Dar un paso cada día y volver a descubrir que tienes ilusión
por vivir. Activar de nuevo todos esos resortes que te hacían ser feliz. Disfrutar
de lo que tienes y caminar hacia aquello que deseas. No es más complicado
vivir. Luchar contra tu mente cuando te pone trabas que no existen, pero por lo
demás, vivir, devenir sin ir a la deriva. Caminar.
10/1/15
7/1/15
Fin de festividades
Por mucho que pretenda creer que el tiempo no pasa y me
obstine en seguir utilizando bragas contemporáneas en vez de las de cuello
largo no me puedo engañar, ni puedo engañar a nadie. Me he convertido en un ser
errático incapaz de cumplir con los propósitos que se propone a corto plazo. E
intento relajarme con el tema, pero vuelve con pertinacia susurrando, “no has
hecho lo que te proponías” y acribillando mi moral.
Ante mí, toda esa ristra de festividades, que en principio,
me otorgaba todo el tiempo del mundo para dedicarme a esa lista de quehaceres,
placenteros y obligatorios, que se llenaba de polvo en un rincón de mi mesa de
despacho y que continua llenándose.
Y parezco bisoña en el arte de organizarme, pero de nuevo,
perdido ese tiempo maravilloso no me va a quedar otra que menguar la lista en
los intersticios del día a día, que son mínimos. Y sé que por muchas aserciones
que me haga, no voy a poder hacerlo, sin poder, así, librarme del sentimiento
de culpa, que yo misma me impongo.
¡A esperar de nuevo vacaciones para disponer de tiempo! (Qué
triste, cómo me engaño).
5/1/15
Escrito a gritos
A veces pienso que estamos cambiando a una velocidad difícil
de digerir por nosotros mismos. Leía hace mucho tiempo que la naturaleza, sabia
como siempre, marcaba el paso del tiempo en nuestro rostro, de una manera
inapreciable para nosotros mismos, de forma que la asimilación de la edad fuera
lo menos brusca posible. Me pareció coherente la idea; todo el mundo necesita
un tiempo de aceptación del cambio.
En la actualidad, de un pequeño tiempo a esta parte, la
sociedad (los humanos, en concreto) se ha vuelto más ruidosa, descaradamente
ruidosa. Puede que nos estemos volviendo sordos. No es de extrañar que esos
auriculares introducidos en el conducto auditivo, sonando hacia adentro y reverberando
hacia afuera, estén haciendo fosfatina nuestra audición y por ello debamos
aumentar el volumen de nuestra voz (y me refiero a la acepción literal, que la
otra la tenemos bien callada).
En uno de mis cumpleaños, mis padres me regalaron mi primer
móvil, en los inicios de estos. Me iba a trabajar fuera y pensaron que no me
vendría mal estar comunicada. La primera llamada que recibí fue de mi madre. Me
avergonzó tanto que la reñí: “¡mamá!, que estoy en el autobús”. Ahora estoy del
todo acostumbrada a recibir llamadas en cualquier sitio o situación, pero
siempre tengo consciencia de donde estoy y de qué tipo de conversaciones puedo
tener en lugares públicos. Nunca me ha gustado que la gente se entere de cosas
que no le importa.
Pero parece que se empieza a perder la vergüenza del todo.
Muchas personas mantienen conversaciones a voz en grito sobre intimidades o
sobre puntos de vista que a mi parecer son viles y bajos, sin consciencia
alguna que todos los que estamos allí estamos escuchando con obligatoriedad.
Antes, hablar a gritos era símbolo de incultura, supongo que
esta connotación ha debido pasar a la historia. Quizá gritamos porque ahora,
más que nunca, debemos afianzarnos, ya se sabe que la inseguridad es muy
traicionera. O, quizá, sea que, como me he hecho mayor, me he vuelto más
cascarrabias e intolerante y “cosas”, que puedo que yo misma hiciera, ahora no
las soporto en los demás. O por último, quizá, tanto móvil, tanta tablet, “tantatontería”
desmesurada está acabando con nuestro (saber estar, saber ser) nivel
comunicativo.
4/1/15
Nada cambia, ni siquiera el agua del río
Miro hacia un lado, miro hacia el otro. Silencio y
normalidad. Parece que este año nuevo no nos ha traído nada de su adjetivo. Nos
seguiremos aburriendo por ofuscación, seguiremos cayendo en la vacuidad y nos
emocionaremos ante esa “salvación”, ahora cromática, de fácil efectismo y
pródiga en palabras. Lejos queda el análisis de las diferencias ontológicas que
nos hacía crecer. Permanecemos ínfimos y exhaustos por nuestra pequeñez y
nuestra vida deja de ser un devenir para ser un permanecer, cualidad propia del
parasitismo, pero sin las ventajas del beneficio.
Y por ahora me voy a callar, porque como decía Voltaire: “el
secreto de aburrir a la gente consiste en decirlo todo”.
2/1/15
Mal día, supongo
Espero sentada, porque la edad no perdona y mi salud de
romanticismo decadente lo necesita, el detonante que ponga en juego la ilusión
para seguir adelante. De la vida, su esencia, ahora me resulta inaprensible y
discrepo continuamente de su amalgama vital. Cansada me debo hallar. Cansada y
defraudada de la condición ignota y recóndita del ser humano.
Paso a paso, pierdo esa efervescencia intelectual que
desprendía mi discurso y me convierto en una persona anónima y encallecida por la
decepción. Se apaga el pulso que latía bajo mis palabras bajo la continua
erosión del culmen de mi persona. Acabo ya esta elegía esperpéntica sin rima
que no conduce más que a la aniquilación de mis pulsiones inconscientes.
1/1/15
Empiezo el año con un adverbio de negación. No; no pienso
hacer un listado de propósitos para este nuevo año, ni nada que se le parezca.
Así sea. No es negativismo, ni pesimismo, sino practicidad. Demasiados años
haciendo listados cada vez más eternos porque se acumulan de un año a otro. Fin
de la historia. Rompo con todo. Cambio radical. Yo también he cambiado, las circunstancias,
ya se sabe. ¿Por qué no pueden cambiar mis ideas, entonces?
A coger el toro por los cuernos. Cada vez que la vida me enfrente a algo lo convertiré en propósito. ¡Qué mejor manera de burlar su ironía!
A coger el toro por los cuernos. Cada vez que la vida me enfrente a algo lo convertiré en propósito. ¡Qué mejor manera de burlar su ironía!
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