Dos mujeres a punto de cruzar una calle. El semáforo está
rojo. Van hablando. Una de ellas lleva la mano detrás.
1.- Son dos amigas que se han reencontrado por primera vez
después del confinamiento. No han mantenido nada de contacto durante estos
meses, porque a pesar de gustarles decir que son amigas, son simplemente
conocidas de pasear un poco y tomar un café. Tienen cosas que contarse, han
pasado un tiempo sin ponerse al día y la conversación es amena. Ninguna de las
dos llamaría a la otra en caso de apuro. Marina, que no sabe decir que no y a
la que el confinamiento ha cambiado y ya no le gustan tanto las
superficialidades, ha accedido a dar un paseo con Carla cuando esta, aburrida
de tanta monotonía, se lo ha propuesto. Se siente incómoda y cada vez que le
pasa le pica todo. Ahora se está rascando la espalda mientras busca una excusa
para concluir el paseo y volver de nuevo a su casa.
2.- Casualmente las veo desde mi ventana. Vienen a por mí.
Me han debido seguir cuando he ido a buscar el pan. Se piensan que la culpable
soy yo. La más alta lleva la mano detrás, seguro que va a sacar la pistola que
lleva en la espalda. La suelen esconder allí, sé muy bien cómo actúan. Si
fueran policías la llevarían en una cartuchera en la cintura o colgada en
bandolera en el lado contrario de la dominancia de mano. Me escondo tras las
cortinas, acaban de mirar directamente hacia mí, tengo poco tiempo. Piensa.
Piensa. No tengo por donde huir. Mejor me escondo debajo de la cama y espero
que no se les ocurra mirar. Me quedo dormida. ¿O ya me han matado?
3.- Marisa y Alba están a punto de cruzar el semáforo. No se
hablan, desde hace un par de días, en que Marisa por estrés de trabajo la trató
despóticamente, Alba enmudeció y no ha vuelto a decir nada salvo que sean
monosílabos. Se habían enamorado locamente hace un par de años, un verano que
coincidieron en el mismo hotel. En seguida se habían ido a vivir juntas y todo había
ido como la seda. Marisa trabajaba en
IBM y tenía un buen sueldo. Alba era enfermera y tampoco se podía quejar. Vivían
cómodamente y en un estado de eterna felicidad. Un día, la empresa de Marisa
optó por un nuevo método de trabajo desde casa. Sin darse cuenta, Marisa iba
día a día aumentando el horario de trabajo hasta que llegar a un punto de
estrés que le había hecho menguar su paciencia y su forma de hablar con Alba.
Así, poco a poco, fue cargándose el amor que habían estado tejiendo juntas. A
punto de cruzar el semáforo, Marisa con la mano cerrada escondida detrás
ocultando un anillo que había comprado hacía tiempo, iba a cometer el error más
grande de su vida, pidiéndole matrimonio a la mujer que había querido con
locura.
4.- Jacinta y Encarna son dos hermanas que viven juntas en
la antigua casa familiar de sus padres. Son las típicas hermanas que por un
motivo u otro se han quedado para vestir Santos. Las dos aceptan su anodina
vida con resignación y en silencio, disimulándose la frustración que las
invade. Jacinta, demasiado miedosa para afrontar la vida, se quedó siempre bajo
el amparo de su madre. Una madre que no levantó el ala para dejarla marchar y
que aún la protegió más debilitándola hasta el punto de hacerla tan insegura
que empezó a tener un montón de alergias y enfermedades, creadas más por la
dependencia que por su propio cuerpo. Encarna, se había independizado hace
tiempo, pero tuvo que volver a la casa familiar en el mismo momento en que a
sus padres empezó a fallarle la salud. De esto ya hacía diez años. Ambas
hermanas, al final, no se sabe bien por si por comodidad o por desidia, se
quedaron a vivir allí. Ahora, estaban delante del semáforo. Se dirigían a la
farmacia a buscar algún calmante ya que Jacinta, tenía un inmenso dolor en las
lumbares y para andar se las cogía con una mano ya que tenía la sensación que
le aliviaba. Su hermana la acompañaba en silencio, taciturna. Pero si le
mirabas bien, en sus ojos había un destello: el veneno estaba haciendo su
efecto.
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