Volver, cargada de propósitos y enmiendas. Sin ilusión pero
con ganas. Respirando porque es lo que toca. Se debe hacer. No hay más. Dando
pequeños pasos, los que te permiten tus zapatos de cemento. Atrás quedaron las
grandes zancadas y el hambre de comerte el mundo. Ya no duelen los desgarros
del corazón, pero sus suturas pesan, pesan y te obligan a arrastrar el ánimo.
Tres o cuatro lágrimas diarias para hidratar la tristeza, diosa de tus
entretelas, que ya no ahoga pero aprieta.
Volver, por costumbre y por empuje, levitando por encima de
cualquier alma, con la oscuridad que otorga saber que en tu vida hay más ayeres
que mañanas. Volver con el corazón manso y las entrañas calladas; con las
raíces cortadas. Pero volver; volver, cargada de propósitos y enmiendas.
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