…como siempre lleno de propósitos para que al brindar esta
noche, pueda adquierir la fuerza suficiente y realizarlos durante el año que
empieza. Supongo que esto del “cambio de número” me impulsa al famoso “borrón y
cuenta nueva”. Pero una que es perra y es vieja, ya sabe que no va a cumplir
nada de lo que se proponga. Mañana, en cuanto abra un ojo, seré muy consciente
que estrenar año no es sinónimo de estrenar voluntad y que la otra, a fuerza de
palos, la tengo tan gastada, que no la encuentro en ninguno de mis fueros.
Me he jurado tantas veces que no voy a dejar abandonado el
blog y que volveré a escribir una vez diaria, como antaño, y que dedicaré tiempo a finalizar mi novela,
que he acabado creyéndomelo. Pero la realidad salta a la vista. Nunca encuentro
el momento para ponerme a ello. Siempre estoy cansada o, directamente, no me
apetece. Ya no utilizo el teclado de tamiz y se me quedan las palabras apiñadas
en los dedos y la voluntad vibrando alrededor del alma. Y así vivo, con esta
inquietud, constante y tremenda, que va consumiéndome poco a poco.
Último día del año, lleno de propósitos, los mismos que el
año pasado, y el otro, y el otro. Es lo que tiene no realizarlos, se acumulan
en el túnel de tu tiempo y emborronan el futuro antes de poder estrenarlo.
31/12/13
12/12/13
Entretelas
Hace tiempo que me había comprado este cómic y lo tenía
perdido entre libros leídos. En mi humilde biblioteca ya no caben más por lo
que el orden empieza a desaparecer para dejar paso a la necesidad. Lo encontré
ayer.
Lo he leído saboreándolo porque sé lo que me pasa, me engullo los cómics como si de un canapé se tratara. La historia me suele absorber desde el principio y mirar los dibujos, la forma en que están pintados y la perspectiva de las viñetas después de haber leído tantos me ocupa poco tiempo. Aunque reconozco que en su segunda lectura suelo ir más lenta, buscando todos aquellos detalles que se me habían escapado. De la primera lectura, en cambio, quiero quedarme con el sabor de boca que proporciona la historia. Compartir la inquietud de los personajes, sus luchas y sus logros.
Confieso un secreto: cuando leo novela, no me pasa, pero si es un cómic voy poniendo caras, de esfuerzo si el personaje lo realiza, o de enfado, si está enfadado, me río si él lo hace y sufro a la par. Soy todo un espectáculo en el tren, que es donde me los suelo leer. El otro día, se me acercó una pasajera que comparte vagón conmigo más de una vez y me dijo que se lo pasaba muy bien cuando leía. Me puse roja, os podéis imaginar, como un tomate, de ojeras a escote.
La historia me ha gustado mucho y la forma en que está contada, también, con algún que otro flashback y creo recordar que un flashforward. Es una historia cotidiana contada de una manera cotidiana y no pretende ir más allá de donde va.
Ya me diréis. Recomendada queda.
Lo he leído saboreándolo porque sé lo que me pasa, me engullo los cómics como si de un canapé se tratara. La historia me suele absorber desde el principio y mirar los dibujos, la forma en que están pintados y la perspectiva de las viñetas después de haber leído tantos me ocupa poco tiempo. Aunque reconozco que en su segunda lectura suelo ir más lenta, buscando todos aquellos detalles que se me habían escapado. De la primera lectura, en cambio, quiero quedarme con el sabor de boca que proporciona la historia. Compartir la inquietud de los personajes, sus luchas y sus logros.
Confieso un secreto: cuando leo novela, no me pasa, pero si es un cómic voy poniendo caras, de esfuerzo si el personaje lo realiza, o de enfado, si está enfadado, me río si él lo hace y sufro a la par. Soy todo un espectáculo en el tren, que es donde me los suelo leer. El otro día, se me acercó una pasajera que comparte vagón conmigo más de una vez y me dijo que se lo pasaba muy bien cuando leía. Me puse roja, os podéis imaginar, como un tomate, de ojeras a escote.
La historia me ha gustado mucho y la forma en que está contada, también, con algún que otro flashback y creo recordar que un flashforward. Es una historia cotidiana contada de una manera cotidiana y no pretende ir más allá de donde va.
Ya me diréis. Recomendada queda.
10/12/13
Retales
Le gustaba acabar la
jornada en el bar. No por beber, que bebía, sino más bien por inhibirse entre
el bullicio de conversaciones más altas de lo que debieran, pequeñas porciones
de vida susurradas a un oído amigo y el tintineo de tazas y loza al ser
colocado de nuevo a sitio tras bajarse del tiovivo del lavaplatos.
Se había paseado por el
día trabajando absorta dentro la mecánica de la monotonía que, a fuerza de
hacer, se había ganado el título de lo cotidiano.
Copa de vino blanco si
tomaba patatas, copa de vino negro si eran olivas, observaba a su alrededor e
imaginaba historias con las personas y objetos que veía. No hacía nada más:
observaba e imaginaba. Al principio, sentía vergüenza cuando la descubrían
mirando con interés; peor era si se daban cuenta que escuchaba con atención.
Pero un día tras otro sustrayendo retales de historias ajenas le habían llevado
a rozar el descaro. La gente al descubrirla se sentía incómoda, cosa que le
gustaba cada día más porque le concedía más información.
Dos copas, a lo sumo,
tres. Ninguna más. Pagarlas y a casa. Era su rutina, buscada, deseada y
necesaria. Necesaria para conciliar el sueño.
Puntual como un reloj,
cada amanecer se despertaba regurgitando su vida. Esa vida que le dejaba tan
mal sabor de boca y le obligaba a levantarse en mitad de la noche para
cepillarse los dientes de forma enérgica, casi furiosa, tal como le hubiera
gustado limpiar su vida para mancharla
de nuevo con cualquiera de los retales robados entre copas de vino.
5/12/13
Desganada
A veces me levanto por la
mañana sin ganas de vivir. No encuentro las fuerzas por ningún lado y las
sábanas se pegan a mí, no por sueño, que también, si no como si fueran la
muleta que necesitara. Busco en mi interior y abro todos los grifos que
encuentro para que fluyan las ganas. Aprieto todos los interruptores de mi
mente, por si alguno activa la ilusión. Pero no sirve de nada.
Con cadencia mortuoria,
me dirijo a la ducha, abro el grifo y dejo caer el agua para que vaya
adquiriendo la temperatura deseada. Mientras tanto, me quito el pijama y me
miro en el espejo. Aparentemente, es la imagen de siempre. Solo los ojos,
dichosos espejos, no muestran el acostumbrado brillo. ¡Puñetera sequedad de
desilusión! La ducha, en vez de sentarme bien, me viste con mil gotitas de
tedio que al contrario de resbalar hacia el desagüe se anclan por toda mi piel.
La toalla no es capaz de sacarlas. Al frotar, siento la rasposa esperanza que
me altera y me obliga a abrir los ojos. Supongo que para ver que hoy será un
mal día.
Pero, ¿es que existen
días buenos sin tu amor?
2/12/13
Tachones en mis libretas mejor que en mi vida
Cuando nacemos, nadie nos
dota de un bolígrafo rojo para las correcciones. Erramos y erramos y seguimos
equivocándonos, quizá por esa falta de rojo que nos indica que debemos enmendar
la falta anterior antes de provocar la siguiente. Si lo hiciéramos así,
caeríamos en menos faltas. Pero el empuje al que la sociedad nos somete nos
obliga a avanzar sin tiempo para reflexionar, sin poder retroceder (ni para
coger impulso, se dice) y hacerlo, es ir contracorriente o ser fruto del mundo
Zen, del Yoga, o de todas esas tendencias que frenan la vida y buscan el Yo.
¡Pero esto no es cierto!
Porque la vida, que es sabia, no te permite pasar de una etapa a otra teniendo
asuntos pendientes, ya que a pesar de la no existencia de correcciones en rojo,
el fuero interno, instructor al que debiéramos escuchar más, nos marca todas
aquellas cosas de nuestra vida que necesitan corrección. Es por esto por lo que
escribo, porque entre palabras, siempre puedo mejorar mi pasado.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)