No tenía como objetivo llegar a la edad que tengo con la
personalidad incólume. ¡Menos mal! Porque hubiera tenido que porfiar para mantener
mi estandarte bien alto y con voz perentoria jurar y perjurar que nunca nadie
había logrado torcer mi ser. Debo agradecer a la sabiduría de la existencia que
cuidó que no cometiera ese craso error.
A mi edad: me han vapuleado, me han zarandeado, me han
arrastrado y pateado todas mis verdades, tanto en pensamiento como en obra; han
bailado tangos con mis ideales, jugado a futbol con mis sentimientos y han
hecho papilla hasta mis más secretos sueños.
Pero sigo aquí. Más fuerte que nunca. Tranquila y silente. Contemplando
todo sin cavar mi tumba. Comprendiendo, desde lo más profundo que se puede caer
que ya se han acabado mis duelos y mis quebrantos y que ahora me toca vivir y
sacar a pasear ese carácter, que a fuerza de vida ha aprendido, por fin, a
vivir. Y no lo salmodio, lo grito a los cuatro vientos, pisando fuerte y a
consciencia, arrancando la paciencia que la costumbre otorga.
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