Creo que he cambiado. No me he dado cuenta, pero he
cambiado. Me lo dice la terapeuta; me lo dicen mis amigos. Yo no noto nada.
Quizá, para ser sincera, algo más de tranquilidad. La gente dice que río más,
que estoy mucho más comunicativa. Y puede ser. En mi interior sigo sintiendo lo
mismo, un amor que me corroe y que hace que esté cerrada a nuevas experiencias.
Un silencio solitario que cala como la humedad y se está convirtiendo en moho
del alma. ¿Más comunicativa? Error; no hago más que construir una cancela bien
forjada para dejar ver las macetas floridas que a mí me apetezca.
Miro por la ventana porque no soy capaz de mirar hacia
dentro. Tengo ganas de cerrar el saco del pasado y concentrarme en el aquí y
ahora. Fuera la gente circula ajena a mí. Siempre se tiende a creer que los
otros son más felices. Nos encanta el drama. No somos nada si no dramatizamos.
Veo la gente pasar. Dos amigas se detienen en el semáforo.
Se parecen mucho. Ambas castañas, risueñas y con las gafas de moda. Visten pantalones
y camiseta parecidos, con los mimos tonos de colores. La amistad se pinta de
moda, pienso. Seguro que utilizan las mismas expresiones al hablar. Me hace
recordar un “Mundo feliz “de Aldous Huxley. Empiezo a fijarme en las parejas de
personas que caminan por la calle, para descubrir parecidos y ver qué grado de
amistad tienen. ¡Qué fácil es! Los que visten bien diferente seguro que se
acaban de conocer, en un bar. Es lo que tiene internet, que nos acerca a pesar
de no ser amigos y de no llegar a serlo nunca.
Me aparece un pensamiento que me asusta: nadie viste igual
que yo, ni camina igual, ni habla con las mismas expresiones que yo. Me cambia
el humor de golpe. Acabo de descubrir que no tengo amistades. Qué vacía se ha
vuelto mi vida de golpe.
Dejo de mirar por la ventana. Lo dicho, nos encanta el
drama.
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