2019. Ayer, me costó mucho dormirme y eso que estaba agotada. Me
había pasado la tarde guardando mi vida pasada en el altillo y vaciando
estanterías para tener espacio para lo que pueda venir. Me acosté con la casa
preparada para recibir al nuevo año. Me acosté feliz.
No tardé en descubrir que desempolvar cosas pasadas
conllevaba a hacer presente recuerdos que ya tenías más o menos aparcados. Fue
como si abriese la caja de Pandora y saliesen todas mis frustraciones, mis
intentos y fracasos y mis deseos no cumplidos.
Quise controlar el pensamiento pero ocurrió todo lo
contrario: este se apoderó de mí. Mi estado de ánimo, que ya no era exultante,
empezó a virar hacia una tristeza profunda, calmada y sobre todo aciaga. Al principio
estuve inmóvil, dejando que la pesadumbre me chafara contra el colchón. Luego,
me invadió una comezón de intranquilidad confiriéndome una incomodidad que me
llevó a no encontrar la postura que necesitaba para conciliar el sueño. Al
final, como siempre, el cansancio del día y la noche me durmieron.
Hoy he abierto un ojo, despacio, muy atenta a lo que pudiera
pasar. Todo está igual. Nada había cambiado. Después de tantos años cambiando
de año debiera saber que esto del “borrón y cuenta nueva” no es algo que te
venga de fuera. En fin, otro año para sobrevivir.
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