Las tiendas de siempre, las que habían formado el barrio donde
vivieron mis padres y donde yo crecí se han durado mucho tiempo, con la
sensación de que, para mí, siempre han estado allí. Pero desde hace unos años,
primero los colmados, luego las papelerías, la tintorería, una tienda de
fotografía, la peluquería de Claudio, un par de carnicerías, una pescadería, una
mercería, una granja para desayunos y un bar de tapas, en el que no pasó ni un
domingo de mis veinteitantos años en que no me tomara unas cañas y unas bravas
con los amigos, han ido bajando sus persianas y cerrando sus puertas, un
comercio tras otro.
“Me están quitando mis recuerdos”, siempre digo cuando veo
que cierra otro negocio. Me siento triste por ello, por la consciencia que me
despierta descubrir que la vida que había vivido estable y sin cambios se me
está escapando de las manos. “Se están muriendo todos”, me dijo mi madre al
escuchar por la radio que se había muerto no recuerdo que actor de la época del
“blanco y negro”. No la entendí, pero ahora la entiendo. La entiendo más de lo
que me entiendo a mí misma.
Murió Suárez, y se despertó en mí la sensación de una época
adolescente que tenía muy olvidada. Una época, que a pesar de los dramas de la
edad, recuerdo como muy feliz. Lo tenía todo, aunque en realidad no tenía nada,
y me sentía capaz de llegar donde me propusiera (no como ahora que muchas veces
me asalta la duda de si he llegado donde realmente quería). Tenía una vida por
estrenar, ya había pasado lo peor, la niñez, la época del vegetalismo, de
dejarse llevar por los padres, por los maestros, por los adultos, de no saber
bien qué pensar porque parecía que no se tuvieran ideas propias. Con la muerte
de Suárez, tomé conciencia de que mi adolescencia estaba concluida desde hacía
tiempo y que aquella felicidad irresponsable, nunca más volvería a vivirla.
De nuevo, hoy, una sensación similar. Leí Cien años de
soledad, con apenas quince años. Mi compañera de fatigas del colegio, Silvia,
me lo recomendó. Ella tenía una hermana bastante mayor y estaba mucho más al
día que yo en muchas cosas. Lo devoré en los tres primeros días de vacaciones,
sentada a la sombra de un árbol, en el jardín. Me descubrió un mundo nuevo, una
nueva forma de literatura y, sobre todo, un nuevo escritor al que he seguido
toda mi vida. Despertó en mí las ganas de seguir escribiendo, de seguir
leyendo, o engullendo, porque por aquel entonces devoraba los libros como si de
aire se tratara, con unas ansias tremendas de descubrir los mundos que los
escritores ocultaban tras sus palabras. Aureliano Buendía, me ha acompañado
mucho más de lo que nadie se pueda creer. La idea del realismo mágico hace
mucho más real mi propio realismo. Es la metáfora de mi propia vida. Sigo
buscando mi Macondo. Me levantaba con el alba, me abrigaba y salía a la terraza
bajo la luz de la farola que había en la esquina a escribir, y escribía poesía,
y desataba aquel tropel de sentimientos exaltados e incontrolados que la edad
proporciona para que con el tiempo vayas limando y archivando en su lugar
correspondiente.
Quizá, todo este escrito pueda parecer deslavazado e inconexo,
pero, ahora mismo tengo una bola de sentimientos atravesada en mi interior
similar a la bola de pelos que cualquier gato pueda tragarse. La muerte de
Gabriel García Márquez, ha despertado en mí un pasado adormecido en los
umbrales del tiempo, que no había vuelto a recordar en muchos años y me ha
revuelto el interior. Me ha girado el fuero y ahora lo tengo externo, a flor de
piel.
Nada tengo que decir de GGM como escritor porque mis palabras
se quedarían muy pequeñas, ni como persona, pues no lo conocía; solo quiero
agradecerle que haya escrito porque al leerlo ha contribuido en mi propia
formación y pensamiento.
1 comentario:
Muy bonito.
Los sitios y las personas, aunque estén "físicamente", están envueltas por recuerdos y cuando ya no están físicamente entre nosotros nos pueden quedar los recuerdos y quizás alguna imagen en algún soporte físico. Pero nuestros recuerdos se transforman y a veces se nos borran de la mente. Solo ésta última, por mucho que otros factores lo intenten, nos puede hacer de verdad esa mala jugada, la de borrarnos los recuerdos en contra de nuestra voluntad. O eso creo ... recordar.
Besos de una que perdió una parte de sus recuerdos :)
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