Nunca pensamos cuando de niños vivíamos ajenos a las
realidades, que nuestras vidas tomaran el rumbo que han tomado. Pero nos
obligaron a crecer y a cambiar nuestro tiempo por responsabilidades. Y ese
tiempo que hemos ido pagando es cobrado con talones de vida.
Tres años hace desde mi última separación y estoy aquí, sin
levantar corazón (la cabeza nunca la llegué a bajar). Creí que esta mujer sería
la última de mi vida; “para siempre”, pensé el día que se vino a vivir conmigo
y pensé “para siempre” también el día de mi ruptura. Porque, aunque te cueste
creerlo, fui yo que decidí no seguir más con la relación, tan enamorada como
estaba. Como estoy. Y es tanta la aceptación de su ausencia y el dolor que
siento por esta ruptura, que he decidido retomar nuestras antiguas
conversaciones para ver si saneo todos esos rincones repletos de amor añicos. Conversaciones
como las de antes, hace casi 20 años, que con solo iniciar el tema y mirarnos a
los ojos ya sabíamos lo que pensábamos y cómo nos sentíamos.
No puedo olvidar y ahora, que me van reapareciendo los
recuerdos, mucho menos, momentos sensacionales a tu lado. El conocernos desde
siempre y crecer juntos nos unió como hermanos. No nos separábamos ni un
momento. Veo como si la tuviera delante ahora mismo esa foto que nos tomó mi
padre, tú debías tener unos siete años y yo tres y algo. Era verano, por cómo
íbamos vestidos. Está tomada delante de la casita de abajo, con aquellos
enormes cipreses que había a nuestras espaldas. Los dos sonreímos, felices, con
esa felicidad propia de quien vive el momento porque ni se imagina que exista
algo más allá que el ahora. Me viene a la mente cuando la gente nos decía, en
el inicio de mi adolescencia, que nos acabaríamos casando. ¡JA! ¡Una sarta de
adivinos sin bola! Eso es lo que eran. Porque fíjate, y ahora es el momento de
la confesión, por aquel entonces, en el que me creía absolutamente enamorada de
ti, no había descubierto aun que me gustaban las mujeres. Nunca llegué a
decírtelo, ya que aquel martes de nuestra última conversación hacía poco que lo
acababa de descubrir y aun lo tenía por aceptar. Y estuve luchando con mis
entretelas para ser capaz de decírtelo: “me he enamorado de una mujer”. Pero
pensé: “si no es en esta conversación, será en la siguiente”.
No me diste ninguna oportunidad más. Esa fue nuestra última
conversación. Y por ello estoy rabiosa contigo. Y por ello, tantos años de
silencio. De no querer pensar en ti. De no querer ni odiarte: la mejor
venganza, la indiferencia. Pero al morir mamá, se ha abierto una caja de
Pandora que no sabía que poseía, llena de rabias, dolores, soledades, remordimientos;
y entre todo ello has aparecido tú despertando al titán del recuerdo.
Sigo rabiosa contigo, más que antes, más que nunca. Y estoy
dispuesta a llorar lo que no lloré en su momento, a maldecir, lo que no maldije
y a gritar tu nombre de nuevo a los cuatro vientos. Y sigo con la determinación
de no perdonarte, no en la vida, si no en la eternidad que es más larga.
2 comentarios:
Qué reflexión/conversación tan íntima... He sentido cierto reparo al leerla, como si estuviera invadiendo un espacio muy personal. Gracias por compartirla. Un fuerte abrazo.
ufff. dura y emotiva al mismo tiempo. yo también me he sentido un poco intrusa
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