¡Qué difíciles son de creer las verdades y qué fácilmente
nos creemos las mentiras sobre los demás! Pocas veces ponemos en tela de juicio
los juicios de los demás. Juzgamos creyéndonos con el conocimiento y el poder
de hacerlo y lo llevamos a cabo con tanta asiduidad que ni somos conscientes de
que estamos juzgando.
Alguien suelta una mentira sobre alguien y corre como la
pólvora. A cada oído que llega, sale por la boca duplicada y se expande en
progresión geométrica a la velocidad de la luz.
Esta vez, la víctima soy yo. No sé el motivo del bulo, pero
es, en su totalidad, falso, infundado. Ha corrido de tal manera que, cuando
apago el fuego por un lado, un ascua se activa por otro. Me increpan creyéndose
en el derecho de hacerlo, desconfían confiriéndome el papel de ogro hipócrita. Medusa
es quien me gustaría ser y convertir en piedra todas esas bocas que exhalan
mentiras.
Y así paso los días, andando sobre arenas movedizas,
hablando con la gente sin saber quienes son mis detractores. Se corta el hielo,
saltan chispas, y lo que es peor: no las se ver venir, pues me caen de todos
lados. No sé cuanto más voy a poder aguantar.