A veces me pregunto si estoy aportando todo lo que soy a la vida. Hace tiempo pensé que el sentido de esta era devolverle lo que es uno. Vivir para ser y luego darlo.
Esa pregunta
inicial fue tan insistente, que me senté un día cerca del mar a analizarla. El
mar es el lugar al que acudo cuando mi corazón se destempla; la cadencia de sus
olas, junto con el arrullo, me calienta de nuevo el alma.
Pensé que la
vida no podía ser sólo en una dirección; me explico: no podía estar tomando yo
todo de ella sin dar nada a cambio. Y mirando a ese horizonte donde habitan las
perspectivas, vi claro que el sentido de la vida era ser para devolver lo que eras.
Ahora vivo
con la inquietud de ir pagando mi deuda. La vida no me lo pide. Pero sin un
sentido, no puedo vivir.
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