El día es caluroso, no se puede negar. Sentada en las
escaleras que ascienden hacia el portal de su casa, una niña de unos diez años
juega con un trozo de madera al que le ha pintado unos ojos, una boca y una
especie de pantalón de peto. Es su muñeca. No es una niña pobre que carezca de
muñecas; tiene un ejército de ellas sentadas en la cama vigilando su lecho.
Su imaginación es tan desbordante que necesita jugar con la
muñeca que ella mismo ha construido. Aún no lo sabe, pero, en su adolescencia,
descubrirá que su misión en la vida, si es que se llega a tener una misión,
será cambiar las normas. La gente que pasa y la ve acariciando ese pedazo de
madera, romo por todas partes, piensa que son los primeros ensayos de una futura
maternidad. En la mente de la niña, nada más alejado, aparece el germen de una
futura ingeniera.
En el coche que hay aparcado delante de la niña, una mujer
se está acabando de maquillar haciendo uso del retrovisor. Sus gestos son
rápidos y precisos, aprendidos por la repetición diaria durante mucho tiempo. Parece
que llega tarde a alguna cita. Cuando ya considera la “obra” acabada, mientras
coge el bolso, levanta la vista y mira a través de la ventanilla contraria. Ve
a la niña jugando con la madera. Ve su sonrisa, su despreocupación, su
concentración.
Sabiendo que llega tarde, se para a pensar. ¡Qué lejos le
quedan esas sensaciones! De nuevo, se vuelve a mirar en el retrovisor y, en un
nanosegundo, un pensamiento fugaz queda anclado en su mente.
Con una toallita, se desmaquilla rápidamente; del todo. Coge
el vaso de cartón vacío, ahora, de café, que había comprado en la esquina de
casa y que se había ido bebiendo por el camino, para llegar menos tarde. Saca
el perfilador de labios y le dibuja dos grandes ojos y una amplia sonrisa. Desciende
del coche y se sienta al lado de la niña a jugar.
La niña de diez años la acepta y la incluye como si de otra
niña se tratara. Ambas se sonríen desde la complicidad del juego. Se presentan
a través de sus andróicas muñecas y se entablan en una conversación, más
interior que exterior, donde juran fidelidad a la causa femenina.
De repente, tras ellas, se abre la puerta del portal y
aparece un vecino que baja a pasear su perro. Amo y perro pasean tristemente -más
amo que perro- por la acera. La niña y la mujer, ausentes del mundo exterior
expanden el suyo interior hasta interseccionarse.
La niña, futura mujer y la mujer, presente niña, hablan el
mismo idioma. Hombre y perro, apenas se comunican.
Es un día caluroso, no puede negarse, pero, hoy, cambiaran muchas
cosas o ¿ya han cambiado?
1 comentario:
Qué bueno!, me ha encantado.
Mucho
Besos
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