Amar es la cosa más abstracta que conozco. Muchos la
consideran una ardua tarea, un hito en la vida, lo buscado, lo anhelado. Por
amar, eres capaz de destruir las otras parcelas prismáticas de tu personalidad.
Y así no se avanzas, involucionas.
Cierto es que enamorarse puede resultar intelectualmente
trepidante. Tu cerebro se pone a mil para poder “cortejar” dicho amor. Te
sientes luminosa, llena de energía; vuelves a sentir que puedes comerte el
mundo (y su montera), que atraviesas el vestíbulo de la trascendencia cursando
tu propia maratón existencial. Sentimientos desbordados que van acumulando
cieno en tus zapatos. El amor te obliga a seguir su cenefa de tópicos, pues
nunca pasión y calma estuvieron unidas. Sientes que has nacido para amar.
Pero mantener el amor es otra cosa. En seguida ves los
límites de tu minusvalía emocional. Todo aquel tumulto interior se ha
convertido en calma y empiezas a purgar tus silencios. Resignación y conformidad
son tus ropajes, debes bregar con los avatares cotidianos. Por mucho que luches
contra ello acabas sucumbiendo; ese sentimiento desbordado ha dejado a un vacío
opaco.
El tiempo ayuda, siempre se sale airoso del amor. Y de nuevo
se te ve pisando la vida con fuerza y la gente piensa que el pasado pasado
está. Sólo el que se cruza con tu mirada descubre unos ojos desheredados de
amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario