Paseando por el casco antiguo, nos acercamos a esa pequeña
librería, catedral de cómic para mí, en la que suelen aconsejarme libros que
son puro sentimiento y que me arrebatan desde la primera página. Fue aquí donde
me descubrieron a Rosalie Blum, aquella trilogía que me dejó un sabor tan
especial que me acompaña siempre. Lydie se ha colocado a su lado.El tono sanguino del dibujo me atrajo en seguida, sólo faltó
que el chico de la tienda me dijera que Zidou, uno de los que firma esta novela
gráfica, era una maravilla como guionista y escritor de historias. No dudé y lo
compré. Se lee muy rápido, aunque necesita más de una lectura para quedarte con
toda su profundidad coral. La historia que cuenta es sublime, delicada, de caricia
lingüística. ¡Qué amarga dulzura! O, ¡qué dulce amargura! (no sabría decir cuál
de las dos expresiones es la más adecuada). Una historia redonda de principio a
fin. Una historia que hacer tambalear lo real y lo irreal. Deja un sabor a que
la gente buena existe en este mundo a pesar de los pesares y te impulsa a
querer ser buena, considerada y empática con tus semejantes.
La llevo en mi pensamiento porque me ha hecho crecer y soy
consciente de este crecimiento. A veces pienso que soy una pastelosa,
sentimentalmente hablando, y otras, que este tipo de sensaciones las provoca el
escritor en la mayoría de los lectores.
Estoy deseando que pase un tiempo para volver a ella, a ver
qué nuevas perspectivas me aporta. Leedlo, veréis qué caramelito tan especial.