6/8/24

En algún lugar del alma de cuyo nombre no quiero acordarme

Debiera empezar los prolegómenos, pero no tengo ni idea sobre qué. Es insólito y singular que no sepa de lo qué hablar y esté aquí escribiendo. Vamos, no me parece ni medio normal. 

En mi interior hay una maraña inextricable de sensaciones y palabras que no puedo deshacer. Me siento emocionalmente sensible y en seguida afloran las lágrimas a mis ojos. ¿Inundan? ¿Anegan? ¿Ahogan? ¿Encharcan? ¿Llenan? ¿Empapan? ¿Mojan? ¿Cubren? ¿Obnubilan?

Y esa sagacidad que me caracteriza no me sirve para nada en cuestión de desenmarañarme. 

Voy a intercederme: “cada vez me entiendo menos porque soy más complicada”. Y no hay escandallo que saque luz sobre mí.

Se necesita con celeridad alguien capaz de ver interiores, a ver si tengo remedio o no.


5/8/24

Casa en llamas

He visto la película: “Casa en llamas”. 

Me ha encantado. 

La utilización del humor para tratar temas crudos es una de las maneras de narrar que más me gustan. ¿Y qué hay más crudo para uno mismo que no sentirse uno mismo? ¿O no ser feliz? ¿O engañar? ¿O matarte por hacer feliz a todo el mundo y que te acusen de egoísmo? ¿O que el chantaje emocional sea tu manera de comunicarte? ¿O por ser inmadura?

Reí; reí un montón, como todo el cine, que estallaba en grandes carcajadas que se iban helando poco al poco al entender el significado de la escena. Me vi reflejada en muchos momentos y por eso helaba también mi sonrisa, como el resto. Porque creo que todo el mundo, en un momento u otro se ve reflejado y recuérdese que la sonrisa helada, como los ojos, también refleja el alma.

Pensé en las relaciones familiares que conozco, en los padres y madres, hijos e hijas. Pensé y pensé hasta que me dormí y, hoy, lo primero que hago es escribirlo.

Pienso que es de las películas que se deben ver.



4/8/24

Cosas que debes hacer por obligación

Bien hacer bicicleta… Bien sobrevivir al calor… Pero hacer bicicleta sobreviviendo al calor son palabras mayores.

Cada día, como mi cardiólogo me dijo: “veinte minutos en la bicicleta estática te ayudará a mantener sano (que ya no lo está) el corazón”. Animalico… ¿cómo voy a tener sano el corazón con la de desamores que llevo encima?

Pero yo me lanzo cada tarde veinte minutos a pedalear como una posesa, más que nada por obediencia, que apetecer no apetece nada, y dolores y pinchazos es lo único que gano.

Pero al acabar y comprobar que sigo viva y que la recompensa primera es esa maravillosa ducha con agua fría que no cambio por nada en el mundo, me siento bien y feliz. Tres motivos tengo para ello: el primero, lo acabo de explicar, el segundo, es haber cumplido con algo que me he propuesto y el tercero, es notarme cada día mejor mi forma física. 

Eso sí: el maldito momento del pedaleo, con los minutos que no pasan y se paran a reírse jocosamente de mí, los resoplidos por la falta de costumbre, las cosquillas que me hace el sudor al descender por mi cuerpo, fiel aliado a las altas temperaturas, me incita a coger la bicicleta estática y por un momento sacarla de su estatismo y tirarla, con todo el impulso del que fuera capaz, por la ventana.

Dicho esto, no voy a procrastinar más escribiendo  porque ya hace rato que me toca estar pedaleando. 

Alea jacta est!


3/8/24

De felicidades anda el pensamiento

Sigo preguntándome si el que sabe menos es más feliz, o es el conocimiento quien otorga la felicidad. 

Mi cabecita anda destilando esta premisa, desde que he acabado el libro, hace un rato, de “Los aerostatos”, de Amélie Nothomb. El libro no va de eso, pero es un tema que siempre puede estar subyacente en cualquier texto y ha sido el camino que he tomado para disfrutar de mis pensamientos. 

Recuerdo un dicho que oía en mi niñez: “El hombre más feliz no tenía camisa”. Pero esta frase no induce al saber sino a las posesiones, por lo tanto debo descartarla. Mi pensamiento quiere ir por otros derroteros.

Mi segunda ex (por numerarla) siempre me ha confesado que el motivo de su desdicha ha sido el saber mucho. Según ella, el conocimiento lo que hace es replantearle la vida desde diferentes prismas, cuestionándoselo todo, de manera que la obtención de las respuestas es lo que le lleva a la infelicidad.

Creo que no acabo de estar de acuerdo con ella. Siempre necesito saber el porqué de las cosas que me ocurren a mí o a mis circunstancias. Y si vienen malos momentos, ahí aparece la famosa resiliencia que me permite flotar en aguas turbias y enlodadas.

Es cierto, que el desconocimiento hace que no nos planteemos según qué cuestiones y eso comporta de por sí, felicidad. ¿Pero es una felicidad plena?

No hace mucho, leí una novela gráfica titulada “Cuando el viento sopla” de Raymond Briggs, traducción de Rosa Montero y Prólogo de Paco Roca, los protagonistas, dos viejecitos entrañables, vivían en la inopia de lo que estaba ocurriendo y eran felices. ¡Leedlo! (como si fuera una orden).

“Cuando estás feliz, disfrutas de la canción; cuando estás triste, entiendes la letra.” 

Este dicho inglés va un poco a favor de los argumentos de mi segunda ex y en contra de los míos, pero me encanta por lo verosimil que lo encuentro y lo que en realidad significa.


2/8/24

Volverse borrosa

“El amor, incluso el más apasionado, libra un pulso constante contra la extinción de los sentimientos.”

Cuando rompes con alguien te parece que nunca vas a poderlo olvidar. Lo tienes constantemente en la cabeza; todo te recuerda a aquella persona, toda tu vida está salpicada de ella.

Después de diez años de la separación, había conseguido olvidarme por completo de mi ex; podía circular por toda mi ciudad sin pensar en ella porque se había desvanecido toda conexión entre el lugar y el amor.

Pero aún así, durante dos años más, aún notaba una zona del cerebro ocupada. Cada vez que pensaba, hablaba, creaba, vivía… notaba que había una zona oscura en mi mente que no podía dominar, que no era mía y que me impedía dedicar toda mi capacidad cerebral a lo que estuviera haciendo. Y es que se había atrincherado ese recuerdo de la persona amada en un rincón de mi cerebro, intentando sobrevivir a los ataques y embistes que mi alma dirigía para aniquilarlo y acabar de una vez por todas con la que había sido mi último amor.  

Un buen día, me levanté con el cerebro libre. Esa zona atrincherada había sido liberada y podía volver a utilizar mi mente por completo. ¡Qué tremenda redención y que absoluta felicidad! Volvía a ser yo de los pies a la cabeza.

Mientras divagaba hoy en el sofá, he sentido una terrible pena al pensar que esa persona que tanto amé se me estaba volviendo borrosa. Mi mente dedicaba pocos microsegundos a recordarla ya. Y lo que más pena me daba era saber, porque lo sé, que mi imagen en ella si no se ha difuminado ya, lleva un montón de tiempo borrosa. 

¿Cuánta gente me debe llevar como un borrón en su alma?


1/8/24

Pocas ganas, mucho calor

Me está costando ponerme a escribir. Más que nada porque estoy preocupada por la mano y  porque nunca encuentro el momento. Como siempre, quiero hacer tantas cosas que nunca hago nada. Y así no se puede. 

Cierto es que no he dejado de escribir mi diario, cosa que me hace feliz y contenta. Un objetivo que cumplo cada día y si, por alguna razón, hay alguno que no lo hago, no pierdo para nada la costumbre. Es más, añoro escribirlo.

Todo lo demás que no hago, es que no es hábito. Y si no es hábito, no hay manera de poder cumplir con ello.

Siempre pienso que cuando estudié COU tenía un horario que empezaba a las 8 de la mañana y acababa a las 3 de la tarde. Eso suponía siete horas en el cole, por lo que 6 horas y media de asignaturas… Cada día. Durante un año. ¡Cuántas cosas aprendí, cuántas trabajos realicé, cuantos problemas solucioné!

Ahora, en verano, por mucho que me ponga horarios y distribuya las tareas que tengo que hacer, no consigo superar los tres días de cumplir lo propuesto, bien sea porque algún amigo hace su aparición, bien sea porque no me apetece nada tener obligaciones.

Pero luego me siento mal porque quería realizar esas tareas. Muchas son hobbies; casi todo el resto, son necesarias para vivir; las que quedan, son para favorecerme y no andar estresada cuando empiece a trabajar.

El caso es que cada día realizo mi lista de tareas. No les pongo horario porque me parece más llevadero el día. Y cada noche se quedan buena parte sin realizar. Y lo peor es, que en vez de desistir, cada mañana, nada más levantarme, me dedico a realizar de nuevo mi lista de tareas para ese nuevo día. 

Conclusión: soy una vaga cabezota.