25/2/20

Morder la manzana


Autora: Leticia Dolera

Bueno, por fin tengo un momento y unas ganas para pasarme por mi blog, que lo tengo abandonado desde hace unos diez días. Cosa que me ha servido para descubrir que lo he añorado. Sí; ha sido una sorpresa tremenda ver que sigo con la necesidad de escribir por aquí.

He estado llena de actividades que me quitan el tiempo que dedico a estar en el ordenador, escribiendo, leyendo, comentando blogs. Así que, hoy, ya me he organizado desde primera hora de la mañana para tener tiempo de bloguear. Acabo de llegar del osteópata. Ya hace tiempo que recuperé la movilidad del brazo, pero me siento tan bien cuando salgo de entre sus manos que decidí tener sesión cada quince días. Y si nada lo impide, así lo hago. Por lo que ahora os podéis imaginar lo relajada que estoy.

En realidad, esta debiera ser una entrada exclusivamente sobre el libro que me acabé ayer; pero, no sé, supongo que es el empoderamiento que da, que he empezado por otra cosa.

No os podéis ni imaginar lo que ha sido para mí descubrir a Leticia Dolera. Hace menos de dos meses, no sabía ni quién era. Pero un día, vi su serie: Vida Perfecta. Me apasionó. Me encantaron los personajes (tres mujeres a cuál más diferente), tan bien definidos y tan protagonistas los tres. Una de las actrices era Leticia Dolera. De ahí, descubrí que era también la guionista, que había ganado premios y que era una feminista en toda regla; me empezó a interesar como persona.

Durante un tiempo, cada noche, me ponía algún vídeo en el que la entrevistaban; así fui descubriendo que me encantaba cómo hablaba. Tenía un discurso perfecto en el que se comunicaba de “tú a tú”. Me apasionó la variedad de léxico que utilizaba y su especial sentido del humor. Me encantó como hacía sus propios apartes para no perder la lógica con ella misma. Y poco a poco, me di cuenta de que verla hablar me hipnotizaba.

En una de estas entrevistas hablaron de su libro, “Morder la manzana”. Al día siguiente ya me había hecho con un ejemplar. Y al siguiente, o sea, ayer, ya me lo había leído. Me ha gustado mucho, ya no el contenido, que me ha encantado, sino la forma que tiene de expresarse, que parece que, en vez de estar leyendo, estás hablando con ella. Me ha sabido a poco. A muy poco. Y a parte de llevarme un disfrute grande con su lectura, me llevo, o me quedo, con ganas de conocer a su autora. Suspiro.

13/2/20

Mi día de enamorada especial


Mañana secretamente, me levantaré muy temprano, y con el puño cerrado, me acercaré a tu lado. Tú no notarás nada, ni sabrás que he venido, tal vez mi colonia en el aire, te arranque un anhelo, un suspiro. Y poco a poco, con sigilo, abriré mi mano y en su palma, un corazón pequeñito esperará acercarse a tu alma. Lo engancharé bajo tu mesa, sin que tú no sepas nada; nunca será sorpresa, ya no es cosa esperada. Pero yo seré feliz, y podré sentirme viva, porque en silencio, allí, mi latido, junto a ti, anida.

11/2/20

Es un verdadero placer


Con el trabajo que tengo y yo por aquí juntando palabras. A veces, es tan fuerte la necesidad de escribir que lo demás se hace borroso a su lado y no queda otra que sucumbir ante el teclado. Y esta no era mi intención premeditada. ¡Qué va! He vuelto por el camino del trabajo a casa organizándome una lista mental de todo lo que quería hacer antes de las nueve de la noche, por orden de prioridad. 

Aquí estoy, sentada delante del ordenador, con la ilusión que se me desate la escritura y pueda teclear de forma compulsiva, como fue tildada una vez mi manera de escribir; aporreando las teclas a gran velocidad para que no se esfumen de mi mente ni las palabras ni las ideas. Intentando equiparar la velocidad de escritura a la del pensamiento, cosa difícil.

Y me maravilla descubrir, que sin tener nada que decir, digo. Porque, mientras no me aleje de mí, siempre tendré algo que contar. Ese es el truco de mi escritura. Ese y procrastinar todo lo que tengo que hacer que no sea sentarme delante de esta vieja y conocida pantalla; delante de la cual me he pasado infinidad de horas, tanto de día como de noche. Y mis dedos, reconocedores del tacto del teclado, se sienten activos y felices, cómo en casa. Esa caricia en las yemas que me hace sentir tan bien.

10/2/20

Analogías, las justas


A veces, cansada del día y de lo que me depara la soledad, cojo un lápiz y dibujo en un viejo bloc. No sigo ninguna idea preconcebida, solo dejo que el grafito se deslice por el papel, en cualquier dirección; que investigue el rincón que le venga mejor y que deje su huella al pasar. Cuando me canso de dejar que el lápiz se pasee a su libre albedrío, me alejo y contemplo las líneas que hay dibujadas sobre el papel, unas imágenes desprovistas de pensamiento o reflexión.

¡Curiosa analogía!, descubro. Mi vida es como esas líneas sobre el papel, sin premeditación, ni pensamiento, ni alevosía. Sin querer saber hacia dónde me van a conducir y sin poder olvidar de dónde vengo: de ese amor subterráneo que ya no me atrevo a mostrar.

5/2/20

Qué harías si no tuvieras miedo (el valor de reinventarse profesionalmente)


Autor: Borja Vilaseca

Otro libro de este autor que me han dicho que debía leer y yo, obediente, lo leo. Debo confesar que estoy escribiendo sobre él sin haber acabado su lectura y sin saber demasiado bien si la voy a concluir. Voy por la página 113 y aún no ha empezado a entrar en materia. Y considero materia a aquello que me sirva para aplicar en mi propia vida y ver cómo se obtiene ese valor para reinventarse.

Ha empezado con una extensa historia sobre el dinero y la economía, supongo que para entender por qué estamos en el punto en el que estamos, y por lo que he ido ojeando en páginas venideras, sigue analizando por lo que la parte que corresponde a la respuesta del título debe ser la que ocupa menos espacio en el libro. Hasta esta página que llevo leída, creo que el libro debiera llamarse historia del dinero o de nuestro sistema económico.

En fin, me cuesta seguir con su lectura porque lo que me está diciendo no me interesa demasiado, aunque tengo el gusanillo de saber cómo va a responder la pregunta implícita en el título. Él ya empieza diciendo que el libro es un “experimento” y parece ser que los lectores somos los conejillos de indias. No sé, creo que dejo el ensayo y me tiro de nuevo a la novela., mejor o peor, siempre me aporta algo nuevo.

4/2/20

Flujo de conciencia, no más


A veces pienso que debiera escribir la historia de mi vida. Que el día que no esté se perderá mucha información que solo sé yo. Cuando alguien muere, se lleva información que no permanece en ninguna otra parte. Debiera haber un registro para que no desapareciera. ¿Y esa información importa? Creo que solo tiene valor para la persona que la ha vivido. Creo que mejor no escribo la historia de mi vida y me voy a tomar una cerveza, o mejor una copa de vino.

A veces me coge la sensación de que tengo mucho que contar. De que es imprescindible que deje mis pensamientos. Suerte que en seguida despierto de esta extraña ensoñación que no me conduce a nada y vuelvo a poner los pies en el suelo. Creo que tengo croquetas en el congelador.

1/2/20

Comer en la mesa de los mayores


La Niñadelscollons nos ha crecido un poco. Es normal, el tiempo no se detiene y pasa por todos. Antes, cuando iba a cenar a casa de mi amiga, llegaba en el momento de acostarla y un besito y buenas noches. Y, mientras la madre desaparecía con la chiquilla de la mano, camino de las habitaciones, yo me servía una copa de vino, abierto anteriormente para que se orease, y me sentaba en el sofá a disfrutar de la idea de cenar sola con mi amiga sin tener que aguantarla. Pero, ahora, nos ha crecido y quiere cenar con nosotras. Su madre se lo consiente, aunque en cuanto acaba, la manda a la cama (doy gracias por ello).

Así, que el otro día, cenando las tres alrededor de una mesa orquestada con esmero por mi amiga, intervino en nuestras conversaciones.
Estábamos hablando que mi amiga debía asistir a una cena de empresa y quería ir bien guapa porque todo el mundo vestiría de etiqueta, pero que no deseaba comprarse nada especial para la ocasión porque no quería que después se quedase el vestido colgado en el armario.

¿Por qué no te pones el vestido rojo? —le preguntó su hija participando de repente en la conversación.

—¿El rojo? No sé. —contestó dubitativa su madre.

—Sí, mami, es que ese vestido te esteriliza mucho —añadió con la seguridad de alguien que hubiera pensado antes en ello.

Arqueé las cejas sorprendida de lo seria que había hablado. Si madre se rio; no pudo aguantar la risa y la Niñadelscollons la miraba atónita sin saber a qué venia tanta diversión.

—O si no, ponte el negro de sanguijuelas —continuó cuando vio que su madre iba calmando su risa.

Nada más oír esa nueva propuesta su madre se empezó a desternillar. Cogía la servilleta y se la llevaba a la boca para tapar la carcajada incapaz de contenerse. Su hija había cambiado el semblante, estaba seria, muy seria, esperando que su madre le aclarase a qué venía tanta risa.

Por mi parte, yo estaba cada vez más divertida con la situación. Me recuerdo sosteniendo la copa de vino en la mano izquierda y con la derecha sobre la mesa, mirando a una y a otra y disfrutando con el enfado cada vez mayor de la Niñadelscollons.

—Mamá, ¿qué te pasa? ¿De qué te estás riendo? Solo te he dado un consejo. Después dices que no escucho a los mayores y que vivo en la napia. ¡Yo no vivo en la napia!

La madre no pudo más y tuvo que levantarse y tirarse en el sofá a seguir riendo a mandíbula batiente. Yo tampoco pude más y también solté una sonora carcajada que le sentó fatal a la niña. Tanto fue así, que se levantó y se fue enfadada a su habitación.

Nosotras estuvimos un rato más riendo hasta que poco a poco nos fuimos calmando, sobretodo mi amiga que estaba roja y acalorada por el esfuerzo de las risotadas. Con voz risueña y queriendo volverse a ganar la autoridad le dijo a su hija:

—Ven a acabar de cenar.

—No tengo hambre —le contestó desde su habitación.

—Ven aquí ahora mismo.

Y La Niñadelscollons vino obediente a la mesa y se sentó en su sitio.

—Al menos, cómete la ensalada que tienes en el plato.

—Es que no me gustan los palitos de sunami.

Ahora sí, que tanto su madre como yo soltamos una gran carcajada al unísono. Se nos caían las lágrimas de tanto reír.

—Me voy a dormir. Buenas noches —y dicho esto se retiró a su habitación.

Al final, nos fuimos calmando poco a poco y la cena resultó ser divertida, porque no podíamos para de imitar a la niña.

Ya habíamos acabado de cenar y estábamos dando finitud a la última copa de vino, cuando aparece en el salón Laniñadelscollons en pijama con un papel en la mano.

—Me tienes que firmar el permiso para ir de colonias.

—Este año, por primera vez van a la playa de colonias —me aclara la madre.
—Sí, y haremos Paddle Surf —me informa la niña emocionada.

Y se gira hacia su madre, sentándose en el apoyabrazos del sofá y le dice:

—Debes marcar la casilla para que me dejen alquilar el traje de ibuprofeno.

—Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja…

—Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja…

Laniñadelscollons lleva más de una semana sin hablarnos.