Debiera hablar de “alcance embriagador” cuando duermo toda
una noche seguida. Cosa que ya no me acostumbra a pasar. Pero, no me voy a
engañar, ni pienso hacerlo con ustedes, sé que el sueño tiene también
diferentes edades, como las tuvo en su día Lulú. Y en estos momentos, cuando llevo
la cana en ristre y no queda bien que tire la caña, el dormir mengua incluso
con la hipnosis.
¿Estaré entrando en la senectud de mi dormir? ¿O me he aferrado en demasía al concepto de
cabezada? No sé qué señales o actos deben ligarse para converger en un apacible
sueño de más de cuatro horas. ¿Será que Morpheo no tiene suficiente pujanza
para abrazarme toda una noche? Debe ser que mi estado rem es más endeble de lo
que pienso, o existen numerosas trabas que me impiden deslizarme más de cuatro
horas a través del letargo. No puedo concebir
el resto de mi vida durmiendo así, porque cuando llevo dos horas despierta,
dando vueltas y vueltas en la cama, sin poder controlar los suspiros de la
mente, ni los calambres ni las tensiones de mi cuerpo, atisbo el desespero que
sentiré al acercarme al dichoso segundo antes de que suene el despertador, cual
corneta en campamento militar, y deba levantarme, me sienta como me sienta, sin
haber pasado antes por el amodorramiento propio de un estado de coma. Y aunque la anterior frase
parezca larga, nada comparado con el eterno estado de vigilia en que se
convierten mis noches. ¿Será la edad?, o ¿mi inutilidad para saber dormir?
Cada mañana, cuando suena el despertador, más que un ser
viviente quiero ser un ser durmiente, como la Bella, eso sí, sin príncipe ni
princesa que venga a tocarme las narices.
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