29/1/19

Tocando fondo


Estoy llegando a mi fin. Mi interior se está apagando irremediablemente. Pensé que podría salir de esta, pero estoy viendo que no.

Leí ayer:

“Todos tenemos hogueras internas en las que nos consumimos sin saberlo pero sintiendo las mordeduras del fuego en el alma… hasta descubrir… que todo lo que no es amor, es miedo”.

Y por aquí van los tiros: lo mío es amor y es miedo.

La ilusión de vivir se está apagando, paso los días de una manera anodina y cadenciosa que es el tempo que me marca el alma, o, al  menos, sale del lugar que debería ocupar esta.

Habitarme durante el día es vacío pero durante la noche es peor. Llegar a casa y descubrir que mi hogar eres tú y que tú no estás me entristece cada día.  Una tristeza acumulativa que cala en todo mi ser. Me siento en el sofá, mirando la pared de delante y dejo pasar el tiempo sin ganas de hacer nada. Veo como va oscureciendo la tarde y como las sombras se pasean hasta que la oscuridad se lo come todo. Me descubro más de una vez hablando con su nombre, móvil en mano y mirando su ventanita de whatsapp. Debo estar perdiendo el juicio, además de a ella.

En un arranque, vacié todas las fotos del móvil, las suyas también. Excepto tres que he mantenido secretamente escondidas y a las que cada mañana acudo a dar los buenos días. Porque es a ella a la que doy los buenos días cada vez que me levanto, y es a su recuerdo al que acudo cada vez que me desvelo, y me desvelo a posta cada noche para poder acudir a él. También está esa vieja camiseta que quedó olvidada en un armario sobre la que me lanzo para tener algo a lo que abrazarme y paliar, así, la añoranza de su cuerpo.

Y así ya no puedo seguir más. Veo mi vida a la deriva, hundiéndose poco a poco y sin ganas de seguir achicando agua. Y no me veo pasando un año, otro año y otro sin ti.

9/1/19

Reyes


Y la vida sigue y no se detiene y el tiempo pasa y poco a poco descubrimos que lo importante es viajar, conocer gente, ver nuevas culturas. Pero también viajar introspectivamente, hacia tu interior. Dar la vuelta al mundo y también a tu alma, que no sea nunca esa cara desconocida de la Luna. Y siempre, siempre, e cualquier de nuestros viajes que nos acompañe la luz, nuestra luz, aquella que ilumina nuestro intelecto, nuestras emociones, nuestro camino.

8/1/19

Regalo de Reyes II


Llegué puntual al bar y volví a pedir una Coca-Cola. Tenía ganas de volver a tomar una, pues ahora su connotación ha cambiado; no he parado de repetir la escena de ella dándome de beber en mi vaso cosa que me ha conducido al extremo de la excitación.

He vuelto a coger la prensa, pero he sido incapaz de concentrarme en ella. No quería que me notara esperándola por lo que iba mirando de reojo la puerta, para que pareciera casual y no se viera que estaba controlando. Cada vez que se abría me ponía tensa, mi corazón aceleraba su latido, que ya estaba bastante acelerado de por sí y apretaba más el periódico con la mano. Esta vez me había puesto toda la Coca-Cola en el vaso, como ella me había enseñado y en vez de beber solo me mojaba los labios, no quería que se me acabara antes de que llegara; tenía la fantasía demasiado viva.

Fue pasando el tiempo y empecé a pensar que no iba a venir. Me invadió una decepción: era demasiado bonito esperar que lo que ocurrió el otro día tuviera continuidad. Esperé una hora y pico y al final, enfadada conmigo misma, pedí la cuenta y decidí irme a mi casa sin pensar demasiado ya que un sentimiento de ridículo se apoderaba de todo mi ser. ¡Cómo me odiaba por crédula, por ilusa, por “tontalhigo”!

Me puse el abrigo, la bufanda y abrí la puerta con energía, para irme del bar. Me giré y dije un adiós general, algo brusco y cuando di un paso para bajar el escalón, me cogieron por delante de la cintura, me acercaron suavemente y me besaron sin prisa, acariciándome con una mano el cuello.

Perdona, me han entretenido en el trabajo y no tenía manera de localizarte. Este bar no tiene teléfono.

Mi corazón iba a mil, tanto por la sorpresa como por aquel beso que llevaba deseando desde que nos separamos. Acabó de abrir la puerta del bar y dijo adiós en voz alta levantando la mano de manera simpática.

Eran cerca de las nueve y me propuso ir a cenar a un japonés que había cerca de aquí. Me gustó la idea. Me cogió decidida de la mano y nos dirigimos al restaurante. Yo estaba un poco cortada, ya me había hecho a la idea que no nos veríamos y ese beso de nuevo de sopetón me había descolocado. Me notaba contenta de que hubiera venido, pero absolutamente exaltada por lo que acaba de ocurrir.

Se puso a hablar de cómo había pasado el día y me preguntó por el mío. En un semáforo en rojo me volvió a besar. Al separarse me miraba directamente a los ojos, me pareció descubrir que sentía algo, que me miraba con ¿amor? No, no podía ser amor. Pero yo misma me empezaba a sentir enamorada. Por favor, qué lio, cómo de rápido iban las cosas.

Por fin llegamos al japonés y pedimos una mesa para dos. ¡Mesa para dos!, cuanto tiempo sin pedir esto. Nos sentaron en un rinconcito que parecía el más romántico de todos (creo que mi percepción estaba bastante distorsionada).

Cuando nos sirvieron, cogí los palillos para coger un nigiri de salmón, pero ella me lo impidió. Cogió sus palillos y con una habilidad mucho mejor que la mía (suelo igualarlos poniéndolos perpendicular al plato) cogió el mismo nigiri de salmón que había querido coger yo antes, sacó el salmón, lo mojó en soja, lo volvió a poner encima del arroz y me lo acercó a la boca mientras entre abría la suya. Fue el mejor nigiri que he comido nunca en mi vida. Y así fue, ella me dio de cenar a mí y yo le di a ella. Pensé que me moriría de vergüenza, pero no fue así, fue cariñoso, romántico, excitante y provocativo.

Pagó ella diciéndome dulcemente:

Mañana, tú.

¡Mañana, yo! Acababa de quedar conmigo de la forma más romántica que he visto nunca.

Y mañana en tu casa, que no la conozco.

Me cogió por la cintura y caminamos juntas hablando de nosotras. De lo que opinábamos de lo que estaba ocurriendo, de si iba demasiado deprisa. Las dos decidimos que dejaríamos fluir los acontecimientos.

Cuando llegamos a su casa me dijo:

Yo pongo el despertador a las seis y media, ¿y tú?

Le dije que a las cinco y media.

Pues a dormir, no quiero que mañana estés cansada por mi culpa.

Nos desnudamos y nos metimos muy juntitas en la cama e intentamos dormir. No pudimos evitarlo, el deseo hizo lo demás.

P.S.: Hoy toca en mi casa

7/1/19

Regalo de Reyes


El jueves 3 de enero fue un día sensacional y eso que empezó siendo un día anodino y lleno de trabajo.

A las cinco tenía revisión odontológica. Empezamos mal porque llevaban un retraso de casi una hora. Estuve en la sala de espera aburrida porque no me había llevado ningún libro para leer pues pensaba que sería, como siempre, coser y cantar. Así que entre niños chillones y madres que pensaban que el colegio debía haber empezado de nuevo el día 26 de diciembre estuve mirando las fotos del Hola. Creo que no miraba (nunca la he leído) esa revista desde que era pequeña y entonces se estilaba tener el Hola, el Semana y el Lecturas en las mesitas de cristal que estaban en todas las casas delante de los sofás, junto a los ceniceros de plata y aquella cosa (horrorosa) que tenía forma de mariposa o de flor y cuyas alas o pétalos eran ceniceros, no sé si sabéis a lo que me refiero. Me alucinó descubrir que no conocía a ninguna mujer ni ningún hombre que aparecía en ella. Bueno sí, a una princesa, pero a mí me sonaba de la serie Suits.

La visita resultó ser rápida; era una de las revisiones y tenía la dentadura perfectamente, así que pagué lo que se me pidió y me volvieron a dar hora dentro de seis meses, de nuevo para control.
Volví en autobús a casa, y cuando bajé de este decidí irme a tomar una coca-cola al bar donde acostumbro a ir a escribir. Eran casi las ocho. El bar estaba bastante lleno. Mi mesa, tengo una mesa que a fuerza de ocuparla le he hecho mía, estaba poblada de un grupo de jóvenes que se reencontraban después de tantas fiestas. Así que me quedé en la barra, sentada tranquilamente con mis cosas colgadas del gancho de debajo de esta. Cogí un diario, me apetecía leerme las viñetas y ver cómo funcionaban (analizando se aprende mucho). Así que en seguida me quedé abstraída y evadida del lugar.

─¿Está libre?

Estaba tan concentrada leyendo y con este problema que tengo de la adecuación visual de las distancias en el que mis ojos tardan más segundos de lo normal en adaptarse al cambio de luces y distancias que tardé en darme cuenta que, a mi lado, había un chica que me preguntaba si se podía sentar en el taburete de al lado. En seguida le dije que estaba libre y volví a mi periódico.
De repente, cogió mi coca-cola y acabó de ponerla toda en mi vaso mientras me decía que sabía mejor si se vertía directamente toda. Cogió el vaso y me lo acercó a los labios para que  pudiera corroborar lo que me decía. Cuando fui a cogerlo, sin querer toqué su mano. Yo estaba alucinada: aquella chica estaba ligando conmigo. Nunca en la vida nadie había ligado conmigo.
A punto de cogerle el vaso, lo retiró, se lo acercó lentamente a la boca y bebió ella; fue un sorbo lento, sensual. Cuando acabó giró el vaso y se lo volvió a ofrecer a mis labios, por el mismo sitio que ella había bebido. Atónita di un sorbo y se me llenaron los ojos de lágrimas por el gas.

Se pidió también una coca-cola. Vació el contenido de la botella en el vaso y volvió a beber de la misma forma que lo había hecho antes. De nuevo me ofreció su vaso para beber, pero esta vez cuando fui a cogerlo con la mano me la retiró así que acerqué mi boca para juntarla con el cristal del vaso en el momento justo que lo retiraba y acercaba sus labios a los míos. En seguida noté cómo me subía la temperatura. Hacía mucho tiempo que nadie me besaba y sentí, que todas aquellas partes que parecían muertas, solo estaban aletargadas y ahora  se despertaban calientes y deseosas.

Dejó seis euros encima de la barra y cogiéndome de la mano me dijo:

─Vamos.

Me hubiera ido al fin del mundo con ella. No vivía lejos de allí. Yo estaba muy cortada. Nunca había hecho esto de conocer a alguien y acabar en su casa. Por mi mente corrían todas esas historias de raptos y asesinatos y a pesar de no tenerlas todas conmigo, me encantaba dejarme llevar por ella. 

Tenía una casa muy cálida, de esas que en seguida te llenan de buenas vibraciones. En el comedor había una gran estantería llena de libros y un sofá y una butaca orejera con una luz incidente encima para la lectura. Pensé que eso era buena señal. Me llevó a su habitación y con mucha pausa y sin dejar de besarme me desnudó y se desnudó. En la cama, muy juntas y apretaditas me dijo que ella no hacía el amor con desconocidas así que de la manera más natural que existe empezamos una conversación sobre nosotras. Y aunque pueda parecer de lo más forzado, fue genial. Hablábamos sobre nosotras, cada una explicando aquello que quería, sin preguntas, sin ser juzgada, acariciándonos y besándonos en los momentos más emotivos. Era de madrugada y no habíamos callado ni un momento. Me preguntó si tenía hambre y le dije que sí, así que me dejó un pijama suyo, se puso otro y nos fuimos a la cocina a hacernos unas verduras al vapor. Hasta en el tipo de comida coincidíamos.

La cena fue preciosa, las dos sentadas en un lado de la mesa, juntas, comiendo directamente de la bandeja donde habíamos puesto las verduras. Las habíamos aliñado con aceite y sal Maldon.

Después, nos sentamos en el sofá, ella tenía mis pies en sus manos y yo los suyos y seguimos hablando y hablando y hablando.
Recuerdo que de repente, me di cuenta de que el salón ya estaba iluminado y soleado. Se lo dije y miramos la hora, era casi la una del mediodía, así que nos metimos en la cama y dormimos.

Cuando nos despertamos ya era casi de noche. Nos duchamos juntas. Fue maravilloso, su piel, mi piel, el jabón, el deseo y nuestro sexo. De la ducha pasamos a la cama y fue aquí donde se detuvo el tiempo. Hicimos el amor, una y otra vez porque el deseo no se consumía, al contrario se iba avivando.

Era madrugada cuando abandonaba su casa. Antes de abrir la puerta de la calle, me besó y me dijo:

─ No desaparezcas, por favor. Pensaba que serías un polvo de un día pero te noto demasiado cerca de mi corazón. Si quieres podemos conocernos más a ver qué va pasando.

Y me beso profundamente, despacio, sin dejar ni un recoveco de mi boca por explorar. Volví a casa feliz hasta rabiar. Nunca en la vida había atraído así a nadie. Nunca en la vida había despertado semejante pasión. Menudo regalo de Reyes.

P.S.: Espero verla esta tarde.

3/1/19

Mi infancia


De pequeña, mis padres siempre discutían. Yo creía que era por mi culpa. Mi madre quería una educación formal para aprovechar esa mente maravillosa que decía que yo tenía y mi padre prefería que tuviera una educación como cualquier niña.  Recuerdo que a mis cinco años ya era consciente de lo que estaba pasando por mi causa.

Cierto es que nunca me ha costado aprender, sobre todo matemática, que es mi gran pasión. A los seis años ya dominaba toda la matemática superior que se explicaba en cualquier instituto y me aburría como una ostra en primero de EGB. Además, no me sabía relacionar con las niñas de mi clase (por aquella época los colegios no acostumbraban a ser mixtos) por lo que pasaba todo el tiempo sola. Tuve la suerte, en segundo de deslumbrar a la señorita Elena, que fue mi tutora durante aquel curso y se encargó de buscarme ejercicios de matemática superior, que creo que ni ella misma entendía.

Aquel año, papá cedió ante la insistencia de mamá y me sacaron del cole para llevarme a una especie de internado de niños prodigio, como se llamaba por aquel entonces. Me dolió mucho separarme de mi padre, pero pronto la matemática se convirtió en toda mi vida. Allí tampoco tuve amigos, no sabía relacionarme con aquellos niños tan especiales como yo. Además, tenía todas las horas del día ocupadas con los estudios universitarios. A los ocho años, me llevaba mi madre de la mano a la facultad de exactas. Me encantaban las algebras, los análisis, las ecuaciones diferenciales y todo lo demás. Me sentaba en la primera fila rodeada siempre por un montón de adolescentes que solo pensaban en pasárselo bien y tener pareja para poder tener sus primeras experiencias sexuales.

Antes de acabar los estudios universitarios estuve trabajando en uno de los siete grandes problemas matemáticos: “la conjetura de Hodge” y pude disfrutar analizando los estudios de Perelman sobre “la conjetura de Poincaré”.

Creo que a pesar de disfrutar tanto con la matemática, siempre he odiado ser como soy. Me hubiera gustado ser como cualquier niña de mi edad y disfrutar de lo que es un columpio, o de mancharme con la tierra de los jardines, o jugar a la comba con mis compañeras o lo que fuera que tocara en aquel momento.
Mi vida no ha cambiado mucho. De un congreso a otro explicando y estudiando nuevas conjeturas, sola en las habitaciones de hoteles y recordando que una vez tuve un padre que luchó hasta lo indecible para que yo pudiera ser feliz.

Papá, las matemáticas me hacen feliz, pero mi vida está llena de asíntotas.

2/1/19

Mi analfabetismo emocional


A veces, cuando me comparo con alguna de mis amigas, veo que tengo mucha más inteligencia emocional de la que me creo. Empezando por la capacidad de relisiliencia. A pesar de los dolores y tristezas que me produzca cualquier ruptura (del tipo que sea: amorosa, de amistad, laboral) mi mente en seguida se aferra al dicho: “a otra cosa mariposa”. Empiezo a construir una nueva realidad para mí y así soy capaz de sobrevivir a todas esas catástrofes en las que acabo metida por mi analfabetismo emocional.

Por otro lado, tengo el sentido del humor necesario para reírme de lo que me está pasando y ver, no sin hilaridad, el lado más agrio desde una perspectiva cómica. El reírse de una misma y de sus circunstancias hace que me sea más fácil aceptar el desgraciado hecho que haya ocurrido. Hay gente que piensa que eso es humor negro, pero no es así; solamente es un recurso de supervivencia. Por otro lado, es una manera de contar aquello que me duele e impedir que se enquiste o que se tumorice y crezca a su libre albedrío, llegando un día a volverse en mi contra.

Acepto, de una manera casi sumisa, las pérdidas, pienso que son algo contra lo que no se puede luchar. Y en más de una ocasión he sido yo quien ha decidido perder, cosa que encuentro, de alguna manera, honesta.

Así, que cuando veo a alguna de mis amigas que considero más “desarrolladas emocionalmente que yo”,  que pasa el tiempo, y sigue pasando el tiempo y son incapaces de salir del agujero en donde se hallan, en mi fuero interno me siento segura conmigo misma, porque por ahora, he salido de todos y cada uno de los baches de la vida, aunque no me llegue a gustar del todo el lugar donde anido ahora.

Todo se andará. También esto pasará (título de un libro que, por cierto, me gusto mucho).

1/1/19

2019


2019. Ayer, me costó mucho dormirme y eso que estaba agotada. Me había pasado la tarde guardando mi vida pasada en el altillo y vaciando estanterías para tener espacio para lo que pueda venir. Me acosté con la casa preparada para recibir al nuevo año. Me acosté feliz.

No tardé en descubrir que desempolvar cosas pasadas conllevaba a hacer presente recuerdos que ya tenías más o menos aparcados. Fue como si abriese la caja de Pandora y saliesen todas mis frustraciones, mis intentos y fracasos y mis deseos no cumplidos.

Quise controlar el pensamiento pero ocurrió todo lo contrario: este se apoderó de mí. Mi estado de ánimo, que ya no era exultante, empezó a virar hacia una tristeza profunda, calmada y sobre todo aciaga. Al principio estuve inmóvil, dejando que la pesadumbre me chafara contra el colchón. Luego, me invadió una comezón de intranquilidad confiriéndome una incomodidad que me llevó a no encontrar la postura que necesitaba para conciliar el sueño. Al final, como siempre, el cansancio del día y la noche me durmieron.

Hoy he abierto un ojo, despacio, muy atenta a lo que pudiera pasar. Todo está igual. Nada había cambiado. Después de tantos años cambiando de año debiera saber que esto del “borrón y cuenta nueva” no es algo que te venga de fuera. En fin, otro año para sobrevivir.