13/9/22

Series

He visto una serie que me ha apasionado: Bright Minds, creo que es el título con el que lo conocemos aquí. Es francesa y allí se llama Astrid et Rafaëlle.

Fui a parar a ella por casualidad hará unos meses. Sólo había dos temporadas. Son temporadas cortas, de ocho o nueve capítulos (incluso de siete, si me pongo puntillosa). Ahora ya hay tres.

Uno de los personajes principales es autista y Sara Mortensen le da vida de una manera tan espectacular que me tiene anonadada con su trabajo. La miro casi microscópicamente para no perder detalle de su actuación, de su mirada perdida, de su movimiento de ojos, de sus interjecciones y su levantar de cejas, de su juego de dedos cuando piensa o busca, de su forma súper meticulosa de vestir, de su caminar viciado, de cómo va aprendiendo a fuerza de intentar entender a los demás, de sus lágrimas y de los momentos en que los estímulos la desbordan.

Cuando una serie me gusta por algo, la vuelvo a ver un par de veces más. Tengo ganas de seguir descubriendo los pequeños detalles de este personaje que tanto me ha conmovido.

Por otro lado y por pura coincidencia, he ido a caer en otra serie, Woo Jong Woo, abogada extraordinaria. Una serie coreana en la que la protagonista es una joven abogada también autista (ahora el concepto autismo se ha dejado de usar y es mucho más correcto TEA, trastorno del espectro autista). Este es un personaje muy diferente al de Astrid, pero que también aporta todo un matiz de comportamientos TEA. Llega a ser tan entrañable y cariñoso que no puedes menos que enamorarte de él. Le da vida la actriz Park Eun-bin.

Así, que he disfrutado un montón del trabajo de estas dos gran actrices que no conocía para nada. A veces es genial ir a caer en el visionado de series que nadie te ha recomendado y qué no sabes muy bien por qué has acabado viendo.

Después de finalizar con estas dos, como es normal desde que visionamos tantas series, me siento huérfana de ellas. Me toca volver a buscar y dejarme caer en alguna de las miles que hay; ¡a ver si tengo tanta suerte!

12/9/22

Ser

A veces me pregunto si estoy aportando todo lo que soy a la vida. Hace tiempo pensé que el sentido de esta era devolverle lo que es uno. Vivir para ser y luego darlo.

Esa pregunta inicial fue tan insistente, que me senté un día cerca del mar a analizarla. El mar es el lugar al que acudo cuando mi corazón se destempla; la cadencia de sus olas, junto con el arrullo, me calienta de nuevo el alma.

Pensé que la vida no podía ser sólo en una dirección; me explico: no podía estar tomando yo todo de ella sin dar nada a cambio. Y mirando a ese horizonte donde habitan las perspectivas, vi claro que el sentido de la vida era ser para devolver lo que eras.

Ahora vivo con la inquietud de ir pagando mi deuda. La vida no me lo pide. Pero sin un sentido, no puedo vivir.

9/9/22

De sorpresa

Esta noche he parido. Me fui a dormir con un ligero dolor en el estómago y esta mañana me he despertado con una enorme masa de recuerdos y sentimientos entre las piernas. He tenido que cortar el cordón umbilical que la unía a mí y cerciorarme de que respiraba. Le he dado una palmadita en lo que me ha parecido una nalga, como tantas veces he visto hacer en las películas para provocarle el llanto. Ha sido un enorme alarido, de esos que enorgullecen a la madre pensando en la potencia pulmonar de su neonato.

Sin cubrirla con ninguna prenda, la he cogido con cuidado para llevarla a la pila del lavabo. Debía limpiarla. Los hijos siempre que nacen salen sucios y pringosos. La mía estaba llena de tristezas y pérdidas, pero el agua tibia ha podido con ellas y ensoñecida he mirado fijamente cómo desaparecía esos restos de placenta por el desagüe.

Y ahora a amamantarla y criarla, para que crezca sana y fuerte y yo no me sienta tan sola cuando me empiece a fallar la memoria.

8/9/22

Malas relaciones

No recuerdo de donde saqué esta frase, pero me impactó lo suficiente para apuntarla en mi libreta. Una libreta que he tenido olvidada hasta hace unos días en que volvió a aparecer. La llegué a olvidar tanto que también me olvidé de su existencia. Ya podría pasarme con algunas vivencias de mi vida. Pues a lo que iba, que no quiero irme por los cerros de Úbeda (creo que es la primera vez que escribo esta expresión). La frase en cuestión es:

“Vivir sabiendo, es vivir el doble y yo nunca fui tan fuere para cargar con tanta vida.”

He leído unos posts que hablaban de una relación tóxica, de maltrato, aunque hubiera un límite y no se cruzara. Una relación que ya no era por lo grave del maltrato si no por lo seguido de este. Y esto me ha hecho pensar en “mi historia”; en esa relación tan dolorosa que me ha hecho cambiar tanto la percepción del amor.

Durante esa época yo viví sabiendo. ¡Vamos, sí sabía! Entendía y justificaba todo porque me creía tan fuerte como para poder con ello. Me creía capaz de modular y cambiar a la otra persona. Porque, ilusa de mí, creía que el amor que nos profesábamos (o ¿debiera decir “procesábamos?) era más fuerte que todos los conflictos, discusiones, percepciones, obligaciones, gritos, silencios de días, rabias y portazos, que vivió nuestra relación.

Y sí, en realidad no era fuerte para cargar con tanta “vida”, porque por aquel entonces, esta era mi vida. Y fui empequeñeciendo, abandonando todo aquello que me gustaba, separándome de mis amistades, justificando cada una de mis acciones, de mis pasos, de mis pensamientos… y aguantando, sobre todo aguantando. Siempre esperando que el milagro se realizase: que fuera capaz de ver la verdad que había en mí y no esa que se imaginaba.

Recuerdo acostarme hundida y vencida ante tanta distorsión de los hechos. Recuerdo llegar a casa con miedo por no saber por donde me llegaría la bofetada verbal. Recuerdo no saber dar un paso sin sentir que estaba caminando sobre arenas movedizas.

Ahora, curada, pero llena de cicatrices, vuelvo a reconocerme y a hacer todo aquello que me gusta, sin tener que rendir cuentas a nadie, abrazada a mi libertad de cambiar de opinión, de cambiar de idea, de “hablar palante y hablar patrás” (como dice una buena amiga mía). Y sobre todo, ahora, soy capaz de hablar de ello, de escribir sobre ello y de entender, que tras la lucha y la derrota, la reconstrucción fortalece.

Una frase de mi estimada “Flor de Nit”: “Per construir cal destruir”.

Fue una máxima que me decía en los momentos de sentirme en el agujero más profundo de la Tierra. Suerte que todo se erosiona, incluso el dolor.

7/9/22

Energía

Tengo sueño. Ayer me dormí en el tren de vuelta a casa. Me dormí dignamente, sin roncar ni babear, sin perder la postura de viaje ni ladear la cabeza encima del pasajero de mi lado; solo cerré los ojos e inmediatamente desaparecí de este mundo para pasar al de Sandman. Esta mañana, hacía apenas un par de horas que me había levantado y no paraba de bostezar. Cosa que he seguido haciendo durante todo el día y, a la que disminuía mi actividad, se me empezaban a cerrar los ojillos.

Antes esto no me pasaba. Ya podía haber dormido poco o empalmado que estaba bien despierta y con una energía inagotable. Si dormía un par de horas era como si hubiera dormido un par de días.

Ahora no recupero como antes. Necesito mucho más rato de descanso para volver a tener fuerzas y sobre todo ganas. Me da un poco de miedo porque, cuando fallan las ganas, falla la vida.

Voy a ser más justa. Si analizo bien, ganas tengo, fallan las fuerzas. Me da rabia porque sigo teniendo un montón de proyectos que quiero realizar y mi mente y mi cuerpo solo piden sofá y, cómo soy benévola, se lo concedo al instante.

Y así pasan los días, y yo… desesperando…

Vivo aminorada, ya no soy la de antes. En mi huerto, se ha marchitado la fe que tenía de recuperar ritmo y fuerzas. Aunque, a veces, veo un pequeño brote que me remite ipso facto al entusiasmo. Quiero levantarme de este jergón de apatía en el que me he instalado. Tengo un miedo atroz a que se convierta en el velo de la costumbre. No voy a caer en la aceptación incondicional de la pérdida de impulso, nervio, ímpetu y poderío, que tanto me han definido en la vida.

 

6/9/22

Por si sirviera de alegato

¿No os pasa que cuando hay un montón de gente sois incapaces de fijar la vista y ver? En estas ocasiones, miro sin ver, y no puedo luchar contra ello. Cuando la información de mi alrededor es abigarrada, soy incapaz de fijarme en nada. Es como si se saturara mi ojo y fuera incapaz de ir discriminando las informaciones.

Una vez, estaba actuando en un cruce de dos calles peatonales. Habían instalado una tarima de metro y pico de alta y estábamos bailando una pieza de jazz a claqué. Participábamos en las fiestas del barrio con nuestro grupo amateur, felices por tener la oportunidad de aporrear con las claquetas las tablas de madera de aquella vieja tarima del Ayuntamiento y poder disfrutar de un público familiar y amable.

Nerviosa como estaba, estuve dudando si informar a mis amigos de esa pequeña actuación, por si querían venir. No era la primera vez que actuaba en público, pero siempre me pongo nerviosa y cada vez que piso el escenario, con público, tengo una tremenda lucha con mi miedo escénico. Al final, les informé del evento (como si fuera Google calendario).

Llegó el momento en que debíamos tomar posesión del escenario. Estábamos rodeados de un denso público. Desde mi puesto, mientras repetía de memoria esos taps, steps y pullbacks que había pertrechado la semana anterior, miraba insistentemente hacia todas partes tratando de ver dónde estaban situados mis amigos. No conseguí dar con ellos, cosa que indicaba que no habían venido.

Una vez acabado el espectáculo apareció ese sosiego místico que señala que ya no tenía clavados sobre mí los ojos del público. Recogí mis zapatos y mi ropa de baile y me dirigí a cenar a casa de mis amigos.

Cuando llegué, me los encontré sumamente enfadados porque no los había saludado y eso que los había estado mirando. Su hijo se había frustrado mucho porque me había estado llamando y no le había hecho ni caso. Me quedé anonadada con lo que me estaban diciendo. Intenté explicarles que cuando hay tanto tumulto, soy incapaz de ver a nadie, pero no me entendieron. Se ve que a ellos no les pasa esto.

5/9/22

Tiempo y dolor

Escribir apacigua el alma de cualquier vagabundo de las palabras, es un secreto a voces.

Yo dejé de hacerlo cuando el sentido desapareció. No me encontraba con fuerzas de enfrentarme a la página en blanco; se vive el dolor en la penumbra y el brillo de esa página, que ciega la poca luz que contienen las entrañas; no era lo mejor en ese momento.

Luego el tiempo lo hace todo. Se instala el duelo en las yemas de los dedos y es imposible teclear en el ordenador. Lo que antes era júbilo, ahora es dolor y esas palabras calladas en tantos años de silencio, litifican y emparedan el lugar que debiera ocupar el corazón, ahora, en los pies.

Y el tiempo pasa y el dolor, no. Nos ponemos a hacer inventario de lo que nunca escribimos ni escribiremos; ordenamos nuestras cicatrices desparramadas en el suelo, numeramos los suspiros expirados al viento; baldeamos las esperanzas, para que luzcan de nuevo.

Y el tiempo pasa y el dolor, no. Y lo querría sucinto, porque las lágrimas que no detienen la vida, me paralizan a mí y nimban mi mente de un halo de oquedad; ¿cómo, entonces, poder escribir?