Vamos, que me lo cuentan y no me lo creo. Que la vida de
adulto iba a ser esto. Ja. Seguro que me hubiera muerto herniada de tanto reír
a la pronta edad de una tardía adolescencia. Con lo feliz que yo estaba con
Dick, Jorge, Julian, Ana y Tim, viviendo las aventuras que toda persona debería
vivir en su niñez, siendo y disfrutando de la quijotesca muchacha en que la
lectura me convertía. Que, no, que no, que no me lo hubiera creído; que hubiera
tanta maldad a mi alrededor. Y eso que en el colegio ya me dieron un buen tazón
de ella, porque ser niño es ser cruel. No sé si es demasiado duro y poco
acertado hablar de la crueldad de la infancia, pero lo que sí sé es que, a esas
edades, no se tienen en cuenta los resultados y consecuencias de los actos y
ello implica la crueldad, en honor a la verdad, eso sí; solo se tiene la propia
perspectiva y la empatía brilla por su ausencia. Odio esa estúpida lección inculcada de que siempre
es mejor ir con la verdad por delante. Ahora, desde la madurez, reconozco la
sandez del estandarte. Todo depende del cristal con que se mira. Porque no me
digas tú que en algún momento de tu niñez, algún compañero o compañera no ha
sido cruel contigo, gratuitamente, sin que te lo merecieras. ¿Es que se merece
alguien la crueldad? Yo lo he sido, cruel, me refiero. No porque sea cruel, que
va, si no porque mis rabias me pueden. Me
han podido siempre. Me sube un nosequé desde el estómago y se me acumula en la
boca y cuando la tengo llena muerdo. Sí, muerdo; mis palabras muerden en ese
momento. Digo verdades mal direccionadas, mutiladas i desdibujadas que hieren a
las personas que quiero. No, no sé porqué te cuento esto ahora. No podía dormir
y me he levantado a escribir un rato. Hace tanto que no hacía esto. Me gusta el
silencio de la noche para estar conmigo. A veces me gustaría volver a las
antiguas lecturas de mi niñez y así no me levantaría de la cama. Cómo llegué a
disfrutar de ellas. No es que ahora no disfrute, pero aquellas primeras fueron
diferentes. Rompí el virgo de la imaginación y me perdí en un mundo que me
gustaba mucho más que el mío. Ahora no pienses que mi infancia fue infeliz, que
necesitaba de la lectura para huir, ¡qué va! Si me paro a pensar, no sé para
qué necesitaba la lectura. Creo que me vuelvo a la cama a consultarlo con la
almohada, si el sueño no me vence.
2 comentarios:
La vida me recuerda a lo que decía Primo Levi sobre su experiencia concentracionaria. De lo absurda que puede llegar a ser ¿No es una tomadura de pelo?
creo que en la niñez (y en la adolescencia) todo se vive de una manera exageradamente intensa, no sé si se trata de la época más feliz de la vida, pero desde luego es donde aprendemos a sociabilizarnos y a lidiar con el mundo que nos espera
besos,
Publicar un comentario