¡Qué capaz me siento de hacer las cosas cuando no las hago!
Cuando en mi interior tengo claro que quiero hacerlas pero sin embargo nunca
encuentro el momento, o priorizo otras que bien mirado (incluso mal), no tienen
nada de prioritarias.
Todo empieza con una sensación de intranquilidad en el
estómago, con una gran ducha de adrenalina que me hace sentir el speed de la
creación. Porque estas sensaciones acompañan a un momento creativo, un momento
de “voy a hacer…”
Primer error: No maduro bien la idea. Y ya me pongo como una
moto porque tengo proyecto y me subo por las nubes con mi nuevo objetivo y se
me iluminan los días y se disipa la soledad. Mi cerebro organizador busca el
tiempo para podérselo dedicar. Pero…, no he pensado en el cómo. Fin de la
realización. Bienvenida la desilusión y de nuevo la oscuridad.
Segundo error: “Mi objetivo es este”. Empecemos. Empiezo, el
primer día avanzo poco, el segundo, un pasito más. “¡Huy, qué proyecto tan ambicioso!
Vaya, avanza muy poco a poco; no lo voy a acabar nunca. Es desmesurado.
Abandono.” Nunca mido la realidad del proyecto con mis posibilidades. Demasiado
trabajo en el que no me apetece invertir tanto tiempo.
Tercer error: Llevar el peso de mil proyectos en los que me
he ilusionado y no haberlos realizado por culpa de los dos errores anteriores.
Debo ver el vaso
medio vacío, porque en realidad tengo un montón de proyectos realizados con
bastante éxito y de los que estoy muy orgullosa. Pero de estos me olvido
pronto, se vuelven volátiles, pierden su peso.
Ahora, tengo un gran proyecto. Un grandioso y desmesurado
proyecto. Si lo llego a realizar, cambiaría bastante mi vida. ¡Adiós a la
soledad! ¡Hola de nuevo a la ilusión! ¿Seré capaz de llevarlo a término? Me
noto decidida, noto la inquietud en mi estómago. No quiero que nada falle. Más
que nada porque aun no “alea jacta est”.
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