5/1/15

Escrito a gritos

A veces pienso que estamos cambiando a una velocidad difícil de digerir por nosotros mismos. Leía hace mucho tiempo que la naturaleza, sabia como siempre, marcaba el paso del tiempo en nuestro rostro, de una manera inapreciable para nosotros mismos, de forma que la asimilación de la edad fuera lo menos brusca posible. Me pareció coherente la idea; todo el mundo necesita un tiempo de aceptación del cambio.
En la actualidad, de un pequeño tiempo a esta parte, la sociedad (los humanos, en concreto) se ha vuelto más ruidosa, descaradamente ruidosa. Puede que nos estemos volviendo sordos. No es de extrañar que esos auriculares introducidos en el conducto auditivo, sonando hacia adentro y reverberando hacia afuera, estén haciendo fosfatina nuestra audición y por ello debamos aumentar el volumen de nuestra voz (y me refiero a la acepción literal, que la otra la tenemos bien callada).
En uno de mis cumpleaños, mis padres me regalaron mi primer móvil, en los inicios de estos. Me iba a trabajar fuera y pensaron que no me vendría mal estar comunicada. La primera llamada que recibí fue de mi madre. Me avergonzó tanto que la reñí: “¡mamá!, que estoy en el autobús”. Ahora estoy del todo acostumbrada a recibir llamadas en cualquier sitio o situación, pero siempre tengo consciencia de donde estoy y de qué tipo de conversaciones puedo tener en lugares públicos. Nunca me ha gustado que la gente se entere de cosas que no le importa.
Pero parece que se empieza a perder la vergüenza del todo. Muchas personas mantienen conversaciones a voz en grito sobre intimidades o sobre puntos de vista que a mi parecer son viles y bajos, sin consciencia alguna que todos los que estamos allí estamos escuchando con obligatoriedad.
Antes, hablar a gritos era símbolo de incultura, supongo que esta connotación ha debido pasar a la historia. Quizá gritamos porque ahora, más que nunca, debemos afianzarnos, ya se sabe que la inseguridad es muy traicionera. O, quizá, sea que, como me he hecho mayor, me he vuelto más cascarrabias e intolerante y “cosas”, que puedo que yo misma hiciera, ahora no las soporto en los demás. O por último, quizá, tanto móvil, tanta tablet, “tantatontería” desmesurada está acabando con nuestro (saber estar, saber ser) nivel comunicativo.

1 comentario:

María Jesús Fernández dijo...

En un mundo que todo se compra y se vende, las vidas se exhiben y exponen, tanto tienes tanto vales, no me extraña que el volumen también sea un signo de que se es mejor.
un saludo