Espero sentada, porque la edad no perdona y mi salud de
romanticismo decadente lo necesita, el detonante que ponga en juego la ilusión
para seguir adelante. De la vida, su esencia, ahora me resulta inaprensible y
discrepo continuamente de su amalgama vital. Cansada me debo hallar. Cansada y
defraudada de la condición ignota y recóndita del ser humano.
Paso a paso, pierdo esa efervescencia intelectual que
desprendía mi discurso y me convierto en una persona anónima y encallecida por la
decepción. Se apaga el pulso que latía bajo mis palabras bajo la continua
erosión del culmen de mi persona. Acabo ya esta elegía esperpéntica sin rima
que no conduce más que a la aniquilación de mis pulsiones inconscientes.
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