25/2/18

Capítulo 2 (5)


Sentada en la primera fila, cogiéndose las manos y restregándoselas poco a poco como solía hacer en los momentos que pensaba miraba el ataúd. Al final, su hija se había decidido por uno medio abierto. Los de la funeraria habían hecho un buen trabajo con el maquillaje y la preparación del cuerpo.
—Está guapo papá, ¿verdad? —dijo en voz baja pues se estaba oficiando la misa.
—Mamá, por favor —contestó Inés mientras buscaba un pañuelo de papel en el bolso para limpiarse las lágrimas que recorrían silenciosamente  sus mejillas y acababan haciéndole cosquillas en la barbilla.
—¿Tu crees que le han puesto los zapatos que les dimos? Como no se ven y eran buenos y caros, lo mismo se los han quedado.
—¡Mamá!
El cura ralentizó su discurso mientras dirigía la mirada hacia donde estaban Marta y su hija.
—No te creas —continuó cuando pensó que el cura volvía a estar concentrado en su misa—, son unos zapatos muy caros y como estaban nuevos lo mismo alguien se ha encaprichado con ellos. Además, lo mismo no cabía con zapatos. Papá era alto y este ataúd parece algo más corto que…
—¡Mamá! —suplicó Inés alzando la voz más de la cuenta.
—¿Algún problema? —preguntó el cura directamente a ambas con un tono entre sorprendido y enfadado.
—No, no. Una misa preciosa, continúe —contestó Marta sonriendo.
No hubo más interrupciones. A la salida, la gente las esperaba para darles el pésame y despedirse, sólo la familia iría a Montjuic a asistir al crematorio de Antonio. Después de un montón de besos y apretones de mano, de gente conocida y sobre todo, gente desconocida, subieron en el coche fúnebre que estaba a disposición de la familia. El cortejo fúnebre estaba compuesto por el coche que llevaba el ataúd y por el que la funeraria había puesto a disposición de la familia, seguido por el de Eduardo, que había preferido coger el suyo para no tener que volver en un taxi.
Una vez en el cementerio de Montjuic, todo se sucedió muy rápido.
—Mañana, sobre esta misma hora, pueden pasar a recoger las cenizas.
Inés, que había estado intentando controlar su llanto, rompió a llorar abrazada a su madre: esta la abrazó fuerte, consolándola como si la arrullara, como cuando era pequeña y se desconsolaba de impotencia ante cualquier adversidad de la vida.

2 comentarios:

alonit dijo...

me está resultando duro de leer, no por falta de oficio más bien todo lo contrario, me parece que está magníficamente escrito. En algún momento estaba pensado algo así como "la banalidad de la muerte", la muerte desnuda, descrita con minuciosidad y no diría sin dramatismo, quizá con todo el dramatismo con que irrumpe en nuestra rutina. Bueno, lo dicho, una lectura triste e inquietante, de esas que te remueven

dintel dijo...

alonit, muchísimas gracias por tus palabras. Me animan lo indecible, sobre todo en estos momentos de tantas dudas sobre mi propia escritura. El mejor piropo que le podías decir a mi novela es que "remueve". Eso quiere decir que no estoy lejos de mis objetivos. Gracias.