27/12/11

El son de mis palabras

La crisis también ha llegado a mi espíritu. Lejos de los abundantes días de escritura, sentada en el rincón del tedio, con los pies balanceándose sobre lo que un día fueron ilusiones y proyectos, me hallo silenciosa, escuchando el ulular que el vacío provoca recorriendo mis neuronas.

Quiero motivarme y no puedo. Siento que he caído en aquel profundo pozo de desidia que conduce al olvido.

Veo imágenes, tengo ideas, siento nostalgias, amores no vividos, rabias, denuncias y felicidad junto a tu lado, pero no hallo manera de convertirlo en palabras. Sentadas en el rincón opuesto a mí, me miran y se sonríen, libres y libertinas, gritándome en un infinito canon: ya no bailamos a tu son.

18/12/11

Esa extraña soledad

Siento esa extraña soledad de saber que ya no estás y sin embargo te veo en los rincones de casa. Estás tan dentro de mí que ya no noto las separaciones. Esa fragancia melancólica que deja la añoranza, ahora, es un leño más que arde para acentuar el deseo. Es tanta la felicidad a tu lado, que entre nosotras ya no existen ditancias.

13/12/11

El jardín olvidado

Antes de ayer recordé mis primeros años como lectora y la verdad  es que me encantó. Recuerdo cuando apenas tenía obligaciones (los deberes del cole los hacía entre clases y estudiar poco, porque se me quedaba muy bien lo que me explicaban) y tenía un libro o dos de Los Cinco entre manos. Los viernes, con la paga semanal, me podía comprar hasta cuatro libros en el quiosco de la esquina de casa, cosa que le encantaba al quiosquero y me lo demostraba regalándome una pequeña bolsa de chucherías (entonces, bien distintas a las de ahora: creo recordar que eran aquellos caramelitos de menta casi cuadraditos y también los de “cubalibre”, que me gustaban mucho porque sabían a cola). Llegaba a casa contenta como un azofaifo (traducción literal del catalán) y me sentaba en un sillón del comedor y leía y leía y leía, empalmando un libro con otro hasta que me los acababa.
Volviendo al tema: antes de ayer me acordé de esto. Me habían dejado el libro y debía devolverlo ayer lunes;  fue pasando el tiempo sin empezarlo a leer. Así que decidí dedicarle el domingo. Me desperté, como de costumbre sobre las cinco de la mañana, me puse en el ordenador a cumplir unas obligadas tareas que no podía retrasar más. Cuando acabé, de un salto me planté en el sofá del comedor y ahí estuve leyendo hasta que por la tarde me acabé el libro. No sé si tenía seiscientas o setecientas páginas (me olvidé de mirarlo y ahora no lo tengo para comprobarlo). Qué placer tragarse toda la historia junta. Una historia de esas que pasan muchas cosas y unas llevan a otras sucediéndose los misterios. Me lo puse todo en vena y tuve la misma sensación de cuando me veo seguida toda una temporada de alguna serie. Me encanta, la verdad.
El libro es estilo best seller. La información está explicada en diferentes épocas y protagonistas. Me gustó esta manera de narrar la historia. He visto que la misma autora tiene un libro anterior y otro posterior, voy a ver si los consigo. No me los quiero comprar porque son del tipo que regalo una vez leídos y ahora, en tiempos de crisis, mejor comprarse libros de esos de los que nunca te vas a deshacer. El libro es perfecto para unos días de vacaciones lluviosos. Por cierto, otra cosa que me gustó es que tiene reminiscencias de Dickens, de mi estimado Dickens.

12/12/11

Antes de dormir

Duérmete. Húndete en mí. Protégete de la oscuridad hasta que el día empiece a filtrarse por las grietas que deja la persiana. Sorbe mi calor con tu cuerpo y embellece tu sueño. No temas a las tinieblas del cuarto que flotan porque mi abrazo impedirá su acceso. Haz que tu aliento en mi cuello caliente la violenta indolencia del deseo. Deja que tu respiración, cual música dormitando sobre su instrumento, se acompase a mi corazón y el ritmo de este repercuta por todo el lecho. Sella mis labios con tus besos y hazme callar. Infíltrate en mis pensamientos, quiero hacerte gozar. De amores y locuras tenemos las caricias llenas. Toquemos juntas el techo y descendamos hasta los infiernos.
Mi boca, ahora sobre tus dedos quietos y los cerrados párpados volcados donde tu aliento, alimentarán la noche y esta, todos  tus sueños.

11/12/11

En el fulgor

El estertor de la muerte acecha bajo el dintel de mi habitación. El edredón, protector en algunos aspectos, me aísla irremediablemente de la libertad y me obliga al enfrentamiento entre la entraña y  la mente. Los golpes vuelan sin dueño y en cada sacudida se esboza un pensamiento inconcluso, rastrillado por el tedio de las palabras que un día dejé de escribir. La muerte exhala sueño, pero la encarnizada lucha no entiende de sutilezas y continúa batiéndo el pensamiento contra la digestión. Mientras, yo archivo el aliento que un día dejaré de respirar. ¿Dónde está el final de mi cuento de hadas? ¿Por qué el mío no se escribió antes de mi nacimiento? Fallan las fuerzas, la lucha cede. La muerte pierde todo el interés y desaparece llevándose el frío de la batalla en tablas. Yacen exhaustas mis combatientes. Dadme una pluma, rápido.

8/11/11

Con la casa a cuestas

No sé qué parezco cuando voy a trabajar, por la mañana, casi de madrugada. Salgo de casa desayunadita y recién duchada, con un bolso colgando en un hombro (estilo macuto, o saco).

Dentro, llevo las gafas de sol, que uso bien poco y de las cuales sólo me acuerdo o necesito el día que me las he olvidado en otro bolso, en casa. También llevo unos pañuelos de papel, la mayoría de las veces los utilizo como servilleta. En un bolsillo interior, de esos que llevan cremallera, suelo tener los dos pen drive, uno cargado con los documentos del trabajo y el otro con mis textos, mi incipiente novela y toda una serie de archivos que necesito para mi propia definición. Libro, libreta y agenda, siempre me acompañan; la agenda sólo la uso como diario o para apuntar médicos, cada vez tengo menos cosas de las que tenga necesidad de acordarme. El libro es uno de los que estoy leyendo en el momento. Desde hace un año procuro que sea de estos pequeños y que no pese, mi espalda no está para pasarse el día acarreando  un bolso que pesa una tonelada. La libreta es mi fiel compañera, aunque desde que tengo la epicondilitis en el codo derecho he dejado de escribir, duele mucho. Me compré una cinta epicondilítica (epicondelera, dijo ayer mi fisioterapeuta) para descargar tensión en los tendones, pero, nada, se me carga igual y el dolor persiste. Así que paseo la libreta más que otra cosa. También acarreo un estuche con un par de bolis y lápices. No es que pese por sí solo, pero si vamos sumando, el bolso acaba teniendo un peso considerable.  Todo esto junto a los ibuprofenos (la madurez me ha traído unas fuertes migrañas, qué coño migrañas, un insoportable dolor de cabeza que aparece cada vez que le da la gana), las compresas (la dichosa menopausia, que se dedica a jugar con el calendario) y las monodosis oculares, para la sequedad. Por supuesto, también llevo la cartera con su documentación pertinente y las mil tarjetas de los diferentes supermercados y tiendas que frecuento para el habituallamiento y ni un duro (me encanta esta obsoleta expresión), como está de moda con esta crisis.

También, del mismo hombro, llevo colgada una bolsa de tela, de esas que te regalan en las librerías, con todo el trabajo que me llevo a casa para poder adelantar. Papeles, libros, dosieres, hojas plastificadas, y un sinfín de inimaginables materiales.

Y por último, cogida con la mano izquierda (por ahora, tengo la derecha inútil) llevo una bolsa de esas que veo a los conductores de la RENFE cargada con dos o tres tapers para la comida, el desayuno de media mañana y la merienda.

Para acabar con el carromato que llevo a cuestas solo me queda citar la botella de agua de litro y medio que voy consumiendo sorbito a sorbito durante todo el día.

¿Se puede vivir así de cargada? Intentando contestar a mi propia pregunta, descubro que tengo suerte de no acarrear ninguna carga emocional que merme mis fuerzas. Me alegraré de ello mientras me arrastro por la vida.

6/11/11

Criadas y señoras

Hace tiempo, me enteré de la existencia de este libro leyendo alguna crítica o algún blog, pero me olvidé de él desde el mismo momento en que me dije: debo adquirirlo y leerlo. Cosas de mi nueva etapa. Así que hasta que no vi la publicidad de su estreno como película, no me volví a  acordar de él.

Rauda y veloz a buscarlo. No pensaba ir a ver la peli antes de leerlo. El viernes lo conseguí y gracias a la lluvia de este fin de semana me lo he podido acabar de dos sentadas. Ahora tengo unas ganas locas de ver la peli, para descubrir cómo lo han adaptado. Por lo poco que sé, me parece que es bastante adaptable a cine, incluso, se me ocurre que puede ser adaptable a teatro.

He disfrutado mucho con su lectura. Las tres mujeres, personajes principales, que a su vez son las tres narradoras, me han gustado mucho.  Me ha gustado mucho, también, la forma de definir, con acciones a otros personajes, sus manías, sus características, sus preocupaciones. Mientras he ido leyendo iba construyendo visualmente el escenario y a los personajes y sus movimientos en mi mente. Me he encariñado con casi todos, porque no se habla de buenos y malos, sino de ideas chocando con mentes cerradas.

Supongo que es más fácil ver la película que leer el libro, pero os aseguro que dan diferente placer. Voy a por los dos.

1/11/11

La niña que iba en hipopótamo a la escuela

Hay veces que las lecturas se convierten en una tierna caricia, ya no por las palabras utilizadas, que también, ni por lo que se cuenta, que también, si no por la forma de contarlo. Esto me sucede cada vez que leo a esta autora. Dejadme escribir su nombre porque no consigo memorizarlo: Yoko Ogawa.

No es mucho mayor que yo. Cuando una autora me gusta mucho siempre miro su fecha de nacimiento, si anda cercana a la mía me frustro silenciosamente porque está haciendo algo que yo siempre he querido hacer. Y, en seguida pienso, “si de verdad lo hubieras querido hacer ya lo habrías hecho”. Tras estos pensamientos entro en crisis y acabo solucionándolo como Scarlett O'Hara: “ (…) mañana será otro día”.

En fin, a lo que iba, que era comentar esta maravilla de novela. El ritmo es lento, carece de escenas trepidantes, pero las descripciones de los personajes me han parecido estupendas. La historia que se cuenta es de lo más normal. Tan normal me ha parecido que a veces veía a mi madre en algunos de esos momentos, junto con mi tía, en alguna de esas veladas. A pesar de las tradiciones orientales, el tipo de comida que preparaban y comían y la forma de ser de los personajes me he sentido totalmente cercana, paseando por aquella casa, por aquel bosque, yendo a la escuela con la protagonista.

Este fin de semana he regalado un libro de esta autora; dudé entre este y el primero que leí (La fórmula preferida del profesor). Al final me decidí por el otro que fue el que me hizo descubrir a esta escritora. Espero que guste y que luego se vaya a buscar este otro, de diferente historia pero de igual ternura.

22/10/11

Corriente

Cualquier excusa es buena para no escribir. Antes, al contrario, siempre encontraba un hueco para ello. Fraguaba las ideas durante el día, en los resquicios que las tareas del trabajo remunerado ofrecen como respiro vital para coger carrerilla y de nuevo lanzarse a la carga. Siempre con mi libreta, mi bolígrafo y mi mirada perdida en el pensamiento. Por la tarde llegaba a casa con el ansia implacable de encender el ordenador y lanzarme sobre el teclado para transformar en palabras el texto que había ido germinando en mí durante aquella larga jornada.

Eso era antes. Ahora, el trabajo se ha vuelto monótono y cansado. Huyo de los resquicios porque  se hallan vacíos y oscuros, prefiero zambullirme en las obligaciones que descubrir mi mente carente de ideas y lo que es peor, de iniciativa. Quizá no supe luchar bien y he caído, sin remedio, en esta corriente de desidia que arrasa nuestros días. No me justifico, solo quiero entender. Mientras me hallo a la deriva entre un montón de cuerpos hipnotizados por el devenir, quiero anclar mi mente en la comprensión del momento. Se ha acabado hablar de la vida.

Sorprende descubrir que las cosas que me gustaban de esta vida han dejado de hacerlo, así, sin más, sin dolor, sin pena ni gloria, simplemente sentándome en un sofá y dejando de pensar el tiempo. Sentándome a pasar el tiempo sin pensar. Viviendo el carpe diem y muriendo un poco más, sin inquietarme el hecho de no saber cuando empecé a morir.

18/10/11

El fin

¿Cuando las palabras se anudan en la hoja y la frase queda inconclusa, se acabó la escritura?

12/10/11

El bolígrafo de gel verde

Este libro llegó a mi poder porque un día recibí un mail de su autor hablándome de su existencia. La verdad es que por motivos personales y laborales tardé en hacerme con él. Pero al final, como regalo de cumpleaños adelantado, he podido disfrutar de él.

Me ha gustado la historia narrada, me ha resultado cercana. Lo que he encontrado muy interesante ha sido el tratamiento del tema: la soledad. Esa soledad que sentimos cuando la monotonía rige nuestras vidas. Esa soledad que aparece a la que dejamos de comunicarnos. Esa soledad que para nadie es desconocida porque en algún que otro momento de su vida la ha sentido. Me ha encantado circular por los interiores del protagonista.

Es primera novela y en algunos aspectos se nota. Pero me ha encantado leer a un primerizo, porque de alguna manera me conciencia de que siempre hay una primera vez y que esta es trampolín para una segunda y una tercera, y una cuarta...

Después de leer el libro he pensado mucho en el protagonista, quiero evitar a toda costa vivir su situación y reconozco que, a veces, estoy a punto de rozarla. Así que he tomado la determinación de hacer algo para evitarlo. Sin duda alguna, esta lectura no me ha dejado indiferente.

1/10/11

Presa

Años constriñendo lo que siento para que no doliera, orbitando alrededor del silencio, viviendo bajo la luz de la soledad, controlando con látigo la opulencia de mis rabias, mientras, con la otra mano, fustigando a conciencia mis errores, suspendiendo la vida y deviniendo anodinamente, retrayéndome, exasperándome, aplacándome, desesperándome.

Años, fueron años, vagando entre tinieblas de incomprensión.

Solo una palabra ha sido el instrumento de liberación de todos mis gerundios. Una palabra solamente…

26/9/11

La sinestesia de tu nombre

Me hallo sentada en un sofá amarillo a cuadros, en el confortable hueco que dejan los dos almohadones blandos. Comiendo un bocadillo de caña de lomo y bebiendo un vaso de insípida agua, con el Chat abierto y manteniendo, como siempre, un montón de conversaciones a la vez, junto con las bobadas del general. A la vez, suena el televisor, visionan un programa de esos en el que te hacen un resumen de las diversas tonterías de los otros. No le presto atención ya que mi mirada está clavada en la pantalla azulada y negra de mi ordenador.

De repente, suena mi móvil. Me inclino hacia el lado derecho para poder sacarlo de mi bolsillo izquierdo. Contemplo, iluminado, tu nombre: me estás llamando. He perdido ya la costumbre de ello y me cuesta reaccionar y dar a la tecla para aceptar la comunicación. Me pongo en pié. Hablamos.

Al volver a sentarme en el sofá noto el agrio calor que antes había dejado. Prosigo comiendo el, ahora, quedo bocadillo y con cada masticada, su sabor pierde la brillantez de antes. Oigo, a lo lejos, de forma blanquecina, el televisor. Reparo en él y me doy cuenta de las estridentes imágenes que me muestra. El vaso de agua callada me mira sin participar. Sigo oyendo tu suave conversación en mi pulso y tu colorida voz dulcifica con calidez tu ausencia.

Y es que en la cercanía de tu azulado nombre se me desordenan las sensaciones. Vuelve a llamarme, por favor, que con sólo verlo escrito, mi tiempo se consume en sentidos.

23/9/11

Guardar silencio

Solo quería que me dejara en paz. Con lo tímida que soy y siempre me pasan a mí estas cosas. Estaba comiendo y me molestaba su presencia. No paraba de mover la mano  con la que sujetaba ese manojo de romero. Me lo intentaba poner delante de mis ojos para que le prestara atención y lo paseaba por encima de mi plato. Intenté tirarme para atrás pero me tenía pillada por su enorme cuerpo.  Al final, casi como defensa propia intenté apartar su mano para que alejara de mí las dichosas hierbas.

La “voluntá”, no pido “na má” que la “voluntá”. “Cucha”, María que vaj a tené musha suette, pa ti pa tu familia.

Me cuesta mucho pronunciar un no en estas ocasiones. No me sale la voz. Además, siempre pienso, “que se vaya, que se vaya, pero que no se enfade”.  No creo en el mal de ojo, pero, para mi tranquilidad, que no me lo eche. Así que durante unos segundos eternos, estuvimos forcejeando con el romero, mirándonos a los ojos en silencio. Con el codo, sin querer di a una vitrina que era el pilar de un viejo y silencioso gramófono, del golpe, desplacé el pickup que rascó sobre los surcos de un disco grueso.

La camarera se dio cuenta de lo que estaba pasando y se acercó para sacar fuera del local a la mujer no sin antes darle tiempo a esta a gritarme algo inteligible. Cuando cerró la puerta del local, símbolo inequívoco de que había sacado de allí a la señora del romero, se acercó a mí a pedirme disculpas. Roja como una amapola le dije que no se preocupara. Era la primera vez que me hablaba la camarera. Qué buena está; me gusta desde hace tiempo, pero no sé qué hacer para hablarle, las únicas palabras que cuzo con ella son: ¿Cuánto es? Tanto, me contesta.

De pronto el disco del gramófono se pone a rodar y este empieza a sonar.

Con lo tímida que soy y siempre me pasan a mí estas cosas. “Que se vaya, que se vaya, pero que no se enfade”. No creo en el mal de ojo, pero que no me lo eche. Qué buena está la camarera, me gusta desde hace tiempo.

Incapaz de afrontar lo que estaba pasando me fui de allí, sin pagar, tampoco salieron detrás de mí, y nunca más he regresado para comprobar si mi alter ego había callado. ¿Y si aún seguía hablando?

21/9/11

Honestidad

Vienes y me dices que no me enfade, que lo hecho, hecho está, que no pretendías hacerme daño, que siempre has obrado honestamente. Honestamente, ¿con quién? Contigo, ¿verdad? Necesitabas alguien que te quitara las telarañas y ¿quién mejor que una amiga?

¿Y yo? ¿En algún momento pensaste si mi necesidad coincidía con la tuya? ¿Te paraste a pensar que yo podría tener necesidad de cariño y que me llenara aquello que me estabas dado? ¿En algún instante pasó por tu mente que yo me podría colgar de lo que me estabas dando? ¿Esa es tu honestidad, actuar sin pensar en las consecuencias? No, no me engañaste. Somos adultas, me dices. ¡Como si eso tuviera que facilitar las cosas! Para ti solo fue un polvo; para mí la esperanza de un inicio. No me prometiste nada, ni me hablaste de futuro, ¡qué honesta!, permíteme que me incline ante ti. Pero que te quede claro que eso no fue lo que dijeron tus besos, ni lo que dijeron tus caricias, ni lo que susurraba tu sexo en mi boca mientras se abandonaba a mí. ¿Fue eso honesto? ¿Acaso fingiste? ¿O fue que usaste mi cuerpo para evocar tu perdida? ¿Enrojeces? Honesta, dices, bah!!!

19/9/11

Paradoja

La simpatía no es mi fuerte. Ya me gustaría tener ese don de gentes que te abre todas las puertas sociales necesarias para que un ser humano se sienta integrado a la vez que apreciado. Desde bien pequeña, en el colegio, era considerada un bicho raro. No es lo que fuera, sino que el único  problema que he tenido siempre es no saberme relacionar con la gente. Al principio le echaba la culpa a la timidez, pero ahora, desde la madurez, sé que la culpa la tuvieron mis tres primeros años de vida, alejada de todo niño, siempre entre adultos. De los matrimonios amigos de mis padres fui la primera en nacer. El siguiente niño vendría tres años y medio después. Tres años entre adultos fraguaron el ser asocial que soy.

En mi familia, se recuerda como gracia, durante las comidas de celebraciones, que cuando pisé la escuela por primera vez a los cinco años no me separé del lado de la profesora en todo el curso. Cosa de los más normal teniendo en cuenta que no había visto un niño de cerca en toda mi vida. No sé qué gracia le ven, si estuvieran en mi pellejo sabrían lo difícil que es subsistir siendo yo, la angustia que crea saberse poco querida, poco apreciada, a veces, incluso, invisible.

Hay días en los que intento ser simpática y me acerco a la gente e intento relacionarme improvisando un poco, pero me siento tan falsa, tan acartonada, tengo la sensación de que todo el mundo se va a dar cuenta de que estoy fingiendo. Lo único que consigo es que aumenten los cuchicheos a mi alrededor, cosa que hace que mi inhibición alcance su máxima potencia.

No sé si es por esto que no tengo amistades. Soy incapaz de conservarlas; enrarezco el ambiente hasta que no hay manera de salvar esa situación. Lo más gracioso es que me esfuerzo mucho para que esto no pase y, sin embargo, cada vez pasa con más frecuencia. Es por ello que he tirado la toalla y ahora solo me dedico a escribir. No me interesa nada que no tenga que ver con la ficción.

17/9/11

Matrimonio feliz

Joana y su marido entran, como cada día alrededor de las  siete de la tarde, en el bar y se sientan en una mesa cerca de la ventana. Esperan a que la camarera se les acerque, no tienen prisa por pedir. La chica, educada, tiene por costumbre dar un tiempo para  que los clientes se hayan sentado, despojado de abrigos y bolsos e iniciado la conversación entre ellos, para ir a preguntarles qué es lo que quieren consumir.  Pero sabe que en este caso la deferencia va a ser inútil,  el matrimonio no suele mediar palabra entre ellos.  Así, que se apresura a acercarse y el hombre le pide los dos acostumbrados gin tónics. Cada uno con su propio gesto de mano indica cuando debe dejar de servir la ginebra. Después del primero, se toman un segundo. Beben dos cada uno,  ni uno más ni uno menos, en un tiempo que podría ser considerado récord. Luego piden la cuenta, pagan y se van algo más contentos de lo que vinieron; ya están preparados para poderse aguantar el uno al otro hasta que se acabe el día.

16/9/11

Hay una llamada para ti

Qué angustia más grande, pensaba que nunca íbamos a apagar ese fuego. No sé en qué piensan los padres dejando cerillas al alcance de los niños.  Ha sido difícil el acceso a las habitaciones porque la casa era de dos pisos, comunicados por una escalera de caracol metálica, en esos momentos, incandescente. Los chicos mayores y sus padres habían podido salir por su propio pie, pero en ese segundo piso quedaba un bebé en su cuna. El camión de bomberos no podía acercarse lo suficiente así que no hemos podido utilizar el elevador. Mis compañeros me han rociado de agua y he entrado por la entrada principal, he subido corriendo por las escaleras, mientras notaba que se iban hundiendo a mis pasos y entre llamas he accedido a cada una de las habitaciones hasta que he conseguido llegar a la del bebé que parecía plácidamente dormido. He sentido miedo al pensar que pudiera estar muerto. Pero no era así, increíblemente la mosquitera que cubría la cuna había hecho como una cúpula de aire impidiendo que el humo entrara y asfixiara a la criatura. Rápidamente rompí la ventana y lo lancé sobre una lona que aguantaban mis compañeros.

Qué orgulloso me siento por mi proeza. Voy paseando, camino de casa, respirando el aire contaminado de Barcelona, que con el infierno de antes, me parece de lo más puro y lo más fresco. Entro en un bar, quiero tomarme una copa para relajarme bien antes de llegar a casa. Me siento en una mesa, en mi mente no paro de revivir el rescate de esta tarde. Cuando venga la camarera le pediré un gin tónic y unas patatas. El bar tiene tres columnas y en una de ellas cómo decoración tiene colgado un teléfono de los antiguos, de aquellos que salían en las películas de Charlot. Éstá vacío. Me extraña por la hora que es ya que suelen venir los trabajadores de las oficinas de alrededor a tomar la cervecita de después del trabajo. Solo hay un señor sentado en la mesa junto a la columna del teléfono. Está callado y mirando al frente. Tiene una copa vacía delante de él. La camarera anda ocupada y no se ha dado cuenta de mi presencia. De repente, suena el teléfono. El hombre lo coge, escucha y cuelga. Se levanta, recoge su abrigo y se dirige hacia mí y me dice:

Debiera sentarse en mi mesa.

¿Qué le han dicho? le pregunto anonadado de que hubiera sonado.

Que siga la luz.

14/9/11

Sistema inercial

Llevo muchos días viniendo a tomar el café al mismo bar. Tengo cuatro minutos para degustarlo, porque aunque la ley marca media hora para desayunar, el jefe sólo me deja bajar cinco minutos. Ni uno más, que te pago para que trabajes, no para que pierdas el tiempo. A pesar de todo, son los cinco minutos que tengo para mí, para mí sólo, sin que nadie me moleste. Todo el día corre que te corre. Me suelo tomar el café quemándome la lengua porque no hay tiempo para que se enfríe en un poco. Después del primer sorbo, mientras raspo la lengua abrasada contra el paladar miro unos cuadros en una pared. No pienso en nada, solo los miro y me dejo llevar por la sensación que me causan. Todos son fotos en blanco y negro.  En uno se ve la Torre Eiffel y un árbol pelado. Debía ser invierno cuando la tomaron. El invierno de hace tres años, en París, fue cuando mi mujer me dijo que se había enamorado de un compañero del trabajo y que me dejaba. Estábamos pasando un fin de semana romántico que le había regalado. Reaccioné en seguida y le dije que iba a luchar por la custodia de los niños. Me dijo que no me molestara en hacerlo, que  me los podía quedar, que hacía tiempo que no me soportaba y su intención era empezar de nuevo olvidándose de todo lo que tuviera que ver conmigo.  No llegamos a ir a ver la torre. Me hubiera gustado tomar una foto como esta. El cuadro superior a este es una foto de una mujer desnuda sobre fondo negro. Está sentada con los brazos rodea sus piernas encogidas y tiene la cabeza escondida entre las rodillas. Hace mucho que no veo un cuerpo desnudo. Es que con los dos niños y nadie que pueda hacerse cargo de ellos, no hay forma de salir y conocer a nadie. En la oficina, imposible, el jefe se ocupa de encargarme más trabajo del que puedo hacer y no puedo ni levantar la vista del ordenador que ya me está diciendo algo, en plan reproche. Así que las únicas mujeres desnudas que tengo a mi alrededor son las de las revistas. El cuadro que está colgado más debajo de todos es una foto de un reloj, de esos de estación. ¡El café! Ya debiera estar delante del ordenador.  Tomo de un sorbo lo que queda  sin despegar la mirada del cuadro del reloj. Está torcido. Con la rabia que me da que las cosas estén torcidas. Al pagar, le comento a la camarera que el cuadro está torcido. No, qué va. Está recto y paralelo a los otros. Tras una discusión sobre paralelismo y perpendicularidad en la que han intervenido diferentes clientes del bar asegurando que el cuadro estaba colgado recto, ahora estoy aguantando la arenga de mi jefe por llegar cinco minutos tarde, mientras intento asimilar el descubrimiento de que lo que está torcida es mi vida.

11/9/11

Trastornos literarios

Todo el que me conoce sabe cómo me gusta jugar con el lenguaje. Disfruto con las palabras igual que con las golosinas. Me leí el libro del Maestro Mastropiero de una sentada, así como los de Alex Grijelmo y los Dardos. Ahora, ha caído en mis manos…, no, no ha caído, lo fui a buscar y además lo tengo dedicado, un libro con el que he disfrutado mucho estos días.

Como sabéis, mi sillón orejero es el asiento de RENFE, soltaba cada risotada leyéndolo que las personas que viajaban conmigo se reían por contagio. Leía y releía los microrelatos una y otra vez, intentando averiguar su secreto,  su perfección y cómo más profundizaba más reía.

Lo que más me ha gustado es que se nota un trabajo concienzudo, cosa que me hace dudar mucho de que yo llegue a escribir así. No porque me asuste el trabajo duro, si no por la falta de tiempo seguido para dedicarme a ello. Trabajar por horitas no llega a ningún buen puerto, pues cada vez pierdes un tiempo inestimable en la concentración y en la inmersión.

El libro se divide en tres partes bien diferenciadas. No sabría con cuál de ellas quedarme. Cuando leía la primera pensé que con la primera; luego me sucedió lo mismo con la segunda; al final, llegué a la conclusión de que era genial todo él.

Me pasó una cosa curiosa cuando lo adquirí, porque lo compré con miedo. Resulta que ya había leído otros libros de la misma autora, incluso algún que otro infantil-juvenil, y tuve la suerte de coincidir, cosa que después de oírla hablar hizo que floreciera en mí una especie de admiración, por su rapidez de pensamiento, por su precisión lingüística, por su sentido del humor, por su inteligencia y  por su savoir faire. Una vez hube adquirido el libro me vino una especie de sensación inquietante por si este estaba por debajo de mis expectativas. ¿Y si al leerlo me sentía defraudada? Esa misma noche me quedé hasta altas horas leyendo para matar esa inquietud.

¡¡¡Qué va!!! No me ha decepcionado en nada, es más, ahora creo que he desarrollado una absoluta envidia de cómo escribe, de las ideas que tiene, y de la vida que me imagino que lleva.

¡Leedlo! Es una orden.

10/9/11

La fuerza de la costumbre

Entra  por la puerta un hombre con la cabeza gacha toqueteando su blackberry con la mano izquierda. Se sienta en la barra del bar y cuando siente por el movimiento del aire acercarse a la camarera, le pide un café sin levantar la mirada del aparato.  Sigue absorto en su ir y venir por las diferentes teclas. La camarera sin abandonar la máquina de café y sujetando el mango  se medio gira y levanta la voz para preguntarle si lo quiere corto. El hombre asiente con la cabeza mientras coge el móvil con la otra mano para adquirir más velocidad en el tecleo. La camarera le pone la taza delante y el cliente como si tuviera calculado el movimiento, coje, sin dejar ni por un minuto de mirar su pantallita, un terrón de un azucarero próximo y lo suelta dentro de su negra bebida. Por último remueve la blackberry a la vez, que con la otra mano, teclea en su taza de café.

9/9/11

Ponerme en tu lugar

Siempre nos parece que las cosas una misma las llevaría mejor que las demás personas. Siempre nos parece que tenemos la madurez de poder afrontar la muerte de un ser querido de forma más entera que cualquier otra persona. Siempre nos parece que nuestra forma de actuar contiene la madurez necesaria para salirse impune de los duros momentos que la vida nos propone. Pero siempre nos parece todo esto cuando es la otra persona la que se halla en el abismo de uno de estos momentos; en la caída libre que supone la muerte de un ser querido, en el empujón recibido tras un despido, en la rebeldía absoluta y el absoluto enfado de aceptar la propia enfermedad: ¿por qué a mí?, la pregunta del millón. Pero cuando la varita de la mala suerte nos toca con su estrellita en la cabeza y nos clava una de sus puntas en las fontanelas, ya nos gustaría correr bien lejos de nuestra piel incapaces de soportar “esa” situación dolorosa ni cinco minutos. La desesperación se apodera de nosotras y no existen palabras de consuelo, porque no existe el consuelo.

8/9/11

El papel

Cada día, en algún momento u otro acudo, al bar, mi bar de escritura, un bar lleno de palabras que tiene las puertas cerradas para que no se las lleve el viento. Siempre me siento en la misma mesa. Es la única que tiene una lamparilla de pie, de esas de bronce labrado y pantalla de color nicotínico, testimonio este de aquella época en la que el humo, cual niebla, ocultaba las caras de los clientes. Justo debajo de la lámpara, contra la pared hay una mesita blanca que soporta un jarrón de aburrido alabastro y dentro de este una horripilante planta de plástico acumula el polvo porque nadie se acuerde de ella.

Llevaba tiempo yendo a escribir y nunca me había fijado en ella. La casualidad quiso hace un más o menos un año que irguiera la espalda y estirara los brazos para que mi mano, sin querer, la rozara y así fue como la descubrí, silenciosa, a mi lado. Lo primero que pensé de ella es que parecía una mesita de noche, por la altura y por su color blanco. No le di más importancia. Quise continuar escribiendo, pero su presencia había adquirido dimensión en mí y me volví a observarla mientras tecleaba las tres últimas palabras de una frase sin mirar la pantalla.  Entonces me di cuenta de que tenía un cajón, con un pequeño tirador de madera pintado del mismo color que la mesita. No me lo pensé dos veces y lo abrí, poco a poco, esperando encontrarlo vacío. No fue así; contenía una hoja de papel cuadriculado doblada. Cerré de golpe sabedora de que si tenía algo escrito no era para mí. Miré a mi alrededor para ver si la gente se había dado cuenta de lo que acababa de hacer, tenía la sensación de haber obrado mal, de haber producido un allanamiento de la intimidad. Por suerte, todo el mundo seguía inmerso en sus conversaciones, en su lectura o tecleando algo en sus blackberrys, por lo que suspiré tranquila intentando desacelerar los latidos de mi corazón. Era de las personas que nunca, nunca leía aquello que no me era ofrecido; ni siquiera de estudiante, cuando la voluntad es más voluble, aquella vez que el maestro me pidió que le llevara unos libros al despacho y tuve la ocasión de ver la lista de notas finales. Ni siquiera dudé un momento: dejé los libros y me fui, orgullosa por mantenerme fiel a mi integridad.

Pero ahora era diferente, era un papel expuesto en un lugar público. Bueno, tanto como expuesto, no, que estaba guardado dentro de un cajón. Sí, pero un cajón que puede abrir cualquiera y tener acceso a su interior. Seguro que alguien ya lo habría abierto y habría leído su contenido. O a lo peor habían utilizado el cajón como papelera. Seguro que era eso.

Intenté volver a mi escritura, releí lo que tenía escrito para volver a coger el hilo pero ya me había desconcentrado del todo y la visión del papel dentro del cajón medio abierto no hacía más que aparecerse en mi mente. Levanté la mirada para comprobar que todo el mundo seguía en lo suyo. Nerviosa abrí el cajón y ahí estaba, diciéndome “leeme”. A sabiendas de que ya era demasiado tarde y de que no me podría perdonar nunca (si la leía porque no debía de hacerlo y si no la leía por no haberlo hecho), cogí la hoja, la desdoblé y respirando con profundidad, la leí.

R5

7/9/11

El vacío

A veces me gustaría ser como  aquellos escritores, que tienen una vida terrible; fracaso como padres o madres, como maridos y esposas, como seres humanos, como amigos. Aquellos escritores que son dipsómanos, ególatras, que se creen en posesión de la verdad. Que no tienen dónde caerse muertos. Aquellos escritores que tienen una vida terrible e incontable, llena de muertes y abandonos, de dolor, soledad y miseria. A veces pienso que esa es la única manera de poder escribir. 

A veces pienso que es por eso que no encuentro el tema, que no sé de qué hablar, que no sé sobre qué escribir. Me desespero delante de la pantalla con la hoja en blanco, reflejo de la mente en ese momento y me gustaría correr hacia una copa de vino y otra y otra, por si así el tema lo conduce el alcohol por mis venas hasta el corazón y mi pensamiento es capaz de arrebatárselo y mis dedos capaces de transformarlo en palabras. A veces, muchas más de las que me gustarían, me siento vacía y esta oquedad no llena páginas.

Hubo una época en la que no me importaba nada de esto. Si estaba vacía no escribía y ahí acababa todo. Pero desde que tomé la determinación de que quería escribir, desde que planeé parte de mi vida para escribir, me desespera el vacío. Y no encontrar sobre lo que hacerlo me lleva a estados depresivos. ¿De dónde nace esta necesidad de escribir si no se tiene nada que contar?

6/9/11

La señora

Sentada en la mesa de enfrente de la mía, en el bar al que acostumbro a ir a escribir, una viejecita mira continuamente hacia la puerta.  Lleva falda negra y zapatos negros, sin medias, la punta de este, recortada, pues hace tiempo que un dedo se montó sobre otro y se los adapta ella misma para que no le hagan daño. Una blusa gris perla, transparente, con flores de raso y volantes por todos lados, deja ver una combinación de rasillo gris que me sugiere que en su juventud debió ser coqueta. Se la ve arreglada. Se ha crepado el pelo antes de salir de casa, como si pensara que así se veía menos la pobreza y la escasez de este. Sonrío al descubrir que por detrás lo lleva chafado, de estar estirada toda la noche, seguramente, sus brazos ya no tienen la flexibilidad para llegar a esa zona. Con la mano derecha se aguanta el antebrazo izquierdo, del que cuelga una bolsa negra que por la tensión parece contener algo pesado. Lleva cruzado un pequeño bolso de cuero que descansa en su regazo, un regazo que por su extremada delgadez me sugiere que nunca ha cobijado a ningún niño. Me conmuevo al pensar en su soledad.
No pierde detalle de toda persona que entra, la sigue con sus despiertos ojos, sin mover la cabeza, que permanece erguida, tal como le enseñaron en el colegio de señoritas cuando era niña. Su semblante, totalmente serio, parece inalterable, no puedo saber lo que opina ni lo que piensa, solo puedo ver el recorrido que hacen sus ojos y donde se detienen más de la cuenta, por algún inexplicable interés. La edad y el tiempo se han encargado de que las mejillas se le hayan venido abajo y eso le confiere una sensación de tristeza que se descubre totalmente falsa si se le mira a los ojos.
Sobre la mesa, una pequeña taza de café que se ha cansado de humear tras el primer sorbo que seguro ha encontrado demasiado caliente. En el borde de esta se distingue en color marrón resto del pintalabios que con mano trémula, imagino, ha cubierto sus labios esta mañana, antes de salir de casa. Al lado de la taza, un bolsito de redecilla metálica, que contiene monedas y algún que otro arrugado billete de cinco euros. Un paraguas merypoppiano descansa sobre la columna cercana a su mesita; hoy el día amenaza lluvia y desde el reuma, quiero creer, se ha tomado muy en serio esas amenazas.
El peso de la bolsa que lleva colgada en el brazo y la lasitud que el continuo peso hace aparecer  han ido desplazando el miembro a favor de la gravedad hasta incomodarle la postura. Se lo recoloca de nuevo y ase el brazo con su mano derecha con mucha más fuerza. La bolsa golpea sin querer la pata de madera de la silla y a pesar que la ropa de aquella amortigua el ruido se intuye que contiene algo duro y metálico.
No puedo apartar mi mirada de ella, voy disimulando como si estuviera pensando qué escribir. Cómo me atrae su austera elegancia y su imperturbable presencia y la intriga de qué contiene esa bolsa.

Al final, se toma el café de golpe en dos sorbos sin separar la taza de los labios entre uno y otro. La deposita con decisión sobre el platillo que contiene la cucharita y el sobre de azúcar intacto. Coge el monederito metálico y el paraguas. Se levanta y se dirige a la barra a para abonar su  café. ¡Una viejecita que en vez de cortado toma café!, me tiene totalmente embelesada.
Cuando se va, llamo a la camarera y le pregunto por ella.
Viene cada día; antes, con su marido, pero murió hace unos meses. Ahora dice que sale a pasear con él y que vienen aquí a tomarse un café. Creo que no está muy bien, la pérdida de su marido la ha trastocado un poco. Siempre se sienta en la misma mesa. Pide su café, se está un ratito y se va.
La camarera ha recoge mi mesa mientras habla conmigo. Cuando se retira, me tiro para atrás apoyándome en el respaldo de la silla y subiendo las manos hasta la cabeza echando para atrás los hombros, resoplo para sacar todo el aire de mis pulmones. He descubierto qué contiene la bolsa negra. Me quedo absolutamente prendada de mi viejecita.
R4

5/9/11

Volver, ¿es mejor volver?

¡Qué miedo cuando el pasado llama a tu puerta y tú no lo quieres ver! De alguna manera, el aire se vuelve más pesado, la sangre se densifica y en tu ser se aglutinan sensaciones que creías superadas. Llevas tanto tiempo trabajándote que aquello pasó y pasado está, que ver ante tu puerta, de nuevo, los brillantes trozos vertebrados de aquel amor o aquella amistad, crean confusión y regresión. La quietud se vuelve compleja de golpe, y el corazón y la razón vuelven a la carga. Te olvidas repentinamente de los días en que tu llanto hacía un receso al llegar la aurora. Y por más firme que sea tu decisión de que todo aquello acabó y acabó en su momento, se desata un terremoto interior que disuelve las necesidades, deshilacha los convencimientos y adelgaza las voluntades. No es de extrañar, entonces, que nos encontremos jugando sobre un tablero con los claro oscuros del presente enfrentándonos a nuestras sombras del pasado.

4/9/11

Escribir ficción

Retomo, después de mucho tiempo, mis lecturas y mi escritura en este estimado tren, cuyo vagón, testigo silencioso de mis sentimientos en estos últimos años, me ofrece su acostumbrada hospitalidad y acompaña mi pensamiento con ese seductor traqueteo al que me abandono, más de una vez, rindiendo mi escritura al estado de ensoñación que me provoca.
El libro que acabo de concluir me fue recomendado tras una charla, delante de un vermouth y unas patatillas, sobre mi incipiente novela. Esa misma tarde me lo compré. A pesar de su escaso grosor y sus pocos capítulos, no es un libro que se lea rápido pues invita a la reflexión continuamente.Mi lectura, pues, ha sido reflexiva, de análisis de comparar y variar mis propias ideas sobre el tema y de cambiar impresiones y sensaciones que debo poner en práctica antes de poder hablar y defender la idea.
En el libro se citan un montón de novelas y autores clásicos como ejemplo de lo que la autora afirma.
Creo que la lectura de esta obra es sólo de interés para todas aquellas personas que quieran ampliar sus conocimientos de narrativa.
Me encanta como escribe esta autora tenía que comentarlo.

3/9/11

La decisión

El gimnasio, una maravilla… Tantas horas sentada en el ordenador escribiendo, corrigiendo, navegando consiguen que, a mi madura edad, los músculos de mi cuerpo se vayan atrofiando paulatinamente, imperceptiblemente, con ese silencio traidor que solo el tiempo sabe crear. Te crees que este pasa en balde, pero un día te encuentras a tu lado un balde lleno de tiempo y de vejez.

Primero es una noche que al levantarte de la silla del escritorio notas un pequeño tirón en la nuca y no le das más importancia, simplemente mueves la cabeza de una lado a otro y de arriba abajo y das por acabado el hecho.

En otra ocasión, te levantas a la vez que con la mano en el ratón le das a inicio para apagar el ordenador y te cruje la rodilla derecha, ahí, detrás mismo de la rótula, con esa sensación de “se me ha roto y juro que no he sido yo”, e interrumpes todo movimiento hasta que el terreno esté bien inspeccionado por el cerebro y te atrevas a recuperar la verticalidad propia de la raza.

Lo próximo que puedes notar es que se te duerma un pie. Sin apercibirlo, has dejado de cambiar la posición de este (y del otro) mientras trabajas, tal como hacías antes. Lo peor es que con el tiempo el dormir ha llegado hasta la pierna y por último hasta la ingle. Cosa que se soluciona dando unos saltitos arrítmicos por toda la habitación hasta que la sensación de tu pierna se normaliza.

Y se sigue sin dar importancia al asunto, más que nada, porque la mente, ocupada en otros asuntos, es incapaz de globalizar los hechos aislados que van produciéndose. ¡Qué discreto el deterioro!

Pero llega un día en el que decides invitar a unos amigos a una comida informal en tu casa y decides preparar, pongamos, unos huevos revueltos con salmón y justo cuando el huevo está cuajado como a ti te gusta, sacas la sartén del fuego para volcar su contenido sobre una fuente y resulta que necesitas las dos manos  para poder realizar el movimiento, además de tener que pegar los codos a la barriga para poder sostener el peso. En ese preciso momento, cuando la sartén te tiene cogida por el mango es cuando tomas la decisión de que debes apuntarte a un gimnasio.

Lo demás es fácil: te informas de cuál es el mejor gimnasio para tus necesidades, te haces un plan de horarios para ver a qué clases puedes acudir o qué instalaciones son las que te convienen más. Te compras todo, absolutamente todo, el ajuar deportivo necesario para ponerte en forma (no nos olvidemos que ese es el objetivo), chándal, camisetas, calcetines, zapatillas deportivas, sin olvidarse de toallas para secar el sudor. Cinco cosas de cada, porque lo bueno es ir al gimnasio todos los días, antes del trabajo, o por la tarde, cuando ya has acabado toda la jornada. Cuando ya tienes todo, informas a todas a tus amistades que ahora irás a un gimnasio. Y el día que por fin debes empezar el gimnasio, te sientas en el ordenador y escribes: el gimnasio, una maravilla, para quién vaya, supongo.

R3

2/9/11

La verdad, nada más que la verdad.

Cogí la moto y conduje hasta donde estaba, sin pensar en el camino, sin mirar para nada la conducción. Pensando que una de las soluciones sería da un golpe de gas y acabar con todo; imaginando quién vendría a mi entierro, quién lloraría desesperada o quién no podría vivir sin mí. Ahora verían. Lloraba de emoción porque yo misma me veía en el velatorio, allá de cuerpo presente.
Fue tan fácil todo, señor agente. Las cosas siempre salen bien si no se planean: abrió la puerta y, en cuanto la vi, supe que tenía que matarla, con eses conocimiento profundo que una tiene de las certezas, ¿sabe? Si creyera en el destino casi podría decir que había nacido para eso.

R2

1/9/11

Empatía

Llegaron de golpe. Me enteré por la conversación de palabras entrecortadas y mal pronunciadas a voz en grito que de pronto ambientaron el principio de la silenciosa tarde de aquel domingo. Se pusieron detrás de mí, en la cola. Caía el sol de agosto de lleno. La sombra de la marquesina me separaba de ellos con una perfecta línea en el suelo. Un par de ellos decidieron sentarse en el escalón de las taquillas y avanzando con la dificultad de su descoordinado caminar así lo hicieron. Me di cuenta de que llevaban un cordón al cuello con una medalla de cartulina plastificada donde estaban escritos la dirección, el nombre y el teléfono para que la gente supiera donde recurrir en caso de pérdida. Estaban contentos, esa tarde les había tocado cine y hablaban de la película que iban a ver. Se entreveía a través de sus  sonrisas los dientes mal puestos debido a una cavidad bucal más pequeña de lo normal y la gruesa lengua que impedía la perfecta fonética esperada a su edad.

Detrás de mí estaba el monitor con más jóvenes de características similares que estaban callados y algo jadeantes por la solana que les caía encima. Cerca de aquel, la única mujer del grupo permanecía callada. Sus ojos de rasgo mongol miraban con interés el cartel de la película que iban a ver y contaba ayudada con su grueso índice el número de pitufos. Su boca entre abierta se movía como si fuera a pronunciar los números cada vez que señalaba uno, pero no emitía sonido alguno.

Sala uno. Sala uno. Sala uno fue lo único que pronunció.

La cola se fue alargando poco a poco. De casi el final de ella, una mujer exclamó con sorpresa y alegría:

—¡Marisa!

La niña Down se giró hacia ella y con una amplia sonrisa corrió hacia ella para acabar abalanzándose cariñosamente sobre sus brazos. La mujer la besó sonoramente una y otra vez. Y la niña se dejó hacer mostrando su felicidad a través de aquel abrazo que no acababa nunca.

¿Qué haces aquí, Marisa?

Voy a ver los Pitufos. ¿Y tú?

Yo voy a ver otra.

¡Ah! exclamó mostrando su absoluta decepción.

Perdón intervino el monitor prudentemente, ¿de qué la conoce?

Soy amiga de su padre. Hemos ido de viaje muchas veces juntos.

A Mallorca, a Montserrat. En autocar dijo la chica aplaudiendo cada vez que decía un lugar.

Sí, cariño, con el papa y la Claudia. ¿Te acuerdas de la Claudia?

Sí.

Para entonces, toda la cola del cine estaba pendiente de esta conversación.

¿Y dónde está el papa, cariño?

La niña con la mano derecha y el índice estirado señaló al cielo subiendo y bajando el brazo dos veces.

¿Quieres que vaya contigo a ver los Pitufos?

Aquel día, en aquella sesión, hubo un lleno inusual en la sala número uno.

R1

31/8/11

Palabras

Viví siempre tras las palabras, escondida, agazapada. Fueron tablón perfecto en medio de este naufragio que era mi vida, que era mi casa. Y cuando te conocí, lejos de esconderme y desaparecer, me declaré en rebeldía contra mi destino, solo por ti, mujer. Recogí a conciencia las heridas del pasado y puse voz al silencio que tanto me había acompañado. Te amé con cordura y locura, con amor y despreocupada holgura.

Te amo con pasión, con pasión y sin miedo a esconder lo que por ti siento. Y si algún día la sombra interfiere entre nosotras y me siento morir de amor por dentro, ¡vaya idea macabra!, sé que siempre me quedará, la última palabra.

30/8/11

Nuevos apuntes

Penetrar en la mente de los personajes creo que es algo que no debe resultar demasiado difícil ya que es el propio escritor el que crea, modula y define esta mente puesto que dicho personaje es producto suyo. La dificultad radica en seleccionar, parar ser narradas, las acciones de este de manera que esta mente (alma, dirían algunos) pudiera llegar al lector sin necesidad de explicar nada sobre ella.  Las mentes necesitan de la acción para ser comprendidas. Nada más. Ni una palabra. Si el escritor se ve en la necesidad de explicar directamente los porqués de la actuación de su personaje, ocurriría como cuando nos cuentan un chiste y no lo  entendemos, la explicación de después elimina la posible gracia que el chiste pudiera tener.

Sobre la originalidad. No sé si pensé que el tema de mi novela, el tratamiento de esta, la elección del narrador y el punto de vista, la elección del tono y el tiempo iba a ser original o no. Ahora ya sé que no lo es pues el otro día me hablaron de la inminente publicación de una “historia” parecida a la que pretendo narrar. Lo que siempre he sabido es que no pretendo la originalidad. No tengo ganas de encorsetarme dentro de esa etiqueta porque en otros campos he descubierto que es uno de los bloqueantes más difíciles contra los que luchar. Ello me conduce directamente a tener un objetivo: la sinceridad. Recuerdo cuando empecé a estudiar narratología que me dijeron: un escritor debe ser sincero consigo mismo. Por aquel entonces entendí las palabras que componían la frase, pero no su significado. Ha sido a base de ir escribiendo que  he comprendido lo que me quisieron decir. Mi visión, mi visión personal es lo que debo transmitir y si pienso bien, en ello radicará la originalidad de la escritura.

Empezar a escribir necesita tiempo para que la idea germine en el interior, al principio bien alejada de las palabras. Las prisas son malas para poder crear las mínimas condiciones ambientales de gestación. Una gestación que debe verse afectada directamente por los conocimientos del escritor y su experiencia. Y por lo que he experimentado, es absolutamente necesario mover esa idea, sacudirla, girarla, vibrarla, hasta el límite para conseguir el cóctel que conducirá a pasar la idea a palabras.

Escribir es un proceso largo y duro. Largo porque no se obtienen resultados inmediatos y duro porque requiere una constancia, tesón y hasta cierto punto, esclavitud. A veces pienso, que un escritor no debe ser demasiado diferente a un drogadicto, enganchado siempre a las palabras, necesitando de ellas para vivir, mientras que cada línea escrita es como un arañazo en el corazón. Después de escribir seguido, durante muchos días, me siento vacía. La escritura me vacía pero me crea la necesidad imperiosa de seguir escribiendo. Una necesidad que se convierte en dolor y angustia, que no puedo calmar debido a que estoy vacía. Y busco por mi interior, rincones y pliegues donde pueda haber quedado algo para ser contado y descubro asustada que no hay nada. Dolor. Dolor que solo curará el tiempo, el encargado de volver a llenarme para poder vaciarme de nuevo.

Eso sí, no existen atajos en la escritura. Si quieres obtener un buen producto no queda otra que pasar por todas las fases. De lo que deduzco directamente que mejor, mucho mejor, como casi todo en la vida, disfrutar del proceso que del resultado. El resultado resulta minúsculo al lado de lo gigantesco del proceso, ¿vamos a hacerlo al revés? Descubrí que no debía ser tonta y tenía que disfrutar del todo el proceso, desde la ida, hasta el punto final. Así lo estoy haciendo, no me dejo perder esta conciencia. Pero he de admitir que a pesar de esto, también supone dolor y padecimiento, inquietud y alguna que otra neurosis en momentos de crisis.

No sé si es bueno reflexionar tanto, pero tengo claro que es parte de mi proceso y disfruto con ello. Por ahora, es la parte en la que estoy inmersa. Cada trozo escrito de mi novela me supone un montón de días de planteamientos y análisis sobre mi escritura, varios libros leídos sobre la forma de escribir de escritores consagrados y diversos ensayos sobre la teoría de la escritura. Sin lugar a duda, mi proceso es largo. Tanto que desespero a las pocas personas que tienen la fe puesta en mí y que al principio, tenía terror a defraudar. Ahora, he aprendido a vivir con este terror y me he concedido todo el tiempo del mundo para no defraudarlas.

El otro día tuve una conversación con mi profesora de novela, le comentaba mi dificultad para escribir relatos cortos y mi dificultad para escribir novelas. Su opinión fue que cualquier persona debía empezar escribiendo relato antes de pasarse a la novela. Esto junto a la lectura de unos ensayos de Edith Warton en los que afirma que es mejor dedicarse a un cultivo modesto de manera concienzuda y minuciosa, que dedicarse a uno más ambicioso sin profundizar, y también, junto al recuerdo de un antiguo alumno que quiso aprender a escribir poesía y se dedicó a escribir una cada día, como ejercicio, me han llevado a tomar la determinación de intentar escribir más relatos, así, como ejercicios, para desarrollar al máximo mis capacidades, si es que existen.

29/8/11

Autointrospección

La autointrospección es un hábito al que debemos permanecer siempre ligados y del qué, por desgracia, nos olvidamos con frecuencia. Este término está abosulamente en relación con nuestra propia historia, con nuestro pasado. Así como también es importante contemplar nuestro pasado para no errar las nuevas pisadas en la vida; pero no contemplarlo de una forma hipnótica, más bien propia de la tristeza, o de una forma que interfiera en tu carpe diem, propia del dolor agudo y mal digerido, si no de una forma analítica y positiva.

La autointrospeción y el silencio van unidos de la mano. Cuando el pensamiento se introduce y se pierde dentro de él mismo es imposible hablar, oír, ver, sentir lo que pasa a tu alrededor, ya que todas  esas comunicaciones quedan a nivel de las entrañas que es donde anida el alma.

En la autointrospección no existe la incredulidad pero sí la mentira. Es muy fácil tragarse las propias mentiras. Pero esa es una falsa autointrospección. Se reconoce la de verdad porque lleva implícito cierto desplome de las ideas. Para llegar a ella sin pérdida, debe seguirse el camino que marca el sonido del vehemente susurro de nuestro Yo.

Una buena autointrospección ayuda a entibiar el alma que tirita dentro de nosotros; es un hábito que debiéramos ejercitar con mayor frecuencia para conseguir la calidez de corazón que actualmente nos falta a todos.

24/8/11

O sí o no, o blanco o negro, o oro o plata

Siempre me ha gustado hablar. Explicar cosas de mí, o sobre otras personas, opinar de la vida y avanzar hechos desde mi propia verdad. La gente me escucha y asiente con la cabeza, pues poco espacio dejo para sus opiniones entre mis palabras. Solo callo en mi soledad, momento que aprovecho para leer y adquirir nuevas ideas y sentencias para poder comunicar.

Pasase lo que pasase, en mis propias carnes, nunca me he permití el lujo de la autocompasión, por lo que mi discurso siempre fue ameno, incluso divertido, diría yo. Ese toque de ironía que posee toda persona inteligente, le daba la chispa y provocaba alguna que otra carcajada en mi receptor.

Pero un día, sin saber por qué, empecé a volverme parca en palabras. Dejé de encadenar conversaciones, como era mi costumbre para incurrir en largos y silenciosos intervalos. Si alguien me hubiera prestado atención en esos momentos le hubiera mostrado sin ambages la intensidad de mis emociones.

Al principio, me esforcé por mantener esa inicial locuaz munificencia, pero siendo como soy la primera en obedecer mis sentimientos, al final, callé.

A partir de entonces, noté que la quietud de mi casa me extendía unos brazos consoladores que me confortaban y me ofrecían un pulquérrimo silencio al que sucumbí con pleno convencimiento y ansia.

Con ello, no hizo falta que la vida me adujera nada más: soy persona de extremos.

23/8/11

Leí

Cuando alguien utiliza la palabra inmoral, dejo de prestar atención. Dicha por un joven, es ridícula, dicha por un viejo, es sentenciosa, reaccionaria (…). En las personas de mediana edad que aman y temen la idea de una vida moral más que ninguna otra cosa, es hipócrita.
Incapaz de recordar dónde lo leí.

22/8/11

Quijote sin molinos

¿En qué me había convertido? Mis sueños, cuando niña, nunca me conducían a una vida como la que estoy viviendo. Encerrada en casa, sola, sin amigos.
Al principio, los libros me hacían toda la compañía que necesitaba. Leyéndolos, vivía todas esas historias y aventuras que narraban.
Me gustaba la idea de convertirme en una secuela de Quijote, con la nocturnidad y la alevosía que confiere el vivir sola. Me solía decir, con esa capacidad repentina de vislumbrar certezas, que era lo mejor para mí.
Pero tras un par de años animándome a seguir con las lecturas y a tener vista cansada y el cuerpo entumecido del sofá, empecé a necesitar la calidez de otro ser humano. Esa calidez de la que se me hablaba una y otra vez en todos los libros que leía.  Pero mi saber hacer en asuntos sociales había desaparecido y me sentía impotente ante tal hecho. Esa soledad morigerada se iba convirtiendo en mi propia condena.
Me asusté de ese insidioso cambio de  actitud y salí a la calle para solucionarlo. Mi actitud retraída ya formaba parte de mi personalidad. Cada vez que intentaba un acercamiento hacia alguien, en un bar, en un teatro, en la cola de una caja de supermercado mi aversión a comunicarme aumentaba. Por otra parte, confieso que mi mirada cetrina no ayudaba mucho a establecer contactos.
Un buen día, de tanto vivir sin más compañía que la de mis lecturas, el dolor empezó a adueñarse de mí. Con el paso del tiempo,  me fue difícil contener a semejante tirano. Para atemperar esa sensación ominosa empecé a beber sin darme cuenta que empezaba a destilar la triple esencia del desamparo con el que pasaría el resto de mis días.

19/8/11

Recuerdo como si fuera hoy

Llegaste  tarde, sin ganas, inmersa en tus propios pensamientos, cavilando sigilosamente las primeras palabras que me dirías. Tu cara cansada, con visos de doblez en cada gesto, me anunciaba, mientras te sacabas la chaqueta, la desalentadora noche que me aguardaba. Con ese falso candor infantil de la mentira, tus manos torpes y presurosas me cogieron y me atrajeron hacia ti para proceder con el acostumbrado y gastado beso de “hola, cariño, ¿qué tal el día”. En ese preciso momento vi efectivo mi destrone y  desde un estado jadeante de estupefacción y fatiga conseguí articular “bien”. Después de un par de semanas anodinas de incurrir en largos intervalos de silencio, vio  que lo irremediable se había hecho presente  y me comunicó, profusamente envuelta de su verdad y expresándose sin ambages, la existencia de un nuevo amor. Me descubrí, unos días más tarde, obedeciendo a tus sentimientos de forma fría y envarada, como conformándome con el dictado de la providencia y adquiriendo una creciente aversión hacia ti y hacia todo lo tuyo. Tuvimos que destrenzar nuestras vidas en un par de días, tiempo suficiente para convertir nuestro desamor en un rosario de alharacas.

El tiempo, como puede verse, no ha fragmentado el recuerdo si bien lo ha ido rodeando de una rústica penumbra que desdibuja la silueta haciéndolo más irreal.

18/8/11

Apoema

A veces, la noche no se confabula conmigo y anula de mis dedos el movimiento de las palabras sobre el teclado. Por más que siento no escribo; deambulo por los límites de la lengua como pedigüeña a las puertas de un castillo medieval. Sin luchar me entrego a la condena de amarte y no poderlo escribir, no poderlo decir, no poder nombrarte. Ando y desando metáforas mientras me concentro en escribir tu nombre con sangre en las paredes de mi corazón, porque nada ni nadie puede evitar que el alma siga escribiendo su historia.

17/8/11

Mi última decepción

Ayer me volví a decepcionar. Las personas me decepcionan y no puedo evitarlo. “Es que esperas mucho de ellas”, me dijeron cuando me preguntaban que qué me pasaba. ¿Es que espero mucho de ellas? Estaba la mar de tranquila esperando que empezara un espectáculo al que me habían invitado y vi a una persona conocida. Una chica con la que estuve bailando durante unos cinco años. Primero mientras aprendíamos, en clase. Luego haciendo nuestros pinitos en algún que otro bolo benéfico. Luego por placer y por último alguna que otra vez en la calle. ¡Qué tiempos aquellos! Fue un verano muy divertido. Y en aquella época, no había crisis, nos daban dinero por la actuación. Lo dejaban en un bombín que poníamos delante o bien cuando lo pasaba yo. Más de una vez había estado en su casa y ella en la mía. Conocía a sus padres, a su hermana (que en ocasiones, también bailaba con nosotras), a toda su familia.

Ayer, en cuanto la vi la llamé. “Ah, hola”, me dijo como investigándome, “tú eres la chica de la Academia”. ¿La chica de la Academia? Vaya, no sabía ni cómo me llamaba. Fue como una punzada que sentí en alguna de mis entrañas. Educadamente, le pregunté por toda su familia. Me fue contestando a todo que bien, me informó de lo que hacían sus hermanas y de en qué compañías había trabajado ella (ella se ha dedicado profesionalmente). No le quise decir que la había visto actuar más de una vez, que aunque no sepa que está en una compañía, su estilo de baile es tan personal y tan bello que lo reconozco en todas partes. Le di recuerdos para toda su familia, con mucho cariño, porque así lo sentía.

Nos despedimos y continué esperando que fuera la hora de entrar en la sala. La recepción se fue llenando y no podéis imaginar el vaso de agua fría en la cara que resultó descubrir entre las personas que estábamos esperando, a toda la familia, hermanas inclusive, para la que yo cariñosamente había dado tantos recuerdos.
Se ve que estaba de más venir a buscarme y decirle a sus padres, “mirad, después de tanto tiempo, me he encontrado a Dintel”. Deducción, yo había caducado ya.
Esto refuerza mi teoría sobre la caducidad de las personas.

16/8/11

Ruptura

Tras la ruptura, la vida se va susurrando y se lleva con ella la luz. Su ausencia recrudece las aristas de la soledad confiriéndole el derecho a gobernar. Los estores permanecen bajados contra la mañana. Las cálidas y deseadas sábanas se han vuelto ácidas y laceran el amor. Sin embargo continúas entre ellas, nunca te gustó andar en la oscuridad. Con su abandono, llegó el invierno apresurado y, con él, las fórmulas de pesar y de dolor. El otro lado te sostiene susurrándote odios y venganzas y le dejas hacer sin aletear.

Levántate. Levántate. Arranca de cuajo la mortaja acre que te cubre y te aprisiona. Debes volver a caminar. Vuelve a la vida, aunque sea con insomne vigilancia sobre tu persona, aunque te tengas que acoger a la furia y a los desmanes, aunque derrames frases, gritos y llantos en este callejón sin salida que es el amor.

15/8/11

Recuerdos de un callejón sin salida

Me lancé como una jabata a coger el libro de la mesita de la librería. “Es mío, mi tesoro”, hubiera gritado como Gollum si hubiera sido necesario. Pero no lo fue, había más ejemplares y en aquel momento nadie más quería uno. Llegué a casa y abandoné el libro que estaba leyendo para leerme este. Esta vez no era una novela, eran cinco relatos. Estaba bien, también me apetecía su lectura.
Lo empecé el sábado y lo acabé el domingo, por la noche. Me gusta, me gusta como escribe esta mujer, ahonda en los sentimientos de una manera natural, como si no costara nada describirlos. Con lo difícil que me está resultando a mí escribir mi novela.
El libro consta de un epílogo en el que la autora nos habla de la tristeza. No estoy, para nada, en un momento triste de mi vida, pero lo estuve. Lo estuve y durante mucho tiempo. Es una cosa que no se olvida. Que se reconoce en el prójimo, que se empatiza sin que te lo pidan. De alguna manera, llevas marcado el corazón para siempre por ella.
Vale la pena leerlo, llevarse la tranquilidad que fluye de su lectura, la tremenda aceptación de la realidad. Vale la pena perderse en ese paisaje emocional que nos brinda la autora para podernos descubrir un poco más a nosotros mismos. Recomendado queda.

13/8/11

El asiento del conductor

Qué libro tan extraño y cómo ha llegado a captarme. El verme perdida entre los hechos que narra, que en un principio no tienen ni pies ni cabeza, ha sido el máximo aliciente para su lectura. Es de aquellos libros que con los días te va gustando más y más. No es un libro en el que te encariñes con la protagonista, es imposible hacerlo. Al menos, lo ha sido para mí, que no me ha despertado la más mínima empatía. Bueno, vamos, es que creo que es imposible que se la despierte a alguien. Me ha parecido un experimento de narración, como si su autora perteneciera al grupo OULIPO. Cuando encuentro autoras que desconozco me pierdo por la red a ver qué fue de su vida. Me gusta mucho leer biografías, aunque lo haga menos de lo que debiera, porque me da pereza empezarlas. Eso sí, luego, no hay quién me pare en una temporada.
Curiosa lectura, no puedo añadir más.

12/8/11

Cambia, todo cambia

Y a mí qué poco me gusta. Con lo bien que estoy con todo igual. Lo que no me gusta ya lo cambiaré yo. No necesito que de fuera me lo cambien o que sencillamente, el tiempo se ocupe de ello. Me molesta pasear por el barrio y ver que las tiendas cambian de dueño, ver cómo cierran, cómo desaparecen. Me molesta que la gente se vaya a vivir a otra casa, a mí ya me estaba bien que vivieran donde estaban.
Cualquier cambio me supone un poco de angustia, sobre todo hasta que me acostumbro a la novedad, que todo hay que decirlo, es bien rápido. Porque, por otro lado, me encantan los cambios. Me gusta ver cómo, en general, todo va a más. Como evoluciona con el paso del tiempo, una tienda, una persona, una amistad, un loquesea. Disfruto recordando el pasado (que no viviendo en él) y pensando en qué se ha convertido loquefue.
Y con esta terrible paradoja en mi interior, sigo viviendo, feliz, o no tanto, evolucionando mientras intento no cambiar y recordando cómo era.

11/8/11

Quién esté libre de pecado...

Con el tiempo descubrí  que tenía que haber habido y se vino abajo la estructura de mi mundo. La vorágine de aquellos tiempos  le daba cuerda a mi vida sin preocuparme yo de alimentarla. ¿Para qué pensar? Beber, follar, dormir, sin dejar de fumar.  Una manera de sentirme viva. Mientras huía del silencio de mi sombra, creaba más lobreguez en ese bosque que es mi vida. ¡Qué estupideces hacemos a veces y qué independientes nos sentimos al hacerlas! Suspendemos el sí y el no en la cuerda floja del momento para embadurnarnos en cualquier pliegue del mundo. Saltamos con la pata coja por las intersecciones que las amistades, amablemente, otorgan y nos creemos dueñas de nuestro movimiento, un estúpido e inútil traqueteo que pierde el armazón de toda medida. Tendría que haber habido. Saberlo no ocupa lugar, pero sí dolor.

10/8/11

No pasa nada, con pedir perdón...

Me maravilla cómo se puede llegar a mentir en televisión. De verdad, nunca pensé que la labor “periodística” llegara hasta este punto. Para empezar, en la mayoría de programas, “los colaboradores” no tienen nada de periodistas. Pero también los hay, gente que fue grande de la información y que, ahora, está colaborando con este tipo de programas.
Este verano, que he tenido ocasión de seguir casi diariamente la dinámica de estos programas, he podido comprobar cómo llegan a lavar el cerebro de la gente que los sigue. Las discusiones carecen de argumentación, todo son chillidos (que no gritos), hablan todos a la vez y mordiéndose (como diría mi padre), todos pueden demostrar lo que están diciendo pero dicha demostración no llega nunca a suceder, todos piden unas imágenes que tiene la tele pero que nunca se llegan a poner. Es más, de un programa a otro, de un día a otro, cambian de parecer y niegan lo que dijeron antes de ayer.  Más de una vez me echo las manos a la cabeza, me levanto como una furia del sofá y digo: “pero cómo puede estar diciendo ahora esto, si ayer…?!
Los directores de programa, o la misma productora, permite este tipo de circo romano que todo el que sale a la pista es para aporrear, hacer daño o cargarse al que tiene al lado, que ya no delante.
Todo el mundo tiene un  confidente del que no puede dar referencias pero que lo que dice va a misa. Se acusa y se señala y no sobre cosas banales y fútiles, y si luego se puede llegar a demostrar que es falso, ya pediré perdón. Nunca el perdón ha sido tan fácil de pedir. Primero tiro la piedra y luego ya te indicaré dónde está la farmacia.
Se me olvidaba ¿y eso de “hacerse platós”?, me muero de risa cuando lo oigo. Echan la culpa al que quiere ganar un dinero platoneando, bien lejos de Platón, y no al que lo contrata a pesar de saber que lo que va a decir es una mentira.
Eso es lo que pide la audiencia. Esta es la excusa que dan, y debe ser verdad, aunque yo no tengo manera de comprobarlo. Sólo puedo decir sin miedo a equivocarme que de un tiempo a esta parte hay toda una tipología de gente, sobre todo entre mis clientes, que muerde más que habla, que ataca más que expone y que desdeña más que se inquieta y todo ello concluye en un deterioro de las relaciones cordiales y de trabajo.
Y os preguntaréis que por qué estoy viendo esta serie de programas. Bien fácil, siempre me gusta saber qué pasa a mi alrededor y realmente este fenómeno está llegando demasiado lejos, tan lejos de donde empezó y tan lejos que lo tengo aquí, tan cerca.

8/8/11

Las hermanas Bunnes

Ha sido todo un descubrimiento. Pasé por la Casa del Libro a buscar un libro que no encuentro en ninguna librería y en esta tampoco lo tenían. Me quedé un rato viendo las mesas que recomiendan las mejores lecturas para el verano y mis ojitos miopes repararon en un ejemplar de una editorial desconocida. Cogí el libro, me acerqué a una de las simpáticas señoritas que la tienda pone a disposición del público para ayudarte a elegir o buscarte algún libro en concreto y le pregunté: ¿Has leído este?
No, no lo había leído, pero la escritora, según ella, es buenísima. No dudé y me lo quedé. “Recomiéndame uno que te hayas leído”. Como ya os podéis imaginar salí con tres libros bajo el brazo.
Me ha encantado. Después de leer Wicked por necesidad, necesitaba (redundo) leer algo por pasión. Y este me ha apasionado. Así quiero escribir yo. Además de lo que he disfrutado con él, he descubierto una cosa muy importante del narrador de mi novela: este es el que quiero y el que necesito. Leyéndolo he entendido a la perfección la distancia de la voz narrativa y el personaje. En fin, que he tardado, pero ya me he aclarado en algo.
Por cierto, el libro es una pasada. Debiera ser lectura obligatoria. Cómo he disfrutado. ¡Leedlo! (es casi una orden).

4/8/11

Estoy triste

¡Qué mal! Años y años comprando en una verdulería. Conociéndome y conociendo a las dependientas: mis gustos, sus costumbres, cuando llega el camión con la verdura recién cogida, cuando más vale no acercarse porque es de cámara, qué es lo que me gusta y me traen especialmente, y ahora, va y el jefe cierra, chapa, es casi como los antiguos  lockauts de final de siglo XIX (iba a decir siglo pasado, animalica).

¡Qué pena tengo!, me había encariñado tanto con las dos chicas que despachaban. Por Navidad les regalaba bombones, alguna vez les había llevado algo para media mañana (soy de las que les gusta comprar cuando el género está acabado de poner y que nadie lo ha estado tocando) y ellas, siempre, siempre, me aconsejaban que era lo mejor del día.

Ahora, voy a tener que desplazar a otra tienda mi costumbre. Y ellas pasarán a ser de aquellas personas que no olvido y que de tanto en tanto me preguntaré si se acuerdan de mí.

Ayer por la noche, no podía dormir, y este fue el tema que se me ocurrió pensar: la gente que ha pasado por mi vida y durante una temporada ha sido mi amiga, ¿se acuerda de mí como yo de ella? ¿Me recordará con el mismo cariño que yo la recuerdo, a pesar de que la vida, las circunstancias o nuestros caracteres nos hayan separado?

La gente pasa por mi vida y es bien poca la que permanece. Es más a veces pienso que alguien, por llevar más de cinco años en mi vida, va a permanecer y no es así. Soy persona a la que le cuesta mucho tener amistades. He perdido tantas que he dejado de creer en el concepto. A veces pienso que debiera consultar a una psicóloga. El otro día me comentaban que todo el mundo por un motivo u otro debiera ir al psicólogo (psicóloga, prefiero yo). Lo mismo es el momento de empezar.

3/8/11

Analogía de vida

Escribo y borro. Escribo y borro. Escribo y borro. Porque siempre es mejor que dejar de escribir y no borrar.

2/8/11

Viajera de besos y cuerpos

Llega de nuevo el tiempo y con la mochila llena de deseo emprendes de nuevo el camino. Allá dónde tu instinto te guie.  Sin rumbo fijo, tus manos se perderán en el cuerpo que te ofrezca esa subacuática pradera de inagotables trazos. Rendirás tu presencia ante semejante monumento intentando dilucidar la historia secreta que posee. Buscando aquello que otras encontraron en su tiempo. Dejarás la huella de tu paso en forma de aroma y poco tiempo y seguirás tu camino en busca de un caliente parador donde pasar la noche sin alcanzar el sueño de la razón. Sólo locura, lascivia y cuerpos. Sólo ese polvo diamantino que ofrece la pasión sin compromiso, la utopía de lo perfecto, la vibración de dos desconocidos sexos.

1/8/11

Wicked

Este fin de semana me han explicado “una cosa” que había hecho una persona a otra y que se podía definir sin lugar a duda como maldad. ¿Por qué es tan mala esa persona?, fue la pregunta que nos hicimos.
Cada libro que se lee aporta un poco más de madurez, de esto no tengo duda. Por lo que la visión sobre este tema ha cambiado bastante desde que empecé a leer este libro.

¿Cómo se forma una persona mala? ¿Se nace malo? ¿Influyen las experiencias que vas acumulando en tu vida? ¿Es la propia vida la que te condiciona a la maldad?

Lo que está claro es que la actuación de esa persona es lo que se dice “una putada” si se pone la empatía del lado de la “víctima”. Pero si cambiamos nuestra empatía de lado, podemos encontrar una persona con problemas de autoestima, egolatría, control, necesidad de… y todo ello junto deja un reguero de actuaciones que nos lleva a concluir: esta persona es mala.

El libro que estoy leyendo trata de eso. Es un libro de difícil lectura, al menos para mí, ya que salen un montón de personajes, nombres y lugares, y descripciones que me impiden disfrutar de forma seguida. Es como cuando leí El Hobbit o El Señor de los Anillos. Me perdía entre tantos mundos fantásticos, tantas razas, tantos pueblos, tanto de todo.

La verdad es que su lectura es por necesidad y la historia, en sí, me está gustando mucho, pero, por favor, qué atracón de páginas y páginas de entramado.  Aún así, he sido capaz de dejarme enamorar por la protagonista. Será porque tengo también las imágenes de la obra de teatro, será por las canciones, será porque en el fondo me producen ternura las personas así.

De todas maneras, la sensación de que la gente que hace putadas es mala, sigue flotando un poco por mi interior. A veces, el hecho es más fuerte que la intención empática, sobre todo si se conoce la bondad de la víctima y la alevosía de la “bruja”.

NOTA: El libro es una pecuela del Mago de Oz.