Desde bien pequeña, me ha deslumbrado cualquier objeto que
tuviera que ver con la escritura. Papeles, libretas, carpetas, lápices,
bolígrafos y plumas se han ido amontonando en mi despacho y han invadido
cajones y estanterías, cajitas y armarios. Ahora mismo, estoy escribiendo este
texto con un Parker en una pequeña Moleskine.
Hoy, hace apenas unas horas, me he sentido viajando al
pasado, como si todos estos años no hubieran pasado, como si tuviera dieciséis.
Todo ha venido porque he tenido que firmar unos papeles. Un montón de papeles,
para ser exacta. Me los han puesto encima de la mesa y sobre ellos han dejado
un bolígrafo Bic con la tinta bastante gastada (quedaba algo más que un
centímetro y medio). Al verlo, he interrumpido mi gesto; mi mano derecha iba
directamente al bolsillo de mi camisa a buscar el Parker y no sé qué extraña
voz interior me ha mandado coger el Bic. Hacía, mucho tiempo que no veía
ninguno. Cuando lo he sujetado con el pulgar y el índice dispuesta a escribir,
he reconocido su peso. En mi mente ha aparecido un destello que me ha transportado
a una de las clases de Ciencias Naturales de 3º de BUP. El tacto del bolígrafo
me ha resultado tan familiar que toda yo me he precipitado dentro de aquella
aula. He podido volver a oler aquel “aroma” característico de cuarenta y cinco
adolescentes encerrados entre cuatro paredes, con sus estuches llenos de
lápices, colores, bolígrafos y aquellas gomas de nata olían como ninguna otra,
en la vida, ha vuelto a oler, y esas hojas de trabajos en grupo que contenían
un montón de fotos en blanco y negro pegadas con aquel, ahora prohibido,
pegamento y medio.
Al realizar la primera firma y sentir como la bolita de la
punta giraba para permitir la salida de la tinta, me he trasladado a altas
horas de la noche, hace un montón de años, también, cuando tras pasarme varios
días estudiando el final de Física y Química decidía grabar las fórmulas con la
punta de una aguja de compás en las caras hexagonales del Bic.
Recuerdo que, una vez acabada la tinta, guardaba los bolis
para saber cuántos había usado ese año. Si la memoria no me falla, creo que en
primero de carrera gasté unos doce; primero tomaba los apuntes en sucio y luego
por la tarde los pasaba a limpio. Luego me resultaba mucho más fácil estudiar.
Me he sentido como me sentía entonces, con una vida por
delante, un libro con hojas blancas para ser escrito y emborronado. Me he
sentido joven de nuevo y me ha encantado.
Al ver la tinta azul clara, casi azul real, que definía mi
firma, me he acordado de aquellos exámenes eternos en los que te daban las
preguntas y empezabas a escribir. “Tenéis dos horas”, empezaba el profesor, “tiempo”,
concluía, y aún tenía que esperar a que acabases de escribir la frase porque no
habías parado de escribir ni un segundo pero aún te quedaban cosas por decir.
Un día, no supe que contestar, me preguntaron: La digestión de un bocadillo de chorizo.
¡Qué hambre con solo pensarlo!
Y ahora, después de añorar mi Bic, saco mi bocadillo de pavo
(el chorizo quedó para la historia) y disfruto cada uno de sus bocados sabiendo
lo que no supe en aquel examen, que el pan empieza su digestión en la boca, con
la saliva, y el chorizo en el estómago.
Y mientras escribo con mi Parker pienso en tener un momento
para ir a comprarme un Bic, he descubierto que abre puertas de mi pasado y quiero
volver a vivir esta experiencia.
¿Naranja o cristal?
Siempre cristal.
3 comentarios:
¡qué tiempos aquellos del bolígrafo Bic! hace tiempo que no lo utilizo y ya ves, me vino la nostalgia al leerte y recordarlo
besos,
BIC naranja escribe fino ,BIC cristal escribe normal , dos escrituras a elegir Bic,Bic,Bic,Bic,Bic.
Has eslegido tu ya? Espero que hagas bien tu elección.
Pues yo aún los uso...miro al lapicero que tengo sobre el escritorio y entre una variedad de bolis se vislumbran algunos Bic...eso si, siempre cristal...odiaba a muerte los naranjas con esa punta fina que parecía que arañaban...
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