1/6/20

Arreglando la entropía femenina


El día es caluroso, no se puede negar. Sentada en las escaleras que ascienden hacia el portal de su casa, una niña de unos diez años juega con un trozo de madera al que le ha pintado unos ojos, una boca y una especie de pantalón de peto. Es su muñeca. No es una niña pobre que carezca de muñecas; tiene un ejército de ellas sentadas en la cama vigilando su lecho.

Su imaginación es tan desbordante que necesita jugar con la muñeca que ella mismo ha construido. Aún no lo sabe, pero, en su adolescencia, descubrirá que su misión en la vida, si es que se llega a tener una misión, será cambiar las normas. La gente que pasa y la ve acariciando ese pedazo de madera, romo por todas partes, piensa que son los primeros ensayos de una futura maternidad. En la mente de la niña, nada más alejado, aparece el germen de una futura ingeniera.

En el coche que hay aparcado delante de la niña, una mujer se está acabando de maquillar haciendo uso del retrovisor. Sus gestos son rápidos y precisos, aprendidos por la repetición diaria durante mucho tiempo. Parece que llega tarde a alguna cita. Cuando ya considera la “obra” acabada, mientras coge el bolso, levanta la vista y mira a través de la ventanilla contraria. Ve a la niña jugando con la madera. Ve su sonrisa, su despreocupación, su concentración.
Sabiendo que llega tarde, se para a pensar. ¡Qué lejos le quedan esas sensaciones! De nuevo, se vuelve a mirar en el retrovisor y, en un nanosegundo, un pensamiento fugaz queda anclado en su mente.

Con una toallita, se desmaquilla rápidamente; del todo. Coge el vaso de cartón vacío, ahora, de café, que había comprado en la esquina de casa y que se había ido bebiendo por el camino, para llegar menos tarde. Saca el perfilador de labios y le dibuja dos grandes ojos y una amplia sonrisa. Desciende del coche y se sienta al lado de la niña a jugar.

La niña de diez años la acepta y la incluye como si de otra niña se tratara. Ambas se sonríen desde la complicidad del juego. Se presentan a través de sus andróicas muñecas y se entablan en una conversación, más interior que exterior, donde juran fidelidad a la causa femenina.

De repente, tras ellas, se abre la puerta del portal y aparece un vecino que baja a pasear su perro. Amo y perro pasean tristemente -más amo que perro- por la acera. La niña y la mujer, ausentes del mundo exterior expanden el suyo interior hasta interseccionarse.

La niña, futura mujer y la mujer, presente niña, hablan el mismo idioma. Hombre y perro, apenas se comunican.

Es un día caluroso, no puede negarse, pero, hoy, cambiaran muchas cosas o ¿ya han cambiado?

1 comentario:

Carmela dijo...

Qué bueno!, me ha encantado.
Mucho

Besos