Zumo de sandía. Esto es lo que he desayunado. Después de
salir a caminar hora y veinte como si me fuera en ello la vida, zumo de sandía.
En principio, sin pulpa, para que vaya directamente al torrente sanguíneo sin
pasar por la cárcel, que en este caso es el estómago, lugar de digestiones, y
me otorgue la máxima energía con el mínimo de adición de glucosa.
Cuando bebo el zumo, me siento Popeye. Me imagino todas esas
moléculas de sandía, limón y menta, circulando por mi interior y yendo a parar
a los lugares más extremos del cuerpo; y en cinco minutos, unos acordes triunfantes
de trompetas, tambores y violines, traducidos aquí como tachán, anuncian mi
nuevo estado energético. Y con los bíceps, tríceps y pectorales bien marcados
me dispongo a emprender el día.
Creo que debo dejar las visualizaciones, no favorecen nada a
mi estabilidad. Si sigo así, la famosa ley de la atracción se va a cebar
conmigo.
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