31/12/18

2018


2018.Otro último día de año. ¿Y? Estoy desayunando un bocadillo de pollo a las hierbas con un roibos chaimassai para ir entonando el cuerpo. Voy fuera de horario porque he dormido más que nunca y me he levantado tocadas las diez, inconcebible en mí, pero ha sido la hora en que me he despertado, durmiendo desde las once de la noche. Debo aprovechar está gran época de no insomnio.
Hace un día precioso. Me hubiera gustado ir de excursión, pero por ahora, se han acabado los días de excursión. Se puede salir a la calle solo con sudadera o jersey (qué poco glamur tiene el nombre de “sudadera”) y creo que es lo que voy a hacer dentro de un rato: cargaré mi mochila de dibujo con las pinturas y la libreta y me dirigiré a cualquier lugar que haya sol (llevo cinco días sin verlo) y me pondré a dibujar. 

Debo pensar mis propósitos para este nuevo año de congruencia 3; espero antes que nada (vamos, lo necesito) que siga recolocándome la vida en su sitio y que no me permita nunca más ponerla patas arriba como hasta ahora.
Este año que va a pasar me he dedicado a buscar la alegría en las pequeñas cosas, cuesta, pero lo he logrado y me siento orgullosa de ello. Me he dado cuenta que mi vida está compuesta de pequeñas cosas a las que antes no daba importancia. Recuerdo aquel libro que se llamaba “El dios de las pequeñas cosas” de Arundathi Roy, creo que el que leí era de la Editorial Anagrama.

Mis inicios en el mundo de la meditación no son demasiado fructíferos. Me cuesta mucho doblegar mis pensamientos al no pensamiento. Pero voy a seguir intentándolo con todas mis fuerzas y veremos donde llego.

Creo que al final no voy a hacerme ningún propósito. No quiero encasillar el pensamiento con ideas de futuro. Ni perseguir causas perdidas. Voy a dejarme fluir, a ver cuánto volumen soy capaz de ocupar.

24/12/18

Atemperándome para mañana


Esta Navidad no he tenido la pericia de organizármela bien, así que no me queda otra que quedarme en casa. No me siento por ello nada triste ni decepcionada, más bien al contrario. En esta ocasión, no sé porqué, me acompañan más las personas que ya no están a mi lado que las que sí. Permitidme que me pierda un rato en mi propio circunloquio.

Mañana, cuando me despierte, permaneceré en la cama hasta que mis vértebras digan que ya no pueden más aguantar la posición horizontal. Pienso pasar todo el día en pijama, este será mi máximo boato. Voy a improvisar una comida con los restos que normalmente se acumulan en el fondo de nevera, más porque no me ha apetecido salir a comprar que por quebrantos económicos (aclaración para evitar vuestra conmiseración). Haré del sofá un amigo íntimo que al acabar el día pensará que había conocido tiempos mejores. Con el mando en la mano, entreveraré un canal con otro, realizando ímprobos esfuerzos por mantenerme despierta.

Y cuando ya no pueda más de este ostracismo que me he impuesto,  cogeré mi juego de investigación e intentaré averiguar junto a Sherlock Holmes, quien ha sido el asesino de Queen’s Park.

Cuando vuelva a mi cama, pensaré, como lo habré estado haciendo todo el día, en las personas que ya no están a mi lado y que puede que nunca vuelvan a estarlo.

Lo malo de hablar claro es que puedas llegar a ser premonitorio.

23/12/18

Al final, se impondrá la noche despiadada


Me retuerzo en la cama como una culebra a la que se le ha quemado la cola porque la soledad abrasa igual que si de fuego se tratase. Salpico de tristeza mi almohada que ya no huele a ti a fuerza de besarla y de abrazarla. Quién sabe del deseo implacable autoaniquilado. Me sostiene el lado oscuro entre murmullos. No. No fue un amor desgastado. Fue un amor incontrolado lo que está acabando conmigo.

¡Levántate! Abandona cualquier quejumbre y vuelve a derramar palabras, me digo. Debo volver a caminar, a charlar, a respirar. Debo moverme y avanzar. No puedo pensar. La noche sigue y me engulle. No soy ningún héroe. Me dejo llevar.

21/12/18

Tarde de películas


Agotada me he postrado en el sofá, con un cuenco de endivias troceadas, salmón y sésamo y una botella de agua. He encendido la tele y he buscado alguna película que pudiera gustarme.

“Marie Curie” ha sido la elegida. Lo que más me ha gustado ha sido que el relato era desde su primer Nobel hasta el segundo. Anteriormente ya había visto otra  película que era la del descubrimiento del radio y la radioactividad. Me ha gustado mucho el tratamiento que se hace del tema. Siempre que veo una película biográfica pienso que por qué no veo más, pues me suelen gustar mucho. Así que acabada esta me he lanzado a buscar otra y me ha gustado muchísimo más que esta por el desconocimiento del tema.

Lou Andreas-Salomé ha sido la segunda de la tarde. La he empezado a ver pensando que no me gustaría, y ha sido todo lo contrario, me ha apasionado. Me ha fascinado la vida de esta mujer totalmente desconocida por mí. Su padre, al morir, le deja una  nota que dice: “Conviértete en lo que eres”. Ella tenía unos 16 años y realmente vive su vida atendiendo al consejo de su padre. Conoce a Nietzsche, a Rilke, a Freud y a Tolstoi. Rilke, en la película, recita ese poema suyo que a mí tanto me gusta:

Apaga estos ojos míos: no dejaré de verte,
si me tapas los oídos podré igualmente sentirte,
y podré sin pies ir hacia ti
y sin boca podré aún conjurarte.
Quítame los brazos y te cogeré
con mi corazón como si fuera una mano;
párame el corazón, latirá el cerebro;
y si a mi cerebro prendes fuego,
entonces te llevaré en mi sangre.

Cuando veo este tipo de películas en la que los personajes viven experiencias tan ricas me muero de envidia porque me encantaría vivir este tipo de experiencias. Recuerdo que hace mucho tiempo, cuando era joven tuve la suerte de conocer a un grupo de intelectuales que se reunían una vez al mes para cenar y tratar algún tema. Durante un tiempo estuve asistiendo a sus reuniones. Siempre esperaba con impaciencia que fuera el primer viernes de mes, porque era cuando nos citábamos. Éramos jóvenes y emulábamos a los que en otra época también lo fueron. Nos vestíamos con tejano negro y camisa o camiseta negra y, unos 11 o 12, acudíamos a la cita. Nos solíamos despedir cuando ya el sol hacía rato que despuntaba. Antes de volver a casa, compraba la prensa para leerla en la cama al día siguiente. Ahora esos tiempos me quedan muy lejanos.

20/12/18

Para qué


Para qué volver a escribir lo que un día escribí si las palabras son las mismas que hoy ocupan mi razón. Para qué buscar y revolver y recordar un pasado que sigue presente, si en su momento plasmé lo que hoy me apetece de nuevo plasmar. Para qué deslumbrar con un nuevo ejercicio lingüístico lo que ya fue dicho en otro momento y sigue hoy vigente. Para qué recurrir a otro texto si aquel, aunque viejo, conserva su lustre de nuevo.

"Morí. Morí con cada una de sus cuatro letras. Morí al romper nuestro amor y en silencio casar mi corazón al tuyo. Morí al intentar vivir sin ti. Morí. Morí. Y sigo muerta.

Respirar tu vacío me duele, pero la hago religiosamente, cada noche, al acostarme, emulando el castigo impuesto a Sísifo por los dioses. Y así me duermo, contando las arrugas de mis sábanas bajo este corazón de amor asmático que me ahoga el pensamiento. Y me despierto, y vuelvo a tu vacío y rodeo con mis lágrimas tu lado de la cama, que de tan frío me quema y hiere mi piel bañada en soledad de caricias. Y me duermo entre recuerdos de lo que un día fue vida. Y despierto porque ya entre mis sueños no te encuentro.

Y así pasan mis días, bajo una muerte estrellada, que de día parece viva y de noche es la ausencia del alba."

19/12/18

Cuando menos te lo esperas


A veces las personas me sorprenden tanto que me dejan sin palabras. Hoy ha sido un día de estos, por eso no hay escrito. Se me han desdibujado las palabras. Disculpen las molestias.

18/12/18

La Niñadelscollons ataca de nuevo


Por razones que no viene a cuento, desde hace unos meses, la progenitora de la Niñadelscollons ha venido a trabajar a mi empresa, no está en mi sección, pero nos vemos a la hora del café y alguna que otra vez comemos juntas.
Parece ser que hoy, como tenía a la niña enferma y no tenía con quien dejarla, la ha traído a la oficina. No voy a comentar que también ha traído los miles de virus que llevaba dicha preciosidad con ella.

El caso es que hoy, apenas dos horas después de entrar a trabajar, a los directivos les ha dado por hacer el simulacro de incendio anual.

De repente empieza a sonar una sirena y debemos abandonar el puesto de trabajo cerrando todas las ventanas, que con el frío que hace ya estaban cerradas, y cerrando también las puertas para  salir en orden sin utilizar los ascensores. Y nos tenemos que reunir en un pequeño parque, que más que parque parece bosque por la cantidad de pinos que hay y por una especie de incipiente sotobosque que aparece en el suelo de tierra, hasta que vienen los directivos a buscarnos una vez calculado el tiempo de desalojo.

Cuando he llegado a dicho ya me he encontrado a madre e hija, esta última con la nariz roja de tanto sonarse, las mejillas sonrosadas por alguna décima presente y los ojos llorosos por la congestión. La primera en hablar ha sido la Niñadelscollons y con una absoluta voz nasal y con la pedantería que le caracteriza me ha dicho:

─Madera. Oxígeno. ¿Hola? ─mientras movía sus manos a ambos lados de su cabeza a gran velocidad y con gesto repetido.

Creo que este sarpullido que tengo ahora y este incipiente, aunque ya doloroso, herpes labial que corona la comisura derecha de mis labios se debe a mi gran contención de esta mañana.

17/12/18

Sin olvido


No, no puedo. No puedo ver a una pareja besándose. Se me hace muy presente que yo ya no tengo pasión, ni amor. Que un día era yo la que era besada por las esquinas de la vida y abrazaba un cálido cuerpo que se perdía en mí como si de uno solo se tratase; y ahora solo voy colgada del brazo de la soledad, consumiendo un día, y otro, y otro, también, sin esperanza alguna de volver a vivir aquellos momentos con alguien que beba mis vientos y camine conmigo a mi justa zancada.

Llegar a casa por la noche y acostarme en esa fría cama, que ya no recuerda que un día ardía de deseo y de fogosidad, y que buscaba fusionar nuestros cuerpos para mitigar el enardecimiento que la contención sexual conlleva. Ahora todo es gélido sueño, que viene a borbotones como si de un fluir se tratase. Silencio y vacío, sábanas inmutables y apáticas que muestras su negligencia negándote las buenas noches.

No, no vivo igual que antes. No, no duermo igual que antes. Sencillamente transito entre los vestigios de ese mi amor, el que fuera verdadero.

16/12/18

Lucha contra los elementos


En fin, no sé ni cómo soy capaz de escribir porque tengo unas agujetas en los brazos y unas tensiones en la espalda, en la parte de los omoplatos, que me impiden hacer cualquier cosa más allá de dejarlos descansar, muertos, en la cama.

Todo porque esta mañana me he batido en una de las más grandes luchas de mi vida. No dudéis por un instante de quién ha ganado; después de casi una hora de encarnizamiento he abatido al enemigo, doblegándolo. He conseguido que obedeciera y cumpliera con su obligación. Ríome yo de tener que bregar con un joven con mala adolescencia. ¡Ja!

Todo ha venido cuando he querido cambiar las sábanas. He desmontado la cama y he puesto en marcha la lavadora. Mientras, me he preparado el desayuno y, feliz y legañosa, me lo he comido. Así, que he preparado mi ropa y me he duchado, acicalado y vestido. Hasta aquí ningún problema.

Cuando he vuelto a la habitación (en qué mal momento se me ha ocurrido), me he dispuesto a hacer la cama con las sábanas limpias. La sábana bajera, con una incipiente rebeldía, se obstinaba en no agarrarse en una de las esquinas. Cuando lograba ponerla saltaba por otro lado. Al principio no le he dado mucha importancia. Dejaba aquella esquina y me dedicaba a la otra. Volvía a saltar por la opuesta. Yo, que andaba metida en mis pensamientos, no era demasiado consciente de este comportamiento y menos aún de que iba a ser el preámbulo de una batalla campal. Después de tres intentos de ir de una lado a otro de la cama, de luchar con la altura del colchón (antes eran más bajitos y se podía poner la sábana bajera por debajo) y de empezar a ponerme nerviosa, he conseguido, por fin y sin saber muy bien cómo, que la bajera quedara cogida por sus cuatro esquina y además, tensada.

Ahora tocaba el turno al nórdico. Tengo dos nórdicos, uno dócil como un corderito, que tiene la parte de debajo abierta de un lado al otro y que en principio no me ha dado problema nunca. Pero tengo otro, arisco y maleducado, que se niega a obedecer y a cumplir su función, que esta mañana me ha retado sin dar su brazo a torcer en ningún momento.

El susodicho, en la parte de abajo  tiene una “pequeña obertura” que es menor que un tercio de la longitud de ese lado. Como cada vez, me he dispuesto a coger la punta superior del relleno e intentar llegar a la punta superior de la funda. No ha costado mucho. Después he repetido la misma acción con la otra punta, pero ahí ya me he encontrado que el volumen del relleno se había quedado atascado en la obertura de la funda y no tiraba ni para delante ni para detrás. He hecho fuerza pensando en que mi capacidad muscular era mucho más fuerte que ese inerte relleno, pero nada más lejos de la realidad. Me encontraba con el brazo derecho en el interior de la funda, en una postura algo más parecida a la de un tacto rectal que a la de una linda ama de casa cambiando la funda nórdica, y la mejilla apoyada en el hombro intentando recuperar brazo y mano en un mismo gesto. Al final, he tenido que sacar el relleno del todo y volver a empezar la labor de nuevo. Esta vez, he podido poner la punta del relleno en la punta de la funda sin ningún problema, pero al poner la otra punta me he dado cuenta que me había quedado cruzado. Mis ausentes bíceps empezaban a avisarme de posibles agujetas, pero no los he oído porque chillaban más mis epicondilitis del codo. Además, del quejido de esa vértebra lumbar que le da por clavarse cada vez que doblo mi cuerpo sin doblar las rodillas.

Pero yo estaba dispuesta a ganar. Enfadada he sacado el relleno estirando de él y arrastrando consigo la funda. Furiosa me he peleado con ambos hasta que por fin, con un gasto de energía mucho mayor del que debiera haber sido, me he salido con la mía, aunque me he sentado en el borde de la cama resoplando por el cansancio y agotada.

Se me ha ocurrido mirar en Internet a ver si veía alguna manera más fácil de montar el nórdico. Y sí; ahí estaba. Por qué no se me había ocurrido antes. Se trataba de dar la vuelta a la funda, ponerla encima de la cama, poner el relleno encima de la funda y empezar a enrollarlo por la parte de lo que sería el embozo. Así lo he hecho. Tenía que enrollar presionando un poco para que luego por el agujero cupieran los extremos y darle la vuelta. No había manera, me dolían los dedos de tanto apretar e intentar hacer el rollo de igual diámetro por los dos lados. Al cabo de un rato, me he descubierto pegando gritos como si de kárate se tratara, o de un exaltado orgasmo, para que lo voy a negar. Después de romperme una uña y de alterar todas las artritis y artrosis digitales de la edad he conseguida darle la vuelta. Ahora solo faltaba desenrollarlo.

Como no había manera de desenrollarlo como la señora del vídeo, me he tenido que subir de pie encima de la cama, coger relleno y funda y sacudirlos para ver si se desenrollaban, pero no ha sido así. Lo único que he conseguido es cansarme como una burra y seguir con el nórdico a modo de barquillo navideño. Al final, de rodillas en la cama he ido deshaciendo el rollo y por fin he conseguido mi objetivo. Cuando he acabado, he bajado de la cama como si fuera una cama baja, dando un paso y al tocar el pie en el suelo, como había mucha más altura de la que estoy acostumbrada (hace nada que me he cambiado el colchón) me ha rebotado todo el cuerpo y en consecuencia he chocado los dientes de una mandíbula con los de otra a la vez que me ha retumbado el cerebro.

En fin, toda una hazaña. Hoy he superado a Don Quijote y sus molinos.

PS. Mi relleno es más grueso y mi funda más justa. 

14/12/18

¿Qué pasa cuando se nos terminan las lágrimas?


Cuando se nos terminan las lágrimas, el vacío del alma se hace dueño de nuestra tez y ensombrece las facciones allanando el camino a la tristeza, que desde el primer sollozo tumefacta nuestro ser. Es entonces cuando te sientes morir de verdad. Ha desaparecido el escape, el punto de fuga del húmedo lamento de nuestros ojos que, secos, hierven de silente dolor. Todo pierde su esencia y la vida se torna en un sinsabor mortecino. Cada latido retumba alrededor de lo que pudo ser y no fue. Incapaz de ver más allá de tu tristeza, vuelves la mirada hacia tu interior en ruinas. No quieres vivir. Antes, al menos, llorabas. Ahora no haces nada. “Muerta por dentro, muerta por fuera” es el mantra que te repites, que te calma, que te da una salida. Pero no cuentas que bajo las cenizas de tu persona existe una incipiente Ave Fénix que se encargará cual ascua de volver a avivar tu fuego. Ese fuego que conduce, lenta pero directamente, a la felicidad.

13/12/18

Todo pasa y todo queda


A veces me da por perderme entre antiguos textos de este blog. Escritos que ahora me son lejanos pero que en su momento fueron muy próximos. Una cosa que me gusta hacer, es entrar en los comentarios y recordar quién me comentaba en aquel entonces. Y clico su nombre para que me redireccione a su blog. Me entristece descubrir que hace años fueron dejados a la deriva, o cerrados.

Sé que las cosas pasan de moda. Es ley de vida. Pero me duele pensar que algo que antes había tenido tanta vida, que le dedicaba tiempo y cariño (eso de ir conociendo a las personas a través de lo que escribían era maravilloso) y con lo que había disfrutado muchísimo ha llegado a perderse.

Es cierto, que yo tampoco le he dado continuidad y que durante largas temporadas lo he tenido abandonado, pero nunca ha sido porque le haya dado prioridad a otro manera de comunicarme en la red.

A veces, sencillamente, se acaban las palabras. Y eso es lo que me pasó a mí. Me perdí, dejé de conocerme y desapareció cualquier atisbo de historia que pudiera contar. No es que me haya encontrado, que no es así, pero, por ahora, he descubierto cosas que desconocía de mí misma, tan distantes a lo que soy yo que hacen que cada mañana me levante con expectativas nuevas e intrigada en ver cómo se desenvuelve mi nueva yo. Esto, por supuesto, ha supuesto un resurgir de mis palabras y aquí estoy, escribiendo de nuevo y disfrutando con ello. A pesar de que esto esté absolutamente muerto.

Da igual, esta vez, como al principio, no escribo para ser leída, sino que escribo para leerme yo, para vaciar toda esa maraña del pasado que anda revolucionando en mi interior.

Eso sí, si alguien entra y me lee y tiene blog, que me lo diga, tengo ganas de leer a otras personas y compartir palabras por aquí.

12/12/18

Desrimando la canción


AMOR ENEMIGO
Malú

Tengo montones de nada
estrellas quebradas, escalas de gris
tengo tormentas futuras
palabras oscuras, que crecen aquí.

Los montones de nada se los busca uno mismo; uno debe trabajar para ser alguien y no depender de los demás anímicamente hablando. Ser feliz porque estés con alguien implica que esa relación ha empezado a fracasar ya. Uno debe ser feliz por uno mismo y para uno mismo. La idea que la felicidad depende de la otra persona es demasiado pueril y ya huelga a nuestras edades. Por otro lado, todo el mundo tiene estrellas quebradas, vamos, no hay nadie que pueda realizar todos sus sueños, siempre hay alguno que fracasa y es este, precisamente el que nos hace avanzar en la vida. Claro, que si solo se ve la parte negativa de la “estrella quebrada”, empieza pues a bajar por las escaleras que te conducen al pozo, y húndete en su fango, qué parece que eso es lo que le gusta a la mayoría de los humanos. Pinta encima de las escalas de grises y verás qué tonalidades más contrastadas se obtienen. Malo tener tormentas futuras, porque ese espíritu Nostradamus no va demasiado bien para el cutis. Pero en lo de las palabras oscuras, te doy la razón, siempre hay palabras oscuras a nuestro alrededor, pero tienes dos opciones: o no las escuchas o te vas a otro lado y las dejas que crezcan allí.

Tengo una casa vacía 
fotos me espían, se ríen de mi 
tengo un infierno portátil 
me odio por frágil, me odio sin ti. 

¿La casa vacía?, pues llénala. Llénala de ti y siéntete orgullosa de ello. Ya verás como si creces tú, alguien aparecerá a tu lado. No personalices objetos inanimados, quien se siente ridícula, de alguna manera, eres tú, no son las fotos que se ríen de ti. Y si lo son, sácalas de tu vista, siempre vas a poder obtener una caja de cartón decorada con mariposillas u ositos para ponerlas dentro y perderlas por los altillos,  que para eso existen. Qué envidia que tengas un infierno portátil; qué ahora te apetecen unas chistorras al aguardiente, pues  ¡chas!, lo haces aparecer a tu lado y a cocinar. Por cierto, no debes odiarte, ni por frágil ni por nada, es mucho más productivo empezar a fortalecer ese espíritu derrotista que hasta ahora estás demostrando. Debieras haberte dedicado al teatro, porque el drama va contigo: (declamado) “me odio sin ti”, y hace mutis por el foro. Que si se hicieran más mutis en la vida, otros gallos cantarían.

Tengo, ese amor enemigo 
tengo el dolor y el olvido 
tengo tu nombre y aunque 
no quiera, vive conmigo.

Aquí la has clavado. Empezar con este maravilloso oxímoron que conduce al desconcierto semántico, amor y enemigo, dolor y olvido. Anda que me olvido yo del dolor cuando me duele algo. Eso sí, debieras patentar estas dos palabras: “amor enemigo”, porque puede que alguien las necesite para hacer una película de thriller psicológico. Yo que tú iría a la oficina de patentes y lo hacía, una mañana de estas. Además te aconsejo que lleves mi nombre y lo dejes olvidado por ahí. Seguro que no sabrá volver a tu casa, (la otra es esperar que el nombre se vaya al gimnasio y cambiar la cerradura, pero esta solución es bastante más cara que la otra).

Tengo los sueños guardados 
mi colección de tornados 
mientras tú vives en mi 
futuro, yo soy pasado.

No guardes tanto los sueños e intenta alcanzarlos, no dejemos todo para última hora que nunca se sabe qué puede pasar. Aquí sí que no te puedo rebatir nada, cada una colecciona lo que más le gusta. Yo colecciono Quijotes en un vitrina, tú, tornados… por cierto, ¿dónde los guardas? Y lo que más me intriga, ¿quién les saca el polvo? Yo dos veces al año abro la vitrina y desempolvo a Alonso Quijano y a su escudero y ya me parece un trabajón de cuidado. Pensar en limpiar tornados, que no se están quietos, me pone los pelos como escarpias. Por cierto, aquí vas errada (que no herrada, que no sé) porque yo no vivo en el futuro de nadie. Vamos, qué locura tener que teletransportarme en el tiempo con lo apretada que tengo la agenda.

Tengo migajas de vida 
silencio sin rimas y un alma de arfil 
tengo la piel de un soldado 
después de una guerra, sin tregua y sin fin.

Pues haz unas buenas migas, con su choricillo y su morcilla, ¡anda que no me las comería yo ahora! Mujer, es que pides peras al olmo, ¿cómo quieres rimar el silencio? Imagínate: niños, analizad este poema silencioso; “Es un verso menor de rima nosonante”. ¿Qué no ves que esto no puede ser? Eso sí, todo un diez usar la palabra arfil que ya está en desuso. ¿Ves? Si te entretienes con la lengua evitarás caer en el dramatismo? Por cierto, ¿tener el alma de arfil es ser una beoda? Porque los arfiles van en diagonal, digo. Y lo que sí que encuentro fatal es tener la piel así. Debieras gastarte un poco más del suelo en cremas para hidratarla, que luego, con más edad se llaga con facilidad y ahora aún estás a tiempo de prevenirlo. Yo uso aceite de argán. Es un poco caro, pero lo mezclo con una crema hidratante para pieles sensibles y me dura mucho. Además, tengo la piel como un bebito. Te lo aconsejo. Para después de las guerras, es lo mejor.

NOTA: Soy una admiradora de Malú, me gustan sus canciones y voy a sus conciertos. Aquí, sencillamente, he hecho un ejercicio de escritura, sin ánimo de nada más.

11/12/18

Frase

Oí esta frase un día y me ha hecho reflexionar mucho en ella y en su contraria.

A veces la persona a la que nadie imagina capaz de nada es la que hace cosas que nadie imagina.



10/12/18

Zas


Hay canciones que te hacen saltar el alma y no se sabe porqué.

9/12/18

Reflexiones


No aguantaba sus silencios, eran cortantes, fríos y a mi modo de ver innecesarios. Era su forma de castigarme. Nunca sabía por qué estaba enfadada, ni qué le había hecho yo. Ni por qué me lanzaba esa mirada lacerante que me rompía el corazón y que me convertía en un borreguillo a punto de matadero. Solo quería que fuera feliz y me desvivía por ello, pero parece ser que no fue la manera correcta de hacerlo. Nunca acertaba con lo que ella quería.

Cuando descubrí que esos silencios iban a estar siempre con nosotras pensé que el tiempo forjaría el callo emocional que me permitiese aguantarlos sin empeorarlos y sin desmontarme interiormente. Pero no fue así. Sus silencios mutantes fueron más fuertes que yo. Fueron capaces de ponerse por delante del amor que sentía. Miedo me daba estar junto a esa compañía silente que no hacía más que jirones de mi ser. Miedo me daba volver a casa porque seguro que me encontraba esa cara acusadora con los labios bien prietos y esa mirada penalizadora que me hacía esconder el rabo entre las piernas y agachar la cabeza esperando el momento de la explosión. Porque el silencio se le acumulaba hasta que no podía más y explotaba en un agudo vocerío de tensas cuerdas vocales y me echaba en cara todo lo mala que era. Y yo escuchaba en silencio, balbuceando que malinterpretaba las cosas, que esa no era la realidad, que lo que me pedía no era para nada lo normal.

Poco a poco, fui descubriendo ese analfabetismo emocional del que tanto se habla y contra el que no pude luchar porque estaba aferrado en su propia esencia; esa inmadurez que provoca el miedo a perder lo más querido y que te empuja a alejarlo de ti irremediablemente.

Leí el otro día en un libro la frase: “qui cum puellis pernoctat escrementatus alboreat”.  Solo me queda decir, doy fe.

8/12/18

En el último momento


Hay cosas que no cambian, sigo haciendo los trabajos, los proyectos, los dibujos, en el último momento. Me mato por hacerlo bien y disfruto, disfruto muchísimo de la investigación, de la realización, de tener que plasmar mis ideas en palabras o dibujos. Y me encanta. Y me paso horas y horas seguidas intentando crear la octava maravilla y normalmente lo consigo. Pero siempre, siempre, siempre pienso: “si lo hubiera empezado con más tiempo lo habría desarrollado en profundidad, cosa que me hubiera reportado muchísimo más placer”. Porque me es placentero crear. Me extasía y me retuerce recovecos profundos de los que ignoro su existencia. Me encanta pulir la savia bruta que se almacena por mi materia gris y moldear en ámbar la incipiente idea extraída de la fragua de existencia. 

Pero pasan los años (y las décadas) y continuo realizando mis trabajos el último día, en el último momento. Me empieza ya a frustrar que todo ese delirio lo tenga que condensar en un día, en una tarde, en una sentada. Dicen que nunca es tarde para cambiar, pero la experiencia me inclina a pensar lo contrario. Así, que, siendo como soy, no me queda otra que aceptarlo.

7/12/18

Decanto el canto de canto


No tenía como objetivo llegar a la edad que tengo con la personalidad incólume. ¡Menos mal! Porque hubiera tenido que porfiar para mantener mi estandarte bien alto y con voz perentoria jurar y perjurar que nunca nadie había logrado torcer mi ser. Debo agradecer a la sabiduría de la existencia que cuidó que no cometiera ese craso error.

A mi edad: me han vapuleado, me han zarandeado, me han arrastrado y pateado todas mis verdades, tanto en pensamiento como en obra; han bailado tangos con mis ideales, jugado a futbol con mis sentimientos y han hecho papilla hasta mis más secretos sueños.

Pero sigo aquí. Más fuerte que nunca. Tranquila y silente. Contemplando todo sin cavar mi tumba. Comprendiendo, desde lo más profundo que se puede caer que ya se han acabado mis duelos y mis quebrantos y que ahora me toca vivir y sacar a pasear ese carácter, que a fuerza de vida ha aprendido, por fin, a vivir. Y no lo salmodio, lo grito a los cuatro vientos, pisando fuerte y a consciencia, arrancando la paciencia que la costumbre otorga.

6/12/18

Qué profunda emoción recordar nuestro ayer


Hace mucho, mucho tiempo, cuando yo habitaba el mundo del chat, recuerdo haber entablado conversación con una chica que vivía en la otra punta del país y de la que, por supuesto, acabé colgándome.

Al principio, solo chateábamos y la verdad, nos lo pasábamos muy bien. Nos habíamos leído en el general e incluso habíamos intervenido en alguna de esas locas conversaciones difíciles de seguir, en donde un sinfín de nicks intervienen diciendo cada uno la suya y haciendo ininteligible la comunicación. Pero si tenías un poco de experiencia, podías leer solo las líneas que te interesaban y entonces aquellas palabras inconexas adquirían y conferían coherencia al diálogo.
Un día, mejor dicho, una noche (que era el momento que se solía dedicar al chat), me abrió un privado (una pantallita para hablar nosotras solas). En seguida congeniamos. Nuestras conversaciones eran irónicas y burlonas. Hablábamos de todo, de lo divino y de lo humano, como decía ella. Hablábamos y hablábamos despuntando un alba tras otra. La verdad es que añoro esos momentos.

Recuerdo que por aquel entonces yo tenía un ordenador de mesa y me pasaba hasta altas horas de la madrugada sentada en la butaca del despacho tecleando. Sin embargo, ella tenía un portátil y tecleaba desde la cama. De manera que cuando finalizábamos nuestras conversaciones y nos despedíamos, bajaba la tapa del ordenador y lo dejaba sobre el edredón, a su lado, en la parte que no ocupaba ella. En cambio, yo tenía que cerrar el ordenador, levantarme de la silla, cambiarme de habitación y meterme en la cama. La envidiaba, en cierta manera.

Ahora, mucho tiempo después, me hallo escribiendo esto desde la cama, en la soledad de mi habitación y de mi pantalla (hace ya un montón de años, ¿diez?, que no chateo), perdí la pista de esa chica de la que me colgué y con la que pasé tantas cibernoches hablando y riendo. No tengo manera de localizarla. Me acuerdo algunas veces de ella y me descubro añorándola. Pero con esto tengo suficiente. Además, hoy, como un gesto cariñoso, en cuanto publique este texto, pienso bajar la tapa de mi ordenador, ponerlo en el lado vacío de mi cama, cerrar la luz y dormir, no sin antes, pensar en ella y en cómo sería mi vida si lo nuestro hubiera cuajado.

5/12/18

Conversando con extraños


Me he comprado un libro que se llama Escape Book. Bueno en realidad hacía tiempo que lo tenía por casa. Lo intenté leer cuando me lo compré y encontré que la manera en que se escribía la historia era muy mala. Así que lo dejé criando polvo en algún rincón de mi biblioteca.

El otro día, volviendo del trabajo en tren, un chico lo iba leyendo. Veía que iba pasando de una página a otra, que levantaba el libro y lo ponía en horizontal a la altura de los ojos, que arrancaba una hoja y la doblaba, que escribía con un lápiz en alguna de sus páginas. Al final, me pudo más la curiosidad y le pregunté. El vagón iba bastante lleno de personas, sentadas y algunas de pie. El chico me dijo que era interesante, que la mayoría de los enigmas estaban bien, aunque habían algunos demasiado obvios. Me comentó que estaba disfrutando con el libro. Le pregunté si valía la pena y me dijo que psí, que se pasaba el rato. Cuando acabamos de hablar, me di cuenta que un montón de gente seguía nuestra conversación con absoluto interés. También pensé que le había preguntado porque ahora ya tengo mis canas y mi frontal más inmaduro que antes, porque esto hace unos años, era impensable en mí.

Llegué a casa y me lancé a buscarlo. Después de desempolvarlo, empecé de nuevo su lectura. Sigo considerando la historia bastante patatera, pero me lo estoy pasando bien con algunos enigmas. Ya tengo muchas hojas pintadas, algunas dobladas y arrancadas y me quedan 14 minutos para morir. Hoy he decidido dejarlo a un lado para escribir sobre ello. Creo que me llena mucho más.

De todas formas, no cambio un escape room por nada del mundo. Me muero de ganas de hacer uno. Ahora los hemos distanciado más porque mi equipo anda ocupado con sus vidas. Espero que pronto podamos volver a reunirnos. Necesito un escape en vena.

4/12/18

Vuelvo


Vuelvo. Con los dedos desentrenados por el tiempo y la mente vagabunda, caminando sin esfuerzo. Vuelvo. Con media sonrisa que no su inversa, pues en este caso no tanto monta como monta tanto, siendo el resto que me queda y que me confiere la calidad de viva. Vuelvo, como quien vuelve en Navidad sin que nadie le espere; de puntillas, con los zapatos en la mano, para no despertar aquella niña que me habita. Vuelvo y en el retorno encuentro palabras que anidan en mi historia. Una historia que de vivirla se gastó en la memoria y no necesita ser contada, ni recordada, ni añorada. Vuelvo, con sencillez sin fuegos artificiales ni brindis de bienvenida, ni la frente marchita. Vuelvo como vuelve el soldado a recuperar su espacio en un lugar del pasado. Vuelvo, como un jeday de silencio, de calma, de pensamiento.

19/3/18

Arrastrándome pero con humor


No es que hoy sea uno de mis mejores días, qué va. No me he encontrado bien y el dolor me hace sentir incómoda y de mal humor. Pero a pesar de todo este lastre, ayer por la noche me contaron un chiste que no para de hacerme reír mentalmente y eso me mantiene en perfecto estado mental alejada de mis dolores y pesadumbres corporales. El chiste dice así:

─Abra cadáver, pata de cabrer.

─Menos guasa, señor forense.

Lo encuentro genial. Aunque pienso dónde está la genialidad y no tengo ni idea. Pero suerte de él, que me ha hecho más llevadero el día.

3/3/18

Inevitable


Creo que como un pequeño gazapo que acaba de descubrir la vida voy a ser atropellada por un coche que viene a toda velocidad a mi encuentro.
Hay veces en las que queda claro que no aprendemos. Repetimos los mismos errores; quien no supo amarme aquella vez, tampoco lo sabrá esta otra. Pero sin embargo pensamos que esta vez, la enésima, será todo diferente. ¿Y qué nos hace pensar eso cuando las n-1 una veces anteriores ha ocurrido siempre lo mismo?

Me dejo comer terreno y no debiera. Vamos, que lo que ocurre, ocurre en contra de mi voluntad y sin embargo no soy capaz de parar este envite al que me veo sometida.

Así, que como buena gazapilla que soy, cierro los ojos, arrufo el hocico y espero el impacto que acabará de nuevo con mi vida.

1/3/18

Ridículas tonterías


Sé que nadie es imprescindible. Sé que yo no soy imprescindible. Pero qué mal sienta verlo directamente.

Qué rabia me da enfadarme por algún motivo en el trabajo y pensar: “muy bien, ya vendrán a mí para hacer esto porque nadie más lo sabe hacer”. Y sentarme a esperar y a esperar a que me vengan a buscar. Y al final, como no ocurre, me levanto yo a ver qué pasa y ¿qué es lo que veo? A alguien que sin ningún problema está haciendo lo que solo yo sabía hacer. Me vuelvo de todos los colores, entonces. Y más tarde me aparece un sentimiento de ridiculez. Qué animalica que soy. En fin, no sé si son inmadureces que tiene una o ilusiones que una se hace sobre ser especial y única. Y no voy a ponérmelo a pensar ahora porque no es el momento.

Qué necesidad tenemos de ser especiales. ¿Me pasa a mí sola? ¿O es intrínseco en el ser humano?

27/2/18

Propósitos


Me encantan mis buenos propósitos, solo duran lo mismo que el viaje en tren del trabajo a casa.

He aquí mis pensamientos mientras recojo la mesa de mi despacho: “Me voy a llevar esto, este otro carpesano, estas dos carpetas y estos tres dosieres y en cuanto llegue a casa me pongo a ello y adelanto. Así mañana voy más relajada y puedo permitirme descansar un poco en mi media hora de desayuno”.

Ahora en casa me hallo zampando un bocata a mordiscos, bebiendo una coca-cola bien fría (lo necesitaba a pesar de la nevada) y tecleando mi decepción conmigo misma. Eso sí, mientras voy masticando voy reestructurando todo lo que me he traído para hacer junto con las pocas ganas de hacerlo. Me encanta engañanarme. Al final, ya lo veo, me excusaré a mí misma diciendo que me he traído demasiadas cosas y que lo que necesitaba era descansar. Así que sabiendo cómo va a acabar, mejor me relajo y soy coherente conmigo misma.

26/2/18

Capítulo 2 (6)


La vuelta en coche fue totalmente silenciosa. Marta iba de nuevo agarrando su bolso con una mano y con la otra el cinturón de seguridad, su mirada cansada, perdida en algún punto de su pasado. Inés hipaba e intentaba controlar las mucosidades que habían invadido nariz y garganta. Carraspeaba, se sonaba, encontraba una vía de respiración y entonces, volvía a arrancar el llanto. Se volvía a congestionar, desechaba el pañuelo de papel totalmente húmedo y volvía a sacar otro del paquetito. Eduardo conducía en el más absoluto de los silencios.
Al doblar la esquina de la casa de Marta, Inés rompió el silencio.
—Eduardo, aparca el coche y comemos en el bar de la esquina.
—Yo no puedo. Comed vosotras. Debo volver a la oficina, tengo unos mails urgentes que contestar.
—¿No te han dado el día libre por la muerte de tu suegro? —preguntó Inés atacando con el tono.
—Sí, pero si no soluciono esto voy a tener problemas mañana.
Las dejó en la esquina, en frente del bar. Ninguna de las dos tenía hambre y decidieron que era mejor ir a casa y hacerse un café con leche con unas galletas o si apetecía más, picar un poco de embutido con algo de pan.
Cuando Marta abrió la puerta de casa, le pareció un lugar desconocido. El olor era el mismo de siempre. La luz era la propia del momento. La temperatura era la que tocaba. Los muebles estaban todos en el mismo sitio, pero le dio la impresión que lo que ocurría es que a todo le faltaba alma. Al notar la duda en su madre al atravesar el umbral, Inés arrancó de nuevo a llorar.
Sentadas en la cocina bebían sendos cafés con leche en silencio. La bandeja con galletas estaba intacta. A duras penas Marta podía tragar los pequeños sorbos de líquido caliente. Habían llegado, se habían sacado los abrigos y como si de un ritual se tratase, preparó el café, sin preguntarle a su hija si le apetecía. En ocasiones como esta, se sentía más segura teniendo una bebida tras la que parapetarse y pensó que a su hija también le iría bien.
—Creo que lo mejor será que te vengas a vivir con nosotros —rompió el silencio Inés con la mirada clavada en la taza después de haberla hecho girar un montón de veces sobre su eje vertical.
—¿Cómo se te ha ocurrido este disparate?
—No es ningún disparate. En casa estarás más cuidada.
—Sé cuidarme de mí misma.
—Ya, pero esta casa queda grande para una sola persona.
—Esta casa es dónde ha vivido toda mi vida desde que me fui de la de mis padres. Está llena de recuerdos. Además, es lo único que me queda. Antonio ya se ha ido.
—¿Y, yo? ¿Yo no te quedo?
—Entiéndeme, hija, tú ya tienes tu vida montada. Hace tiempo que vas sola por el mundo. Yo necesito mi casa, mis cosas, mis costumbres. Además, no estoy impedida ni tengo demencia senil, ni nada de todo eso. Puedo seguir cuidando de mí.
—¿No te vas a sentir muy sola?
—La soledad es una excusa para las personas que no son activas. Ya buscaré con que llenar mis días.
—Estaría más tranquila si vinieras a vivir con nosotros.
—Y yo hubiera estado más tranquila si cuando eras una adolescente no hubieras empezado a salir por la noche.
—Vale, mamá. Pero te llamaré cada día. Y te vendré a ver más a menudo.
—Uy, primero dijo…
—De verdad, mamá, no estoy segura de que debas quedarte sola. ¿Y si vienes una temporada, unos días, a casa hasta que te hayas recuperado de la pérdida?
—No, hija, tengo muchas cosas que hacer. Tengo que vaciar los armarios de la ropa de tu padre y acomodar la casa para mí, para lo que yo necesito.
—Me maravillas. No te he visto derramar ninguna lágrima hoy. Estás aquí, delante de mí, fuerte como un roble y con las ideas claras sobre lo que quieres. Yo me siento cansada, chafada y con el rumbo un poco perdido.
—Anda, vete a casa.  Seguro que Eduardo no tardará en ir.
—Si hace un rato ha ido al despacho no creo que llegue antes de las diez.
—Pues aprovecha para descansar un rato. No todos los días se entierra a un padre.
—¡Mamá!
—Quiero decir que en estos casos es necesario un poco de intimidad y soledad para digerir la realidad.
—Me rindo. Me voy ya. Si necesitas algo me llamas —dijo poniéndose en pie y dando un beso a su madre—, sea la hora que sea.
—Qué sí, hija. No te preocupes, te llamaré.

25/2/18

Capítulo 2 (5)


Sentada en la primera fila, cogiéndose las manos y restregándoselas poco a poco como solía hacer en los momentos que pensaba miraba el ataúd. Al final, su hija se había decidido por uno medio abierto. Los de la funeraria habían hecho un buen trabajo con el maquillaje y la preparación del cuerpo.
—Está guapo papá, ¿verdad? —dijo en voz baja pues se estaba oficiando la misa.
—Mamá, por favor —contestó Inés mientras buscaba un pañuelo de papel en el bolso para limpiarse las lágrimas que recorrían silenciosamente  sus mejillas y acababan haciéndole cosquillas en la barbilla.
—¿Tu crees que le han puesto los zapatos que les dimos? Como no se ven y eran buenos y caros, lo mismo se los han quedado.
—¡Mamá!
El cura ralentizó su discurso mientras dirigía la mirada hacia donde estaban Marta y su hija.
—No te creas —continuó cuando pensó que el cura volvía a estar concentrado en su misa—, son unos zapatos muy caros y como estaban nuevos lo mismo alguien se ha encaprichado con ellos. Además, lo mismo no cabía con zapatos. Papá era alto y este ataúd parece algo más corto que…
—¡Mamá! —suplicó Inés alzando la voz más de la cuenta.
—¿Algún problema? —preguntó el cura directamente a ambas con un tono entre sorprendido y enfadado.
—No, no. Una misa preciosa, continúe —contestó Marta sonriendo.
No hubo más interrupciones. A la salida, la gente las esperaba para darles el pésame y despedirse, sólo la familia iría a Montjuic a asistir al crematorio de Antonio. Después de un montón de besos y apretones de mano, de gente conocida y sobre todo, gente desconocida, subieron en el coche fúnebre que estaba a disposición de la familia. El cortejo fúnebre estaba compuesto por el coche que llevaba el ataúd y por el que la funeraria había puesto a disposición de la familia, seguido por el de Eduardo, que había preferido coger el suyo para no tener que volver en un taxi.
Una vez en el cementerio de Montjuic, todo se sucedió muy rápido.
—Mañana, sobre esta misma hora, pueden pasar a recoger las cenizas.
Inés, que había estado intentando controlar su llanto, rompió a llorar abrazada a su madre: esta la abrazó fuerte, consolándola como si la arrullara, como cuando era pequeña y se desconsolaba de impotencia ante cualquier adversidad de la vida.

24/2/18

Capítulo 2 (4)


Eduardo las dejó  en la puerta y se fue a aparcar el coche. Se dirigieron hasta la capilla donde se iba a celebrar el funeral. Vecinos, amigos y un montón de gente desconocida estaban esperando a que llegaran.
Pasaron a la sala y todos se fueron distribuyendo por los bancos. Marta se sentó en el primero, cerca del ataúd, con su hija. En el primer banco del otro lado del pasillo se colocó la familia por parte de Antonio. Miró a su cuñada, iba completamente arreglada. Llevaba una falda de tubo negra, una blusa del mismo color bastante transparente con un par de flores bordadas en hilo negro de seda que brillaban según como le incidía la luz, y un bolso de mano de terciopelo, estrechito, con una pequeña cadena dorada que colgaba levemente de uno de los lados.
—Mira a Ana Mari, parece que estrene la ropa para este entierro. Y yo, con una falda del año de la María Castaña y una blusa prestada por mi hija.
—Ay, mamá, en qué cosas te fijas. Lo mismo no tenía nada negro y se lo ha tenido que comprar corriendo.
—Pues se podría haber comprado algo de usar una vez y no este “pretaporté” tan llamativo.
—¡Mamá, en qué cosas piensas!
—Si tu padre estuviera aquí pensaría lo mismo que yo.
A Inés empezaron a brotarle unas silenciosas lágrimas. Parecía que las retenía en los ojos y tragó saliva para intentar controlarse.
—Ya puedes llorar, hija, no debe darte vergüenza, era tu padre.
—Y tu marido —añadió hipando para convertir el sollozo en respiración—, y sin embargo no te he visto derramar ninguna lágrima. Sólo criticar a tu cuñada.
—Ya he debido llorar todo lo que debía llorar estos dos días —dijo mientras se giraba para mirar a la gente sentada en los bancos de atrás—. Está lleno. No vino tanta gente al velatorio. Hay muchas caras que no conozco.
Y se incorporó para intentar ver las filas de más atrás.
—Y yo no te conozco a ti. Haz el favor de sentarte.
—Mira, ahora entra Eduardo —y se puso de pie del todo e hizo un gesto con la mano para indicarle que fuera a sentarse con ellas.
Eduardo dijo que no con la cabeza y se acomodó en las últimas filas. Entró el cura en la capilla e inició la misa. Marta se sentó y escuchó atentamente sus palabras. Se sentía muy extraña, parecía que nada fuera con ella. Tenía la sensación de estar en el funeral de alguien poco allegado. Miró el ataúd, estaba cerrado. Su hija se había encargado de todo.
—¿De qué madera lo quieres?
—Me da igual —contestó mientras jugaba con el tapetito de ganchillo que estaba encima de la mesa del comedor.
Se habían sentado con todos los prospectos que la funeraria les había proporcionado. Antonio era de los que se había pasado la vida pagando los muertos y ahora ellas sólo tenían que elegir las dos o tres opciones que les daban.
—De roble, pues. Entra dentro del presupuesto. ¿Quieres el ataúd abierto o cerrado? Aquí hay uno estilo americano —leyó—: con túmulo superior y apertura parcial.
—¿Quieres un café?
—¡Mamá! Tengo que llamar inmediatamente para que lo preparen todo para el velatorio.
—Me da igual. Decide tú. Lo único que quiero es que lo incineren. Tu padre es lo que deseaba, no quería que se lo comieran los gusanos. ¿Quieres un café o no?
—No, no me apetece nada. Tomo las decisiones pero después no te quejes —dijo y se concentró en los prospectos y en la toma de decisiones—. ¿Qué ropa quieres que lleve?
—El traje crudo de hilo, es el que más le gustaba. Y los zapatos marrones nuevos que se había comprado para esta primavera. No los había estrenado aún, se los había comprado expresamente para ese traje y estaba esperando que hiciera algo más de calor para ponerse el conjunto completo. Ya sabes que tu padre es —se interrumpió, se cogió ambas manos restregándolas poco a poco  y continuó en voz algo más baja y sin tanto énfasis—, que tu padre era muy coqueto.

23/2/18

Capítulo 2 (3)


Empezó a arreglarse con cuidado, despacio, decidida a dedicar todas las acciones  a su marido. Se duchó durante largo rato, dejando que el agua cayera sobre su nuca mientras, con la cabeza gacha y la mano apoyada sobre las baldosas de la pared intentaba limpiarse de aquel incipiente sentimiento de pérdida. Salió de la ducha y se envolvió en una enorme toalla de color tostado que le había regalado su hija una navidad. Estaba colgada de la pared, junto al albornoz de Antonio. Ella nunca había soportado los albornoces. Prefería secarse y vestirse. En cambio su marido solía ponerse el albornoz después de la ducha y estirarse un rato sobre la cama antes de vestirse. Tenía la costumbre de hacer unos pequeños ejercicios de gimnasia doblando y estirando las rodillas y haciendo girar los tobillos y las muñecas. Ella estaba tan acostumbrada a ello que no le prestaba atención, sin embargo, esa mañana, mientras se secaba entre los dedos del pie, sentada sobre el váter con el talón apoyado en el bidet, en su mente se sucedían las imágenes de su marido haciendo esa serie de ejercicios. Igualó la cadencia de sus movimientos a la de los que hacía su marido en su imaginación. Así se fue secando todo el cuerpo hasta llegar al pelo en donde se paró mirándose al espejo mientras su marido yacía muerto, en albornoz, sobre la cama, en la misma postura que lo había encontrado en la realidad.
Marta se estuvo mirando un rato a los ojos, quieta, notando una ducha de sentimientos desconocidos. Por un lado la inseguridad del futuro, por otro, el de terrible pérdida; también vacío e incipiente soledad. Pero lo que más le sorprendía es que había desaparecido el sentimiento de dolor. Miró el reloj que estaba sobre  una de las repisas del lavabo. El tiempo se le tiraba encima; faltaban quince minutos para los nueve.
Llamó a su hija para pedirle prestada una blusa negra puesto que no encontró ninguna. Esta le dijo que no se preocupara que tenía una que le sentaría muy bien.
Le subió la blusa mientras Eduardo se quedaba en doble fila esperando. Su madre la esperaba sentada a los pies de la cama. Estaba completamente arreglada, peinada, con los labios pintados y con la falda y la combinación puesta. El bolso y el abrigo preparados encima de las sábanas.
—¿Y esa combinación?
—La tenía por aquí. Creo que es del año de la catapún —se inventó sin ganas de explicar la verdad.
—Pero  no te daba alergia si no era…
—Cuando era joven no tenía tiempo de tener alergias.
Inés le dio la blusa  y se sentó en la cama de su padre. Su madre abrió la boca para decirle algo pero cambió de opinión y se apresuró en acabar de ponerse bien la blusa por dentro de la falda.
—Mamá, ¿no me has dicho siempre que la ropa de la calle no se puede poner directamente sobre las sábanas?
—Cierto. Pero hoy no he tenido ganas de hacer la cama. Ya las cambiaré cuando volvamos.
Cuando se acercaron al coche, Eduardo hizo un gesto de impaciencia señalándose el reloj de muñeca. Inés cedió el puesto de adelante a su madre y se sentó en la parte de atrás cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria. Eduardo le dio el pésame a Marta mientras giraba la llave de encendido y esta murmuró algo parecido a muchas gracias. Apenas se puso en marcha el coche agarró con una mano el bolso y con la otra el cinturón de seguridad que le molestaba en el cuello y se dispuso a viajar en silencio.
—Vamos a llegar tarde al entierro de tu padre. Siempre dejáis  las cosas para el último momento —dijo Eduardo.
—Perdona que no hayamos programado bien la muerte de mi padre —le espetó Inés. Eduardo no contestó—. Mamá, ¿qué tal has dormido?
—Bien, hija, bien —mintió con ganas de poca conversación—. Me he ido despertando, pero he descansado.
—No voy a coger por Diagonal porque vamos un poco justos de tiempo y es hora punta —explicó Eduardo—. Ya te dije de quedar un poco antes, que a las nueve era muy justo. Cuando lleguemos ya se lo habrán llevado al crematorio.
—Vamos Eduardo, no era cuestión de quedar tres horas antes para llegar al tanatorio y tener que estar esperando. Además, mi madre tenía que descansar. Es un momento duro para ella.
—No, si por mi…
—Vamos a llegar los últimos —interrumpió Eduardo—, y debiéramos ser los primeros. La familia es quien debe recibir.
—Esto no es una fiesta ni ninguna recepción en que nosotros seamos los anfitriones —dijo Inés y se agarró de los reposacabezas delanteros y, de un salto,  se sentó en la punta de su asiento.
—No he dicho eso. Pero es de buena educación estar ahí para ir recibiendo el pésame de todos los asistentes.
—No pasa nada —dijo Marta—, los más allegados vinieron al velatorio y ya me dieron su pésame.
—Pues mira, seremos los últimos —levantó la voz Inés—. Somos así de originales.
—Por esta calle no hay casi tráfico. Ya veréis cómo no llegamos tarde.
Pero bien lejos de su intención lo único que consiguió Marta es que se creara un silencio cada vez más duro y más frio.

22/2/18

Capítulo 2 (2)

Así que sólo debía preocuparse de qué se pondría, que no era cosa fácil. Ella no solía ir nunca de negro. Abrió el armario y rebuscó entre la ropa que colgaba del lado derecho. Ahí se iba almacenando la que no usaba. No tardó en encontrar una falda negra, se la había tenido que comprar rápidamente para el entierro de una tía de Antonio. La dejó sobre su cama y siguió revolviendo en el armario. De pronto, se quedó estática, mirando un paquete que había encontrado escondido sobre el estante de la cajonera, detrás de unos jerséis de cuello vuelto. Su respiración había cambiado. Inhalaba el aire de forma más pausada y profunda. Se sentó a los pies de su cama, sobre la falda que acababa de dejar. Desdobló el papel de seda algo arrugado que envolvía una caja de corsetería. Dentro, doblada con sumo cuidado, una combinación de satén, color negro, con una puntilla de encaje alrededor del cuello y de los tirantes.
Siempre compraba su ropa interior blanca y de algodón, toda de algodón, cosida incluso con hilo de algodón, pues la otra le picaba, y ella prefería más ir cómoda que estar bella. Desde hacía tiempo, era muy difícil conseguir ese tipo de camisetas o combinaciones y tenía que ir a adquirirlas, expresamente, a una tienda de las de toda la vida que estaba en la Plaza Universidad: La Torre, géneros de punto.
—Buenos días, querría una combinación.
La dependienta, que ya la conocía, se fue a buscar directamente la caja de las combinaciones blancas de algodón. Al verlas intentó explicar con algo más de detalle lo que quería.
—Me gustaría que fuera de color negro.
—De algodón y de color negro no tenemos. No se fabrican.
—Bueno, es que no tiene porqué ser  de algodón.
—Bien. A ver si encontramos alguna —dijo ya casi de espaldas mientras empezaba a leer las etiquetas de las cajas perfectamente alineadas unas encima de otras—, va a ser difícil, porque normalmente todas suelen ir cosidas con hilo de nylon y le picarán.
—No importa, la he de llevar muy poquito tiempo —explicó  sonriéndose para sí misma al imaginar la escena. Dentro de poco iba a ser su aniversario de bodas, y aunque siempre lo habían celebrado comiendo fuera, o yendo al teatro, o haciendo alguna actividad especial, ella esta vez había pensado en algo más pícaro.

—Ah, entiendo —sonrió cómplice la dependienta—. Voy a ver si encuentro lo que busca.