27/2/18

Propósitos


Me encantan mis buenos propósitos, solo duran lo mismo que el viaje en tren del trabajo a casa.

He aquí mis pensamientos mientras recojo la mesa de mi despacho: “Me voy a llevar esto, este otro carpesano, estas dos carpetas y estos tres dosieres y en cuanto llegue a casa me pongo a ello y adelanto. Así mañana voy más relajada y puedo permitirme descansar un poco en mi media hora de desayuno”.

Ahora en casa me hallo zampando un bocata a mordiscos, bebiendo una coca-cola bien fría (lo necesitaba a pesar de la nevada) y tecleando mi decepción conmigo misma. Eso sí, mientras voy masticando voy reestructurando todo lo que me he traído para hacer junto con las pocas ganas de hacerlo. Me encanta engañanarme. Al final, ya lo veo, me excusaré a mí misma diciendo que me he traído demasiadas cosas y que lo que necesitaba era descansar. Así que sabiendo cómo va a acabar, mejor me relajo y soy coherente conmigo misma.

26/2/18

Capítulo 2 (6)


La vuelta en coche fue totalmente silenciosa. Marta iba de nuevo agarrando su bolso con una mano y con la otra el cinturón de seguridad, su mirada cansada, perdida en algún punto de su pasado. Inés hipaba e intentaba controlar las mucosidades que habían invadido nariz y garganta. Carraspeaba, se sonaba, encontraba una vía de respiración y entonces, volvía a arrancar el llanto. Se volvía a congestionar, desechaba el pañuelo de papel totalmente húmedo y volvía a sacar otro del paquetito. Eduardo conducía en el más absoluto de los silencios.
Al doblar la esquina de la casa de Marta, Inés rompió el silencio.
—Eduardo, aparca el coche y comemos en el bar de la esquina.
—Yo no puedo. Comed vosotras. Debo volver a la oficina, tengo unos mails urgentes que contestar.
—¿No te han dado el día libre por la muerte de tu suegro? —preguntó Inés atacando con el tono.
—Sí, pero si no soluciono esto voy a tener problemas mañana.
Las dejó en la esquina, en frente del bar. Ninguna de las dos tenía hambre y decidieron que era mejor ir a casa y hacerse un café con leche con unas galletas o si apetecía más, picar un poco de embutido con algo de pan.
Cuando Marta abrió la puerta de casa, le pareció un lugar desconocido. El olor era el mismo de siempre. La luz era la propia del momento. La temperatura era la que tocaba. Los muebles estaban todos en el mismo sitio, pero le dio la impresión que lo que ocurría es que a todo le faltaba alma. Al notar la duda en su madre al atravesar el umbral, Inés arrancó de nuevo a llorar.
Sentadas en la cocina bebían sendos cafés con leche en silencio. La bandeja con galletas estaba intacta. A duras penas Marta podía tragar los pequeños sorbos de líquido caliente. Habían llegado, se habían sacado los abrigos y como si de un ritual se tratase, preparó el café, sin preguntarle a su hija si le apetecía. En ocasiones como esta, se sentía más segura teniendo una bebida tras la que parapetarse y pensó que a su hija también le iría bien.
—Creo que lo mejor será que te vengas a vivir con nosotros —rompió el silencio Inés con la mirada clavada en la taza después de haberla hecho girar un montón de veces sobre su eje vertical.
—¿Cómo se te ha ocurrido este disparate?
—No es ningún disparate. En casa estarás más cuidada.
—Sé cuidarme de mí misma.
—Ya, pero esta casa queda grande para una sola persona.
—Esta casa es dónde ha vivido toda mi vida desde que me fui de la de mis padres. Está llena de recuerdos. Además, es lo único que me queda. Antonio ya se ha ido.
—¿Y, yo? ¿Yo no te quedo?
—Entiéndeme, hija, tú ya tienes tu vida montada. Hace tiempo que vas sola por el mundo. Yo necesito mi casa, mis cosas, mis costumbres. Además, no estoy impedida ni tengo demencia senil, ni nada de todo eso. Puedo seguir cuidando de mí.
—¿No te vas a sentir muy sola?
—La soledad es una excusa para las personas que no son activas. Ya buscaré con que llenar mis días.
—Estaría más tranquila si vinieras a vivir con nosotros.
—Y yo hubiera estado más tranquila si cuando eras una adolescente no hubieras empezado a salir por la noche.
—Vale, mamá. Pero te llamaré cada día. Y te vendré a ver más a menudo.
—Uy, primero dijo…
—De verdad, mamá, no estoy segura de que debas quedarte sola. ¿Y si vienes una temporada, unos días, a casa hasta que te hayas recuperado de la pérdida?
—No, hija, tengo muchas cosas que hacer. Tengo que vaciar los armarios de la ropa de tu padre y acomodar la casa para mí, para lo que yo necesito.
—Me maravillas. No te he visto derramar ninguna lágrima hoy. Estás aquí, delante de mí, fuerte como un roble y con las ideas claras sobre lo que quieres. Yo me siento cansada, chafada y con el rumbo un poco perdido.
—Anda, vete a casa.  Seguro que Eduardo no tardará en ir.
—Si hace un rato ha ido al despacho no creo que llegue antes de las diez.
—Pues aprovecha para descansar un rato. No todos los días se entierra a un padre.
—¡Mamá!
—Quiero decir que en estos casos es necesario un poco de intimidad y soledad para digerir la realidad.
—Me rindo. Me voy ya. Si necesitas algo me llamas —dijo poniéndose en pie y dando un beso a su madre—, sea la hora que sea.
—Qué sí, hija. No te preocupes, te llamaré.

25/2/18

Capítulo 2 (5)


Sentada en la primera fila, cogiéndose las manos y restregándoselas poco a poco como solía hacer en los momentos que pensaba miraba el ataúd. Al final, su hija se había decidido por uno medio abierto. Los de la funeraria habían hecho un buen trabajo con el maquillaje y la preparación del cuerpo.
—Está guapo papá, ¿verdad? —dijo en voz baja pues se estaba oficiando la misa.
—Mamá, por favor —contestó Inés mientras buscaba un pañuelo de papel en el bolso para limpiarse las lágrimas que recorrían silenciosamente  sus mejillas y acababan haciéndole cosquillas en la barbilla.
—¿Tu crees que le han puesto los zapatos que les dimos? Como no se ven y eran buenos y caros, lo mismo se los han quedado.
—¡Mamá!
El cura ralentizó su discurso mientras dirigía la mirada hacia donde estaban Marta y su hija.
—No te creas —continuó cuando pensó que el cura volvía a estar concentrado en su misa—, son unos zapatos muy caros y como estaban nuevos lo mismo alguien se ha encaprichado con ellos. Además, lo mismo no cabía con zapatos. Papá era alto y este ataúd parece algo más corto que…
—¡Mamá! —suplicó Inés alzando la voz más de la cuenta.
—¿Algún problema? —preguntó el cura directamente a ambas con un tono entre sorprendido y enfadado.
—No, no. Una misa preciosa, continúe —contestó Marta sonriendo.
No hubo más interrupciones. A la salida, la gente las esperaba para darles el pésame y despedirse, sólo la familia iría a Montjuic a asistir al crematorio de Antonio. Después de un montón de besos y apretones de mano, de gente conocida y sobre todo, gente desconocida, subieron en el coche fúnebre que estaba a disposición de la familia. El cortejo fúnebre estaba compuesto por el coche que llevaba el ataúd y por el que la funeraria había puesto a disposición de la familia, seguido por el de Eduardo, que había preferido coger el suyo para no tener que volver en un taxi.
Una vez en el cementerio de Montjuic, todo se sucedió muy rápido.
—Mañana, sobre esta misma hora, pueden pasar a recoger las cenizas.
Inés, que había estado intentando controlar su llanto, rompió a llorar abrazada a su madre: esta la abrazó fuerte, consolándola como si la arrullara, como cuando era pequeña y se desconsolaba de impotencia ante cualquier adversidad de la vida.

24/2/18

Capítulo 2 (4)


Eduardo las dejó  en la puerta y se fue a aparcar el coche. Se dirigieron hasta la capilla donde se iba a celebrar el funeral. Vecinos, amigos y un montón de gente desconocida estaban esperando a que llegaran.
Pasaron a la sala y todos se fueron distribuyendo por los bancos. Marta se sentó en el primero, cerca del ataúd, con su hija. En el primer banco del otro lado del pasillo se colocó la familia por parte de Antonio. Miró a su cuñada, iba completamente arreglada. Llevaba una falda de tubo negra, una blusa del mismo color bastante transparente con un par de flores bordadas en hilo negro de seda que brillaban según como le incidía la luz, y un bolso de mano de terciopelo, estrechito, con una pequeña cadena dorada que colgaba levemente de uno de los lados.
—Mira a Ana Mari, parece que estrene la ropa para este entierro. Y yo, con una falda del año de la María Castaña y una blusa prestada por mi hija.
—Ay, mamá, en qué cosas te fijas. Lo mismo no tenía nada negro y se lo ha tenido que comprar corriendo.
—Pues se podría haber comprado algo de usar una vez y no este “pretaporté” tan llamativo.
—¡Mamá, en qué cosas piensas!
—Si tu padre estuviera aquí pensaría lo mismo que yo.
A Inés empezaron a brotarle unas silenciosas lágrimas. Parecía que las retenía en los ojos y tragó saliva para intentar controlarse.
—Ya puedes llorar, hija, no debe darte vergüenza, era tu padre.
—Y tu marido —añadió hipando para convertir el sollozo en respiración—, y sin embargo no te he visto derramar ninguna lágrima. Sólo criticar a tu cuñada.
—Ya he debido llorar todo lo que debía llorar estos dos días —dijo mientras se giraba para mirar a la gente sentada en los bancos de atrás—. Está lleno. No vino tanta gente al velatorio. Hay muchas caras que no conozco.
Y se incorporó para intentar ver las filas de más atrás.
—Y yo no te conozco a ti. Haz el favor de sentarte.
—Mira, ahora entra Eduardo —y se puso de pie del todo e hizo un gesto con la mano para indicarle que fuera a sentarse con ellas.
Eduardo dijo que no con la cabeza y se acomodó en las últimas filas. Entró el cura en la capilla e inició la misa. Marta se sentó y escuchó atentamente sus palabras. Se sentía muy extraña, parecía que nada fuera con ella. Tenía la sensación de estar en el funeral de alguien poco allegado. Miró el ataúd, estaba cerrado. Su hija se había encargado de todo.
—¿De qué madera lo quieres?
—Me da igual —contestó mientras jugaba con el tapetito de ganchillo que estaba encima de la mesa del comedor.
Se habían sentado con todos los prospectos que la funeraria les había proporcionado. Antonio era de los que se había pasado la vida pagando los muertos y ahora ellas sólo tenían que elegir las dos o tres opciones que les daban.
—De roble, pues. Entra dentro del presupuesto. ¿Quieres el ataúd abierto o cerrado? Aquí hay uno estilo americano —leyó—: con túmulo superior y apertura parcial.
—¿Quieres un café?
—¡Mamá! Tengo que llamar inmediatamente para que lo preparen todo para el velatorio.
—Me da igual. Decide tú. Lo único que quiero es que lo incineren. Tu padre es lo que deseaba, no quería que se lo comieran los gusanos. ¿Quieres un café o no?
—No, no me apetece nada. Tomo las decisiones pero después no te quejes —dijo y se concentró en los prospectos y en la toma de decisiones—. ¿Qué ropa quieres que lleve?
—El traje crudo de hilo, es el que más le gustaba. Y los zapatos marrones nuevos que se había comprado para esta primavera. No los había estrenado aún, se los había comprado expresamente para ese traje y estaba esperando que hiciera algo más de calor para ponerse el conjunto completo. Ya sabes que tu padre es —se interrumpió, se cogió ambas manos restregándolas poco a poco  y continuó en voz algo más baja y sin tanto énfasis—, que tu padre era muy coqueto.

23/2/18

Capítulo 2 (3)


Empezó a arreglarse con cuidado, despacio, decidida a dedicar todas las acciones  a su marido. Se duchó durante largo rato, dejando que el agua cayera sobre su nuca mientras, con la cabeza gacha y la mano apoyada sobre las baldosas de la pared intentaba limpiarse de aquel incipiente sentimiento de pérdida. Salió de la ducha y se envolvió en una enorme toalla de color tostado que le había regalado su hija una navidad. Estaba colgada de la pared, junto al albornoz de Antonio. Ella nunca había soportado los albornoces. Prefería secarse y vestirse. En cambio su marido solía ponerse el albornoz después de la ducha y estirarse un rato sobre la cama antes de vestirse. Tenía la costumbre de hacer unos pequeños ejercicios de gimnasia doblando y estirando las rodillas y haciendo girar los tobillos y las muñecas. Ella estaba tan acostumbrada a ello que no le prestaba atención, sin embargo, esa mañana, mientras se secaba entre los dedos del pie, sentada sobre el váter con el talón apoyado en el bidet, en su mente se sucedían las imágenes de su marido haciendo esa serie de ejercicios. Igualó la cadencia de sus movimientos a la de los que hacía su marido en su imaginación. Así se fue secando todo el cuerpo hasta llegar al pelo en donde se paró mirándose al espejo mientras su marido yacía muerto, en albornoz, sobre la cama, en la misma postura que lo había encontrado en la realidad.
Marta se estuvo mirando un rato a los ojos, quieta, notando una ducha de sentimientos desconocidos. Por un lado la inseguridad del futuro, por otro, el de terrible pérdida; también vacío e incipiente soledad. Pero lo que más le sorprendía es que había desaparecido el sentimiento de dolor. Miró el reloj que estaba sobre  una de las repisas del lavabo. El tiempo se le tiraba encima; faltaban quince minutos para los nueve.
Llamó a su hija para pedirle prestada una blusa negra puesto que no encontró ninguna. Esta le dijo que no se preocupara que tenía una que le sentaría muy bien.
Le subió la blusa mientras Eduardo se quedaba en doble fila esperando. Su madre la esperaba sentada a los pies de la cama. Estaba completamente arreglada, peinada, con los labios pintados y con la falda y la combinación puesta. El bolso y el abrigo preparados encima de las sábanas.
—¿Y esa combinación?
—La tenía por aquí. Creo que es del año de la catapún —se inventó sin ganas de explicar la verdad.
—Pero  no te daba alergia si no era…
—Cuando era joven no tenía tiempo de tener alergias.
Inés le dio la blusa  y se sentó en la cama de su padre. Su madre abrió la boca para decirle algo pero cambió de opinión y se apresuró en acabar de ponerse bien la blusa por dentro de la falda.
—Mamá, ¿no me has dicho siempre que la ropa de la calle no se puede poner directamente sobre las sábanas?
—Cierto. Pero hoy no he tenido ganas de hacer la cama. Ya las cambiaré cuando volvamos.
Cuando se acercaron al coche, Eduardo hizo un gesto de impaciencia señalándose el reloj de muñeca. Inés cedió el puesto de adelante a su madre y se sentó en la parte de atrás cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria. Eduardo le dio el pésame a Marta mientras giraba la llave de encendido y esta murmuró algo parecido a muchas gracias. Apenas se puso en marcha el coche agarró con una mano el bolso y con la otra el cinturón de seguridad que le molestaba en el cuello y se dispuso a viajar en silencio.
—Vamos a llegar tarde al entierro de tu padre. Siempre dejáis  las cosas para el último momento —dijo Eduardo.
—Perdona que no hayamos programado bien la muerte de mi padre —le espetó Inés. Eduardo no contestó—. Mamá, ¿qué tal has dormido?
—Bien, hija, bien —mintió con ganas de poca conversación—. Me he ido despertando, pero he descansado.
—No voy a coger por Diagonal porque vamos un poco justos de tiempo y es hora punta —explicó Eduardo—. Ya te dije de quedar un poco antes, que a las nueve era muy justo. Cuando lleguemos ya se lo habrán llevado al crematorio.
—Vamos Eduardo, no era cuestión de quedar tres horas antes para llegar al tanatorio y tener que estar esperando. Además, mi madre tenía que descansar. Es un momento duro para ella.
—No, si por mi…
—Vamos a llegar los últimos —interrumpió Eduardo—, y debiéramos ser los primeros. La familia es quien debe recibir.
—Esto no es una fiesta ni ninguna recepción en que nosotros seamos los anfitriones —dijo Inés y se agarró de los reposacabezas delanteros y, de un salto,  se sentó en la punta de su asiento.
—No he dicho eso. Pero es de buena educación estar ahí para ir recibiendo el pésame de todos los asistentes.
—No pasa nada —dijo Marta—, los más allegados vinieron al velatorio y ya me dieron su pésame.
—Pues mira, seremos los últimos —levantó la voz Inés—. Somos así de originales.
—Por esta calle no hay casi tráfico. Ya veréis cómo no llegamos tarde.
Pero bien lejos de su intención lo único que consiguió Marta es que se creara un silencio cada vez más duro y más frio.

22/2/18

Capítulo 2 (2)

Así que sólo debía preocuparse de qué se pondría, que no era cosa fácil. Ella no solía ir nunca de negro. Abrió el armario y rebuscó entre la ropa que colgaba del lado derecho. Ahí se iba almacenando la que no usaba. No tardó en encontrar una falda negra, se la había tenido que comprar rápidamente para el entierro de una tía de Antonio. La dejó sobre su cama y siguió revolviendo en el armario. De pronto, se quedó estática, mirando un paquete que había encontrado escondido sobre el estante de la cajonera, detrás de unos jerséis de cuello vuelto. Su respiración había cambiado. Inhalaba el aire de forma más pausada y profunda. Se sentó a los pies de su cama, sobre la falda que acababa de dejar. Desdobló el papel de seda algo arrugado que envolvía una caja de corsetería. Dentro, doblada con sumo cuidado, una combinación de satén, color negro, con una puntilla de encaje alrededor del cuello y de los tirantes.
Siempre compraba su ropa interior blanca y de algodón, toda de algodón, cosida incluso con hilo de algodón, pues la otra le picaba, y ella prefería más ir cómoda que estar bella. Desde hacía tiempo, era muy difícil conseguir ese tipo de camisetas o combinaciones y tenía que ir a adquirirlas, expresamente, a una tienda de las de toda la vida que estaba en la Plaza Universidad: La Torre, géneros de punto.
—Buenos días, querría una combinación.
La dependienta, que ya la conocía, se fue a buscar directamente la caja de las combinaciones blancas de algodón. Al verlas intentó explicar con algo más de detalle lo que quería.
—Me gustaría que fuera de color negro.
—De algodón y de color negro no tenemos. No se fabrican.
—Bueno, es que no tiene porqué ser  de algodón.
—Bien. A ver si encontramos alguna —dijo ya casi de espaldas mientras empezaba a leer las etiquetas de las cajas perfectamente alineadas unas encima de otras—, va a ser difícil, porque normalmente todas suelen ir cosidas con hilo de nylon y le picarán.
—No importa, la he de llevar muy poquito tiempo —explicó  sonriéndose para sí misma al imaginar la escena. Dentro de poco iba a ser su aniversario de bodas, y aunque siempre lo habían celebrado comiendo fuera, o yendo al teatro, o haciendo alguna actividad especial, ella esta vez había pensado en algo más pícaro.

—Ah, entiendo —sonrió cómplice la dependienta—. Voy a ver si encuentro lo que busca.

20/2/18

Capítulo 2 (1)

La noche había sido larga, Marta se metió en la cama tarde con la esperanza de dormir unas horas. Después de vaciar el plato con la comida de la cena intacta y fregarlo, se puso a ordenar y limpiar  los armarios de la cocina. Empezó por el de debajo del fregadero, donde guardaba los productos de limpieza. No hacía mucho que lo había hecho con su marido. Había sido él quien, a penas de recién casados, le había enseñado que debía empezar por ese.
—Es el que suele estar más sucio —le dijo cuando limpiaron juntos por primera vez.
—Y tú ¿cómo lo sabes? —le preguntó sorprendida. A pesar de llevar ya tres años de novios, su marido siempre la sorprendía en este tipo de cosas.
—Pues, porque por mucho cuidado que se tenga cuando se utilizan los productos siempre se moja el culo del envase y este acaba por dejar un cerco en el armario.
—Míralo, el sabiondo.
—Y, como tú —añadió muerto de risa, mientras la cogía de la cintura y la apoyaba contra la pared de la cocina—, siempre tienes  más de un producto de cada, por si las  moscas, tenemos todo un cuadro abstracto de cercos en el armario —concluyó besándola para evitar cualquier represalia.
Amaneció y, estirada en la cama, seguía mirando el techo en espera que el tiempo pasara. Los armarios habían quedado impolutos y la cocina, completamente recogida sin embargo no había conseguido conciliar el sueño a pesar del cansancio y la tristeza del día. Inés había insistido en quedarse con su madre hasta el entierro, pero esta se puso firme y la mandó para su casa.
—Vale, mamá. Pero mañana te vendremos a buscar a las nueve.
—No hace falta, hija. Me cojo un taxi aquí mismo.
—¡Pero cómo vas a ir en taxi a enterrar a tu marido! Cómo si estuvieras sola en el mundo y no tuvieras más familia. Estoy yo, y Eduardo. No quiero que vayas al tanatorio en taxi.
—No quiero molestaros. Eduardo seguro que debe tener mucho trabajo.—Me da igual el trabajo que tenga o deje de tener. Estos son momentos para estar toda la familia junta. Vendrás con nosotros y no se hable más.

19/2/18

¿Cuántas horas quedan para que se acabe el día?

Hoy ha sido un día de muy mal humor. No entiendo mucho los resortes que me hacen cambiar de humor, pero los tengo. Y eso, que de buena mañana estaba muy feliz.

A veces, no sé si tengo razón, me enfado por cosas que luego me parecen niñerías. O ¿será que no lo son pero me lo trabajo para que me lo parezcan?
El caso es que hoy me he sentido excluida y es algo que no me ha gustado nada de nada. Me he pasado el día cenutriamente sin ganas de hablar con nadie ni de sonreír. Incluso he sido desagradable con una compañera a la que hace poco he llamado para disculparme.

Cuando entro en este estado de enfado, creyéndome que la única verdad es la forma en que tengo yo de ver las cosas, no me suelen salir nada bien.

Esta compañera, en broma, me ha dicho, “te estás colando” y yo, veloz de pensamiento que soy, he pensado: “si ahora contesto con una broma, saldré de mi estado de cenutriez y podré de nuevo volver a sonreír”. Así que ni corta ni perezosa, de broma, le he contestado: “te jodes” (una palabra absolutamente fuera de mi registro oral y escrito). Pero claro, ¿cómo se me ocurre a mí hacer una broma desde lo más profundo de uno de mis cabreos? Así, que el “te jodes” ha sonado de lo más serio de lo más hiriente.  Cuando me he oído me quería morir.

¿Cuando aprenderé a estarme calladita y a desaparecer del mundo en estas ocasiones?

18/2/18

Ni idea, del título


Hacía tiempo que no tenía un fin de semana de locura. De estos de no parar por casa. De perderme por aquí y por allí y de ver que realmente la vida tiene su brillo. Estoy agotada, a esta hora suelo ya dormir. Pero no quería hacerlo sin desearme felices sueños.
Va por mí este fin de semana!

17/2/18

Cuando nada es lo que parece


Hay veces que una no tiene nada que decir, y esta es una de ellas. Hoy ha sido un día diferente a todos los que he tenido estos últimos años. Sólo quiero dormir y reír. Tampoco es pedir mucho.

16/2/18

Contigo todo brilla


Esta es la sensación que tengo cuando hago las cosas sin ti. Todo se vuelve más apagado, más pegajoso, más pesado, más gris.

Viajo y lo hago de cuerpo, porque mi alma se halla a tu lado. Y parece que disfrute, pero no lo hago, porque todo carece de sentido si contigo no lo hablo.
Si visito un museo o una exposición, aprendo, como quien empolla para un examen, porque leo y leo y leo y no estás tú para pararme.

Así que me quedo con la sensación de que contigo todo brilla.

15/2/18

Cambia, todo cambia


(Cómo me fastidió la cancioncita de marras cuando no quería perder a una persona.)

Me estoy planteando un cambio grande en mi vida. Normalmente soy conservadora y con pocas ganas de cambiar nada, sobre todo si ya funciona como está. Pero creo, que con la edad me están permutando las cosas que tenía muy claras hasta ahora, por las que también tenía muy claras que no.

Yo me dejo devenir. Leí ayer una frase en internet que decía más o menos así: “para lo poco que vivimos, si te apetece follar, folla, cásate, divórciate, ten hijos, y si no tienes y quieres ir a una fiesta de cumpleaños con piñata, pide uno prestado.” Me moría de risa con lo de pedir un niño prestado. Pero, bromas aparte, cuánta razón tiene. Para lo que nos queda en el convento, hagamos lo que nos dé la real gana. Eso sí, siempre evitando daños al prójimo y a una misma.

A lo que iba: un gran cambio en mi vida. Eso sí, un mieduuuuu, porque ni siquiera hay barandilla para sujetarse. El caso es que quiero volver a ser feliz. Feliz de aquella manera en que el alma, al sonreír, ilumina tus ojos y la gente te ve exultante. Y ya no vuelves a oír: tienes los ojos tristes. ¿Los ojos? ¡Y cada célula del cuerpo! En fin, que espero ser capaz de hacer dicho cambio y si es así, próximamente, aquí, las primeras impresiones (que espero no sean cardíacas).

14/2/18

Capítulo 1 (3)

Marta seguía poniendo el cazo en el fuego antes de llenarlo y siempre se acordaba de esa escena con su hija justo cuando, después de algunos minutos, lo llenaba con la leche, como aquella mañana. Nunca se había olvidado de él y como ella creía, por costumbre, nunca lo haría.
Sacó las rebanadas de pan una vez tostadas y empezó a poner la mesa de la cocina. La mesa estaba cubierta por un hule blanco impoluto que imitaba un tapete hecho a mano de ganchillo. No era muy grande ya que la cocina tampoco lo era, pero para ellos dos ya estaba bien. La mesa era de fórmica con las patas metálicas, si se quería se podía extender con dos alas laterales que guardaba secretamente debajo de la tabla, pero aunque hubieran querido, en la cocina no la hubieran podido extender nunca. Eso sí, para el cumpleaños de Antonio siempre iba bien; la trasladaban hasta el comedor y en ella se sentaban los hijos de sus sobrinos.
Una vez tuvo la leche caliente, el café hecho, las tostadas en la mesa y dos servicios completos, sacó de la nevera el tapper con el embutido, la mantequilla y la mermelada, “para el postre del desayuno”,  como lo llamaban ellos y se dispuso a ir a despertar a su marido.
Marta salió de la cocina secándose las manos con un trapo y se dirigió por el pasillo hasta el fondo, donde se hallaba la habitación. No tardó en acostumbrar sus ojos a la penumbra de esta. Entre algunas tabillas de las persianas se colaba la luz de forma impertinente. Se acercó a su marido que dormía sobre su lado derecho y suavemente le llamó.
—Antonio, despierta, que si salimos tarde el mercado estará a rebosar de gente y el género estará todo manoseado y no me gusta comprar así.
No obtuvo respuesta. Entonces Marta cogió el trapo con la izquierda y con la derecha lo tocó zarandeándolo suavemente a la vez que le hablaba.
—Antonio, no te hagas el remolón. Si no te quedaras hasta tan tarde oyendo la radio ahora no tendrías tanto sueño.
Marta oyó como una especie de exhalación que, sin gesto alguno, salió de la boca de su marido y empezó a temerse lo peor. Le acercó la mano a la mejilla para acariciarla no sin miedo a encontrarse lo evidente. Era la primera vez que asistía con tanta certidumbre a una escena como aquella. Recordó la paranoia que le cogió cuando su hija acababa de nacer de ir a comprobar cada cinco minutos si respiraba. Tardó meses en sentirse tranquila mientras su bebé dormía. Pero ahora tenía bien claro lo que iba a encontrar, sin lugar a paranoias.
El contacto con la mejilla no fue glacial como se esperaba, sin embargo la temperatura que notó no era la que debía esperar.  Fue en ese momento en que se fijó que no oía la respiración de su marido, esa respiración acompasada de exfumador, que sin llegar a ser profunda, tenía cierta sonoridad. Acercó la mano a la nariz y a la boca y pudo comprobar que no salía aire. Con parsimonia se enderezó y dio un paso atrás, instintivamente se limpió las manos con el trapo. No sintió dolor, aunque sí un inmenso vacío, una desprotección, como si siempre hubiera estado protegida bajo un techo y este techo hubiera desaparecido.
Se dirigió a la cama de al lado, la suya, y sin saber demasiado en lo que hacía, pues mil pensamientos y recuerdos se atropellaban por ocupar el primer puesto, estiró el edredón para arriba y sacó las arrugas con la palma de la mano.
—Suerte que dormimos en camas separadas —pensó—. Si hubiéramos estado en la misma cama ¿hubiera notado su muerte?
Decidió que mejor así, pues no se sentía culpable de nada. Había muerto durmiendo y no había sufrido nada. Cada vez con más fuerza pasaba la mano por encima del edredón empeñándose en que desaparecieran las arrugas. Pero no lo conseguía, cuando lograba alisar una, en el otro lado salía una nueva.
—¿Cómo me has hecho esto? Morirte antes que yo —le gritó con apenas un hilillo de voz mientras se sentaba en su propia cama—. ¿Qué voy a hacer ahora? No te lo pienso perdonar.
No le salían las lágrimas. Siempre que la poseía una gran tristeza echaba la bronca a quien tenía delante, y ahora, delante, tenía el cuerpo inerte de su marido, un marido con el que había compartido más de cincuenta años de matrimonio y que ahora la había abandonado. Después de haberle recriminado de todas las maneras posibles, mientras transfería su rabia y su impotencia a un trapo que retorcía entre sus manos, que se hubiera muerto antes que ella, se metió muy despacito en la cama de su marido, en el poco espació que quedaba. Se abrazó a él y empezó a llorar con ese silencio con el que sólo llora el corazón invadido de una soledad repentina. El cansancio del llanto le sobrevino y se quedó dormida deseando irse allá dónde estuviera su marido.
Cuando despertó supo enseguida todo lo que había pasado. Se levantó. Volvió a tapar a su marido con mucho cuidado y fue hasta el mueble del pasillo dónde tenían el teléfono. Descolgó, marcó y esperó que le contestaran al otro lado de la línea.
—Cariño, papá ha muerto.

13/2/18

Capítulo 1 (2)

Era sábado por la mañana, los sábados por la mañana desayunaban algo más fuerte porque hasta la hora de comer iban de compras al mercado. A ambos les gustaba ese día, se encontraban con gente del vecindario, se paraban a hablar, no tenían prisa alguna y podían permitirse perder el tiempo. Cada sábado incluso, haciendo oídos sordos a su médico, se paraban en un bar a tomar el aperitivo. Toda la vida, cuando la niña era un bebé también, se sentaban en una mesa del interior, cerca del cristal que en invierno los separaba de la calle y se tomaban un vermut negro acompañado de aceitunas y berberechos.
Aquella mañana se levantó con hambre. Entró en la cocina y puso en marcha la pequeña radio que su yerno le había regalada una Navidad.
—La he elegido pequeña porque la puedes llevar de una habitación a otra mientras vas haciendo las cosas de la casa.
A pesar de que siempre escuchaba la misma sintonía aquella mañana no sonó. Marta estuvo jugando con el dial a ver si sintonizaba alguna cadena pero no consiguió ningún sonido.
—Cuando se levante Antonio le diré que cambie las pilas.
Abrió la nevera y sacó del cajón del congelador cuatro rebanadas de pan. Las puso en la tostadora. Encendió el fuego y puso un cazo. Sacó la leche de la nevera y la vertió dentro de él.
—Si mi hija me viera ya me estaría riñendo, “si tienes el cazo vacío no lo pongas encima del fuego”—pensó recordando la vez que su hija vino de sorpresa una mañana temprano para recoger una carpeta que se había dejado el domingo anterior cuando estuvieron celebrando el cumpleaños de su padre. Una fecha señalada en la que bajo ningún concepto podía existir excusa para no acudir. El cumpleaños de Antonio siempre había sido el festejo más celebrado en la familia, más incluso que la propia Navidad.
El último cumpleaños, Inés llegó justa a comer pues tuvo una reunión excepcional ineludible en la oficina. Llegó cargada de carpetas y, al irse, se olvidó una. Cuando se dio cuenta de ello, era muy tarde para llamar a su madre y avisar que al día siguiente pasaría temprano, antes del trabajo para recogerla.
—No te asustes, mamá, soy yo —dijo mientras abría la puerta. Fue directamente a buscarla a la habitación en que la dejó —.  Ayer me olvidé una carpeta y la necesito hoy.
—¿Quieres un café con leche? Me iba a preparar el mío— alzó la voz Marta sin salir del susurro para no despertar a su marido.
Salió de la cocina con el cartón de leche en la mano yendo al encuentro de su hija. Se encontraron en el oscuro pasillo. Marta la besó.
—Papá duerme —le explicó. Y le volvió a preguntar en un susurro— ¿Café con leche?
—Vale, pero rápido debo estar en la oficina pronto para recibir a los jefes que llegan de Suiza.
Inés dejó las carpetas y el bolso en el mueblecito que decoraba el pequeño recibidor, junto al cenicero donde se guardaban las llaves de casa. Hoy, excepcionalmente había una libreta de banco.
—¿Habéis ido a arreglar ya lo del plan de pensiones?
—Hija, ni idea, ya sabes que de todo eso se encarga tu padre —respondió Marta mientras intentaba abrir el cierre del cartón de leche que llevaba en la mano.
—Ya lo sé, pero podías saberlo.
—Yo soy un desastre para todo eso del papeleo.
—Tú no eres un desastre para nada. Supongo que en su momento te interesó parecerlo para no tener que cargar tú con todo. ¿O no fue así?
Pero Marta no la escuchaba, luchaba para abrir el cartón de leche, doblando el vértice e intentando cortarlo como si de una hoja se tratase, resbalándose una y otra vez.
—¡Las tijeras, mamá! —alzó la voz Inés.
—¡Shhhhttt! —la atajó Marta mientras que con un gesto de cabeza señalaba hacia la habitación donde dormía Antonio.
Inés le cogió el cartón y se dirigió a la cocina.
—¡Mamá! ¿Cuántas veces te he dicho que no pongas el cazo en el fuego si no has puesto la leche dentro? Un día vas a tener un accidente —le gritó mientras se sulfuraba por momentos—. ¿Mamá, que no ves que si haces estas cosas no me quedo tranquila?
—No grites que vas a despertar tu padre. Creo que con 72 años si no he aprendido a cuidarme, mal vamos. Y no sólo de mí, también te he criado a ti.
—Vale, mamá —aceptó—, no es momento para que empecemos una gran conversación sobre la merma de las capacidades a medida que avanzamos en edad.
—Exactamente.

12/2/18

Capítulo 1 (1)

Marta se levantó aquella mañana un poquito antes de lo habitual. Últimamente, con la llegada de la primavera y su más temprano amanecer, la primera luz que se colaba entre las persianas de la habitación le hacía abrir los ojos como platos mientras la despertaba sin miramientos ni contemplaciones.
—Creo que ya toca cambiar estos edredones por una colcha más fina —pensó al descubrir que tenía la piel húmeda. Se sentó en la cama y miró hacia su derecha para comprobar si su marido seguía durmiendo— ¡Qué suerte tiene, duerme como un lirón!
Siempre había envidiado a las personas que se meten en la cama, se quedaban dormidas al momento y no se cambiaban de postura en toda la noche. Ella, sin embargo, antes de quedarse dormida había rotado tantas veces de posición que la cama parecía que nunca hubiera estado hecha. Incluso dormida no paraba de moverse de un lado a otro, tapándose hasta el cuello si notaba frío o bien sacando un pie de debajo del edredón a modo de termostato si tenía calor.
Se desperezó un poco, en silencio, justo para desentumecer los músculos pero no mucho más, para evitar tirones y dolores que la propia edad conlleva.
Desde que su hija se independizó su vida había adquirido una rutina que a pesar de que nadie le obligaba a seguir, cumplía religiosamente como si en ello le fuera la vida. Ahora que como matrimonio tenían todo el tiempo del mundo para hacer lo que quisieran, vivían con más horarios que nunca. 

11/2/18

Un antiguo proyecto


Vamos a ser dramáticas. Dada la vida monacal que estoy llevando ahora, sin amigos, sin dinero, sin amor y sin honra  (parezco Dintel Dumas), he decidido lo siguiente:

Dado que en su momento dejé una novela a medio escribir que debiera haber leído una de las personas que más he querido en este mundo y que desafortunadamente ya no va a poder leer, voy a colgar el primer capítulo en pequeños posts aquí para saber vuestra opinión de si debo continuarla o es mejor que desista del intento ya que carece de interés.

Avisar (que es bien sabido que no es traición) que no está corregido el texto y que para nada es definitivo. Así que deberéis hacer una lectura pensando en que habrá en un futuro, si tiro el proyecto hacia adelante, múltiples correcciones estilísticas e incluso recortes o añadiduras o cambios de lugar en algún pasaje del capítulo.

Si os he de decir la verdad, me da pereza continuar la novela, pero es una falsa pereza ya que lo que tengo escrito, que no es demasiado, lo quiero mucho y en el fondo, tengo ganas de ver el proyecto acabado. Sé que lo tuve que parar porque no era un buen momento para llevarlo a su término. Ahora que el tiempo ha pasado, aunque haya perdido su objetivo inicial, tengo ganas de lanzarme sobre él para concluirlo.

Espero sinceras opiniones de las personas que me leáis. Críticas, sean duras o sean blandas, sean a favor, sean en contra. Y si hay personas que me leen y permanecen en el anonimato, por favor, por esta vez, manifestaos. Agradecida quedo.

10/2/18

Dintel


Vaya, parece que hay quien opina que mis escritos son depresivos. Que la gente no quiere leer las penas de otros. Escribe cosas alegres y divertidas, me dice. Así que lo primero que he hecho es ir a releerme. Y me he quedado con la sensación de que hay uno de cal y otro de arena. Creo que siempre he escrito de esta manera. Querer cambiar, está bien, si sabes cómo hacerlo, que no es mi caso.

Suelo abrir una hoja de Word y si no tengo el germen de la idea, empiezo a hacer un poco de escritura mecánica. Al final, siempre doy con algo que me apetece escribir. No me suelo plantear qué género, ni qué estilo, ni qué sentimiento suele destilar el escrito. Escribo, disfruto haciéndolo y ya está.
No es la primera vez, y ya veo que no será la última, que aclaro que este blog no es un diario, ni un lugar donde vuelco mis sentimientos. Si no que es simplemente el sitio donde escribo lo que me apetece, sean vivencias mías, o de otras personas.

Claro está, que las personas cercanas a mí y que me leen saben visualizarme en algunos temas, o situaciones. Cierto es que me gusta coger mi cotidianidad y transformarla en un pequeño escrito; aunque siempre hay algo de realidad, hay muchísima más fantasía y hacer devenir las cosas para favorecer al texto. Así que, este coctel de experiencia, historia y exageración me conduce a fabular, sea en tono depresivo, cínico, crítico o alegre. Y es que no puedo decir nada más que esto es dintel.

9/2/18

Rap


Tu silencio me inquieta y me perturba.
Me da miedo haber vivido una ilusión.
Y esa nueva obertura del corazón,
que pertenezca al mismo y absurdo error.
Necesito creer en tus palabras,
repertirlas una a una en mis noches largas,
como un credo secreto entre nosotras;
¡Basta ya de ilusiones rotas!

Escucha, hoy, este, mi canto,
tras él escondo un secreto llanto;
no podría de nuevo perderte.
No me pongas en el mismo brete.

Te beso en silencio cada noche
y sin tu amor, menudo derroche.
Pon tú el broche:
escríbeme solo dos palabras,
o mejor una,
la que nos lleva al infinito,
entre largas frases que escondan
a todo el mundo nuestro oculto rito.

Y si no me amas y te importo un pito,
Deja que de este amor haga yo
mi-mito.

8/2/18

Tanto amor

He pedido visita con el cardiólogo, tanto amor almacenado en mi corazón impide que lata con normalidad. Se agolpa el cariño entre sístole y diástole y cambia su ritmo, percusión, este, de una lenta canción. Se emparejan mis leucocitos, y arrancan, suavemente, a bailar este nuevo son. Cada uno de ellos réplicas de nosotras mismas intentando compartir idéntico espacio.

Late despacio mi corazón, arrastrando el amor que a besos arrancas de mí. No sé si el cardiólogo sabrá que hacer. Tanto amor me impide vivir.  

7/2/18

Piñoneta


A pesar de lo gris de mi vida, suerte que, esta,  a veces te  ilumina de tal manera que te sientes a rebosar de felicidad.

Ha nacido Piñoneta. Después de 9 meses, viendo crecer la barriga de una amiga, ha salido una hermosa Piñoneta. Aún no la conozco, por motivo gripal, pero cada día recibo una puntual fotografía y es como si ya la hubiera tenido entre mis brazos.

Yo no tengo hijos. Sentí la llamada de la maternidad hace muchos años, pero no le hice mucho caso;  la verdad, es que derrocho cariño por el de mis amigos. Soy medio madre de más de uno, y tía o madrina, o lo que sea, de un montón.
Y a medida que pasa el tiempo me conmueve más el hecho de un nacimiento. Le veo una importancia que antes no le daba y sobre todo una profundidad y una razón de ser al Ser Humano.

Me encanta como me van cambiando las perspectivas. Eso debe ser crecer.

Piñoneta, bienvenida!!!!

6/2/18

Con la música a otra parte

Ahora, escuchar Malú, es desgarrarme. Es imposible hacerlo sin tener la piel de gallina, sin que me ataque el pasado por la retaguardia cerebral. Y una frase se queda repiqueteando en mi corazón: “dicen que se sabe si un amor es verdadero cuando duele tanto como dientes en el alma”. No me dolió nada amar, ni estar enamorada. Me duele ahora que amo y no estoy enamorada. ¿Cómo se come eso?

5/2/18

Soy dos

No me la saco de la cabeza. No entiendo demasiado bien por qué ha vuelto para estar tan presente. La lluvia no cesa. ¿Será la causante.

Tanto es así que me voy a dormir muy pronto para poder pensar en ella, imaginármela a mi lado y evocar todos los recuerdos que el tiempo me empieza a arrebatar y a distorsionar. Me siento desbordada. Ni siento dolor, ni siento ansiedad, ni siento nada que haga mella en mí. Sencillamente me siento enamorada, locamente enamorada. Lo que es extraño es que no necesito ser correspondida. Vivo todo en mi interior; me imagino mil situaciones en las que coincidimos y nos volvemos a enamorar, aventuras en dónde soy la heroína y cae perdida de amor en mis brazos. Me imagino una y otra vez visitando un museo, cogidas de la mano, aprovechando cualquier rincón para besarnos. O sentadas en la arena de la playa contemplando el mar, una noche de verano, acariciándonos las manos. O paseando cogidas descubriendo una ciudad o un pueblo que no conocemos. O poniendo un candado de amor en cualquier puente de un río. Me imagino lo que sea, donde sea, pero siempre con ella.

Trabajo, como, vivo, convivo con mi entorno con mi secreto amor, ese que me acompaña y me hace sentir viva.

Ahora dudo; yo nunca tuve una amiga invisible. ¿Será esto un amor invisible?

4/2/18

Publicación

Han publicado un texto mío en un blog. Me ha hecho ilusión. La verdad es que da una sensación rara leer algo mío fuera del mi blog, castillo inexpugnable desde siempre. Quería publicarlo en el mío, pero me ha parecido más correcto poner el vínculo. Así que aquí está:

Texto: Calabaza


¡Ya me diréis!

3/2/18

Lluvia

El otro día llovía. A la que acabé de trabajar me encerré en casa. Me senté en el sofá y me puse a sentir. Sí, a sentir. La lluvia me trae recuerdos de amor. De caminar las dos bajo el mismo paraguas, apretaditas, descubriendo nuevas sensaciones. De noches en la cama, charlando y riendo, y abrazándome ella por sorpresa a cada trueno, porque se moría de miedo. De salir corriendo a destender la ropa  y  para que no cogiera olor a lluvia ni a humedad y tenderla por el comedor entre risas y besos para que se seque. O duchándonos nada más llegar a casa empapadas por el chaparrón que nos había caído encima. Frotando su espalda con la esponja y su cuerpo con mi amor.

Son muchos recuerdos, que despiertan sensaciones a flor de piel y a flor de entraña. ¿Llegará el día en el que pueda convertir tanto amor en desamor para poder seguir viviendo?

2/2/18

Noches

Hermanadas lágrimas de insomnio y de tristeza discrepan con eficacia de cuál es su origen. Impacto astronómico al descubrir que no son más que el estoque curativo de la soledad. Pero si siguen así, tienden a la cronicidad.

Subconsciente portátil en su última exhalación. El amor había muerto en el momento inadecuado, evanescente él, desde el primer sentir, el primer latir. Solo resta aclimatarse a la situación y masticar con lentitud esa causalidad indeseada; esa pregunta ucrónica.

1/2/18

Celebraciones en el laboro

No soy una persona a la que le importe el dinero, mientras gane lo que me corresponda y tenga para vivir, ya soy feliz (porque no me queda otra, supongo).

Durante mis treinta años de vida laboral, he tenido que participar en regalos de nacimientos de hijos de compañeros, de bodas, de jubilaciones, de cumplir 50 años y seguro que de alguna cosa más que me olvido en este momento. Ah, sí; trabajé en una empresa que cuando se cumplían los cuarenta años se les regalaba un anillo de oro.

Yo no me he casado, ni he tenido hijos, ni estaba en esa empresa a mis cuarenta años. No me he jubilado, ni me han tenido que regalar nada en ningún momento. Pero siempre, siempre, me toca pagar. Creo que si hubiera guardado todo el dinero que he ido poniendo para regalos de compañeros, ahora podría comprar con toda tranquilidad, porque me sobraría y todo, un vuelo de ida y vuelta a Nueva York para dos personas. Pero como no lo hice, no me queda otra que dar una vuelta por Google Maps. En fin.