8/1/19

Regalo de Reyes II


Llegué puntual al bar y volví a pedir una Coca-Cola. Tenía ganas de volver a tomar una, pues ahora su connotación ha cambiado; no he parado de repetir la escena de ella dándome de beber en mi vaso cosa que me ha conducido al extremo de la excitación.

He vuelto a coger la prensa, pero he sido incapaz de concentrarme en ella. No quería que me notara esperándola por lo que iba mirando de reojo la puerta, para que pareciera casual y no se viera que estaba controlando. Cada vez que se abría me ponía tensa, mi corazón aceleraba su latido, que ya estaba bastante acelerado de por sí y apretaba más el periódico con la mano. Esta vez me había puesto toda la Coca-Cola en el vaso, como ella me había enseñado y en vez de beber solo me mojaba los labios, no quería que se me acabara antes de que llegara; tenía la fantasía demasiado viva.

Fue pasando el tiempo y empecé a pensar que no iba a venir. Me invadió una decepción: era demasiado bonito esperar que lo que ocurrió el otro día tuviera continuidad. Esperé una hora y pico y al final, enfadada conmigo misma, pedí la cuenta y decidí irme a mi casa sin pensar demasiado ya que un sentimiento de ridículo se apoderaba de todo mi ser. ¡Cómo me odiaba por crédula, por ilusa, por “tontalhigo”!

Me puse el abrigo, la bufanda y abrí la puerta con energía, para irme del bar. Me giré y dije un adiós general, algo brusco y cuando di un paso para bajar el escalón, me cogieron por delante de la cintura, me acercaron suavemente y me besaron sin prisa, acariciándome con una mano el cuello.

Perdona, me han entretenido en el trabajo y no tenía manera de localizarte. Este bar no tiene teléfono.

Mi corazón iba a mil, tanto por la sorpresa como por aquel beso que llevaba deseando desde que nos separamos. Acabó de abrir la puerta del bar y dijo adiós en voz alta levantando la mano de manera simpática.

Eran cerca de las nueve y me propuso ir a cenar a un japonés que había cerca de aquí. Me gustó la idea. Me cogió decidida de la mano y nos dirigimos al restaurante. Yo estaba un poco cortada, ya me había hecho a la idea que no nos veríamos y ese beso de nuevo de sopetón me había descolocado. Me notaba contenta de que hubiera venido, pero absolutamente exaltada por lo que acaba de ocurrir.

Se puso a hablar de cómo había pasado el día y me preguntó por el mío. En un semáforo en rojo me volvió a besar. Al separarse me miraba directamente a los ojos, me pareció descubrir que sentía algo, que me miraba con ¿amor? No, no podía ser amor. Pero yo misma me empezaba a sentir enamorada. Por favor, qué lio, cómo de rápido iban las cosas.

Por fin llegamos al japonés y pedimos una mesa para dos. ¡Mesa para dos!, cuanto tiempo sin pedir esto. Nos sentaron en un rinconcito que parecía el más romántico de todos (creo que mi percepción estaba bastante distorsionada).

Cuando nos sirvieron, cogí los palillos para coger un nigiri de salmón, pero ella me lo impidió. Cogió sus palillos y con una habilidad mucho mejor que la mía (suelo igualarlos poniéndolos perpendicular al plato) cogió el mismo nigiri de salmón que había querido coger yo antes, sacó el salmón, lo mojó en soja, lo volvió a poner encima del arroz y me lo acercó a la boca mientras entre abría la suya. Fue el mejor nigiri que he comido nunca en mi vida. Y así fue, ella me dio de cenar a mí y yo le di a ella. Pensé que me moriría de vergüenza, pero no fue así, fue cariñoso, romántico, excitante y provocativo.

Pagó ella diciéndome dulcemente:

Mañana, tú.

¡Mañana, yo! Acababa de quedar conmigo de la forma más romántica que he visto nunca.

Y mañana en tu casa, que no la conozco.

Me cogió por la cintura y caminamos juntas hablando de nosotras. De lo que opinábamos de lo que estaba ocurriendo, de si iba demasiado deprisa. Las dos decidimos que dejaríamos fluir los acontecimientos.

Cuando llegamos a su casa me dijo:

Yo pongo el despertador a las seis y media, ¿y tú?

Le dije que a las cinco y media.

Pues a dormir, no quiero que mañana estés cansada por mi culpa.

Nos desnudamos y nos metimos muy juntitas en la cama e intentamos dormir. No pudimos evitarlo, el deseo hizo lo demás.

P.S.: Hoy toca en mi casa

No hay comentarios: