Me encantan mis buenos propósitos, solo duran lo mismo que
el viaje en tren del trabajo a casa.
He aquí mis pensamientos mientras recojo la mesa de mi
despacho: “Me voy a llevar esto, este otro carpesano, estas dos carpetas y
estos tres dosieres y en cuanto llegue a casa me pongo a ello y adelanto. Así
mañana voy más relajada y puedo permitirme descansar un poco en mi media hora
de desayuno”.
Ahora en casa me hallo zampando un bocata a mordiscos,
bebiendo una coca-cola bien fría (lo necesitaba a pesar de la nevada) y
tecleando mi decepción conmigo misma. Eso sí, mientras voy masticando voy reestructurando
todo lo que me he traído para hacer junto con las pocas ganas de hacerlo. Me
encanta engañanarme. Al final, ya lo veo, me excusaré a mí misma diciendo que
me he traído demasiadas cosas y que lo que necesitaba era descansar. Así que
sabiendo cómo va a acabar, mejor me relajo y soy coherente conmigo misma.
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