29/4/15

Escultor

Poco a poco vuelvo a leer. Me compré este cómic por el tipo de dibujos azulados; porque trataba de un artista que había perdido la inspiración (como yo); y su vida era un cubo de basura (como puede llegar a ser la mía si continúo así).

Casi 400 páginas (el cómic es caro pero vale la pena) que he devorado sin pausa pero sin prisa y que me han ido acariciando el alma hasta lo indecible. Supongo que la empatía ha sido decisiva en mi gusto, pero si intento extrapolarme un poco, creo que no es necesario estar en mi estado para que guste.

Un aspecto que me ha encantado es que tal como está narrada y algunos puntos de inflexión utilizados se acercan considerablemente al realismo mágico. En la biblioteca del alma tengo este libro archivado al lado de Lydie, porque hay historias que una vez que las hemos leído nos acompañan toda la vida. Leedlo, ya me diréis.

28/4/15

Sin "datis de cuéstion"

Venga, que es fácil. Esto de escribir no tiene secreto. Todo el mundo puede hacerlo. Ya lo decía Flannery O’Connor: “cualquier persona que haya superado la infancia tiene material para estar escribiendo hasta el día de su muerte”. ¡Venga! ¡Dale caña, Torete, y aporrea el teclado, que ya superaste la infancia con creces! Todo consiste en elegir un argumento y entrelazar los hilos. ¡A tejer, qué faltan manos! Tejo una red de palabras, una amalgama de sentimientos, desentraño un final siempre teniendo en cuenta a Voltaire (“el secreto de aburrir a la gente consiste en decirlo todo”) y ya está.

(Pausa y silencio)

Creo que eso del convencimiento absoluto no me sirve demasiado. Pero necesito encontrar un motivo para olvidarme de querer escribir que sea de una asunción que no haga falta poner en duda. Creo que me estoy deslizando hacia la tragedia. Lo que digo y lo que siento están circulando por carriles paralelos, ni siquiera de un mismo plano. Mejor paro y reflexiono. Escribir, quiero escribir. Buf, como dijo alguien: “esperar lo que nunca ocurrirá es una muerte demasiado horrible”. Mejor cierro esto y me largo a tomar una cervecita. La tercera será suficiente motivo de asunción de mi quieroynopuedo como escritora.

¡Decid algo!, soy de las personas que sufren con los silencios tensos.

27/4/15

El dormir se va a acabar

Debiera hablar de “alcance embriagador” cuando duermo toda una noche seguida. Cosa que ya no me acostumbra a pasar. Pero, no me voy a engañar, ni pienso hacerlo con ustedes, sé que el sueño tiene también diferentes edades, como las tuvo en su día Lulú. Y en estos momentos, cuando llevo la cana en ristre y no queda bien que tire la caña, el dormir mengua incluso con la hipnosis.

¿Estaré entrando en la senectud de mi dormir?  ¿O me he aferrado en demasía al concepto de cabezada? No sé qué señales o actos deben ligarse para converger en un apacible sueño de más de cuatro horas. ¿Será que Morpheo no tiene suficiente pujanza para abrazarme toda una noche? Debe ser que mi estado rem es más endeble de lo que pienso, o existen numerosas trabas que me impiden deslizarme más de cuatro horas a través del letargo.  No puedo concebir el resto de mi vida durmiendo así, porque cuando llevo dos horas despierta, dando vueltas y vueltas en la cama, sin poder controlar los suspiros de la mente, ni los calambres ni las tensiones de mi cuerpo, atisbo el desespero que sentiré al acercarme al dichoso segundo antes de que suene el despertador, cual corneta en campamento militar, y deba levantarme, me sienta como me sienta, sin haber pasado antes por el amodorramiento propio de un  estado de coma. Y aunque la anterior frase parezca larga, nada comparado con el eterno estado de vigilia en que se convierten mis noches. ¿Será la edad?, o ¿mi inutilidad para saber dormir?

Cada mañana, cuando suena el despertador, más que un ser viviente quiero ser un ser durmiente, como la Bella, eso sí, sin príncipe ni princesa que venga a tocarme las narices.

22/4/15

Rareza

Ríanse ustedes de Alonso Quijano, que lo que no me pase a mí, no le pasa a nadie. Me he levantado esta mañana y ya me sentía rara, pero no soy de las personas que se escanea minuciosamente hasta dar con el epicentro de la anomalía, ni de las que piensa que algún día les pueda pasar lo que a Gregorio Samsa. Así que no me he hecho demasiado caso y me he metido en la ducha; lugar en donde la cabeza vaga lejos del cuerpo y por, costumbre adquirida, te “higienizas” sin conciencia de hacerlo. Ha sido en el momento de aclararme el pelo cuando me he dado cuenta de que algo me pasaba. A penas me mojaba el agua. Si tiraba la ducha más hacia mi espalda, solo notaba que me salpicaban pequeñas gotas, y si la desplazaba hacia delante, me ocurría lo mismo. No conseguía  notar el chorro de agua cayendo sobre mí como de costumbre. ¿He perdido sensibilidad cutánea? ¿O tengo un lupus de esos de los House? La mente es muy traicionera en estos momentos en los que los nervios se empiezan a apoderar de tu ser y el misterio principia a crear angustia. ¿Qué me pasa? Necesito mirarme en el espejo.

Mis ojos no podían dar crédito a lo que veían, mi mente no podía asimilar mi nueva realidad. Nada más lejos de lo que hubiera podido imaginar nunca: había perdido una dimensión. Sí, sí, así como suena: solo tenía dos dimensiones, como las cartas de corazones de Alicia. Qué difícil es mirarse ahora, se pierde la perspectiva. ¿No será que siempre he tenido dos dimensiones y era yo la que me creía que tenía una personalidad poliédrica? No sé qué debo pensar al respecto, el pensamiento se me ha vuelto plano y acostumbrada a mover mis ideas sobre tres coordenadas, ahora con dos me da impresión de des-ordenadas. Si tan siquiera encuentro mis ejes, y mis hermosos pechos se han convertido en dos elpipses (perdí la ocasión de circunferencia con la edad) que equidistan del ombligo y forman un triángulo isósceles. Toma ya dos dimensiones. ¿Cómo me presente así en el trabajo? “Hola buenas, ahora soy un plano, que contiene solo dos dimensiones, eso sí, con infinitos puntos y rectas”. Y me siento en mi mesa a trabajar. Y mis compañeros me miraran boquiabiertos y ojipláticos sin devolverme el saludo devorado por la sorpresa. Me miraran de reojo o descaradamente los más cercanos y todos se preguntarán: ¿También tendrá el encefalograma plano?

¿Quién en estas condiciones podría ir a trabajar? Mejor me doblo dos veces y me vuelvo a la cama. Porque los sueños, sueños son (esperémoslo) y sobre planos no hay nada escrito. 

21/4/15

Ante el espejo

Uf, que pocas ganas tengo. Ahora resulta que toca examen de conciencia. Mejor peluquería o de tiendas. Pero debo tomarme en serio y si toca, toca. Buf, qué pereza ahondar en lo recóndito y surcar fondos que me resultan dolorosos. Respiro tres veces y me posesiono de valentía, pero qué miedo me da desvelarme. ¿No puedo dejarlo para otro día? No me conformo con vagas impresiones, pero ¿un examen de consciencia a palo seco? Mejor antes un gin tonic que enfatiza la retrospección. Es que hoy me encuentras con la voluntad atrofiada, casi inoperante. Vale, no me mires así, debo reafirmarme en mis propósitos y huir de la recursividad. Lo intento, pero, mal momento, tengo el interior impregnado de abulia existencial. Mal día me reclamas. No me mires así, te he dicho. No me vengas con exigencias o apago la luz. 

20/4/15

Mis ideas

No voy a permitir que ninguna de mis ideas me someta a una tiranía mental. Las quiero libres, abiertas, preparadas para asimilar cualquier cambio improvisto, sin ceñirse a nada ni a nadie, capaces de conducirme a esas elipses que concentran su propia esencia. Unas ideas que rompan con mis convenciones, adquiridas, estas, más bien por miedo a vivir y a traspasar la raya, que por propia creencia. Mis ideas deben tener un papel preponderante en mis creaciones sabiendo que las limitaciones resulten vitales para crear. Puede que alguna vez tenga que ralentizar su fluir para poder matizarme dentro de ellas, que no se me ofendan, es absolutamente necesario para su propia subsistencia. No quiero darles profusión, no sea caso que se lo crean demasiado y se apoderen de mi mente. Deben sustentarse por ellas mismas y les permito, por exigencia de su propia definición, tener el comienzo errático que deseen y acarrear con reminiscencias de otras ideas primitivas. Deseo que mis ideas tengan la pujanza necesaria para solventar cualquier largo y tortuoso conflicto que aparezca en sus caminos. Que se resitúen cada vez que pierdan el Norte, y que su personalidad sea lo suficientemente intimista como para sorprenderme cada vez que se iluminen. No me parece demasiado desear que mis ideas funcionen en mi mente a pesar de que ese pobre y denostado corazón es el que bombea su aliento.

19/4/15

Una madre

El título, estos días en los que estoy tan sensibilizada con el asunto madre, se me agarró al corazón y sentí la necesidad de leerlo. Lo pedí prestado, porque ahora dada mi incapacidad lectora, ya no me compro libros que luego se quedan en mis estanterías sin ser leídos. No lo empecé en seguida, como de costumbre. Me lo estuve mirando pensando que quizá no sería capaz de zambullirme en él.

Al abrir la primera página, ¡oh, dioses de las letras!, fue una ducha de sentimientos encontrados. Volví a sentir la necesidad de perderme en historias que no son la mía. Un gran libro para volver a caminar entre letras.
Palabra tras palabra ha ido tirando de mí, cual Quijote locamente perdido entre caballeros y molinos. Me he encontrado de nuevo. Sólo hacía falta tiempo para volver a reconocerme.

El libro es una maravilla. Me ha gustado muchísimo por lo bien escrito que está. No explica una gran historia, pero los personajes, para mí, son sublimes. La forma en que el narrador (el protagonista) nos los acerca permite ir construyéndolos poco a poco a medida que las informaciones se van completando. La figura de la madre, siempre al margen de todo y tan imprescindible en los momentos importantes de cualquier hijo, me ha conmovido lo indecible y me ha transportado a mis propios momentos, cosa que ha hecho que interrumpa la lectura, apoyando el libro en la falda, para poder pasearme por mis pasados. Los personajes, rotos por un motivo u otro, como yo, han sido parte de mi propio saneamiento, así que si lo pienso un poco, el libro me ha encantado por la enorme empatía que me ha despertado y por lo cercano que está a mi vida. Este ha sido el momento de leerlo.

Lo recomiendo, sin lugar a dudas. Ya me diréis, porque me gusta saber.