Como aquel día. Estábamos las dos sentadas en el sofá.
Teníamos todo preparado. Venían a comer unas amigas mías. Susana lleva toda la
mañana callada. Yo había preparado la comida —a ella no le gusta cocinar— y
como me había dicho: “son tus amigas”. Me había estado ayudando, pero a pesar de
ello, no abrió la boca.
La había observando mientras yo cocinaba y no me pareció que
estuviera de mal humor. Le pregunté que qué le pasaba y, como respuesta, recibí
un no neutro. Me enervan sus mutismos, me hacen dudar.
La veía como recogía los utensilios sucios y se ponía
delante de la pila, en silencio, sin hacer ningún gesto y los lavaba. Cuando no
tenía nada que hacer, se sentaba en la mesa de la cocina y se abstraía hasta
que descubría que yo la estaba mirando y me preguntaba:
—¿Qué quieres que haga?
—Nada —le contestaba—, hazme compañía y hablamos.
Pero, por mucho que me esforzaba no conseguía pasar del
monólogo.
Cuando acabamos de cocinar, limpiar todo, y poner la mesa,
nos sentamos en el sofá. Ella, en seguida puso la televisión. A mí me hubiera
gustado saber qué le pasaba por la cabeza, pero era un muro infranqueable. Observaba
el programa con fingido interés. Yo la miraba fijamente.
—¿Qué? —me preguntó en un tono en el que se dejaba
ver que algo le pasaba conmigo.
—¿Me puedes decir qué te pasa? ¿He hecho algo?
Sonó el timbre de la puerta. Habían llegado mis amigas. Apagó el televisor,
pero no se movió del sofá. Fui yo la que fue a abrir la puerta. Ella las
recibió cordialmente, pero no con la alegría y el desparpajo que normalmente
tenía. Ya las conocía. Me había dicho, la primera vez que las vio, que le caían
bien. Pero en aquel momento todo resultó extraño.
Empezamos a comer, Susana, en silencio, contestando
educadamente cada vez que se dirigían a ella, pero sin intervenir en la
conversación. Al principio, mis amigas no se dieron cuenta de nada. La comida
iba avanzando y estaba a punto de llegar a su fin. Susana, estaba con semblante
serio y con la mirada lejana. La conversación fue menguando cuando fueron
descubriendo que algo pasaba y a mí me fue imposible mantener una charla jovial
y desenfadada. Empezaban a dominarme los monosílabos.
Justo después de los postres se disculparon que debían
marchar porque la madre de una de ellas no se encontraba bien e iban a ver si
necesitaba algo.
A la que se fueron, Susana se sentó en el sofá y encendió la
tele. Mientras, me dediqué a recogerlo todo y limpiarlo.
Cuando por fin, me senté a su lado, no supe qué decirle. La
miré, pero su cara no reflejaba nada que pudiera darme una pista sobre lo que
pasaba.
Ella es así, enmudece y corta la comunicación y son los
demás los que deben descubrir qué le está pasando. Creo que se sintió observada;
cerró la tele, se levantó y se fue a la habitación. La seguí. Y, tras insistir
un poco, se desató la batalla.
2 comentarios:
Y asi nos deja señora???...nos deja el desenlace pa otro post..la batalla final..si es q toda calma lleva una tempestad..y no al reves..😉
Espero que sigas con la historia y no nos dejes así.
Describes muy bien la escena, es fácil sentirse en ella.
Un beso
Publicar un comentario