6/12/18

Qué profunda emoción recordar nuestro ayer


Hace mucho, mucho tiempo, cuando yo habitaba el mundo del chat, recuerdo haber entablado conversación con una chica que vivía en la otra punta del país y de la que, por supuesto, acabé colgándome.

Al principio, solo chateábamos y la verdad, nos lo pasábamos muy bien. Nos habíamos leído en el general e incluso habíamos intervenido en alguna de esas locas conversaciones difíciles de seguir, en donde un sinfín de nicks intervienen diciendo cada uno la suya y haciendo ininteligible la comunicación. Pero si tenías un poco de experiencia, podías leer solo las líneas que te interesaban y entonces aquellas palabras inconexas adquirían y conferían coherencia al diálogo.
Un día, mejor dicho, una noche (que era el momento que se solía dedicar al chat), me abrió un privado (una pantallita para hablar nosotras solas). En seguida congeniamos. Nuestras conversaciones eran irónicas y burlonas. Hablábamos de todo, de lo divino y de lo humano, como decía ella. Hablábamos y hablábamos despuntando un alba tras otra. La verdad es que añoro esos momentos.

Recuerdo que por aquel entonces yo tenía un ordenador de mesa y me pasaba hasta altas horas de la madrugada sentada en la butaca del despacho tecleando. Sin embargo, ella tenía un portátil y tecleaba desde la cama. De manera que cuando finalizábamos nuestras conversaciones y nos despedíamos, bajaba la tapa del ordenador y lo dejaba sobre el edredón, a su lado, en la parte que no ocupaba ella. En cambio, yo tenía que cerrar el ordenador, levantarme de la silla, cambiarme de habitación y meterme en la cama. La envidiaba, en cierta manera.

Ahora, mucho tiempo después, me hallo escribiendo esto desde la cama, en la soledad de mi habitación y de mi pantalla (hace ya un montón de años, ¿diez?, que no chateo), perdí la pista de esa chica de la que me colgué y con la que pasé tantas cibernoches hablando y riendo. No tengo manera de localizarla. Me acuerdo algunas veces de ella y me descubro añorándola. Pero con esto tengo suficiente. Además, hoy, como un gesto cariñoso, en cuanto publique este texto, pienso bajar la tapa de mi ordenador, ponerlo en el lado vacío de mi cama, cerrar la luz y dormir, no sin antes, pensar en ella y en cómo sería mi vida si lo nuestro hubiera cuajado.

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