30/5/20

Ejercicio creativo


Dos mujeres a punto de cruzar una calle. El semáforo está rojo. Van hablando. Una de ellas lleva la mano detrás.

1.- Son dos amigas que se han reencontrado por primera vez después del confinamiento. No han mantenido nada de contacto durante estos meses, porque a pesar de gustarles decir que son amigas, son simplemente conocidas de pasear un poco y tomar un café. Tienen cosas que contarse, han pasado un tiempo sin ponerse al día y la conversación es amena. Ninguna de las dos llamaría a la otra en caso de apuro. Marina, que no sabe decir que no y a la que el confinamiento ha cambiado y ya no le gustan tanto las superficialidades, ha accedido a dar un paseo con Carla cuando esta, aburrida de tanta monotonía, se lo ha propuesto. Se siente incómoda y cada vez que le pasa le pica todo. Ahora se está rascando la espalda mientras busca una excusa para concluir el paseo y volver de nuevo a su casa.

2.- Casualmente las veo desde mi ventana. Vienen a por mí. Me han debido seguir cuando he ido a buscar el pan. Se piensan que la culpable soy yo. La más alta lleva la mano detrás, seguro que va a sacar la pistola que lleva en la espalda. La suelen esconder allí, sé muy bien cómo actúan. Si fueran policías la llevarían en una cartuchera en la cintura o colgada en bandolera en el lado contrario de la dominancia de mano. Me escondo tras las cortinas, acaban de mirar directamente hacia mí, tengo poco tiempo. Piensa. Piensa. No tengo por donde huir. Mejor me escondo debajo de la cama y espero que no se les ocurra mirar. Me quedo dormida. ¿O ya me han matado?

3.- Marisa y Alba están a punto de cruzar el semáforo. No se hablan, desde hace un par de días, en que Marisa por estrés de trabajo la trató despóticamente, Alba enmudeció y no ha vuelto a decir nada salvo que sean monosílabos. Se habían enamorado locamente hace un par de años, un verano que coincidieron en el mismo hotel. En seguida se habían ido a vivir juntas y todo había ido como la seda.  Marisa trabajaba en IBM y tenía un buen sueldo. Alba era enfermera y tampoco se podía quejar. Vivían cómodamente y en un estado de eterna felicidad. Un día, la empresa de Marisa optó por un nuevo método de trabajo desde casa. Sin darse cuenta, Marisa iba día a día aumentando el horario de trabajo hasta que llegar a un punto de estrés que le había hecho menguar su paciencia y su forma de hablar con Alba. Así, poco a poco, fue cargándose el amor que habían estado tejiendo juntas. A punto de cruzar el semáforo, Marisa con la mano cerrada escondida detrás ocultando un anillo que había comprado hacía tiempo, iba a cometer el error más grande de su vida, pidiéndole matrimonio a la mujer que había querido con locura.

4.- Jacinta y Encarna son dos hermanas que viven juntas en la antigua casa familiar de sus padres. Son las típicas hermanas que por un motivo u otro se han quedado para vestir Santos. Las dos aceptan su anodina vida con resignación y en silencio, disimulándose la frustración que las invade. Jacinta, demasiado miedosa para afrontar la vida, se quedó siempre bajo el amparo de su madre. Una madre que no levantó el ala para dejarla marchar y que aún la protegió más debilitándola hasta el punto de hacerla tan insegura que empezó a tener un montón de alergias y enfermedades, creadas más por la dependencia que por su propio cuerpo. Encarna, se había independizado hace tiempo, pero tuvo que volver a la casa familiar en el mismo momento en que a sus padres empezó a fallarle la salud. De esto ya hacía diez años. Ambas hermanas, al final, no se sabe bien por si por comodidad o por desidia, se quedaron a vivir allí. Ahora, estaban delante del semáforo. Se dirigían a la farmacia a buscar algún calmante ya que Jacinta, tenía un inmenso dolor en las lumbares y para andar se las cogía con una mano ya que tenía la sensación que le aliviaba. Su hermana la acompañaba en silencio, taciturna. Pero si le mirabas bien, en sus ojos había un destello: el veneno estaba haciendo su efecto.

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