31/8/11

Palabras

Viví siempre tras las palabras, escondida, agazapada. Fueron tablón perfecto en medio de este naufragio que era mi vida, que era mi casa. Y cuando te conocí, lejos de esconderme y desaparecer, me declaré en rebeldía contra mi destino, solo por ti, mujer. Recogí a conciencia las heridas del pasado y puse voz al silencio que tanto me había acompañado. Te amé con cordura y locura, con amor y despreocupada holgura.

Te amo con pasión, con pasión y sin miedo a esconder lo que por ti siento. Y si algún día la sombra interfiere entre nosotras y me siento morir de amor por dentro, ¡vaya idea macabra!, sé que siempre me quedará, la última palabra.

30/8/11

Nuevos apuntes

Penetrar en la mente de los personajes creo que es algo que no debe resultar demasiado difícil ya que es el propio escritor el que crea, modula y define esta mente puesto que dicho personaje es producto suyo. La dificultad radica en seleccionar, parar ser narradas, las acciones de este de manera que esta mente (alma, dirían algunos) pudiera llegar al lector sin necesidad de explicar nada sobre ella.  Las mentes necesitan de la acción para ser comprendidas. Nada más. Ni una palabra. Si el escritor se ve en la necesidad de explicar directamente los porqués de la actuación de su personaje, ocurriría como cuando nos cuentan un chiste y no lo  entendemos, la explicación de después elimina la posible gracia que el chiste pudiera tener.

Sobre la originalidad. No sé si pensé que el tema de mi novela, el tratamiento de esta, la elección del narrador y el punto de vista, la elección del tono y el tiempo iba a ser original o no. Ahora ya sé que no lo es pues el otro día me hablaron de la inminente publicación de una “historia” parecida a la que pretendo narrar. Lo que siempre he sabido es que no pretendo la originalidad. No tengo ganas de encorsetarme dentro de esa etiqueta porque en otros campos he descubierto que es uno de los bloqueantes más difíciles contra los que luchar. Ello me conduce directamente a tener un objetivo: la sinceridad. Recuerdo cuando empecé a estudiar narratología que me dijeron: un escritor debe ser sincero consigo mismo. Por aquel entonces entendí las palabras que componían la frase, pero no su significado. Ha sido a base de ir escribiendo que  he comprendido lo que me quisieron decir. Mi visión, mi visión personal es lo que debo transmitir y si pienso bien, en ello radicará la originalidad de la escritura.

Empezar a escribir necesita tiempo para que la idea germine en el interior, al principio bien alejada de las palabras. Las prisas son malas para poder crear las mínimas condiciones ambientales de gestación. Una gestación que debe verse afectada directamente por los conocimientos del escritor y su experiencia. Y por lo que he experimentado, es absolutamente necesario mover esa idea, sacudirla, girarla, vibrarla, hasta el límite para conseguir el cóctel que conducirá a pasar la idea a palabras.

Escribir es un proceso largo y duro. Largo porque no se obtienen resultados inmediatos y duro porque requiere una constancia, tesón y hasta cierto punto, esclavitud. A veces pienso, que un escritor no debe ser demasiado diferente a un drogadicto, enganchado siempre a las palabras, necesitando de ellas para vivir, mientras que cada línea escrita es como un arañazo en el corazón. Después de escribir seguido, durante muchos días, me siento vacía. La escritura me vacía pero me crea la necesidad imperiosa de seguir escribiendo. Una necesidad que se convierte en dolor y angustia, que no puedo calmar debido a que estoy vacía. Y busco por mi interior, rincones y pliegues donde pueda haber quedado algo para ser contado y descubro asustada que no hay nada. Dolor. Dolor que solo curará el tiempo, el encargado de volver a llenarme para poder vaciarme de nuevo.

Eso sí, no existen atajos en la escritura. Si quieres obtener un buen producto no queda otra que pasar por todas las fases. De lo que deduzco directamente que mejor, mucho mejor, como casi todo en la vida, disfrutar del proceso que del resultado. El resultado resulta minúsculo al lado de lo gigantesco del proceso, ¿vamos a hacerlo al revés? Descubrí que no debía ser tonta y tenía que disfrutar del todo el proceso, desde la ida, hasta el punto final. Así lo estoy haciendo, no me dejo perder esta conciencia. Pero he de admitir que a pesar de esto, también supone dolor y padecimiento, inquietud y alguna que otra neurosis en momentos de crisis.

No sé si es bueno reflexionar tanto, pero tengo claro que es parte de mi proceso y disfruto con ello. Por ahora, es la parte en la que estoy inmersa. Cada trozo escrito de mi novela me supone un montón de días de planteamientos y análisis sobre mi escritura, varios libros leídos sobre la forma de escribir de escritores consagrados y diversos ensayos sobre la teoría de la escritura. Sin lugar a duda, mi proceso es largo. Tanto que desespero a las pocas personas que tienen la fe puesta en mí y que al principio, tenía terror a defraudar. Ahora, he aprendido a vivir con este terror y me he concedido todo el tiempo del mundo para no defraudarlas.

El otro día tuve una conversación con mi profesora de novela, le comentaba mi dificultad para escribir relatos cortos y mi dificultad para escribir novelas. Su opinión fue que cualquier persona debía empezar escribiendo relato antes de pasarse a la novela. Esto junto a la lectura de unos ensayos de Edith Warton en los que afirma que es mejor dedicarse a un cultivo modesto de manera concienzuda y minuciosa, que dedicarse a uno más ambicioso sin profundizar, y también, junto al recuerdo de un antiguo alumno que quiso aprender a escribir poesía y se dedicó a escribir una cada día, como ejercicio, me han llevado a tomar la determinación de intentar escribir más relatos, así, como ejercicios, para desarrollar al máximo mis capacidades, si es que existen.

29/8/11

Autointrospección

La autointrospección es un hábito al que debemos permanecer siempre ligados y del qué, por desgracia, nos olvidamos con frecuencia. Este término está abosulamente en relación con nuestra propia historia, con nuestro pasado. Así como también es importante contemplar nuestro pasado para no errar las nuevas pisadas en la vida; pero no contemplarlo de una forma hipnótica, más bien propia de la tristeza, o de una forma que interfiera en tu carpe diem, propia del dolor agudo y mal digerido, si no de una forma analítica y positiva.

La autointrospeción y el silencio van unidos de la mano. Cuando el pensamiento se introduce y se pierde dentro de él mismo es imposible hablar, oír, ver, sentir lo que pasa a tu alrededor, ya que todas  esas comunicaciones quedan a nivel de las entrañas que es donde anida el alma.

En la autointrospección no existe la incredulidad pero sí la mentira. Es muy fácil tragarse las propias mentiras. Pero esa es una falsa autointrospección. Se reconoce la de verdad porque lleva implícito cierto desplome de las ideas. Para llegar a ella sin pérdida, debe seguirse el camino que marca el sonido del vehemente susurro de nuestro Yo.

Una buena autointrospección ayuda a entibiar el alma que tirita dentro de nosotros; es un hábito que debiéramos ejercitar con mayor frecuencia para conseguir la calidez de corazón que actualmente nos falta a todos.

24/8/11

O sí o no, o blanco o negro, o oro o plata

Siempre me ha gustado hablar. Explicar cosas de mí, o sobre otras personas, opinar de la vida y avanzar hechos desde mi propia verdad. La gente me escucha y asiente con la cabeza, pues poco espacio dejo para sus opiniones entre mis palabras. Solo callo en mi soledad, momento que aprovecho para leer y adquirir nuevas ideas y sentencias para poder comunicar.

Pasase lo que pasase, en mis propias carnes, nunca me he permití el lujo de la autocompasión, por lo que mi discurso siempre fue ameno, incluso divertido, diría yo. Ese toque de ironía que posee toda persona inteligente, le daba la chispa y provocaba alguna que otra carcajada en mi receptor.

Pero un día, sin saber por qué, empecé a volverme parca en palabras. Dejé de encadenar conversaciones, como era mi costumbre para incurrir en largos y silenciosos intervalos. Si alguien me hubiera prestado atención en esos momentos le hubiera mostrado sin ambages la intensidad de mis emociones.

Al principio, me esforcé por mantener esa inicial locuaz munificencia, pero siendo como soy la primera en obedecer mis sentimientos, al final, callé.

A partir de entonces, noté que la quietud de mi casa me extendía unos brazos consoladores que me confortaban y me ofrecían un pulquérrimo silencio al que sucumbí con pleno convencimiento y ansia.

Con ello, no hizo falta que la vida me adujera nada más: soy persona de extremos.

23/8/11

Leí

Cuando alguien utiliza la palabra inmoral, dejo de prestar atención. Dicha por un joven, es ridícula, dicha por un viejo, es sentenciosa, reaccionaria (…). En las personas de mediana edad que aman y temen la idea de una vida moral más que ninguna otra cosa, es hipócrita.
Incapaz de recordar dónde lo leí.

22/8/11

Quijote sin molinos

¿En qué me había convertido? Mis sueños, cuando niña, nunca me conducían a una vida como la que estoy viviendo. Encerrada en casa, sola, sin amigos.
Al principio, los libros me hacían toda la compañía que necesitaba. Leyéndolos, vivía todas esas historias y aventuras que narraban.
Me gustaba la idea de convertirme en una secuela de Quijote, con la nocturnidad y la alevosía que confiere el vivir sola. Me solía decir, con esa capacidad repentina de vislumbrar certezas, que era lo mejor para mí.
Pero tras un par de años animándome a seguir con las lecturas y a tener vista cansada y el cuerpo entumecido del sofá, empecé a necesitar la calidez de otro ser humano. Esa calidez de la que se me hablaba una y otra vez en todos los libros que leía.  Pero mi saber hacer en asuntos sociales había desaparecido y me sentía impotente ante tal hecho. Esa soledad morigerada se iba convirtiendo en mi propia condena.
Me asusté de ese insidioso cambio de  actitud y salí a la calle para solucionarlo. Mi actitud retraída ya formaba parte de mi personalidad. Cada vez que intentaba un acercamiento hacia alguien, en un bar, en un teatro, en la cola de una caja de supermercado mi aversión a comunicarme aumentaba. Por otra parte, confieso que mi mirada cetrina no ayudaba mucho a establecer contactos.
Un buen día, de tanto vivir sin más compañía que la de mis lecturas, el dolor empezó a adueñarse de mí. Con el paso del tiempo,  me fue difícil contener a semejante tirano. Para atemperar esa sensación ominosa empecé a beber sin darme cuenta que empezaba a destilar la triple esencia del desamparo con el que pasaría el resto de mis días.

19/8/11

Recuerdo como si fuera hoy

Llegaste  tarde, sin ganas, inmersa en tus propios pensamientos, cavilando sigilosamente las primeras palabras que me dirías. Tu cara cansada, con visos de doblez en cada gesto, me anunciaba, mientras te sacabas la chaqueta, la desalentadora noche que me aguardaba. Con ese falso candor infantil de la mentira, tus manos torpes y presurosas me cogieron y me atrajeron hacia ti para proceder con el acostumbrado y gastado beso de “hola, cariño, ¿qué tal el día”. En ese preciso momento vi efectivo mi destrone y  desde un estado jadeante de estupefacción y fatiga conseguí articular “bien”. Después de un par de semanas anodinas de incurrir en largos intervalos de silencio, vio  que lo irremediable se había hecho presente  y me comunicó, profusamente envuelta de su verdad y expresándose sin ambages, la existencia de un nuevo amor. Me descubrí, unos días más tarde, obedeciendo a tus sentimientos de forma fría y envarada, como conformándome con el dictado de la providencia y adquiriendo una creciente aversión hacia ti y hacia todo lo tuyo. Tuvimos que destrenzar nuestras vidas en un par de días, tiempo suficiente para convertir nuestro desamor en un rosario de alharacas.

El tiempo, como puede verse, no ha fragmentado el recuerdo si bien lo ha ido rodeando de una rústica penumbra que desdibuja la silueta haciéndolo más irreal.

18/8/11

Apoema

A veces, la noche no se confabula conmigo y anula de mis dedos el movimiento de las palabras sobre el teclado. Por más que siento no escribo; deambulo por los límites de la lengua como pedigüeña a las puertas de un castillo medieval. Sin luchar me entrego a la condena de amarte y no poderlo escribir, no poderlo decir, no poder nombrarte. Ando y desando metáforas mientras me concentro en escribir tu nombre con sangre en las paredes de mi corazón, porque nada ni nadie puede evitar que el alma siga escribiendo su historia.

17/8/11

Mi última decepción

Ayer me volví a decepcionar. Las personas me decepcionan y no puedo evitarlo. “Es que esperas mucho de ellas”, me dijeron cuando me preguntaban que qué me pasaba. ¿Es que espero mucho de ellas? Estaba la mar de tranquila esperando que empezara un espectáculo al que me habían invitado y vi a una persona conocida. Una chica con la que estuve bailando durante unos cinco años. Primero mientras aprendíamos, en clase. Luego haciendo nuestros pinitos en algún que otro bolo benéfico. Luego por placer y por último alguna que otra vez en la calle. ¡Qué tiempos aquellos! Fue un verano muy divertido. Y en aquella época, no había crisis, nos daban dinero por la actuación. Lo dejaban en un bombín que poníamos delante o bien cuando lo pasaba yo. Más de una vez había estado en su casa y ella en la mía. Conocía a sus padres, a su hermana (que en ocasiones, también bailaba con nosotras), a toda su familia.

Ayer, en cuanto la vi la llamé. “Ah, hola”, me dijo como investigándome, “tú eres la chica de la Academia”. ¿La chica de la Academia? Vaya, no sabía ni cómo me llamaba. Fue como una punzada que sentí en alguna de mis entrañas. Educadamente, le pregunté por toda su familia. Me fue contestando a todo que bien, me informó de lo que hacían sus hermanas y de en qué compañías había trabajado ella (ella se ha dedicado profesionalmente). No le quise decir que la había visto actuar más de una vez, que aunque no sepa que está en una compañía, su estilo de baile es tan personal y tan bello que lo reconozco en todas partes. Le di recuerdos para toda su familia, con mucho cariño, porque así lo sentía.

Nos despedimos y continué esperando que fuera la hora de entrar en la sala. La recepción se fue llenando y no podéis imaginar el vaso de agua fría en la cara que resultó descubrir entre las personas que estábamos esperando, a toda la familia, hermanas inclusive, para la que yo cariñosamente había dado tantos recuerdos.
Se ve que estaba de más venir a buscarme y decirle a sus padres, “mirad, después de tanto tiempo, me he encontrado a Dintel”. Deducción, yo había caducado ya.
Esto refuerza mi teoría sobre la caducidad de las personas.

16/8/11

Ruptura

Tras la ruptura, la vida se va susurrando y se lleva con ella la luz. Su ausencia recrudece las aristas de la soledad confiriéndole el derecho a gobernar. Los estores permanecen bajados contra la mañana. Las cálidas y deseadas sábanas se han vuelto ácidas y laceran el amor. Sin embargo continúas entre ellas, nunca te gustó andar en la oscuridad. Con su abandono, llegó el invierno apresurado y, con él, las fórmulas de pesar y de dolor. El otro lado te sostiene susurrándote odios y venganzas y le dejas hacer sin aletear.

Levántate. Levántate. Arranca de cuajo la mortaja acre que te cubre y te aprisiona. Debes volver a caminar. Vuelve a la vida, aunque sea con insomne vigilancia sobre tu persona, aunque te tengas que acoger a la furia y a los desmanes, aunque derrames frases, gritos y llantos en este callejón sin salida que es el amor.

15/8/11

Recuerdos de un callejón sin salida

Me lancé como una jabata a coger el libro de la mesita de la librería. “Es mío, mi tesoro”, hubiera gritado como Gollum si hubiera sido necesario. Pero no lo fue, había más ejemplares y en aquel momento nadie más quería uno. Llegué a casa y abandoné el libro que estaba leyendo para leerme este. Esta vez no era una novela, eran cinco relatos. Estaba bien, también me apetecía su lectura.
Lo empecé el sábado y lo acabé el domingo, por la noche. Me gusta, me gusta como escribe esta mujer, ahonda en los sentimientos de una manera natural, como si no costara nada describirlos. Con lo difícil que me está resultando a mí escribir mi novela.
El libro consta de un epílogo en el que la autora nos habla de la tristeza. No estoy, para nada, en un momento triste de mi vida, pero lo estuve. Lo estuve y durante mucho tiempo. Es una cosa que no se olvida. Que se reconoce en el prójimo, que se empatiza sin que te lo pidan. De alguna manera, llevas marcado el corazón para siempre por ella.
Vale la pena leerlo, llevarse la tranquilidad que fluye de su lectura, la tremenda aceptación de la realidad. Vale la pena perderse en ese paisaje emocional que nos brinda la autora para podernos descubrir un poco más a nosotros mismos. Recomendado queda.

13/8/11

El asiento del conductor

Qué libro tan extraño y cómo ha llegado a captarme. El verme perdida entre los hechos que narra, que en un principio no tienen ni pies ni cabeza, ha sido el máximo aliciente para su lectura. Es de aquellos libros que con los días te va gustando más y más. No es un libro en el que te encariñes con la protagonista, es imposible hacerlo. Al menos, lo ha sido para mí, que no me ha despertado la más mínima empatía. Bueno, vamos, es que creo que es imposible que se la despierte a alguien. Me ha parecido un experimento de narración, como si su autora perteneciera al grupo OULIPO. Cuando encuentro autoras que desconozco me pierdo por la red a ver qué fue de su vida. Me gusta mucho leer biografías, aunque lo haga menos de lo que debiera, porque me da pereza empezarlas. Eso sí, luego, no hay quién me pare en una temporada.
Curiosa lectura, no puedo añadir más.

12/8/11

Cambia, todo cambia

Y a mí qué poco me gusta. Con lo bien que estoy con todo igual. Lo que no me gusta ya lo cambiaré yo. No necesito que de fuera me lo cambien o que sencillamente, el tiempo se ocupe de ello. Me molesta pasear por el barrio y ver que las tiendas cambian de dueño, ver cómo cierran, cómo desaparecen. Me molesta que la gente se vaya a vivir a otra casa, a mí ya me estaba bien que vivieran donde estaban.
Cualquier cambio me supone un poco de angustia, sobre todo hasta que me acostumbro a la novedad, que todo hay que decirlo, es bien rápido. Porque, por otro lado, me encantan los cambios. Me gusta ver cómo, en general, todo va a más. Como evoluciona con el paso del tiempo, una tienda, una persona, una amistad, un loquesea. Disfruto recordando el pasado (que no viviendo en él) y pensando en qué se ha convertido loquefue.
Y con esta terrible paradoja en mi interior, sigo viviendo, feliz, o no tanto, evolucionando mientras intento no cambiar y recordando cómo era.

11/8/11

Quién esté libre de pecado...

Con el tiempo descubrí  que tenía que haber habido y se vino abajo la estructura de mi mundo. La vorágine de aquellos tiempos  le daba cuerda a mi vida sin preocuparme yo de alimentarla. ¿Para qué pensar? Beber, follar, dormir, sin dejar de fumar.  Una manera de sentirme viva. Mientras huía del silencio de mi sombra, creaba más lobreguez en ese bosque que es mi vida. ¡Qué estupideces hacemos a veces y qué independientes nos sentimos al hacerlas! Suspendemos el sí y el no en la cuerda floja del momento para embadurnarnos en cualquier pliegue del mundo. Saltamos con la pata coja por las intersecciones que las amistades, amablemente, otorgan y nos creemos dueñas de nuestro movimiento, un estúpido e inútil traqueteo que pierde el armazón de toda medida. Tendría que haber habido. Saberlo no ocupa lugar, pero sí dolor.

10/8/11

No pasa nada, con pedir perdón...

Me maravilla cómo se puede llegar a mentir en televisión. De verdad, nunca pensé que la labor “periodística” llegara hasta este punto. Para empezar, en la mayoría de programas, “los colaboradores” no tienen nada de periodistas. Pero también los hay, gente que fue grande de la información y que, ahora, está colaborando con este tipo de programas.
Este verano, que he tenido ocasión de seguir casi diariamente la dinámica de estos programas, he podido comprobar cómo llegan a lavar el cerebro de la gente que los sigue. Las discusiones carecen de argumentación, todo son chillidos (que no gritos), hablan todos a la vez y mordiéndose (como diría mi padre), todos pueden demostrar lo que están diciendo pero dicha demostración no llega nunca a suceder, todos piden unas imágenes que tiene la tele pero que nunca se llegan a poner. Es más, de un programa a otro, de un día a otro, cambian de parecer y niegan lo que dijeron antes de ayer.  Más de una vez me echo las manos a la cabeza, me levanto como una furia del sofá y digo: “pero cómo puede estar diciendo ahora esto, si ayer…?!
Los directores de programa, o la misma productora, permite este tipo de circo romano que todo el que sale a la pista es para aporrear, hacer daño o cargarse al que tiene al lado, que ya no delante.
Todo el mundo tiene un  confidente del que no puede dar referencias pero que lo que dice va a misa. Se acusa y se señala y no sobre cosas banales y fútiles, y si luego se puede llegar a demostrar que es falso, ya pediré perdón. Nunca el perdón ha sido tan fácil de pedir. Primero tiro la piedra y luego ya te indicaré dónde está la farmacia.
Se me olvidaba ¿y eso de “hacerse platós”?, me muero de risa cuando lo oigo. Echan la culpa al que quiere ganar un dinero platoneando, bien lejos de Platón, y no al que lo contrata a pesar de saber que lo que va a decir es una mentira.
Eso es lo que pide la audiencia. Esta es la excusa que dan, y debe ser verdad, aunque yo no tengo manera de comprobarlo. Sólo puedo decir sin miedo a equivocarme que de un tiempo a esta parte hay toda una tipología de gente, sobre todo entre mis clientes, que muerde más que habla, que ataca más que expone y que desdeña más que se inquieta y todo ello concluye en un deterioro de las relaciones cordiales y de trabajo.
Y os preguntaréis que por qué estoy viendo esta serie de programas. Bien fácil, siempre me gusta saber qué pasa a mi alrededor y realmente este fenómeno está llegando demasiado lejos, tan lejos de donde empezó y tan lejos que lo tengo aquí, tan cerca.

8/8/11

Las hermanas Bunnes

Ha sido todo un descubrimiento. Pasé por la Casa del Libro a buscar un libro que no encuentro en ninguna librería y en esta tampoco lo tenían. Me quedé un rato viendo las mesas que recomiendan las mejores lecturas para el verano y mis ojitos miopes repararon en un ejemplar de una editorial desconocida. Cogí el libro, me acerqué a una de las simpáticas señoritas que la tienda pone a disposición del público para ayudarte a elegir o buscarte algún libro en concreto y le pregunté: ¿Has leído este?
No, no lo había leído, pero la escritora, según ella, es buenísima. No dudé y me lo quedé. “Recomiéndame uno que te hayas leído”. Como ya os podéis imaginar salí con tres libros bajo el brazo.
Me ha encantado. Después de leer Wicked por necesidad, necesitaba (redundo) leer algo por pasión. Y este me ha apasionado. Así quiero escribir yo. Además de lo que he disfrutado con él, he descubierto una cosa muy importante del narrador de mi novela: este es el que quiero y el que necesito. Leyéndolo he entendido a la perfección la distancia de la voz narrativa y el personaje. En fin, que he tardado, pero ya me he aclarado en algo.
Por cierto, el libro es una pasada. Debiera ser lectura obligatoria. Cómo he disfrutado. ¡Leedlo! (es casi una orden).

4/8/11

Estoy triste

¡Qué mal! Años y años comprando en una verdulería. Conociéndome y conociendo a las dependientas: mis gustos, sus costumbres, cuando llega el camión con la verdura recién cogida, cuando más vale no acercarse porque es de cámara, qué es lo que me gusta y me traen especialmente, y ahora, va y el jefe cierra, chapa, es casi como los antiguos  lockauts de final de siglo XIX (iba a decir siglo pasado, animalica).

¡Qué pena tengo!, me había encariñado tanto con las dos chicas que despachaban. Por Navidad les regalaba bombones, alguna vez les había llevado algo para media mañana (soy de las que les gusta comprar cuando el género está acabado de poner y que nadie lo ha estado tocando) y ellas, siempre, siempre, me aconsejaban que era lo mejor del día.

Ahora, voy a tener que desplazar a otra tienda mi costumbre. Y ellas pasarán a ser de aquellas personas que no olvido y que de tanto en tanto me preguntaré si se acuerdan de mí.

Ayer por la noche, no podía dormir, y este fue el tema que se me ocurrió pensar: la gente que ha pasado por mi vida y durante una temporada ha sido mi amiga, ¿se acuerda de mí como yo de ella? ¿Me recordará con el mismo cariño que yo la recuerdo, a pesar de que la vida, las circunstancias o nuestros caracteres nos hayan separado?

La gente pasa por mi vida y es bien poca la que permanece. Es más a veces pienso que alguien, por llevar más de cinco años en mi vida, va a permanecer y no es así. Soy persona a la que le cuesta mucho tener amistades. He perdido tantas que he dejado de creer en el concepto. A veces pienso que debiera consultar a una psicóloga. El otro día me comentaban que todo el mundo por un motivo u otro debiera ir al psicólogo (psicóloga, prefiero yo). Lo mismo es el momento de empezar.

3/8/11

Analogía de vida

Escribo y borro. Escribo y borro. Escribo y borro. Porque siempre es mejor que dejar de escribir y no borrar.

2/8/11

Viajera de besos y cuerpos

Llega de nuevo el tiempo y con la mochila llena de deseo emprendes de nuevo el camino. Allá dónde tu instinto te guie.  Sin rumbo fijo, tus manos se perderán en el cuerpo que te ofrezca esa subacuática pradera de inagotables trazos. Rendirás tu presencia ante semejante monumento intentando dilucidar la historia secreta que posee. Buscando aquello que otras encontraron en su tiempo. Dejarás la huella de tu paso en forma de aroma y poco tiempo y seguirás tu camino en busca de un caliente parador donde pasar la noche sin alcanzar el sueño de la razón. Sólo locura, lascivia y cuerpos. Sólo ese polvo diamantino que ofrece la pasión sin compromiso, la utopía de lo perfecto, la vibración de dos desconocidos sexos.

1/8/11

Wicked

Este fin de semana me han explicado “una cosa” que había hecho una persona a otra y que se podía definir sin lugar a duda como maldad. ¿Por qué es tan mala esa persona?, fue la pregunta que nos hicimos.
Cada libro que se lee aporta un poco más de madurez, de esto no tengo duda. Por lo que la visión sobre este tema ha cambiado bastante desde que empecé a leer este libro.

¿Cómo se forma una persona mala? ¿Se nace malo? ¿Influyen las experiencias que vas acumulando en tu vida? ¿Es la propia vida la que te condiciona a la maldad?

Lo que está claro es que la actuación de esa persona es lo que se dice “una putada” si se pone la empatía del lado de la “víctima”. Pero si cambiamos nuestra empatía de lado, podemos encontrar una persona con problemas de autoestima, egolatría, control, necesidad de… y todo ello junto deja un reguero de actuaciones que nos lleva a concluir: esta persona es mala.

El libro que estoy leyendo trata de eso. Es un libro de difícil lectura, al menos para mí, ya que salen un montón de personajes, nombres y lugares, y descripciones que me impiden disfrutar de forma seguida. Es como cuando leí El Hobbit o El Señor de los Anillos. Me perdía entre tantos mundos fantásticos, tantas razas, tantos pueblos, tanto de todo.

La verdad es que su lectura es por necesidad y la historia, en sí, me está gustando mucho, pero, por favor, qué atracón de páginas y páginas de entramado.  Aún así, he sido capaz de dejarme enamorar por la protagonista. Será porque tengo también las imágenes de la obra de teatro, será por las canciones, será porque en el fondo me producen ternura las personas así.

De todas maneras, la sensación de que la gente que hace putadas es mala, sigue flotando un poco por mi interior. A veces, el hecho es más fuerte que la intención empática, sobre todo si se conoce la bondad de la víctima y la alevosía de la “bruja”.

NOTA: El libro es una pecuela del Mago de Oz.