Ayer, estaba en mi despacho, concentrada en lo mío, sin
levantar la cabeza de la lectura de un documento que me había traído un compañero
y que se esperaba de pie a mi lado mirando por encima de mi hombro lo que iba
haciendo. Cuando acabé de leer e hice las correcciones pertinentes se lo
devolví para que fuera a corregirlo. Al irse, vi que detrás de él estaba
sonriendo mi ex. Hacía muchos meses que no nos mirábamos a la cara y al hacerlo
noté como un baño de amor se apoderaba de todos los resquicios de mi ser. Quise
evitar que me viera temblando y también que se diera cuenta que la sorpresa de
verla allí me conducía directamente al "parraque". No sé qué cara debí poner, ella
estaba mirándome, desde no supe cuánto rato, con su hermosa y dulce sonrisa. Fue
la primera en hablar, yo no podía articular palabra; me venía a pedir que le
dejara una cosa y cuando le contesté, balbuceé como una estúpida incapaz de
dominar la situación. Cada célula de mi cuerpo me gritaba diciendo: “Haz algo,
dile que la amas”. Pero pétrea y bloqueada fui incapaz de hacerlo. ¿Para qué?
Ella es feliz de nuevo.
Hoy, desde que he empezado a trabajar he estado pendiente a
ver si se acercaba a devolverme el préstamo. Al final, con todo el trabajo que
tenía me he olvidado de ella y de todo. De nuevo, cuando he levantado la cabeza
después de un buen rato de lectura de un dossier, estaba allí, a mi lado. La he
visto muy seria, me ha devuelto lo que le dejé, me ha dado las gracias y se ha
ido muy rápido. Me he quedado fatal. Ayer por la noche, estuve trabajándomelo
mucho, no quería hacerme ningún tipo de ilusiones. Pero el amor es traicionero
y puede con toda la voluntad.
Tengo la sensación de que he perdido una oportunidad de
acercamiento, así que, con el pensamiento positivo de las narices que mi
terapeuta me hace practicar, me quedo con este cruce de miradas cargado de
amor, por mi parte y de alegría por la suya, con el que voy a vivir, migaja a
migaja, de por vida. Un gran regalo de Navidad.
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