15/1/13

Crueldad, divino tesoro

Vamos, que me lo cuentan y no me lo creo. Que la vida de adulto iba a ser esto. Ja. Seguro que me hubiera muerto herniada de tanto reír a la pronta edad de una tardía adolescencia. Con lo feliz que yo estaba con Dick, Jorge, Julian, Ana y Tim, viviendo las aventuras que toda persona debería vivir en su niñez, siendo y disfrutando de la quijotesca muchacha en que la lectura me convertía. Que, no, que no, que no me lo hubiera creído; que hubiera tanta maldad a mi alrededor. Y eso que en el colegio ya me dieron un buen tazón de ella, porque ser niño es ser cruel. No sé si es demasiado duro y poco acertado hablar de la crueldad de la infancia, pero lo que sí sé es que, a esas edades, no se tienen en cuenta los resultados y consecuencias de los actos y ello implica la crueldad, en honor a la verdad, eso sí; solo se tiene la propia perspectiva y la empatía brilla por su ausencia. Odio  esa estúpida lección inculcada de que siempre es mejor ir con la verdad por delante. Ahora, desde la madurez, reconozco la sandez del estandarte. Todo depende del cristal con que se mira. Porque no me digas tú que en algún momento de tu niñez, algún compañero o compañera no ha sido cruel contigo, gratuitamente, sin que te lo merecieras. ¿Es que se merece alguien la crueldad? Yo lo he sido, cruel, me refiero. No porque sea cruel, que va, si no  porque mis rabias me pueden. Me han podido siempre. Me sube un nosequé desde el estómago y se me acumula en la boca y cuando la tengo llena muerdo. Sí, muerdo; mis palabras muerden en ese momento. Digo verdades mal direccionadas, mutiladas i desdibujadas que hieren a las personas que quiero. No, no sé porqué te cuento esto ahora. No podía dormir y me he levantado a escribir un rato. Hace tanto que no hacía esto. Me gusta el silencio de la noche para estar conmigo. A veces me gustaría volver a las antiguas lecturas de mi niñez y así no me levantaría de la cama. Cómo llegué a disfrutar de ellas. No es que ahora no disfrute, pero aquellas primeras fueron diferentes. Rompí el virgo de la imaginación y me perdí en un mundo que me gustaba mucho más que el mío. Ahora no pienses que mi infancia fue infeliz, que necesitaba de la lectura para huir, ¡qué va! Si me paro a pensar, no sé para qué necesitaba la lectura. Creo que me vuelvo a la cama a consultarlo con la almohada, si el sueño no me vence.

2 comentarios:

Juli Gan dijo...

La vida me recuerda a lo que decía Primo Levi sobre su experiencia concentracionaria. De lo absurda que puede llegar a ser ¿No es una tomadura de pelo?

maslama dijo...

creo que en la niñez (y en la adolescencia) todo se vive de una manera exageradamente intensa, no sé si se trata de la época más feliz de la vida, pero desde luego es donde aprendemos a sociabilizarnos y a lidiar con el mundo que nos espera

besos,