Extendí los brazos con la torpeza de las emociones habitualmente
reprimidas. Tuve la sensación de que nunca antes me habían abrazado. Aunque
poseía un recuerdo fragmentado de mi primer y único abrazo, aquel en el que, al
topar con el cuerpo abrazante, tomé consciencia de mis pechos. Decidí no volver
a abrazar, no me gustó perfilar los límites de mi cuerpo contra los de otra
persona.
Lo infrecuente de estos abrazos, convirtieron a este en el
acontecimiento destacado de mi vida. Nada
más sentir el mimo de la caricia, me desmonté. Envuelta en ese lazo de calor
que despedía la mujer que amo, no pude evitar recostar la cabeza sobre su hombro
mientras aspiraba, como si en ello me fuera la vida, el perfume que tantas
veces había olido tras cruzarme con ella por el pasillo.
4 comentarios:
Uhm... Me encanta abrazar y si es oliendo mi perfume favorito... ¡más!
;o)
ains el amor..
Antes no abrazaba. Ahora sí. Mucho
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