A veces pienso que estamos cambiando a una velocidad difícil
de digerir por nosotros mismos. Leía hace mucho tiempo que la naturaleza, sabia
como siempre, marcaba el paso del tiempo en nuestro rostro, de una manera
inapreciable para nosotros mismos, de forma que la asimilación de la edad fuera
lo menos brusca posible. Me pareció coherente la idea; todo el mundo necesita
un tiempo de aceptación del cambio.
En la actualidad, de un pequeño tiempo a esta parte, la
sociedad (los humanos, en concreto) se ha vuelto más ruidosa, descaradamente
ruidosa. Puede que nos estemos volviendo sordos. No es de extrañar que esos
auriculares introducidos en el conducto auditivo, sonando hacia adentro y reverberando
hacia afuera, estén haciendo fosfatina nuestra audición y por ello debamos
aumentar el volumen de nuestra voz (y me refiero a la acepción literal, que la
otra la tenemos bien callada).
En uno de mis cumpleaños, mis padres me regalaron mi primer
móvil, en los inicios de estos. Me iba a trabajar fuera y pensaron que no me
vendría mal estar comunicada. La primera llamada que recibí fue de mi madre. Me
avergonzó tanto que la reñí: “¡mamá!, que estoy en el autobús”. Ahora estoy del
todo acostumbrada a recibir llamadas en cualquier sitio o situación, pero
siempre tengo consciencia de donde estoy y de qué tipo de conversaciones puedo
tener en lugares públicos. Nunca me ha gustado que la gente se entere de cosas
que no le importa.
Pero parece que se empieza a perder la vergüenza del todo.
Muchas personas mantienen conversaciones a voz en grito sobre intimidades o
sobre puntos de vista que a mi parecer son viles y bajos, sin consciencia
alguna que todos los que estamos allí estamos escuchando con obligatoriedad.
Antes, hablar a gritos era símbolo de incultura, supongo que
esta connotación ha debido pasar a la historia. Quizá gritamos porque ahora,
más que nunca, debemos afianzarnos, ya se sabe que la inseguridad es muy
traicionera. O, quizá, sea que, como me he hecho mayor, me he vuelto más
cascarrabias e intolerante y “cosas”, que puedo que yo misma hiciera, ahora no
las soporto en los demás. O por último, quizá, tanto móvil, tanta tablet, “tantatontería”
desmesurada está acabando con nuestro (saber estar, saber ser) nivel
comunicativo.
1 comentario:
En un mundo que todo se compra y se vende, las vidas se exhiben y exponen, tanto tienes tanto vales, no me extraña que el volumen también sea un signo de que se es mejor.
un saludo
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