Sé que son días de cambio, las nubes pendencieras llevan
anunciándolo toda la semana. No es coincidencia que el sol haya desaparecido
llevándose todas las sombras. Se piensa mejor sin ellas. Mi mente, nublada por
la inactividad, se revela. Me chilla: “es tiempo de cambio”. Se gesta una buena
tormenta de verano. Me dispongo a farfullar excusas que ni yo misma me creo
pero mi subconsciente persevera con indomable fervor: “es tiempo de cambio”. Empiezo
a sentir un leve rumor desde algún lugar olvidado más allá de mis entrañas. Me
gorjea el alma. Un tropel de ideas, que dormía plácidamente bajo el crepúsculo
de mi pasado, despierta. Ya tenemos la porfiada tormenta aquí. La lucha llega,
rugen los cielos, los rayos iluminan y quiebran las figuras. Me resisto a
admitir cualquier cambio, me he establecido en la comodidad de la monotonía y
lucho por seguir en ella. En el apuro y el atropello de la contienda, descubro
que lucho contra mí misma y debo dejarme ganar.
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