi ha algú més,
quan el vostre amor ja no existeix.

Sempre t’enganyes
pensant que demà
pot tornar a fer sol
i no plourà.

Sempre t’enganyes,
no ho vols acceptar.
“Prò” es millor
Viure amb ell que deixar-lo marxar.

Recordant que vau ser,
recordant els vostres llocs,
recordant les vostres pors,
t’inventes coses I desfàs records,
la teva vida s’ha partit en dos.
Ja no pots continuar lluitant.

Sempre t’enganyes
però saps que demà
marxarà
i la teva vida torna a començar.

Aquí la traducción literal que no cuadra con la música.

Siempre

Cuando hace sol,
cuando te dice que no tiene problemas.
Cuando sonríe y te besa,
recuerdas los momentos que has compartido.

Pero cuando llueve,
cuando te mira y te hace sentir vacía,
cuando sabes que hay alguien más,
cuando vuestro amor ya no existe.

Siempre te engañas
pensando que mañana
puede volver a brillar el sol
y no lloverá.

Siempre te engañas,
no lo quieres aceptar.
Pero es mejor
vivir con él que dejarlo marchar.

Recordando que fuisteis,
recordando nuestros lugares,
recordando vuestros miedos,
te inventas cosas y deshaces recuerdos,
tu vida se ha partido en dos.
Ya no puedes continuar luchando.

Siempre te engañas,
pero sabes que mañana
marchará
y tu vida volverá a empezar.


También se puede escuchar en japonés, directamente de la obra.

7/4/08

Hilando fino

Extraído directamente de la Trae (pacá).

Soledad

(del lat., cómo no, solus y vetulus, ya que de pueris no nos dábamos cuenta).

1.f. Dícese de descubrir un día el alma como yermo desierto, despoblada de oasis perdidos donde antaño anidaban exóticas aves de amor y despertarse una mañana desterrando lo soñado para levantar con avidez y tristeza el monumento al deseo.

2.f. Nostalgia que oprime el pecho impidiendo disfrutarnos a nosotros mismos.

3.f. Encarnada lucha que sufre el hombre (genérico por supuesto, por no dejar de ser políticamente lesbiana) por no haber encontrado su piedra filosofal (véase media naranja).

6/4/08

La espuma de los días

Descubrí a Boris Vian hace tiempo. Un día, una filóloga amiga me dijo, “si no has leído La espuma de los días no puedes decir que eres lectora”. Ante tal reto, no tardé en tener el libro entre mis manos y el sofá en mis posaderas. Es un libro raro, pero me apasionó. Entré de cabeza en su poética y estuve nadando entre sus límpidas palabras todo lo que duró el libro. Creo recordar que sólo me levanté de mi asiento para comer.

Vian nació en el 1920, en Francia. La guerra interrumpió sus estudios y cuando terminó esta se dispersó en múltiples actividades (actor, cantante, músico de jazz, periodista, escritor). Las vivió todas con tanta furia e intensidad que perdió prematuramente la vida en 1959. Firmó las tres primeras novelas con el pseudónimo de Vernon Sullivan; son amargas y virulentas y suscitaron en sus días un gran escándalo. Más tarde sucedería su obra más madura.

Los entendidos prefieren hablar como el fenómeno de La espuma de los días más que como el fenómeno de Boris Vian, aunque uno sin el otro no tiene existencia (es en esta obra donde el autor encontró el reconocimiento). Esta novela conoció una gran moda después del Mai 68.

“En la vida, lo esencial es tener sobre todo los juicios a priori. Parece, en efecto, que las masas están equivocadas y los individuos siempre tienen razón”. Sobre esta declaración empieza la novela. Nuestra atención está solicitada por esta afirmación abrupta que pone en juego un “individualismo” que se manifiesta a lo largo de toda la novela, desde la limpia salida hecha entre los personajes principales (que poseen nombre propio) y los otros, simples individuos anónimos cogidos de entre una masa indiferenciada. Entre la masa propiamente dicha, la que se aplastará en las conferencias de Jean Sol Partre y nuestros cuatro héroes salen personajes diferenciados de la masa porque están individualizados, pero que no acceden nunca al rango de persona. Los más cotidianos son designados por su función; el librero, el farmacéutico, el ujier… Falta la categoría de individuos bastante ambigua en donde el nombre es la derivación del de una persona real y que la imita: Jean Sol Partre, La marquesa de Beauvovard, etc…

Uno de los aspectos principales de la novela es recalcar este individualismo, que se encarna en los personajes principales, únicos actores principales con los que se podrá enfrentar e identificar el lector.

Cuando empezamos a leer nos damos cuenta enseguida que no se nos está hablando del mundo en el que vivimos. Todas las expresiones, cogidas al pie de la letra, contribuyen realmente a crear este universo, chusco, cómico, ridículo, en el cual se mueves estos cuatro héroes y que no es el mundo de los lectores. La cuarta dimensión de este mundo es la del lenguaje y de alguna manera debemos ver que bajo esta virtud de desconcierto se trata de nuestro mundo. Por lo que se puede llegar a afirmar que el mundo de La espuma de los días no es más que una anamorfosis ridícula del otro. También se puede decir que las irrisiones y las críticas contenidas en esta novela, de la religión, de la guerra, …, seducen al lector porque es él el que ha hecho su transcurso. Todo esto lo seduce y lo pone en el individualismo de los héroes. Pero estas críticas a priori, para que puedan ser brutales y limpias, no van acompañadas de ningún razonamiento. El autor no se justifica. Se pueden encontrar respuestas a problemas que nunca han sido tratados.

Si se tienen nociones, se descubre un simbolismo clásico: el amor y la muerte. Contiene el mito de Tristan.

Resumiendo: el destino de La espuma de los días parece ligado a la noción de individualismo, la cual es elevada por la disposición de la historia. Además de la ambigüedad radical de este “universo-lenguaje”, a la vez tranquilizador y terrorífico, corresponde, de hecho, a la ambigüedad de la crítica de la sociedad.

Apuntes tomados de una investigación bibliotecaria después de la lectura del libro. Realmente, me impactó. Lo llevé en la cabeza durante mucho tiempo; lo recomendé, lo regalé, hablé de él todo lo que pude. Leí y leí sobre el autor y el análisis de su obra. Me encantó el libro y sigue siendo uno de mis preferidos.

En una presentación oral sobre Kandinsky que me tocó hacer un par de años después de leerme este libro, tuve la genial idea mientras la estaba realizando de comparar a Kandinsky con Boris Vian y su espuma. El éxito fue total. Y hoy, una nueva noche de mal dormir, he estado picoteando el libro y removiendo carpetas y archivos (reales) hasta encontrar esos ya amarillentos apuntes. Se me queda un montón de información en el tintero de Word.

Miams son unos extraños dibujillos que hizo sobre las correcciones de su novela.

5/4/08

Calma tras la tormenta

¿Cómo reponer lo que la tormenta destrozó en mí?

Ahora que la calma se ha hecho con mi ser, me encuentro con algunas ramas arrojadas en medio del alma que impiden la circulación vital de mi energía. Límpidos charcos de recuerdos esperan ser evaporados por el nuevo Sol. A pesar del olor a limpio y el brillo especial del paisaje recién lavado, no puedo avanzar por mi interior, todo está en desorden: ramajes esparcidos, hojas desordenadas, en definitiva, destemplanzas que frenan mis pisadas. Mi corazón, flexible a los vientos, ha sobrevivido a la tempestad y saluda como un malabarista feliz de haber acabado una buena actuación.

Voy a tener que agarrar la pala y recoger el follaje esparcido por mi jardín. Junto a la puerta de madera, se intenta secar a fuerza de latidos un enrollado tebeo de mi infancia; todas mis vivencias esparcidas por un mismo temporal. Late también lo subyacente e intenta remover con la punta de una rama recién caída por este casi huracán, que es el abandono, las copas de los árboles, ahora puestas, al pie de mis desilusiones.

Contemplé la tormenta desde fuera, maldiciendo la ausencia de la estúpida luna blanca. Esperando su regreso, creyendo que ella tendría el hechizo para recomponer este caos. Pero no ha aparecido. Nunca está cuando la buscas. Estoy sola. Sola. ¿Podrá mi mente proponer nuevos caminos entre tanta astilla?

Cojo una rama larga y la arrastro con dificultad hacia un lado de mi ser. Manos a la obra, necesito sentirme de nuevo completa y ordenada.

4/4/08

Página en blanco

Junto al teclado, un papel en dónde hay escritos en todas direcciones. Voy trazando extrañas geometrías sobre él. Esta noche no hay forma de escribir. Tengo la página llena de demonios corriendo a sus anchas y por más que junte palabras, frases y silencios, no son tú. No existe quien lea lo que no ha sido escrito, ni visto lo que no ha sido dibujado, y nadie, absolutamente nadie, busca resolver la suerte de un hechizo. Hoy no sé en dónde posar mi vida y me entrego, abnegada, a la terrible condena de que no sepas quien es la que te ama porque en ningún momento alcanzó a nombrarte.

(Rezaré como la vida y los libros me han enseñado, dejando mi tiempo en todos los rincones y mi sangre en todas las palabras.)

3/4/08

Apunte nocturno

Casi no he dormido. Al final, harta de enredar las sábanas entre mis piernas, me he levantado. Entumecida, por la mala noche pasada, camino descalza por el pasillo en busca de un zumo frío de nevera. Me despeja el contacto dulce del sabor sobre mi pastosa lengua. Me dirijo sin dilación a mi despacho, laboratorio, este, de sentimientos y palabras. Enciendo un pequeño mechero de alcohol y coloco una vieja alquitara sobre la llama. Vierto con cuidado tu poema. Dentro, tus versos, que acarician mi alma, componen una homogénea mezcla. Pasados unos minutos miro el recipiente y veo tu poesía disgregada en palabras. Hierve la esencia del léxico vibrando en cada uno de sus fonemas. Cambia el estado aumentando la endotermia. Tu elocuencia se evapora y poco a poco, el gas condensa. Gotea el serpentín tus términos en un esmerilado y usado matraz. Y cuando recojo el resultado descubro un fluido de sonidos cuyo mensaje no es para mí. Eso me pasa por andar destilando tus palabras. Y es que no puedo negarlo soy más Einstein que Delibes.

2/4/08

Simplemente literatura

Empecé la relación siendo consciente de que no debía hacerlo. Alicia estaba enamorada de otra, de bien lejos. Lo único que jugaba a mi favor con Alicia es que yo la tenía a veinte minutos de casa. Yo me enamoré enseguida de ella. Al principio todo fue bien, hasta que la otra, Lejana, se enteró de que yo existía y una noche llamó veinte veces a Alicia abandonando, esta, mi cama. Dolió, sí, pero callé. Viendo a Alicia enamorada de la otra, viéndola sufrir por sentirse culpable del daño que a Lejana le había hecho con mi presencia, viéndola desconcertada como una niña, cogí y saqué un billete para que se fuera a conocerla. El fin de semana ese me sentí fatal. Mi mente sólo trabajó para formar una buena montaña de celos. Las imaginaba juntas, en la cama y no hice otra cosa que llorar. Como era de esperar, cuando volvió, no quería verme. Me dijo que lo único que deseaba era hacer el amor con ella. Más que decírmelo, me lo gritó. Yo desaparecí de su vida, deshecha y derrotada.

Me sorprendió, no tardó en llamarme por teléfono. Volvimos a reiniciar nuestra relación, paralela a la de su amor. Por la noche, cuando Lejana le mandaba un mensaje, me abandonaba donde fuera para correr hasta su ordenador. Yo volvía caminando despacio hacia mi casa, doliendo hasta lo indecible el alma. Pero me daba igual, no me importaba: con tal de estar con ella, me había convertido en alguien que no me gustaba Esa relación lejana murió por su propio peso y Alicia, caída en una depresión empezó a beber más de lo normal. Se pasó mucho tiempo durmiendo en la silla de su despacho, conectada a un Chat. Cuando yo llegaba por la mañana, encontraba su mesa llena de latas vacías de cerveza, la estufa encendida y el perro tendido a sus pies. Esto duró varios meses, hasta que, casi siendo un ultimátum, le ofrecí venirse a vivir a casa. Y se vino.

Se dejaba cuidar y yo me sentía feliz de tenerla a mi lado. La deseaba continuamente. Me había acabado de prender de ella, y aún sabiendo que me llevaba a un extravío se lo consentía gustosamente ya que tenía la esperanza de una revelación aún más profunda, que me prometían sus ojos. Promesa que con el tiempo nunca se vio cumplida. Como hermana gemela del deseo, la angustia también se instaló en mi interior. Anduve siempre con el miedo de que me tendiera la mano y me dijera: “hasta la vista, gracias por todo, ha sido estupendo, vuelvo a mis asuntos”. Con ella me lo esperaba todo en cualquier momento. Era la inseguridad. Pero también era la mujer que yo amaba, la que me besaba, la que me abrazaba y yo ya tenía suficiente. Mientras, yo iba notando como mi amor estallaba.

Alicia no mostraba pasión por nada, ni interés, ni ilusión. Me decía que la felicidad era un engaño, una tontería, un sinsentido y que si no se suicidaba era porque tampoco tenía sentido. Una vez me dijo: lucha tú, yo no pienso luchar por nuestra relación. Y cómo luché por ella. Ahí quedaron mis ilusiones y mi salud. Con Alicia, a mi alrededor, nunca sabía nada de nada. Jamás mi tiempo, la hora siguiente, mi vida entera, han estado tan inseguros.

Apareció una amante. La teoría era: A ti te quiero para pasar la vida pero la necesito a ella porque no conoce mis mierdas y puedo ser como me da la gana. Y se lo consentí. Aprendí a compartirla por no perderla. Me sentía enferma. Estaba perdida en su mundo, un mundo que en realidad estaba muerto. Y empecé a sentir miedo de haber perdido el mío. Lo lógico era creer que en el momento que yo lo sacrificara todo, ella se iría. Desaparecía continuamente de casa. Me quedaba, entonces, sentada en el sofá, sin hacer nada, con la mirada vuelta hacia mi interior y teniendo la impresión de haberla soñado. Cuando regresaba, corría a recibirla saltando como un perrito, llena de alegría y esperanza, olvidando, en el momento, el mal rato que me había hecho pasar. Le sentaba muy bien la desaparición repentina.

A veces, me sentía cansada y se me debía notar en la cara, pero ella sólo notaba el deseo que había en mí. Siempre se ha dado cuenta de aquello que le conviene. Lo quería todo fácil, huía de cualquier esfuerzo. La ventaja que yo tenía es que al mostrarse tan pasota conmigo no había problemas de susceptibilidades.

Un día le dije que la amaba y que era del todo cierto que si fuera capaz de hacerlo dejaría de amarla inmediatamente, que ella no era ninguna ganga. Le dio igual. Cuando salíamos, veía como su forma de ser atraía como si estuviera coqueteando. Alguien que pasa de todo y está de vuelta atrae mucho. Empecé a pensar que la razón es una forma de locura. Alicia me lo razonaba todo: no creía en la felicidad, no valía la pena tener esperanzas, no pensaba luchar, la vida era un asco y estábamos ahí y no tocaba otra que dejar pasar el tiempo. Y me lo razonaba y me hacía perder la esencia de todo lo que yo siempre había creído. Me hacía jugar en los límites de la depresión. Y sus palabras, llenas de coherencia, empezaron a ser doctrina para mí. Yo tampoco debía sentirme ni contenta ni feliz, era una tontería, un engañabobos. Más de una vez, pensé que si hubiera sabido que la felicidad existía se hubiera matado. Cambié mi vida totalmente, amigos, trabajo y cosas que me gustaban. Daba igual. No quería perderla de vista. En realidad, no quería perderla. Sólo alcancé a presumir sus sentimientos hacia mí y presumí que no me amaba. Una persona no puede ser así, me repetía continuamente, no puede ser cierto, es parte de su depresión, debe estar muerta. Pero una muerta no se comporta con esa frialdad tan consecuente. ¿Estará loca? Una loca que conserva toda su razón. No la comprendí en su momento, ni ahora que escribo sobre ello, la comprendo. Incluso el prisionero enjaulado mira el cielo a través de los barrotes. Pero en ella no existía el cielo. No existía el tiempo. No había días que se sucedían si no un día homogéneo que era su vida. Y yo que lo compartía con ella, qué perpetua agonía.

Nunca estuvo borracha porque lo estaba siempre, pero el alcohol no era el que guiaba su comportamiento; el alcohol era la causa de su propia desesperación. Un día, desapareció. Hasta bien entrada la noche no fui capaz de llorar. El tiempo pasaba mecánicamente y yo sólo deseaba seguir llorando, prefiriendo siempre el dolor al vacío.

Tsugumi

Me apresuré a comprarlo, tenía que averiguar si esta autora (era el tercer libro que leía suyo), me seguía provocando las mismas sensaciones que en los otros dos. A pesar de que en su inicio me costó mucho entrar en su convenio, es decir, necesité más páginas para que me sintiera atraída por su lectura, acabó succionándome. En este libro sí que he visto reflejada su literatura juvenil, el tipo de evolución de personajes así como la historia que explica, creo, que pertenecen a ese campo. Poco más puedo añadir. No me ha apartado demasiado crecimiento personal. Hay algunas escenas bastante conmovedoras con las que establecí la suficiente empatía como para cerrar el libro durante unos minutos y pensar en mi vida, que por cierto, necesita ser pensada con urgencia.